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Opinión

“La guerra es la paz;

La libertad es la esclavitud;

La ignorancia es la fuerza”.

George Orwell, 1984, editorial Alfa y Omega, República Dominicana, 1984, Pág. 10

“…Se restablece la libre convertibilidad de la moneda en todo el territorio nacional,

por lo que cesan las restricciones sobre las operaciones cambiarias”,

Artículo 2, Convenio Cambiario N° 1, del 07 09 2018

A pesar del enunciado de su artículo 2, en los 87 restantes de este convenio se describen, con lujo de detalles, las restricciones a la libre convertibilidad de la moneda nacional. Ciertamente lo ahí planteado representa un avance en términos de la normativa existente, pero uno que es más cosmético que real. Se instituye un Sistema Cambiario Nacional controlado por el BCV y por otras instancias, en el que, salvo en casos especiales, éste no vende divisas. Ello a pesar de haber recuperado el Instituto Emisor su papel de oferente (cuasi) monopólico al obligar a los entes públicos a venderle las divisas que obtengan, incluida PdVSA (Art. 40, 41, 45 y 55). No obstante, podrá desplegar medidas para “procurar el equilibrio en el sistema cambiario” (Art. 3); o sea, un mercado controlado. Es un avance, por otro lado, que las divisas asignadas al sector público sean expresamente destinadas al “abastecimiento urgente” de alimentos y medicinas, pagos requeridos por las actividades productivas del sector público, remesas “inherentes al servicio exterior de la República” (entre los cuales se menciona los de la fraudulenta asamblea constituyente), compra de armamentos, pagos de deuda pública, compromisos por acuerdos y tratados internacionales, viáticos y requerimientos de caja de la Tesorería Nacional (Art. 48) pero, ¿por qué explicitar lo que –en otras circunstancias—se entendería como el Deber Ser del Estado en el manejo de los bienes de la Nación? Precisamente porque se intuye que el convenio no elimina el mercado paralelo y, por tanto, junto a los controles de precio todavía vigentes, perpetúa las tentaciones para manejos “irregulares” con las divisas escasas. ¿Cómo es eso? Veamos.

Desde que Maduro dictó las medidas de su rimbombante Programa de Recuperación Económica, Crecimiento y Prosperidad Económica hace tres semanas, el dólar paralelo –según una de sus cotizaciones menos extremas— ha visto escalar su precio en un 55%. Hoy es 50% más caro que el precio resultante de la última subasta oficial. ¿Por qué, si se suponía que tales medidas se inspiraban en la prosecución de una disciplina fiscal y en la eliminación del financiamiento monetario del BCV, como alardeó quien hoy ocupa la silla presidencial? Porque, como nos cansamos de advertir los economistas y las academias, las medidas iban en dirección totalmente contrarias a tales propósitos. En la semana del 17 al 24 de agosto, el crédito a las empresas públicas no financieras por parte del Instituto Emisor –la impresión de dinero inorgánico”—saltó de 86,8 millardos de BsS. a un billón 419,4 millardos (¡!). Este rubro, que habrá de “cubrir” las erogaciones del estado por el incremento salarial decretado y el “bono de adaptación“ al nuevo cono monetario, se incrementó en siete días, 16 veces (¡!). ¿¡Disciplina fiscal!? La liquidez monetaria, que se había multiplicado por 33 durante el año, se incrementó un 48% más en las dos semanas posteriores al 17 08 y habrá de acelerarse en el futuro próximo. La inflación registrada para agosto por la Asamblea Nacional del 223%, ¡se traduce en aumentos diarios de precios mayores a los de nuestros socios comerciales principales en un año! Lamentablemente, con tal inyección de dinero a la circulación, se habrá de acentuar todavía más. No es de sorprender, por ende, que ante tal desbarajuste monetario la tan cacareada libre conversión no sea tal y siga disparándose el dólar paralelo.

Venezuela no tiene ni recibe dólares. Su industria petrolera está quebrada y está sometida a sanciones financieras internacionales gracias a las fechorías de muchos de los jerarcas que hoy expolian al país. Nadie quiere prestarles dinero. De ahí que no puede haber un mercado cambiario libre y único que propicie el desarrollo de la actividad económica, menos cuando subsisten todo tipo de controles absurdos y desde el gobierno se echa gasolina al fuego hiperinflacionario. Luego, lo que persigue el nuevo convenio cambiario es sólo sistematizar y hacer más transparente el racionamiento de la divisa. Entre principios de febrero y el 5 de septiembre, las subastas DICOM apenas asignaron unos USD 25 millones, 80% a personas jurídicas (empresas). En 2017 se estima que las importaciones fueron de USD 12 millardos. Si bien el Estado se ha convertido en principal importador, la empresa privada se ve obligada a cubrir sus necesidades mayoritariamente en el mercado paralelo. Ilusamente, el convenio cambiario lo que apunta es, precisamente, a incidir en este mercado a ver si logra captar algunas de las divisas que circularían por ahí.

Los prestadores de servicios turísticos “de al menos cuatro estrellas” deben cobrarles a las personas extranjeras sólo en divisas, así como las líneas aéreas y demás transportistas. La banca, ahora autorizada para participar en el sistema “libre”, no lo puede ser como demandante. Pueden colocar títulos valores para captar divisas (Art. 27) que, de paso, deben ser integrados al Sistema Cambiario Nacional, pero ¿con qué pagarán su servicio? Toda referencia a la empresa privada está ausente, por lo que deben ofertar sus propias divisas. En un intento por aparecer “amigable” al sector empresarial, se estipula que la deuda privada externa se contabilizará al tipo de cambio vigente para cuando fue contraída, pero, ¿Quién carrizo les va a vender a los empresarios dólares a ese precio para honrar estos compromisos? Y, para reafirmar su business friendly disposición, se autoriza a los exportadores a quedarse con hasta el 80% (Oh my god!) de las divisas que ingresan (y a los operadores turísticos el 25%), siempre que sean para “atender gastos, pagos y cualquier otra erogación que deben realizar en ocasión de sus actividades” (Art. 57). Es de esperar un incremento en la actividad exportadora, pero no incentivado por las “bondades” del esquema cambiario –de haber libre convertibilidad el exportador pudiera vender sus divisas hasta en un 50% más alto y quedarse con el 100%— sino por los sueldos de miseria que la hiperinflación ha arrojado sobre los trabajadores venezolanos. El sueldo mínimo magnánimamente aumentado por Maduro, es la décima parte del promedio latinoamericano y su hiperinflación lo reducirá aún más. Competitividad por sueldos de hambre, de los cuales no es responsable el sector exportador.

La palabra clave para unificar y estabilizar el tipo de cambio para que sirva de sustento a la reactivación económica es la confianza. Pero esta depende de un programa de estabilización creíble respaldado con un muy generoso financiamiento negociado con los organismos financieros multilaterales y el restablecimiento de las garantías a la inversión y la iniciativa privada, es decir, el levantamiento de los controles, regulaciones y leyes punitivas que hoy asfixian a la economía. Pero ello es anatema para los conductores de la “revolución”, no por ningún imperativo socialista, sino porque elimina todo oportunidad de expoliación. La oligarquía militar civil en el poder navega entre el Caribdis de un colapso definitivo de las divisas disponibles para sus “negocios” y el Escila de reformas que restablezcan las posibilidades de que el país acceda a ellas, pero a costa de eliminar el intervencionismo discrecional que hace posible su apropiación privada. De ahí este híbrido estéril –la cuadratura del círculo-- que habrá de estrellarse contra los arrecifes de la hiperinflación en poco tiempo. De paso, ¿dónde escondieron el tan pregonado Petro que iba a “anclar” el precio de la divisa según los anuncios del 17 08?

Pero, en definitiva, no puede dar confianza un gobierno que motiva el nombramiento de una nueva junta directiva para PdVSA invocando “el supremo compromiso y voluntad de lograr la mayor eficacia política y calidad revolucionaria en la construcción del socialismo y la refundación de la Patria venezolana, basados en principios humanistas, sustentados en condiciones morales y éticas que persiguen el progreso del País y del colectivo….” (Decreto 3.608, G.O. Extraordinaria 6.405) ¡Mayor cinismo es difícil conseguir en tan corto enunciado! Pero cuando se percibe la firma de Delcy Eloína estampada al final de semejante ridiculez, se aprecia la verdadera condición sine qua non para sembrar confianza, atraer inversiones y estimular la actividad económica: el cambio ya de este gobierno de mafiosos.

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José Rosario Delgado

En el sostenido crecimiento y desarrollo del país durante la República Democrática, cuando se oían voces de alerta sobre los desvíos políticos, sociales, económicos, educativos, etcétera, la dirigencia política de entonces espetaba que eran “profetas del desastre” los que auguraban un futuro sombrío, siniestro, a una nación y a su pueblo que marchaban hacia al destino bendito por Dios y pertrechado por la providencia gracias a su madurez, su arraigo y su adaptación al tamaño de los compromisos que se les presentaran.

Sin embargo, al momento de presentarse ese compromiso, tristemente augurado, quienes tuvieron a su cargo la institucionalidad del país para hacerle frente a la situación que comprometía la integridad de la nación, se entregaron mansamente, bajándose los calzones unos y deslizando sus blúmers otras para que el felón, sin formación ni escrúpulos, hiciera lo que le diera su pura gana con los recursos humanos, naturales y morales de una república que sí tenía las bases para sustentar su sueño.

Los grandes medios de comunicación, tanto impresos como audiovisuales y radioeléctricos, haciendo uso de la libertad que los acompañaba, formaron parte de los proféticos y desastrosos augurios y poco hacían, con seriedad, para promover cambios más allá de sus interesados deseos de ganancias económicas y sociales por encima de los obvios privilegios y prerrogativas que su tarea les otorgaba como favores condicionados a sus mismas imposiciones.

El pueblo venezolano, militante o reserva de los grandes partidos políticos tradicionales y de la decente izquierda emergente, previamente azuzado por pescadores del río revuelto, se entregó en cuerpo y alma enteros al felón que, sin formación ni escrúpulos, prometía villas y castillos, pero que terminó entregando grillos y casillas para someter a todos aquellos que no se plegaran al régimen del terror que impera y desespera, despojando al país de lo más valioso de su riqueza, su gente, que sin brújula huye en busca de un futuro tan incierto como el que aquí nos espera.

Pero si hubo aquellos, los desoídos profetas del desastre y los embelesados con el sátrapa, también surgieron los “proxenetas del desastre”, estos que buscando provecho político-electoral aprobaron, auparon y celebraron el artero golpe al Estado constitucionalmente estructurado, al Presidente democráticamente posicionado y a las Fuerzas Armadas profesional e institucionalmente preparadas. no obstante ser sorprendidas por la aviesa sedición entre gallos y medianoche.

Y así fueron sumándose más alcahuetas y proxenetas a las jaculatorias en pro de la supuesta revolución no para lograr verdaderos cambios, sino para llenar y rellenar sus bolsillos con dineros mal habidos en detrimento del grueso de la población venezolana que sobrevive en medio de las necesidades, el hambre y las enfermedades, esperando a la impávida comunidad internacional para que venga de fuera la salvación porque los llamados a encontrar fórmulas políticas para la solución se encuentran imbuidos en sus propias miserias y ambiciones, haciendo real el viejo refrán de que “no lavan ni prestan la batea”.

Mientras el poder ju-judicial y el ministerio impúdico están postrados ante el poder ejecutivo, y la prostituyente neutraliza a la Asamblea Nacional para que ninguna ley ni resolución adquiera legalidad, el resto de las instituciones entronizó la corrupción como indebida fuente de ingresos, haciendo más torturante y desesperante la vida de un bravo pueblo muy cerca de la implosión y tan lejos de la explosión, gracias a que ve una sola imagen y oye una sola voz que arrulla el silencio de sus sueños, opaca la luz del sol y apaga el brillo del alumbrado público.

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Cualquiera con acceso a Internet piensa y da por seguro que en un solo envío tiene acceso a miles de personas para expresar su propio pensamiento, sin ninguna mediación y, al menos teóricamente, eso es así. Nadie puede negar el impacto y “empoderamiento” que supone para el hombre común el acceso y utilización de las llamadas redes sociales. Se llega al punto de sobre estimar su “penetración”, sobre todo en los sectores de clase media, alta y profesional, en nuestro país, pero se desestiman algunos de sus efectos perniciosos.

Los usuarios de redes sociales nos dividimos en dos grandes grupos. Un primer grupo está compuesto por profesionales de los medios, artistas, políticos, figuras públicas, que fácilmente pueden montarse en 200 mil, 500 mil, seguidores y en contados casos algunos sobrepasan los millones. Pero hay un segundo grupo, el del ciudadano común y corriente –usted y yo, quien escribe y quienes me leen– que a lo mejor tenemos acceso a ochocientas, mil, dos mil personas, que son nuestros “seguidores” y entre quienes están familiares, amigos, algunos clientes y familiares y amigos de estos.

Los del primer grupo son los verdaderos “comunicadores”, los verdaderos voceros propagandistas de la era electrónica, con capacidad de influir en la formación de opinión y toma de decisiones. Los del segundo grupo participamos también en la generación de opinión y discusión de ideas, pero con un menor impacto mediático, pues seguimos siendo mayormente “consumidores” de la información e ideas que originan los primeros, las cuales difundimos y apoyamos o adversamos.

Quien quiera de ese segundo grupo recurrir de manera masiva a estas redes, para algún propósito específico, personal o comercial, probablemente o seguramente, tiene que recurrir a algunos de ese primer grupo, a los “especialistas” o “profesionales” de estos medios.

No olvidemos además que esos medios también tienen un costo y, en consecuencia, quien tenga más poder económico o esté dispuesto a invertir más en ellos, tendrá mayor acceso a redes sociales y su voz será más “fuerte” que la del ciudadano común, por más que el ciudadano común pueda ahora tener una voz que antes, ciertamente, no tenía.

Dicho lo anterior, hay dos efectos perversos que debemos tomar en cuenta en materia política, sobre todo en el lado de la oposición a esta oprobiosa dictadura. El primero es que las redes sociales, algunas de ellas, especialmente Twitter, se han convertido en refugio y trinchera de quienes bajo seudónimos o anónimos, despliegan una crítica virulenta, destructiva, toxica, hacia partidos, políticos o simplemente hacia quienes no compartan su opción y vía política concreta.

Esa conducta se justifica o ampara en la necesaria crítica política que tiene que darse en cualquier sociedad. Si, por supuesto que se impone un proceso crítico y auto crítico sobre muchos temas, pero debemos tener cuidado en no hacerle el juego a la dictadura, seleccionando un blanco fácil, que ahora, como siempre, es la MUD, la AN y los partidos o políticos en general. Ya conocemos esta historia, no hace falta abundar más en ella.

Este grupo conforma una especie de "justicieros", verdaderos savonarolas electrónicos, que se erigen en jueces supremos de acciones y actitudes, fieles de la balanza y sabuesos fieros de lo que se considera la “ortodoxia pura” de la anti dictadura; son los directores de pauta de lo que debe ser considerado la conducta “correcta” para arreglar el país. Y el que caiga en sus “tuits” por salirse de su pauta, es insultado, humillado, rebajado en su dignidad y a veces calumniado.

Pero hay otro sector o grupo de “usuarios” de las redes que las utilizan –deliberadamente en la mayoría de los casos o por ingenuidad, en otros– para transmitir errores, malas intenciones, cría y refugio de noticias falsas y guerra sucia, como hemos visto que ha ocurrido últimamente; pensar que eso no es así, es realmente una ingenuidad y es creer en la pureza intrínseca de algunas cosas, o en la maldad intrínseca de otras.

Los mensajes que circulan los que practican esta modalidad, son de una calidad técnica y auditiva extraordinaria; los de audio llegan con voz clara y sin atropellamientos, comienzan invariablemente con un “hola familia” u “hola grupo”, nadie se identifica nunca, ni tampoco la fuente precisa de la información que utilizan y desgranan un tema de actualidad, recubierto de cosas ciertas y un montón de otras no tan ciertas, exageradas o abiertamente falsas; en otras ocasiones hablan –generalmente una dama– con voz semi angustiada y alterada que nos narra un acontecimiento de obvia actualidad, e igualmente dice cosas ciertas y otras falsas y exageradas; en ambos casos claramente lo que buscan es atemorizar o asustar, más que informar.

Lo que aún no tengo muy claro es la procedencia y el propósito final de quienes utilizan de esta manera las redes. ¿Lo que buscan es angustiarnos más de lo que ya estamos, para hacernos reaccionar? ¿O son parte de una estratagema de los laboratorios de guerra sucia de la dictadura para desmoralizarnos, en búsqueda del “…sometimiento total, la sumisión absoluta…” como dice Laureano Márquez (“¿Qué pretenden?” 05/09/2018) ... ¿O solo buscan distraernos, confundirnos, generar incertidumbre para demorar, dividir y ganar tiempo?

En cualquiera de los estos casos, el de las virulentas criticas o el de las “posverdades” –para utilizar un término de moda–, debemos estar conscientes de su capacidad de manipulación y, más importante, no olvidar que hay que trascender la crítica improductiva y destructiva, el “asesinato por vía electrónica”, la comunicación angustiante y desmotivadora, pues lo que toca ahora es hacer lo que no hicimos, organizar de manera seria la resistencia civil a una dictadura que se alza cada vez con más poder. Y digo que toca ahora hacerlo pues es evidente que no se hizo, a juzgar por la incapacidad de movilizar a la población de manera eficaz frente a lo que está ocurriendo hoy en el país.

Por denuncias nunca nos quedamos cortos, la queja y critica permanente que no se traduce en la movilización ciudadana efectiva y mayoritaria reflejan que el problema de siempre es organizar las cosas de manera efectiva. Por supuesto eso –si es serio– no es tema que se deba desarrollar en detalle por esta vía.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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En una reunión de amigos la semana pasada, con motivo de la reconversión económica y las nuevas medidas, se abordó el tema de la influencia que tendrían estas en el pensamiento y la conducta de los venezolanos. Después de varias rondas de opiniones e ideas concluimos que el problema era de credibilidad. Aquí, la discusión se tornó polémica… contradictoria. ¡La credibilidad en el gobierno acaparó profusamente el tema de discusión! Como es conocido factores objetivos y subjetivos componen el grado de credibilidad de una persona o institución. Influyen creencias, valores, dogmas, opiniones y criterios. La carga de la credibilidad es la confianza. Como esté la confianza estará la credibilidad. Si es confiable tendrá alta credibilidad. Podrá ser poca, mucha o nula. Débil o fuerte. Es el transcurrir de la conducta personal o institucional la que determina, la imagen que haya proyectado y como haya sido percibida. El conocimiento, el comportamiento público y privado de tipo moral y ético constituyen elementos claves en la formación de una buena o mala credibilidad.
La credibilidad del político

Tal como es sabido y lo reflejan importantes estudios en muchos países del mundo, el político es uno de las funciones o actividades del ser humano con mayor desprestigio. En Venezuela, investigaciones (focus groups) dan cuenta de la mala imagen que tienen de los políticos. Entre las cosas que piensan están “Los políticos y los partidos no cumplen”. “Trabajan para sus intereses”. “Solo buscan nuestro voto”. “Les interesa su beneficio personal”. “Terminan traicionando a su gente”. Sobre las condiciones del nuevo liderazgo, dijeron: “Ser diferente”. “Que diga la verdad”. “Honesto y no defraude”. “Que proponga sin rodeos”. “Que asuma sus compromisos”. “Que trabaje por los ciudadanos”. La primera carga negativa de la imagen del gobierno entonces es lógicamente la imagen que de los políticos tiene la gente. Aquí y debemos decirlo pagan justos por pecadores. Sin duda, hay políticos creíbles y transparentes en su andar público y privado. Muchos tienen buenas convicciones, doctrina y propuestas. Sin embargo, “No todo está perdido”, como dijo Napoleón después de su derrota en Waterloo. ¡El hombre es un animal político! como expresó Aristóteles.

La credibilidad del gobierno

El otro componente de la credibilidad del gobierno es su modelo de comunicación política. La política es el arte de gobernar los pueblos y el modo de conducir un asunto. La comunicación política implica aquellos mensajes que afectan la distribución de poder, como la definiera Richard Merrit. Por eso, es necesario analizar el modo de comunicación oficial para ver su grado de credibilidad. En general, son peroratas largas y descriptivas, muy técnicas y carentes de pericias pedagógicas. Divulgan materias de gran complejidad y de claras dificultades para comprender y advertir. Cansan al receptor interesado y fastidian al predispuesto. No es una comunicación cercana al pueblo. Y la compra de esos mensajes exige alta credibilidad. Por ejemplo, la venta de los lingoticos de oro, la reconversión financiera, el pago del salario mínimo, el pago a los pensionados, el precio de la gasolina, la moneda petro y la relación dólar bolívar. Temática que ha sido además corregida y vuelta a corregir varias veces.

Una población confundida

Esta marcha y contra marcha en las cuales se rodea cada medida siembra la incertidumbre en la población. Aumenta la desconfianza y disminuye la empatía en las políticas gubernamentales. La poca comprensión aleja al ciudadano y multiplica las dificultades para su implementación. Una vocería gubernamental en muchos casos abrumada de galimatías y poses autosuficientes y presuntuosas. Un galimatías es un lenguaje enredado… confuso y poco perceptible. En el fondo, observamos improvisación y hasta falta de preparación. Deficiencia que es de algún modo reforzada con la propagación brutal y repetitiva de las medidas. ¡Hasta “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”!, de acuerdo a Joseph Goebbels. Reconocemos, no obstante, que es una materia compleja y que exige el uso de técnicas de la comunicación y de la psicología. Como resultado, una población confundida, subinformada y enredada en sus propias circunstancias y capacidades culturales y educativas. Pero, que al fin y cabo, aprenderá de acuerdo a su propia experiencia. Y a la comunicación persona a persona con amigos y familiares.

fcordero@eluniversal.com

efecepe2010@gmail.com

@efecepe2010

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Carlos Raúl Hernández

Donde triunfaron los movimientos totalitarios del siglo XX, se impuso en la política el pensamiento mítico sobre el racional y la acción se promovía a través de calumnias, himnos, consignas, que apuntaban a mover pasiones, al inconsciente y no a la conciencia. Tanto el comunismo como el nacionalsocialismo y el fascismo fabricaron el reino de la ideología, el engaño y las bajas pasiones, como decía Lucio Colletti. Movilizan al público con una jerga espuria que hablaba de clases y razas parásitas, otras oprimidas, del triunfo de los pobres, de los pueblos a los que se negaba la felicidad y cuyo destino era construir un nuevo mundo.
Para el bien era necesaria una etapa de destrucción de lo existente: la revolución. Por obra del mito, simples autocracias criminales, ineficientes y sinvergüenzas dejaron de llamarse gobiernos para convertirse en “la revolución” y así justificar todos sus fracasos y miserias. Y de ese mito matriz, deriva una mitología, un tejido de submitos, que contagian al resto de la sociedad, intrasistemas complejos de turbideces que se toman por valores morales o pos “verdades” (ahora tenemos también pos verdades) para éxito de los autócratas.

Esa mitología se extiende a toda la sociedad, incluidos los opositores. Trágicamente nos descubrimos pensando y hablando como quieren los seis demiurgos revolucionarios, que deben estallar en carcajadas cada vez que pisamos sus minas ideológicas. Parte del síndrome es lo ocurrido con el llamado carnet de la patria, un instrumento del gobierno para sus usos clientelares, reparto de la renta y tarjeta de racionamiento en otros casos. Pero grupos de nuestros sectores ilustrados (¿?) lo han convertido en una especie de batalla de las Termópilas.

La dignidadddddddd

En ella se prueba el valor, el heroísmo, la dignidad, palabra que se gastó de tanto usarla. Algunos de los que dignamente no lo tienen, se sienten en homérica beligerancia al lado de Leonidas contra cientos de miles de persas. Los millones de ciudadanos normales y sensatos que tienen su carnet o lo tendrán (en este último grupo me incluyo) han sido declarados traidores a los sagrados principio que inventaron entre el gobierno y ciertas ramas de seudo opositores con mucho tiempo libre. Bastante se ha dicho que tal dignidad no se veía afectada por Cadivi.

Para obtener dólares baratos hacían llevar al solicitante unas carpetas que de tan bien hechas parecían obra de Benvenutto Cellini. Ahí no se les empañaba el honor a estos catones, pero si cuando la gente humilde tuvo que comenzar a hacer cola para comprar alimentos y algunos atorrantes llegaron hasta la agresión física contra ellos. Desde la desaparición de los partidos tradicionales y la emergencia de grupos improvisados de clases medias, sin experticia en el arte político, los mitos mayores y menores proliferan en la ingenuidad.

Los mitos siempre han existido y tuvieron gran fuerza en sociedades del pasado, las llamadas prelógicas por el antropólogo francés Lucien Levy-Bruhl. Con la modernidad, la ciencia y la razón analítica ocuparon gran espacio ideológico, pero la redención social trajo otra vez el engaño, los falsos problemas para disfrazar los verdaderos. Los movimientos totalitarios juegan fríamente con las emociones de las clases medias, las más fácilmente manipulables al tocarles supuestos valores, no así las clases populares, obligadas a ser más pragmáticas.

Anzuelos de colores

El gobierno hace lo que le da la gana con sectores críticos al ponerlos a morder coloridos anzuelos éticos. Otra de esas trampas cazabobos es la tal Asamblea Constituyente, una fórmula estrafalaria para llamar a un simple ministerio de triquiñuelas. Fuimos tan ilusos como para preferir que se sacrificaran los pocos gobernadores electos con tal de no profanar la dignidad ¿o virginidad?, al juramentarse en la “constituyente”. ¿Y qué pensarán los dignos de que Zulia cayera en manos que lo destruyen premeditadamente por venganza. En el exilio hay gente respetable, muchos a quienes aprecio y considero amigos.

Pero de la chapucería de algunos fallidos políticos surgen aberraciones que dieron K.O a la oposición. Esenciales para la mitología cosas tales como la abstención (hasta que lo lograron el 20-M con efectos conocidos), la prédica de “con ese CNE”, la virtud del voto manual frente al electrónico. Ahora parece que inventan una presidencia en el exilio sin entidad y que dice muy poco de bueno al país. Eso de disfrazar la política de moral es propio de la antipolítica, el autoritarismo y el totalitarismo y algunos cabecillas opositores solo hablan de esas tonterías, aderezadas del alto precio de los huevos o de las papas.

No existe razonamiento estratégico y todo se derrumbó. Y dentro de la oleada destructiva, calumnias, fake news de la fauna radical tuitera, de la que nos ocupamos con frecuencia, pareciera que ahora le toca a este periódico. Algunos que gracias a El Universal tuvieron renombre no muy merecido y que hoy no están en sus páginas, conspiran para desacreditar uno de los pocos diarios que sobreviven y montan una tramoya con la excusa del carnet de las Termópilas en la que el impudor hace que algunos hablen de grabaciones hechas a reuniones privadas de trabajo. Volveremos.

@CarlosRaulHer

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Ningún asesino dirá jamás que mata porque le gusta matar. El ser humano intenta legitimar sus maldades, está en su naturaleza. Son las trampas de la razón de la que nos hablaba Kant. Con mayor motivo si se trata de asesinatos colectivos, genocidios, o grandes matanzas como las acontecidas a granel a lo largo de la historia universal de la infamia. Incluso Chile, tan alejado del mundo, un país de transcurrir pacífico y relativamente democrático, fue testigo de una de las tragedias más sangrientas conocidas a nivel continental.

La tragedia que comenzó a tener lugar a partir del 11 de septiembre de 1973 está documentada en fotos, en filmes, en testimonios. Es inocultable. Y mientras más lo es, más grande ha sido el esfuerzo de sus ejecutores y de quienes los aplaudían (y aplauden) por otorgarle legitimación histórica. La mayoría de esas legitimaciones utiliza la coartada del golpe bajo la rúbrica “necesidad histórica” como si la historia siguiera una lógica y una razón pre-determinada.

Desde los primeros días del golpe, la dictadura buscó su legitimación. El golpe fue llevado a cabo, propagaron los generales, en contra de un Plan Z, destinado a asesinar a quienes no eran marxistas. La UP guardaba arsenales secretos y un ejército clandestino estaba presto a asaltar al estado y declarar la “dictadura del proletariado”. Y muchos creían esas mentiras no porque fueran verosímiles sino porque necesitaban creer en ellas. Hoy todavía hay quienes arguyen que Chile mantiene una deuda histórica con “su” ejército. Pinochet, pese a uno u otro “error”, habría salvado a Chile de convertirse en una segunda Cuba.

Cuarenta y cinco años después del golpe, el mito “Pinochet defensor de la patria” ha aumentado su intensidad, entre otras razones por la orfandad política en la que se encuentran las víctimas de tres dictaduras latinoamericanas: Cuba, Nicaragua y Venezuela. No faltan incluso quienes en esos países anhelan el aparecimiento de un Pinochet, alguien que expulse a los comunistas, que imponga disciplina y orden y, sobre todo, que conduzca a sus naciones por la vía de la prosperidad. Todas estas, y otras más, son razones que llevan a indagar nuevamente sobre esos hechos que ocurrieron hace 45 años.

Las ocultas razones del golpe

Hagamos un poco de historia: desde mediados de 1973, el gobierno de Allende había alcanzado su fase de declive. De hecho, ya no contaba con el apoyo de las capas medias. Estudiantes y escolares llenaban las calles protestando. La SOFOFA (Sociedad de Fomento Fabril), la SNA (Sociedad Nacional de Agricultura) y CONFECO (Confederación de Comercio), vale decir, los tres pilares de la economía, habían declarado la guerra al gobierno y la negociación con ellos ya no era posible. Peor aún: la UP ya había perdido a los sindicatos del cobre y del acero. Las elecciones de la CUT (Confederación Unitaria de Trabajadores) tradicional reducto comunista-socialista, fueron objetivamente ganadas por la Democracia Cristiana (DC). Allende, sin las dos cámaras, gobernaba por decretos.

Todas las encuestas daban al gobierno un número menor de votos al obtenido en las presidenciales de 1970. Para aparentar la fuerza que ya no tenía, Allende nombraba generales en los ministerios, de modo que, de facto, el gobierno ya estaba tomado desde dentro por los militares. El golpe había comenzado, efectivamente, antes del golpe. Los militares realizaban allanamientos sin órdenes judiciales y en las calles se veían, ya en agosto, soldados armados por doquier, mientras el cielo era cruzado por aviones haciendo “ejercicios”. La Armada había entrado en un proceso de “depuración” y los marinos allendistas, acusados de complotar, eran hechos prisioneros y torturados. En fin, Allende había perdido el poder antes de perderlo.

Estos hechos hay que tenerlos en cuenta a la hora de emitir un juicio. Pues el golpe del 11 de septiembre no fue realizado en contra de una revolución triunfante sino en contra de un gobierno débil, al punto del colapso. ¿Por qué entonces fue tan sangriento? La versión oficial del pinochetismo fue unánime: para impedir que Chile se convirtiera en otra Cuba.

Sin embargo, para que Chile se convirtiera en una nueva Cuba se requería de dos condiciones: un ejército leal y/o un fuerte apoyo internacional. El ejército ya había sido ganado por la derecha, sobre todo entre los oficiales y suboficiales y Allende lo sabía. La segunda condición era internacional: una nueva Cuba solo podía ser posible con el apoyo de la URSS y es un hecho, no una especulación, que la URSS negó su apoyo al proceso chileno.

Desde el punto de vista económico, Chile no podía avanzar un solo centímetro si no pagaba la deuda externa. De modo casi humillante, Allende viajó a la URSS a solicitar un crédito (diciembre del 1972) que le permitiera saldar en parte la inmensa deuda (en la práctica, la conmutación de 350 millones de dólares que Chile pagaba a la URSS) Pero Allende volvió con los bolsillos vacíos. La URSS sufría bajo Breschnev un periodo de estagnación. Cuba por si sola costaba más de un millón de dólares diarios. Además, se avecinaba un periodo de distensión con USA en donde debía ser negociada la retirada de tropas norteamericanas en Vietnam y Kissinger exigía, como parte del negocio, la no intromisión de la URSS en Sudamérica. Razón por la cual el comercio internacional de Chile con la URSS se mantuvo durante el socialista Allende por debajo del mantenido por la URSS con Argentina, Brasil, Uruguay y Colombia.

La URSS no quería otra Cuba. Hecho geopolítico que explica por qué la URSS mantuvo poco después relaciones comerciales y -sobre todo- políticas con la Argentina de los generales. En efecto: donde prima la geopolítica no hay política. Eso lo sabía Pinochet: después de todo fue profesor de geopolítica. En fin, Chile no podía ser otra Cuba y, aunque la cubanización de Chile le sirviera de propaganda, Pinochet decidió dar un golpe por razones que tenían poco que ver con Cuba. ¿Con qué tenían que ver?

Recordemos que Allende, después de su fracaso en la URSS, reunió a todos los dirigentes de la UP y planteó crudamente la situación. Su gobierno estaba aislado nacional e internacionalmente. Para evitar la total capitulación solo cabía una posibilidad: el plebiscito. La reflexión era correcta. En caso de triunfar Allende, su gobierno emergería fortalecido. En caso de perder, había que convocar a nuevas elecciones. Si en esas elecciones triunfaba la DC -era lo más probable- no sería por mayoría absoluta y en consecuencias, un gobierno DC estaría condicionado al apoyo de la UP, invirtiéndose la relación que se había dado en octubre de 1970 gracias a las cual Allende pudo ser elegido presidente después de intensas negociaciones con la DC. Vale decir, aun perdiendo el plebiscito, la UP podía conservar algunas posiciones hacia el futuro.

El buen plan de Allende topaba, no obstante, con dos obstáculos. El primero se sabía: el PS, el partido de Allende, bloqueaba la alternativa plebiscitaria. El segundo se supo después: el propio ejército, mejor dicho Pinochet, vio en el plebiscito una amenaza para una salida militar al conflicto. Así fue que precisamente en los días en los que Allende se aprestaba a anunciar un plebiscito, Pinochet decidió apresurar el golpe. De tal modo Pinochet no dio un golpe solo en contra de la UP, sino en contra de una salida política que, en las condiciones imperantes en septiembre, no podía sino ser plebiscitaria. En cierto modo, la lucha contra el “marxismo” fue un pretexto de Pinochet para hacerse de todo el poder estatal.

Hábil como pocos, Pinochet había establecido una alianza tácita con el sector dominante de la DC: el de Eduardo Frei Montalva. De este modo Pinochet neutralizaba a los partidarios de la salida plebiscitaria dentro de la DC (Fuentealba, Tomic) a cambio de la promesa de realizar una transición de corta duración para después apoyar a un gobierno de centro-derecha presidido por Frei. Pero esa salida “bonapartista”, como sabemos, no estaba en el plan de Pinochet. Su objetivo, por el contrario, era formar un gobierno militar de larga duración, uno que diera fundación a una nueva república de inspiración “portaliana” (sin partidos políticos) En fin, no se trataba de cambiar un gobierno por otro sino de realizar una revolución bajo la conducción de un ejército libertador conducido por Pinochet. El golpe, visto desde esa perspectiva, fue una declaración de guerra a todo el orden político y social prevaleciente.

Solo así podemos explicarnos el carácter sanguinario del golpe militar. Un golpe que no fue solo un golpe: fue el inicio de una guerra en contra de la política, sus instituciones y por supuesto, sus personas. Una guerra llevada a cabo por el ejército mejor armado del continente en contra de una ciudadanía desarmada. Pues hablemos seriamente: los pocos grupos armados de la izquierda chilena -comparados con los Montoneros y el ERP argentino, o con los Tupamaros uruguayos- eran una risa. Ni hablar del Sendero Luminoso que enfrentó Fujimori y mucho menos de los ejércitos de las FARC, las que no lograron, pese a controlar vastas extensiones territoriales, derrumbar los pilares sobre los cuales se sustentaba la república colombiana.

La guerra de Pinochet duraría a lo largo de todo su gobierno. El llamado pronunciamiento del 11 de septiembre fue solo el comienzo de una revolución en contra de toda la clase política chilena de la cual la eliminación física de la izquierda había sido solo su comienzo. La derecha, en abierta complicidad, no hizo resistencia y se autodisolvió. El atentado cometido al general Óscar Bonilla (marzo 1975), hombre de Frei dentro del ejército, marcaría un punto de inflexión. El freísmo y Frei ya no tenían nada que hacer. El posterior asesinato a Frei solo sería la consecuencia lógica de la revolución pinochetista. Una revolución que no se hizo solo en contra de la izquierda y sus partidos, sino, reiteramos, en contra de la política como forma de vida ciudadana. Pinochet mismo lo decía al referirse con desprecio, cada vez que podía, a “los señores políticos”. En esa lucha en contra de la política, la izquierda “solo” puso a los torturados, a mujeres violadas, a los prisioneros, a los exiliados y, sobre todo, a los muertos.

Las desproporcionadas masacres -innecesarias desde todo punto de vista militar- no se explican solo por las alteraciones sádicas de Pinochet y los suyos, propias al fin a todos los dictadores. Ellas formaban parte de la lógica de la revolución militar: la de crear un punto de no retorno. Vale decir: mientras más ensangrentaban sus manos los seguidores de Pinochet, mientras más estrecha era la complicidad de los pinochetistas con la muerte, más lejana aparecería la posibilidad de un regreso a la vida democrática.

Durante Pinochet, Chile se convirtió en una nación-cuartel: sin debates, sin partidos, sin política. Razón por la que Pinochet, a diferencia de otros dictadores, no intentó fundar un partido pinochetista. Su partido ya estaba formado: era el ejército. Sin embargo, sí intentó durante un breve periodo, una nueva asociación: una alianza entre el estado militar y los gremios económicos. Fue el periodo de gloria de su entonces yerno, el fascista Pablo Rodríguez. La alianza duró poco. Pronto comprendería Pinochet que toda alianza funciona en base a compromisos y se deshizo rápidamente de Rodríguez y su poder gremial. El lugar de Rodríguez -el de la eminencia gris- fue ocupado por el “portaliano” Jaime Guzmán.

Asesorado por Guzmán, Pinochet comenzó a fraguar su proyecto histórico: el de un Estado antipolítico “en forma”, situado por sobre las instituciones, pero con un margen de deliberación entre ex-políticos elegidos desde arriba. En otras palabras, los miembros del Estado Mayor del Ejército serían convertidos en una suerte de ayatolas uniformados, secundado por “notables” fieles al régimen.

El “milagro económico chileno”

Lo que nunca pasó por la cabeza del dictador fue que en nombre de la lucha en contra del marxismo, estaba creando, solo bajo otras formas ideológicas, un sistema político muy similar al que regía en Cuba. Pues así como en Europa los regímenes de Hitler y Stalin se parecían entre sí, el de los Castro y el de Pinochet también estaban marcados por signos de semejanza. La diferencia es que en Chile la clase política demostró tener una mayor capacidad de resistencia que la clase política cubana. Pero es inevitable pensar que, durante Raúl Castro, con la apertura violenta de Cuba al capital extranjero, comenzó a tener lugar la alianza perfecta entre el mercado y el estado militar que una vez imaginaron Pinochet y Guzmán para Chile. Ambos murieron sin saberlo. Y los pinochetistas, aunque lo supieron, lo aceptaron en nombre de las, según ellos, milagrosas obras económicas de la dictadura. Pocos términos han sido más falsos que referirse a algunos éxitos numéricos, como un “milagro económico”. Expresión muy infeliz de Milton Friedman.

Friedman conocía el origen alemán de esa expresión y por cierto, sabía también que aludía a un proceso no solo diferente sino completamente contrario al que se dio en el Chile de la dictadura: la recuperación de la economía de post-guerra alemana gracias a la alianza de tres fuerzas: el estado, el sector empresarial y los obreros sindicalmente organizados. Esta última fuerza imprimió un sentido keynesiano al proceso y daría, además, origen a otro término: “economía social de mercado” (Ludwig Erhard). La de Pinochet en cambio fue una economía anti-social de mercado. O para decirlo así: mientras Allende intentó llevar a cabo una política de equidad sin crecimiento, Pinochet llevaría a cabo una política de crecimiento sin equidad.

Citando a una de las voces más autorizadas de la academia económica chilena, Ricardo French Davis: “Es cierto que durante la dictadura de Pinochet se produjeron diversas modernizaciones en Chile. Sin duda, varias de ellas han constituido bases permanentes para las estrategias democráticas de desarrollo, pero otras constituyen un pesado lastre. El crecimiento económico del régimen neoliberal de Pinochet, entre 1973 y 1989, promedió sólo 2,9% anual, la pobreza marcó 45% y la distribución del ingreso se deterioró notablemente”.

Cabe entonces hacerse una pregunta: ¿puede ser caracterizada como exitosa una economía que si bien muestra números positivos en el papel lleva a una nación a niveles de desigualdad sin precedentes, a uno de los más altos del mundo? Si el objetivo de una política económica no son los seres humanos, uno se pregunta cuál puede ser.

El milagro económico de Pinochet es, si no un mito, una de las grandes mentiras del neo-pinochetismo. Como señala el mismo French Davis, el crecimiento económico de Chile comenzó a darse con vigor desde el momento en que los gobiernos de la Concertación incorporaron políticas públicas y sociales a sus programas. “La Concertación logró mejores niveles de crecimiento económico, del empleo, y de los ingresos de los sectores medios y pobres. El crecimiento económico entre 1990 y 2009 fue de un 5% (5,3% si se excluye la recesión de 2009). (....) “Dicho crecimiento económico más políticas públicas activas redujeron la pobreza del 45% al 15,1% de la población. En la dimensión social, no sólo se redujo la pobreza mediante políticas públicas. En efecto, los salarios promedios reales eran 74% superiores en 2009 que en 1989 y el salario mínimo se había multiplicado por 2,37; agudo contraste con los salarios durante la dictadura, que en 1989 eran menores que en 1981 y que en 1970. (...) “Así Chile avanzó más rápido que los otros países de América Latina, y acortó significativamente la distancia que lo separa de las naciones más desarrolladas. El PIB por habitante se expandió a un promedio anual de 3,6%, en comparación con 1,3% en 1974-89”. (Leer versión extendida en: http://www.asuntospublicos.cl/2012/06/el-modelo-economico-chileno-en-dic... )

Hay que agregar por último que no hubo una sola política económica durante Pinochet. Por lo menos hubo cuatro: entre 1973- 1979, la llamada “política de shock” (alzas de precio, recortes presupuestario, disminución de la demanda, desocupación laboral masiva). Entre 1979-1982, un neoliberalismo clásico. Entre 1982-1986, motivada por la contracción del sistema exportador, una política económica de neto corte estatista, incluyendo expropiaciones, control de precios y emisiones monetarias. Desde 1982 hacia adelante, una política pragmática que combinó la libertad de mercado con inyecciones monetarias de tipo keynessiano. Lo único que une a esas cuatro políticas al fin, es el constante ensanchamiento de la tijera social y una baja pero también constante tasa de crecimiento numérico.

Reflexión final

Al llegar a este punto, una reflexión: ¿Y si de todas maneras la política económica hubiese sido tan exitosa como dicen sus partidarios de ayer y de hoy, estaría entonces Pinochet legitimado frente al altar de la historia? De ningún modo. Ni aunque Chile fuese hoy el país más rico del mundo, no hay ninguna razón para justificar crímenes de estado. Pero hay quienes sí lo hacen. Apartando toda ética, reducen la historia a una relación costos-beneficios, aunque los primeros se paguen en vidas humanas, cuerpos torturados, familias destruidas, biografías rotas y violaciones sistemáticas a todos los derechos humanos.

De acuerdo a esa noción sacrificial entre medios y fines, ellos podrían, efectivamente, justificar a los regímenes más monstruosos de la historia moderna. Pues con el mismo criterio con que hoy justifican a Pinochet, pudieron haberlo hecho con Hitler ayer. ¿No puso fin Hitler al desorden generado por la República de Weimar? ¿No terminó con la inflación y el paro? ¿No construyó las mejores carreteras de Europa? ¿No tuvieron todos los alemanes acceso a un Volkswagen? ¿No mejoró el sistema previsional? Y por último, ¿no impidió el avance del comunismo desde dentro y desde fuera de Alemania? ¿Y el Holocausto? Sí, un “pequeño error”. ¿Y no está iniciando Putin, en estos mismos momentos, una reivindicación de la memoria de Stalin? ¿No convirtió Stalin un país de siervos de la tierra en una potencia económica y militar de carácter mundial? ¿Y los millones que murieron en el Gulag? Sí, quizás fue “algo” duro. ¿Y Franco? ¿No dio estabilidad y disciplinó a un país salido de una guerra fratricida? ¿No salvó a su país del comunismo? ¿Y Fidel Castro? ¿No liberó a Cuba del imperialismo? ¿No eliminó el analfabetismo? ¿No tienen los cubanos asistencia médica gratuita? Y así sucesivamente.

A esos, los defensores de tiranos, sean de derecha o de izquierda, los vamos a seguir encontrando en todas partes, dispuestos a inclinarse frente a los del pasado y frente a los que en el futuro vendrán. Sin esa gente, ninguna dictadura habría sido posible.

¡Malditos sean todos!

07 Septiembre 2018

POLIS: Política y Cultura

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El comentario de la semana

Las últimas décadas se han caracterizado por la acelerada rotación de hechos extraordinarios, uno más extravagante, sorprendente, increíble o bizarro que otro, que mantienen a la población en continua zozobra y cambios del estado de ánimo. Con los continuos dislates gubernamentales, se pasa rápidamente de la emoción, asombro o la sorpresa al otro extremo: el desconcierto o la apatía, y generalmente hay irritabilidad. Es un continuo y permanente sube y baja, como en las montañas rusas, que llevan al estrés crónico que ya se sabe es de por si generador de enfermedades, pero también es una demostrada estrategia psicológica perversa para la dominación total de una población. En los últimos años y, sobre todo meses, las fluctuaciones emocionales se han acelerado de manera extraordinaria, difícilmente manejables por el común de los mortales, llevando a muchos a la incertidumbre permanente, la desesperanza y la inacción.

Un ejemplo de la aceleración de la “montaña rusa”, es el “plan para la recuperación económica nacional”, anunciado por Maduro el 20 de agosto, alegrándose muchos al inicio por el aumento del salario, para luego comenzar a preguntarse de donde sacaría el gobierno tan ingentes recursos, luego han visto la rápida escalada de precios de alimentos, medicinas y productos de primera necesidad, de seguidas se están percatando los beneficiarios del nuevo sueldo que se convertía en sal y agua, sin que hubieran recibido un solo bolívar, pasando de nuevo a la frustración.

Estando en pleno proceso de aterrizaje a la nueva realidad económica, el régimen lanza la nueva escala salarial, donde viola acuerdos internacionales, la Constitución Nacional, la ley Orgánica del Trabajo y los contratos colectivos, echando por la borda conquistas laborales adquiridas a través de los años. Implica la desaparición de los contratos colectivos, la extinción de la tabla salarial de la administración pública, haciendo que las diferencias salariales entre cada nivel de las escalas sean muy pequeñas, desapareciendo la meritocracia y los incentivos para mejorar en el trabajo. Capacitarse en el trabajo, hacer estudios de postgrados, diplomados o cursos de mejoramiento, deja de tener sentido, porque no habría mucha diferencia entre el trabajador menor remunerado y aquel con doctorado.

Pareciera que los autores de tanto disparate esperan que los trabajadores se calen una propuesta tan absurda e inaceptable. Es probable que calculen que pueden seguir avanzando en someter a la población, en este caso los trabajadores, en vista que lo han logrado sin muchas resistencias en otros aspectos de la vida nacional, como la ilegítima constituyente, las irregulares elecciones del 20-M, la eliminación de los principales partidos democráticos e inhabilitación de sus líderes más aceptados, la recentralización de la salud que en este momento se profundiza al impedir el nombramiento de las autoridades regionales por el gobernador electo, siendo su competencia… y pare de contar.

Sin duda han avanzado, pero puede que el tiro les salga por la culata. La molestia de los trabajadores y los dirigentes sindicales es manifiesta. El gobierno tiene la ventaja inicial por la división de las fuerzas alternativas, su inmovilismo, el ego recrecido de muchos dirigentes y la ceguera ante los requerimientos unitarios de este momento histórico. Pero hay hechos que apuntan a un cambio en la calidad de la situación política. La lucha de los trabajadores de la salud, encabezadas por las enfermeras, Corpoelec, las quejas de trabajadores del sector público, antes silentes por el control gubernamental y, sobre todo, por lo que podríamos llamar el “síndrome de los pensionados”, quienes andan protestando día a día, demostrando que no aceptan los atropellos y las mentiras gubernamentales. Esta actitud luchadora se puede contagiar y extender a otros colectivos sociales, y dar con el traste de los planes de sometimiento gubernamental. Por allí podrán venir los tiros.

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