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Opinión

Paulina Gamus

Desde tiempos inmemoriales, comenzando por las Tablas de la Ley con los 10 Mandamientos entregadas por el Altísimo a Moisés en el Monte Sinaí, las leyes tienen por objeto ordenar la vida en sociedad. Nuestro Andrés Bello, quien entre sus muchos talentos poseía el de respetable jurista, definió la ley como una declaración de la voluntad soberana que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite. Para Bello, lo decisivo para calificar un acto de ley es la forma en que se gesta y no la naturaleza de la disposición en él contenida.

No sé si en la historia legislativa existieron otras leyes dirigidas al odio, segregación racial, expoliación y exterminio de determinados grupos humanos como fueron las Leyes de Nuremberg promulgadas en 1935 por el régimen nazi de Adolf Hitler y las leyes raciales fascistas en la Italia de Benito Mussolini, a partir de 1938. En ambos casos, el grupo humano contra el que fueron dirigidas fue la «raza judía», considerada inferior y perniciosa. Aunque se extendieron a otros grupos considerados igualmente «subhumanos» como los gitanos, los homosexuales y los discapacitados, especialmente enfermos mentales.

La primera ley cuyo objetivo expreso era cobrar venganza fue la Ley del Talión. Conocida popularmente como ojo por ojo y diente por diente, esta ley fue incluida en el Código de Hammurabi, dictado por ese rey de Babilonia unos 16 siglos antes de nuestra era. Pero la venganza legal nada tenía que ver con política, era la reparación al agredido causando el mismo sufrimiento al agresor.

En el llamado trienio adeco (27 de noviembre de 1945) se creó el Jurado de Responsabilidad Civil y Administrativa para juzgar el enriquecimiento ilícito durante los gobiernos anteriores, desde el de Cipriano Castro hasta el de Medina y castigar el peculado. Bajo tales acusaciones fueron expulsados del país los expresidentes Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita y varios importantes exfuncionarios, como el exministro Arturo Uslar Pietri. La comisión no siempre actuó con equidad y se basó más en el propósito de retaliación política que en la justicia.

Quienes promulgan y se jactan de leyes vengativas suelen ser gobernantes con aspiraciones de eternidad en los cargos. Ignoran que en muchas ocasiones tales leyes tienen efectos bumerán. Veamos una ley venezolana de esta naturaleza promulgada hace apenas unos días: el 28 de abril de 2023: la Ley Orgánica de Extinción de Dominio.

Al jactarse de los prodigios de esa ley aprobada entre gallos y medianoche, Nicolás Maduro dijo: La calidad del debate que han dado ha permitido que tengamos esta novísima ley, poderosa ley, la ley orgánica de extinción de dominio que nos permite de manera acelerada castigar y quitarle el dominio de propiedades mal habidas a las mafias Gracias por esta ley, que en esta fase de la batalla que estamos dando por la moral y la ética, tremenda batalla intensa que vamos a radicalizar, viene a ser la primera ley para golpear durísimo a las mafias corruptas que han pretendido posicionarse en la vida política, nacional y en el escenario del Estado.

Como resultado de esta ley, añadió Maduro, se inició el operativo «caiga quien caiga» y, de paso, mencionó el conjunto de bienes recuperados. Pero no llegamos a saber quiénes cayeron; es decir, a quiénes pertenecían, su ubicación ni su valor. Los bienes incautados: seis edificios, 38 apartamentos de lujo, 28 casas mansión, 16 oficinas, cuatro grandes terrenos, siete empresas, una posada, un club, 13 complejos empresariales, cuatro fundos, 361 vehículos de alta gama, 52 camiones nuevos, nueve motos, nueve autobuses, 23 maquinarias pesadas, 19 aeronaves y siete embarcaciones.

Con respecto a casos y mafias del narcotráfico, apuntó que el dominio extinguido fue: 71 mansiones, un apartamento de lujo, cuatro terrenos, un complejo empresarial con galpones, 62 vehículos de alta gama, tres camiones, 26 maquinarias pesadas, 17 aeronaves, 10 embarcaciones, entre otros, en lo que va de año.

Y como la guinda de la torta, acotó: Sobre los casos de corrupción dentro del chavismo, hay un total de 1.007 bienes incautados hasta este momento. Aseguró que están detrás de recursos monetarios, sobre los cuales no tienen aún cifras concretas.

Según la alocución presidencial, esas propiedades (incautadas o confiscadas) serán distribuidas a los distintos niveles de Gobierno y formarán parte de proyectos para uso de la población venezolana.

Me asalta la curiosidad: ¿A cuáles niveles del gobierno les van a adjudicar las 71 mansiones? ¿Y a cuáles los 423 vehículos de alta gama? ¿Y las embarcaciones —es decir yates— y los aviones y los fundos, edificios, etcétera? ¿Servirá algo de lo expropiado para incrementar las pensiones de los jubilados, los salarios de los maestros, enfermeros, profesores universitarios y demás empleados públicos?

Quedan abiertas las interrogantes. Y es como un fresquito que le entra a uno saber que la ley del «caiga quien caiga» es, por ahora, una cuestion entre bandos o bandas chavistas, es igual.

Twitter: @Paugamus

Paulina Gamus es abogada, parlamentaria de la democracia.

 3 min


Fernando Mires

Hay momentos históricos que son resultado de procesos desencadenantes en donde las grandes personalidades no juegan ningún papel decisivo. Así sucedió en la Primera Guerra Mundial. Hay otros, en donde las llamadas condiciones objetivas son articuladas con la aparición de una personalidad dominante, como sucedió durante la Alemania de Hitler (y en cierto modo durante la URSS de Stalin). Hay, por último, otros en donde hechos dramáticos de la historia, como la guerra de invasión a Ucrania, no habrían sido posibles sin la aparición de una personalidad dominante. Por eso, esa guerra —cuyas consecuencias son todavía imprevisibles— ya es conocida como «la guerra de Putin». Sobre esos temas he escrito el presente artículo.

1. Desde que los humanos comenzaron a narrar sobre «lo pasado» nació la historia. Y aparte de las tradiciones orales que hoy ya casi no existen, la historia es historia escrita: historiografía. Pero no todo el pasado es histórico o digno de ser historiografiado. El mirlo azul que dividió la noche para comenzar el día con su vuelo fue muy bello, pero no creo que pase a la historia, ni siquiera a la personal, pues pronto lo olvidaré.

¿Cuál objeto del pasado es el de la historia? Ni los antiguos griegos, que fueron quienes primero comenzaron a historiografiar, pudieron ponerse de acuerdo.

Homero, quien pese a no ser historiador —era más bien lo que hoy llamamos un escritor de ciencia-ficción— nos escribe una historia en dos libros (la Iliada y la Odisea) cuyos capítulos transcurren entre la predestinación de los dioses y la libertad del ser. Más tarde, Heródoto —a quien algunos nombran el padre de la historiografía— se liberó de la tutela de los dioses, pero no del concepto de predeterminación, pues asumió en gran parte como historia la tradición oral (no había otra).

No es, por cierto, la de Heródoto una historia mitológica como fue la de Homero, pero la tradición, sobre todo la popular, está impregnada por mitos prehistóricos. Distinto fue el caso de su seguidor, Tucídides. Para el autor de Las guerras del Peloponeso la dignidad histórica era obtenida por los hechos cuando estos poseían una connotación trágica —puede que Tucídides hubiera sido aquí influido por las tragedias griegas– y como no hay nada más trágico que la muerte (o el morir), el objeto histórico elegido por el historiador fue la guerra.

Sin duda Tucídides influyó muchísimo a la historiografía romana, sobre todo en su predilección por historiar los grandes acontecimientos. La diferencia con Tucídides es que la línea romana formada por historiadores de la talla de Polibio, Plutarco, Flavio Josefo (judío romano a quien interesó un hombre descalzo llamado Jesús) pusieron énfasis en ensalzar a la grandeza de la Roma imperial, representada en las hazañas del emperador en favor de sus súbditos. Desde esos momentos los romanos nos legaron el problema que ha caracterizado a casi toda la historiografía moderna: ¿qué debe ser más importante para el historiador, los hechos o sus promotores?

Cuando Pascal dijo: «Si Cleopatra hubiese tenido la nariz más corta toda la faz de la tierra habría cambiado», puede que no haya bromeado. De hecho estaba planteando dos temas muy serios: el papel del ser humano en la historia y la contingencia del acontecer. Si Cleopatra hubiese sido más chata o más narigona, es decir más fea, no solo Dino de Laurentis no habría producido su portentosa película ni Liz Taylor y Richard Burton se habrían enamorado. Peor aún: las relaciones entre Egipto y Roma habrían sido menos armoniosas y hasta es posible que la decadencia de un imperio desangrado en guerras hubiese comenzado durante el gobierno de Julio César. Vista así, la historia no seguiría el mandato de una razón dialéctica como imaginó Hegel, ni una determinación condicionada por el desarrollo de las fuerzas productivas, según Marx. La historia en tonalidad romana no sería más que una sucesión de «accidencias» (Aristóteles), determinadas por esos seres tan azarosos que somos los humanos.

Estas divagaciones, aparentemente ociosas, surgen de preguntas nada ociosas que se hacen los historiadores al escribir sobre capítulos cruciales del pasado reciente. Una de las más quemantes es: ¿fue el nazismo obra de un genio maligno llamado Hitler o un hecho que, de una manera u otra, estaba destinado a suceder? O dicho así: ¿fue el nazismo una consecuencia de Hitler o Hitler una consecuencia del nazismo? Por supuesto, una pregunta imposible de responder. Pero, como suele ocurrir, aquí la pregunta es más importante que la respuesta.

Han ocurrido grandes catástrofes históricas sin la presencia de un genio maligno o benigno, entre otros, nada menos que una guerra mundial, la primera, la de 1914. En todo el transcurso de esa absurda guerra no nos es posible encontrar ninguna personalidad determinante. Todo comenzó cuando el serbio-bosnio Gavrilo Princip, sin recibir ordenes de nadie, disparó contra el príncipe austriaco Luis Ferdinand y su esposa (junio de 1914), provocando una reacción en cadena de naciones que se declaraban la guerra solo por cumplir antiguos tratados bilaterales, dejando detrás de sí millones de muertos en los campos de batalla. Pues bien, esa guerra declarada por imbéciles no tuvo a ningún personaje como principal actor. Tanto el presidente Poincaré de Francia, el zar Nicolás, el rey alemán Wilhelm II, eran personas pulsilámines, sin grandes ideas ni ambiciones. 1914 fue una sangrienta comedia que después se repetiría como sangrienta tragedia, cuando Hitler, rompiendo todos los tratados, decidió hacerse de los Sudetes (1938) e invadir Polonia (1939).

La Primera Guerra Mundial resultó de un escalamiento incontrolable. La segunda, en cambio, sucedió de acuerdo a decisiones de líderes político-militares como Hitler, Mussolini, de Gaulle, Churchill. ¿Qué nos demuestra esta diferencia? Algo simple: puede ser perfectamente posible que existan grandes acontecimientos históricos sin mediación de grandes actores, pero también hay otros en donde las decisiones de los actores son determinantes.

2. Repitamos entonces la pregunta: ¿fue Hitler la causa del nazismo o el nazismo la causa de Hitler?

La mayoría de los historiadores coinciden en una opinión: pocos acontecimientos históricos han ocurrido como consecuencia del entrelazamiento de factores objetivos y subjetivos de un modo tan claro como fue el ascenso del nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Hitler —sobre esto también hay consenso— apareció sobre un terreno abonado para la siembra del mal. La Alemania de los 30 no podía sobreponerse de la gran crisis mundial, la desocupación laboral y la inflación competían entre sí, aterrorizando a sectores sociales intermedios. Hambre, pauperización y, por si fuera poco, incompetencia administrativa, era la tónica de cada día. A la ruina económica sucedió la ruina moral. A quienes no gusta la aridez de los libros de historia sugiero leer la conmovedora novela de Erich Kästner, Fabian. La historia de un moralista. Ahí podrá verse cómo la honestidad y la decencia se convirtieron en rara mercancía durante la república de Weimar. Las élites intelectuales no paraban de hablar de la patria humillada (Tratado de Versalles) culpándose entre sí. Y por si fuera poco, aparecía la amenaza del imperio soviético, no ficticia, muy real.

Stalin repetía incansablemente que el próximo país comunista iba a ser Alemania. Socialistas contra comunistas y ambos contra los fascistas se apaleaban en las calles. En ese ambiente enloquecido comenzaba el ascenso de Hitler, señalando a los dos enemigos de su nación, uno interno y otro externo: la Unión Soviética y los capitalistas usureros, quienes pasaron a ser en su retorcida retórica una raza-clase: los judíos. En fin, las condiciones objetivas y las subjetivas se daban la mano para que Hitler llegara pacíficamente al poder con el cometido de «salvar a la patria» en contra de enemigos reales e imaginarios. Por eso, y por nada más, Hitler fue amado por su pueblo.

El fascismo fue populista, pero no todo populismo es fascista, escribió acertadamente Ernesto Laclau. En el caso de Hitler, se dieron todos los ingredientes del fenómeno populista: comunión del pueblo con el líder, interpelación irracional a las masas, sobrepaso de las instituciones del Estado, entre otros. Esa es la diferencia fundamental entre un líder como Adolf Hitler con quien ya muchos consideran su sucesor del siglo XXI, el ruso Vladimir Putin.

3. Hitler era populista, Putin no lo es. Esto último es fundamental para entender los peligros que estamos presenciando en estos días.

Recapitulando: mientras los sucesos que llevaron a la Primera Guerra Mundial no tuvieron hechores sobresalientes, los que llevaron a la segunda resultaron de la articulación entre realidad objetiva y subjetiva, representada esta última por Hitler y el grupo de orates que formaban su comando central (Goebbels, Himmler, Göring y otros). En los acontecimientos que hoy nos tienen al borde de una tercera guerra mundial también hay un hombre-centro como ayer fue Hitler. Pero se trata de uno que se antepone a todas las condiciones objetivas, un ser que ha transformado a su propia subjetividad en objetividad. Putin no es en términos exactos el Hitler del siglo XXl, es algo más: es Putin. A esa singularidad del fenómeno hay que prestar atención.

Que Alemania pre-Hitler estaba amenazada por Stalin era una verdad. Que la Rusia de preguerra estaba amenazada desde el exterior y desde Ucrania fue una mentira de Putin. Naturalmente, los putinistas de distintos colores argumentan que fue el avance de la OTAN la razón que «obligó» a Putin a invadir a Ucrania. La historia, sin embargo, nos relata otras cosas: la OTAN fue ampliada en la misma proporción en que Europa crecía después de la liberación de nuevas naciones del yugo soviético. Pero nunca la OTAN avanzó hacia territorio ruso. Tampoco intervino después que Putin anexara Chechenia y parte de Georgia y, cuando en el 2014 Putin anexó a Crimea, la OTAN miró hacia otro lado.

Putin jamás hizo un reclamo formal por la ampliación de la OTAN. Ni en vísperas de la invasión a Ucrania puso Putin como condición el fin de la ampliación de la OTAN. La ampliación de la OTAN como razón de la invasión a Ucrania carece de todo basamento histórico.

Que la situación económica y social que llevó a Hitler al poder era catastrófica es innegable. Pero nada parecido ocurría en la Rusia de la preinvasión. La economía, gracias a los grandes niveles alcanzados en la exportación de gas y petróleo hacia Europa, marchaba sobre rieles. Nunca la ciudadanía rusa se había sentido mejor que antes de la guerra a Ucrania, aceptando el contrato tácito de no meterse en política a cambio de un relativo bien pasar. Más aún: pese a un par de leves sanciones formales, las relaciones diplomáticas de Rusia con Europa transcurrían de un modo extraordinariamente amistoso. Los contratos comerciales se multiplicaban y, aparte de pequeños grupos de nacional-eslavistas que giraban alrededor de Alexander Dogin, las élites culturales rusas se sentían integradas a Europa. ¿Por qué Putin entonces inició una guerra en contra de Ucrania?

En la guerra a Ucrania no encontramos ni un escalamiento como el que llevó a la Primera Guerra Mundial ni tampoco una economía destrozada ni a una masa militarista y fanática como fue la del nazismo. Al fin, por más vuelta que demos al problema, no podemos sino llegar a una conclusión: la invasión y la guerra a Ucrania fueron el producto de la mente de Putin. Pocas veces, quizás nunca antes, las condiciones subjetivas han logrado imponerse en la historia con tanta fuerza sobre las objetivas.

La guerra de Putin a Ucrania y por ende a Occidente, no estaba programada en ninguna razón de la historia, en ninguna lógica militar, en ningún plan económico. Esa ha sido, es y será denominada «la guerra de Putin». La de un hombre dominado por nociones premodernas, un reaparecido déspota del siglo XVII, un comunista vuelto fanático religioso, un fantasma del viejo pasado enquistado en las inmediateces de la Europa posmoderna; en fin, un «imperialista posimperial», para decirlo con las palabras del historiador Timothy Garton Ash.

Probablemente los gobernantes europeos se dejaron engañar intencionalmente por Putin. Puede haber sucedido también que no hicieron ningún esfuerzo para entender su irracionalidad, o si se prefiere, su otra racionalidad. Putin es un devoto de la antigua Rusia zarista y, por lo mismo, un antipolítico radical. Sus valores son arcaicos: culto a la patria, a la religión, a la violencia. Piensa como un emperador medieval e imagina que la riqueza de las naciones está basada en su extensión territorial. Como en los tiempos de Maquiavelo, cultiva el asesinato político por envenenamiento y, últimamente, por desfenestración. Su odio a Occidente es un odio a la modernidad, no a la de la técnica —que como a Hitler, lo obsesiona— sino a la del libre pensamiento. Por eso ama al rusista Stalin y odia al europeizado Lenin. Y por eso mismo desprecia a la Europa de hoy, a su multiculturalidad, a su multisexualidad, a las instituciones que limitan el poder.

El poder de Putin es ilimitado, indivisible, incompartible. Probablemente imagina que él es Rusia y Rusia es él. Por lo tanto, los ucranianos, al desear ser europeos, son seres que han traicionado a los «lazos de sangre» (Putin dixit) que los ataban con Rusia, como escribiera en su confuso ensayo del 2021. La destrucción de ciudades ucranianas, asesinatos de niños y seres indefensos, no son equivocaciones en sus objetivos de guerra. Son el objetivo.

4. Cuando llegue el momento de historiar la guerra que comienza en Ucrania, puede que el concepto de historia cultivado por los griegos y por los romanos —centrado en los grandes acontecimientos y en los grandes hombres— no nos sirva demasiado. Putin está muy lejos de ser un gran hombre. Es, por el contrario, un ser pequeño (en eso sí se parece a Hitler) aunque situado sobre un poder inmenso. Las filosofías de la historia, ya sea en sus versiones hegelianas, positivistas, marxistas, centradas en la lógica interna de los procesos, tampoco nos serán muy útiles para analizar el poder unipersonal del Estado putinista, en algunos puntos tan cercano al hitleriano y al staliniano, pero también, en otros, muy distinto.

Quizás la persona que más se parece a Putin existe en la historia de la literatura universal y no en la historia de los grandes acontecimientos hstóricos: sí, me refiero al rey Macbeth.

Llegado al poder asesinando (miles de chechenios lo supieron), atizando intrigas palaciegas y deshaciéndose de potenciales enemigos, Putin, como Macbeth, ha alcanzado la cima del poder absoluto, rodeado de aduladores, entre ellos el miserable Medvédev. La diferencia es que Putin no es el Macbeth escocés de Shakespeare, sino uno internacional, rodeado por los dictadores de la era global. Pero, al igual que el Macbeth originario, solo puede ejercer el poder desde su propia soledad. Lo que no sabían Macbeth ni Putin es que el poder absoluto no fue hecho para los humanos y que, los que han llegado a alcanzarlo, al no encontrar a nadie ni nada que los sostenga, terminan por hundirse en el abismo de su propio vacío.

«El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente», fue una famosa frase de lord Acton. Modernizando las palabras del aristocrático historiador inglés y mirando desde lejos a Putin, podríamos decir hoy: «el poder enloquece, y el poder absoluto enloquece absolutamente».

Twitter: @FernandoMiresOl

Fernando Mires es (Prof. Dr.), Historiador y Cientista Político, Escritor, con incursiones en literatura, filosofía y fútbol. Fundador de la revista POLIS.

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Alejandro J. Sucre

EEUU es el país luz de libertades. Soy hijo de profesionales graduados en EEUU. Siempre he tenido propiedades en EEUU. Soy graduado de pregrado y maestría en 4 universidades estadounidense.. Actualmente estoy cursando estudios de inteligencia artificial en una universidad americana. Paso la mayoría de mis vacaciones en EEUU. Me encanta su espíritu emprendedor. Su población es la gente mas generosa del mundo a la hora de aportar ayuda a los pueblos más necesitados. Son gente abierta, que abraza al emigrante. Tiene tanta gente creativa que le dan empleo al mundo. Son una locomotora del desarrollo mundial. Inventores de los fondos de capital de riesgo junto a los ingleses. Un pueblo que se construyó con los valores del trabajo y la generosidad. El “In God we Trust” lo ejecutan y convierte a sus ciudadanos en un pueblo esplendido y creador. Si alguien quiebra en un negocio le dan mas dinero para corregir las acciones y nada de traumas. Me encanta que sea un país tan atractivo para la inversión de todos los ciudadanos del mundo. Todo ciudadano que tiene dinero desea invertir en la bolsa de valores de ese país grandioso lleno de empresas fantásticas y nuevos emprendimientos. Veo que los lideres que oprimen a los ciudadanos de sus países usan a EEUU como chivo expiatorio o como enemigo imaginario para conculcar derechos a los ciudadanos bajo un supuesto falso de guerra fabricada con esa poderosa nación. China y Rusia nunca podrán ser verdaderos polos de atracción de inversiones ni de asentamiento de nuevas familias, como lo es EEUU y Europa, sus mismos ciudadanos invierten en EEUU.

No obstante mi admiración por los EEUU, donde normalmente los ciudadanos del mundo esperamos políticas internacionales que generen el bien común, veo que el gobierno del presidente Biden no representa esos valores en la Venezuela de hoy. La Administracion Biden ha realizado o mantenido contra Venezuela medidas muy crueles contra los ciudadanos venezolanos.

Biden mantiene la política de no permitir viajes directos desde Venezuela a su nación a ningún ciudadano ya por 4 años. En lugar de prohibir la entrada a personas sancionadas únicamente como lo hace Europa, sanciona a toda la nación. Cierra la posibilidad que Venezuela venda su petróleo a los países de occidente y obliga al gobierno de Maduro a vender de forma off récord el petróleo, lo que impide todo tipo de auditoría y hace caer los ingresos de la nación. No permite el pago de deuda externa, ni permite que Europa invierta en reestructurar operaciones y deuda de PDVSA. No permite la defensa legal ante acreedores, y ahora amenaza con repartir CITGO entre unos acreedores falso como Cristalex.

Con la política de sanciones económicas, Biden y sus colaboradores escogen a los dirigentes opositores y los apoltrona con dinero retenido de Venezuela en un exilio dorado y resta recursos al PIB con sanciones, lo que frena recursos de los ciudadanos para financiar a nuevos opositores en el terreno que sí van a elecciones. No permite que el pueblo venezolano elija libremente.

La Administración Biden debe levantar las sanciones económicas unilateralmente y ya sin esperar ningún acuerdo entre el chavismo y los opositores en el exilio dorado. Ni chavismo ni oposición en el exilio llegaran a acuerdos ya que ambas se benefician de la caja negra que generan esas sanciones. Las elecciones en Venezuela se realizan siempre y no necesitan la amenaza de la Administración Biden. Mas bien las sanciones dan excusa de posponer elecciones. La oposición venezolana ha demostrado que puede ganar elecciones aun en desventaja. En Venezuela nunca se han dejado de hacer elecciones bajo el chavismo. Tampoco el chavismo pudo cambiar la constitución del 1999. Así que sí hay fuerza democrática en Venezuela y no dependemos de los opositores exiliados ni del apoyo de la Administración Biden para realizarlas.

Es verdad, la Administración Biden debe cobrar el trabajo de sus fiscales por identificar y retener dinero robado al pueblo de Venezuela por los corruptos, pero no repartir todo entre los mismos corruptos a cambio de nueva información y los fiscales que los atrapan. Se convierte en un negocio que nada beneficia a Venezuela. La Administración Biden debe crear una cuenta custodia con el dinero recuperado para reinvertirse en Venezuela cuando haya elecciones. Biden con cinismo luego de debilitar la economía a un 20 % del PIB con sanciones petroleras, ofrece residencia también a los venezolanos capacitados para que atiendan su economía y manda ayuda humanitaria a los venezolanos arruinados. Así la Administración Biden debilita la economía con sanciones económicas, aumenta la fuga de talentos que genera la corrupción administrativa en Venezuela y se queda con el talento venezolano dejando a Venezuela con menos fuerza ciudadana para recuperarse. Y luego ofrece ayuda humanitaria. Un cinismo.

Pobre ciudadano venezolano: la Administración Maduro tiene grandes corruptos en sus filas, Colombia quiere Monómeros, Biden quiere Citgo, Guyana quiere el Esequibo, Putin le quita la clientela petrolera a Venezuela, China cobra deudas de dinero que nunca entraron al país. Con razón su pueblo pasa hambre. Lo increíble es que bajo la administración Biden, el ciudadano venezolano no se ve con esperanza a los EEUU como país promueve el desarrollo de otros ciudadanos del mundo. La Administración trata de matar ratones asfixiando a todos los ciudadanos con sanciones económicas al petróleo.

Twitter: alejandrojsucre

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Carlos Raúl Hernández

Homo sapiens sapiens, llamados por la antropología humanos modernos, con cerebro de Einstein y manos de Yuja Wang, mantienen la poderosa tendencia a expandirse, ocupar nuevos espacios y dejan África a cambio del mundo. Aun sedentarizados, continúan las migraciones para explorar y crear dominios más amplios, el primero de ellos, según los expertos, el imperio acadio, que menciona Conan, antepasado del exgobernador Schwarzenegger de California. Desde el siglo XXIV a. C, la humanidad vivió bajo los imperios, nada nuevo, ni etapa superior del kapitalismo, según Lenin, a menos que creamos que a General Motors la auspiciaron Akenatón y Nefertiti, o Agamenón, que atravesó el Egeo hasta Turquía para conquistar Troya. Desde entonces cada región, poblado, ciudad, estuvieron bajo el influjo de los imperios, con ciclos de desorden y reacomodo, al caer unos y comenzar otros. Cómo modelos puros o tipos ideales, se dividen en dos ramas: depredadores, a los que solo les interesa llevarse lo que pueden, y generativos, creadores de civilizaciones, sociedades estables, la prosperidad, en beneficio propio y extraño, según el filósofo español Gustavo Bueno, entre otros

Marx simpatizó con los imperios por ser consustanciales al desarrollo de la civilización y en 1850 dijo que, gracias al avance europeo, pronto en la Gran Muralla China alguien escribiría liberté, egalité, fraternité, y que se sepa, no lo acusaron de eurocéntrico o racista. En paralelo contradictorio (¿meridiano?) nace el nacionalismo europeo, con las revoluciones francesa, norteamericana y la independencia de Latinoamérica. Surge en medio del debate inconcluso e inconcluible, sobre el multívoco concepto de nación, analizado recientemente por mi admirado amigo Eduardo Jorge Prats. Se consolida, por un lado, la perspectiva romántica de nación o patria, acuñada entre otros por el filósofo alemán Johann Hamann, que un discutible poema inspirado por él, resume como “hijos en las calles, amores en la memoria y huesos en los cementerios”), el pueblo arraigado a la tierra por tradiciones, lengua, etnia y sentimientos, la identidad. Renan se burla y dice que “no podemos andar por las calles midiendo los cráneos a la gente, para gritarles ´¡eres mío!´”. En el derecho romano, uti possidetis iuris, (poseerás lo que posees) confiere un carácter estable a la soberanía, que pese al rotundo latín carece de universalidad, porque aplica solo con apoyo militar.

Hasta a victoria de Alemania en la guerra franco-prusiana (1871), Alsacia-Lorena pertenecía a Francia y el tratado de Fráncfort, una convención, la pasó al bigote enemigo. Luego derrotada Alemania en la primera guerra (1919), vuelve a manos francesas por otro tratado, el de Versalles. En los acuerdos a nadie le preocupa cuántos alsacianos hablan alemán o francés, si son protestantes, católicos, si ellos querían, o si cantan october festch schlager. En el ámbito internacional, el concepto de nación es constructivista y únicamente político, división territorial pactada entre estados y el patriarca del derecho constitucional, Hans Kelsen dice con frialdad ártica, al estilo de la primera constitución francesa (1791), que nación es “un conjunto de actos administrativos regidos por la ley”, simple y llanamente, sin cultura popular, ni niños muertos. Hasta la mitad del siglo XX, Ucrania era Rusia y territorios suyos habían sido polacos, pero hoy es un Estado independiente y la “operación militar especial” es según el derecho, violación de la soberanía, no importa cuántos ucranianos hablen ruso y el futuro lo regirán nuevos protocolos.

La soberanía territorial no reproduce la historia, sino las correlaciones de fuerza en ella, porque siempre hubo naciones más poderosas, agresivas, inteligentes, armadas, creativas, trabajadoras y productivas que se impusieron a otras. Si no, la mitad de EE. UU hoy sería de México. Pero el destino territorial es mutable: nadie podía pensar en 1800, que un siglo después EE. UU imperaría en el mundo, como si hoy alguien afirmara que en el siglo XXII la superpotencia será Suráfrica. La vida de los países atrasados cambió con la teoría del imperialismo, tejida por Rudolf Hilferding (El capital financiero) y Lenin (El imperialismo, fase final del capitalismo) quien la desplegó por el tercer mundo desde el imperio soviético, para odiar la riqueza kapitalista. María Elvira Roca señala una confusión epistemológica entre los conceptos de imperio y colonialismo que se desprenden del leninismo. Imperio define sistemas de expansión generativos, que no depredan, sino construyen instituciones, sociedades mestizas y estables, productivas, gracias a gobernabilidades consensuadas, las grandes civilizaciones, Mongolia, China, Roma, España, Rusia, EE. UU. Al florecimiento civilizacional en el imperio musulmán de los siglos VIII y IX, se le da la jerarquía de “primer renacimiento”, con la medicina, la arquitectura, Avicena, Averroes, las Mil y una noches, las danzas de vientre, las Rubayatas de Omar Al Khayyan.

Colonialismo o imperialismos depredadores fueron Inglaterra, Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, en Asia y África. En el proceso judicial a Cristo, en cuyas irregularidades Roma declina participar, se transparenta el respeto a las instancias de justicia por el imperio romano. En cambio, Napoleón se tituló emperador por menos de los efímeros 11 años que terminaron en Waterloo, durante los cuales sus familiares fueron “reyes”. La teoría leninista, como dijo Carlos Rangel, da origen al tercermundismo, que concibe la relación entre los países desarrollados y subdesarrollados como contradicción antagónica, que solo resuelve la ruptura (el comunismo) y no como contradicción complementaria. Aunque en las relaciones entre naciones o entre personas no impera el bien a priori, sino intereses, que no son pocos ni trasparentes, las sociedades que convivieron con EE. UU, les fue mejor que a las hostiles, bloque soviético, Cuba, Norcorea, África socialista. Ahora le irá mejor al mundo si regresa a la convivencia EE. UU-China.

Hoy el factor dominante de las relaciones internacionales es la crisis hegemónica entre esas dos potencias, que no nace sistémica, aunque decisiones políticas miopes la convierten. Es la borrachera de sanciones de Trump y Biden, su actuación de capataces y no de líderes de la mayor potencia: rompen el acuerdo nuclear con Irán, siembran guerra en Ucrania y ahora en China, cubanizan o haitizan a Venezuela; presionan a Argentina para que compre aviones suyos más caros, vejan a Arabia Saudita, para luego visitarla, sacrifican a consciencia a Europa, imprimen desaforadamente moneda para financiar una política internacional torpe , afrontan la pandemia con irresponsabilidad financiera, hacen política económica interna populista para que luego la Reserva Federal eleve las tasas de interés, lo que promueve la crisis bancaria. Dicen que el arte de gobernar consiste “en impedir que todos se arrechen al mismo tiempo”, pero Trump y Biden no lo han oído. El peor daño se lo hizo EE. UU a si mismo al lanzar a su mejor aliado, OTAN, al abismo insondable, sin necesidad alguna, por seguir estrategias diletantes de Rand Corporation, y como escribí varias veces, permitir que se cerrara la brecha entre China y Rusia.

China era (y a esta hora todavía es) el primer socio comercial de “occidente” y desde su visita a Alemania en 2010, Putin hizo esfuerzos por también serlo. Planteó entonces una “comunidad de libre comercio desde Lisboa hasta Vladivostok”, respaldado por el ex canciller alemán, Gerhard Schroeder (socialista) y la canciller Angela Merkel (democristiana), quien declaró “hace tiempo que Rusia dejó de ser un enemigo, para ser un socio de la UE y de Alemania”. En la luna de miel, Europa celebraba de antemano un acuerdo entre la OTAN y Rusia “para construir el escudo antimisiles en Europa”. La Comisión Europea, desde Bruselas, declaraba que “ambas partes están convencidas de que ese acuerdo facilitará el ingreso de Rusia a la Organización Mundial del Comercio”. Todavía en 2018 la gran esperanza, según interpretaban masivamente los analistas, era el Nord Stream II, que resolvería el abastecimiento energético a un bajísimo costo para compensar la baja productividad de Europa por las amarras impositivas, poca innovación y inexistente capacidad de autodefensa.

El tubo cruzaría el Báltico, no Ucrania, porque para la U.E estaba era un Estado fallido, traficante de órganos, corrupto. Rusia y Alemania pactan el Nord Stream II, una infraestructura de 15.000 millones de dólares, no los dejan abrirla y luego la destruyen tranquilamente, una sentencia a la economía europea, aunque se lance en brazos chinos o de cheyenes. Lejos de incorporar a Rusia, decidieron hostilizarla y avanzar hacia sus fronteras, con el hito del golpe de Estado del Maidan en 2014, que hace huir de Kiev a la población rusoparlante para refugiarse en Dombass y Donets, donde los persiguen y se inicia la guerra civil. El mundo pende: guerra en Ucrania, provocaciones en Taiwán, hostilidades entre Israel e Irán, y entre EE. UU e Irán, crisis político-militar-humanitaria en Sudán y un poderoso bloque de naciones enfrenta al dólar. La izquierda aprovecha el hervidero nuclear, la exasperación de conflictos en todas partes para lavarse la cara y presentarse como nazarenos. No estoy seguro de donde provienen el cerebro de Einstein y las manos de Yuja Wang.

@CarlosRaulHer

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Roger Bartra

El gobierno de López Obrador ha dejado en la intelectualidad una estela oscura de pesimismos y ha ocasionado una gran alarma. Se ha extendido la idea de que hay una erosión de la democracia y que se desprecia el Estado de derecho. Se siente que hay una anulación de la opinión pública y que están cancelados los diálogos. Se observa que el pensamiento crítico no incide en el curso de la política gubernamental. Muchos perciben que, en medio de la abundante palabrería política, el silencio se cierne sobre ellos. El asombro por el desmantelamiento del aparato cultural y el abandono del apoyo a la investigación científica están generando una amargura acompañada a veces de autocensura. El desgarro del tejido social no parece preocupar a los gobernantes. La academia, amenazada, no responde críticamente de forma articulada. Aunque hay una crítica muy activa en los medios y en las redes, ello no parece hacer ninguna mella en las políticas públicas. Pareciera que predomina una crítica ferviente que no llega a ningún lado. Se cree que hay una sociedad civil inerte y estéril. Quienes buscan una salida temen que el espíritu crítico se ha quedado sin fuerza y las esperanzas en la izquierda que creció con la transición democrática se marchitan al darse cuenta de que esta ha quedado atrapada en un enredo ideológico. ¿Qué hacer? es la pregunta que surge con cierta desesperación.

En 2021 publiqué un libro que comparte este malestar y que trata de explicarlo. Mi pesimismo se cristalizó en Regreso a la jaula que, no obstante, intentó buscar alguna salida. Pensaba que enfrentábamos un populismo reaccionario que amenazaba con llevarnos a una peligrosa deriva autoritaria. López Obrador había llegado a la presidencia gracias a una profunda crisis del gobierno de Peña Nieto y del PRI, fruto de una gran corrupción y de una confrontación entre tecnócratas y nacionalistas. Podemos asegurar que el PRI y su gobierno fueron la clave del triunfo de López Obrador: lanzaron a un lamentable candidato a la presidencia, aniquilaron la fuerza de Ricardo Anaya, el contendiente panista, acusándolo falsamente de fraude y además estimularon un importante flujo de votos hacia López Obrador por medio de gobiernos estatales y sindicatos. Con ello el PRI impulsó una restauración política del viejo régimen de la peor manera: llevada a cabo por otro partido, Morena. Así se inicia en 2018 lo que he llamado un régimen retropopulista con inclinaciones autoritarias.

En las elecciones intermedias de 2021, ante el desastre retropopulista, resurgió en cierta manera el Pacto por México y se aliaron el PAN, el PRI y el PRD. Lograron impedir que el partido en el poder obtuviera una mayoría calificada en la Cámara de Diputados, con lo cual podían bloquear reformas a la Constitución. De cierta forma recuperaron el espíritu de la transición democrática. Tras el ridículo de una pseudo-revocación de mandato, convertida en una ratificación en la que hubo una abstención masiva, el presidente planteó su intención de impulsar tres contrarreformas: la energética, la militar y la política. No logró implantar la energética, pero impuso la militarización. Trató de cambiar la estructura del poder legislativo y las funciones del INE, pero fracasó. Ante el fracaso, siguió intentando implementar un dañino Plan B mediante cambios en las leyes, que ha sido frenado por la Suprema Corte.

Estamos ante una fuerte tendencia restauradora y esta no ocurre solamente por el impulso que le da un presidente con vocación caciquil que trata de instaurar mecanismos carismáticos. Las tendencias restauradoras que querían volver a los tiempos del nacionalismo revolucionario crecieron durante el gobierno de Peña Nieto como respuesta a doce años de gobierno del PAN. Fueron continuadas por el populismo reaccionario de López Obrador. Hay que reconocer que tienen una base social: son los agraviados por la rápida modernización capitalista y los resabios lastimados de sectores en proceso de desaparición en el campo, así como las tensiones de una masa rural que se desplaza a las ciudades en el contexto de una gran dislocación social y de desgarraduras en el tejido de la sociedad.

Como sabemos, en la historia no hay ejemplos de verdaderas restauraciones. Las clásicas restauraciones monárquicas en Francia no fueron auténticos retornos al pasado. Lo mismo está ocurriendo en México: la restauración del viejo régimen nacionalista revolucionario que duró más de setenta años es imposible. El intento restaurador es frenado por la presencia de un sistema democrático instaurado a fines del siglo pasado y por el hecho de que no existe una cultura política sólida que pueda ser el cemento de un regreso a tiempos idos. El presidente López Obrador intentó impulsar una revolución cultural contra sus adversarios, los conservadores que se imagina, en su espejismo mental, que se le oponen. Pero en realidad su intento de revolución cultural fue enderezado contra las esferas intelectuales, académicas y periodísticas que se fortalecieron durante la transición democrática, unas esferas culturales que no tienen nada de conservadoras. En estas esferas hay un gran pluralismo ideológico y político, pero no se observan en ellas tendencias retrógradas. Hay allí principalmente inclinaciones modernas del liberalismo, de la derecha, de la socialdemocracia y de las tecnocracias avanzadas. El presidente impulsó su revolución cultural bajo la forma de una llamada “constitución moral” carente de toda fuerza intelectual, sin ideas robustas y basada en una añeja moralina. López Obrador perdió claramente esta batalla. Ha sido un fracaso que ni siquiera llegó a ser estrepitoso. Hoy no quedan más que unas ruinas olvidadas de aquella revolución moral que pretendió.

Estamos ante una situación extraña. El proyecto de transformación del régimen carece de un discurso sólido, aunque en las mañaneras no deja de fluir de una manera incontenible una perorata, acompañada de actitudes agresivas, insultos, banalidades y mentiras. Este derrame constante al parecer tiene un atractivo efecto hipnótico en muchos, quienes, a pesar de darse cuenta de que se trata de una retahíla de absurdos, quedan atrapados en el discurso presidencial, que la prensa no deja de reproducir diariamente. Hay que agregar que López Obrador no tiene en su entorno un grupo de intelectuales preparados e inteligentes que puedan traducir el flujo elemental y primario de las mañaneras en un mensaje coherente. La derrama cotidiana de palabras tiene como objeto lo que el presidente llama el “pueblo”, que no absorbe discursos sofisticados, y no parece que nadie pueda traducirlo a una versión inteligente y lógica. El régimen carece de una intelectualidad orgánica fuerte: se reduce a unos cuantos comentaristas, a algunos caricaturistas y a muchos matraqueros que repiten los insultos y las agresiones presidenciales. Hay unos cuantos intelectuales que apoyaron inicialmente con entusiasmo el proyecto de la 4T, pero que paulatinamente han expresado ideas críticas y –en consecuencia– han sido marginados a una condición ambivalente e incómoda. Para resumir, el arsenal ideológico del régimen es muy precario.

Al meditar sobre esta situación, resulta intrigante el pesimismo reinante en los medios que se oponen al gobierno. Diríase que hay –en el terreno de las ideas– una enorme ventaja del sector crítico que se resiste a aceptar los discursos superficiales que emanan de los círculos oficiales. No me cabe duda de que esta peculiar situación provocará que, en el largo plazo, el presidente populista pase a la historia como uno de los peores gobernantes que ha tenido México. Y, sin embargo, estamos ante un líder cuya popularidad, medida por las encuestas, se ha mantenido elevada, por arriba del 60%. Esto impresiona e inspira pesimismo.

Pero esta situación no me parece suficiente para que tantas personas vean un futuro negro para la oposición. El futuro sin duda es oscuro para el país por las consecuencias de las equivocadas y erráticas políticas populistas. Hay otra explicación que permite entender el extendido pesimismo. Una gran parte de los comentaristas e intelectuales –así como un sector importante de la clase media y de la opinión pública– está convencida de que los partidos políticos de oposición se encuentran arruinados, carecen de ideas y no tienen líderes atractivos. Hay una generalizada actitud antipolítica que desprecia profundamente a todos los partidos. Estamos ante una situación paradójica: los principales partidos de oposición –el PAN, el PRI y el PRD– son los que a fines del siglo pasado pactaron la reforma electoral que abriría el paso a la transición democrática, con la fundación del IFE. Durante el periodo de transición solo surgió un nuevo partido, aunque calificar a Morena de ser una nueva formación política es un exceso, pues se trata básicamente de una continuación del PRD con otro nombre. El espectro de los partidos políticos hoy es esencialmente el mismo que teníamos antes y durante la transición. Podrá parecer un panorama lamentable, pero no hay otro.

Muchos ciudadanos han esperado una mejora y un cambio en los partidos políticos. Se ha deseado que el PAN adquiriese claramente posiciones liberales. También se ha querido que lo que queda del PRD se convierta en un partido socialdemócrata. Se esperaba que el PRI abandonara el nacionalismo revolucionario para distinguirse de Morena y distanciarse del pasado corrupto. Sin embargo, debemos deplorar que estos tres partidos, hoy en la oposición, no hayan logrado transitar plenamente hacia territorios nuevos. Sin duda hay muchas razones que justifican las actitudes antipolíticas. La alianza de tres partidos de oposición parece a los ojos de muchos como algo poco razonable, pues son grupos que provienen de tradiciones ideológicas diferentes. Cada uno de estos partidos arrastra lastres de corrupción. El PAN no ha resuelto el hecho de haber albergado a un funcionario tan despreciable como Genaro García Luna, que hoy está preso en Estados Unidos al haber sido declarado culpable de aliarse a los narcotraficantes. El PRI carga a cuestas la pésima imagen del gobierno de Peña Nieto, atravesado por la corrupción, y además sufre el desprestigio de haber sido el partido oficial durante los decenios de autoritarismo. El PRD acarrea la culpa de haber sido el partido que incubó el huevo del populismo reaccionario; sus corrientes socialdemócratas no se atrevieron a extirpar el mal a tiempo, por oportunismo o por ceguera. Estos hechos y muchos otros errores han contribuido a generar una pésima imagen de estos partidos políticos, pero no es este el lugar para hacer un balance de sus defectos y virtudes. No hay que olvidar que el PAN fue decisivo en el tránsito a la democracia, al ganar las elecciones del 2000. El PRI contribuyó a lo largo de los años a consolidar una institucionalidad política que hoy valoramos mejor al ver cómo el actual gobierno erosiona a las instituciones. El PRD colocó a la izquierda en las más elevadas órbitas de la política, aunque acabó desperdiciando el intento de fijar las ideas progresistas en el escenario. Hay que decir que los dos partidos aliados al gobierno, el Partido Verde y el Partido del Trabajo, son inmensamente más corruptos que los partidos de la oposición. Y el partido oficial está atado a la putrefacción del gobierno.

No pretendo pulir o abrillantar la imagen de los partidos políticos en México. Reconozco que tenemos una clase política de bajo calibre y muy contaminada por las toxinas propias de su oficio. La lucha por el poder y las ambiciones personales son un factor que deteriora la política. La grandeza de estadistas es un fenómeno raro en todas partes. Y, sin embargo, la democracia es inconcebible sin los partidos. Las divisiones que cruzan la sociedad se expresan en forma civil y organizada en las elecciones y en los mecanismos de representación. Todo demócrata sabe que estas son verdades fundacionales. La ciudadanía debe comprender que cuando se deterioran los partidos es necesario civilizarlos o, en las elecciones, apartarlos del poder. Pero las ciudadanías también en ocasiones se deterioran y con ello amenazan las bases de la democracia, por ejemplo, con la catastrófica influencia de los grupos de narcotraficantes y del crimen organizado. Hay muchas formas en que las ciudadanías se deterioran o se estropean. La que vemos además en México implica la compra de apoyos mediante programas clientelares de reparto de dinero. Este es el “pueblo” que le gusta al gobierno. Los populistas suelen despreciar a los partidos, que son la expresión de una sociedad dividida y no representan al “pueblo”, que es único, indivisible y se expresa a través del líder.

Estamos ante una contradicción. La parte más independiente y culta de la sociedad civil está ante partidos de oposición que le disgustan y, por otro lado, ante la fuerza de una crítica que razona con inteligencia su oposición al populismo gobernante. La paradoja aparece como alarmante cuando una gran parte de esta fuerza crítica menosprecia al sistema de partidos. Es evidente que, si queremos un cambio en las elecciones de 2024 para evitar que continúe el partido oficial en el poder, esta contradicción tendrá que ser resuelta. Los partidos podrían mejorar su imagen acercándose a la ciudadanía y los críticos deberían comprender que en tan poco tiempo los partidos no van a cambiar sustancialmente y que no hay más remedio que esperar que, aliados, logren un vuelco en la política. Si, como es previsible, se agudizan las amenazas provenientes del gobierno, la contradicción podrá, si no resolverse, al menos aceptarse con cierto estoicismo. Acaso será necesario un acercamiento de la masa intelectual crítica con los partidos de oposición. Espero que se acabe comprendiendo que la antipolítica y la alergia a los partidos llevan a un callejón sin salida.

Ya no solamente estamos ante un populismo autoritario y reaccionario que amenaza a la democracia, estamos entrando en una nueva fase de la situación política. Lo nuevo es que, ante el fracaso de la llamada 4T, el gobierno y su partido han iniciado un proceso de putrefacción política. Hay algo más que la conocida corrupción de funcionarios públicos que actúan ilegalmente para favorecer intereses privados a cambio de recompensas, cobrando sobornos, colocando a familiares en empleos públicos o dándoles contratos y apropiándose de bienes gubernamentales para beneficio personal. Esta clase de corrupción no se ha acabado. Pero hay una nueva forma: se están pudriendo el aparato gubernamental y el partido oficial. La falta de alternativas, el caos en la dirección política, la extrema ineficiencia, la austeridad exagerada y la falta de respeto a la ley están ocasionando una descomposición política sin precedentes. El sistema de la 4T está corrompido debido a que carece de alternativas transformadoras (nunca las tuvo) y las opciones que trata de imponer son la militarización cada vez más amplia y la agresión a la estructura del INE. El gobierno no tiene más objetivos que ganar las elecciones de 2024, para lo cual quiere afectar al sistema electoral e intenta pulverizar a los partidos de oposición. Es un esfuerzo por ganar el poder por el poder mismo.

Esto me lleva a otra paradoja. El gobierno de López Obrador es un poderoso motor cuyos ejes giran en el vacío. Al carecer de mayoría calificada en el Congreso, el gobierno se ha convertido en un poder impotente. Es una contradicción: se mueve con fuerza en el vacío provocado por el caos y la incoherencia. El movimiento populista se ha convertido en una fuerza infecunda. Pero no nos engañemos: esta vacuidad es amenazadora. El gobierno está perdido en un desierto sin ideas, muy estéril pero peligrosamente dañino, pues al girar la rueda presidencial de forma insensata en un vacío salpicado de tonterías pueden surgir momentos muy críticos y ocurrencias inesperadas que lastimen más al sistema democrático. Este poder impotente exhibe un furor antineoliberal, a veces con tonalidades de rancio antiimperialismo, con un carácter muy nacionalista. Pero no es un nacionalismo anticapitalista, carece totalmente de rasgos socialistas y aparece claramente como de derecha. El ejemplo más claro de este poder impotente es la amplia militarización que ha promovido el presidente: un poder militar muy acrecentado y extendido a funciones civiles pero incapaz de enfrentar a los narcotraficantes o de encargarse de la seguridad. Se trata de un poder castrado, muy fuerte pero inútil. La expresión que usa el presidente es reveladora: “abrazos, no balazos”. El ejército abraza una gran cantidad de funciones, pero no alcanza a detener con violencia legítima al crimen organizado.

En el panorama político vemos un enfrentamiento entre la vieja derecha patriotera contra la derecha moderna calificada como neoliberal. ¿Y dónde quedó la izquierda? Su presencia es casi imperceptible. La que subsiste dentro de Morena se encuentra marginada, es irrelevante y está atrapada en la maquinaria reaccionaria del régimen. Esta izquierda tuvo la esperanza de que el movimiento popular dirigido por López Obrador provocara cambios revolucionarios en el sistema. Nada de eso ha ocurrido; por el contrario, ese movimiento ha sido capturado por el partido oficial y usado solamente como fuerza de apoyo al presidente. Se ha convertido en una masa atrapada por las redes del clientelismo presidencial. El resto de la izquierda se encuentra disperso en la sociedad, en nichos académicos, en la prensa, en segmentos sociales politizados y en algunos grupos de oposición (entre ellos, el minúsculo PRD). La izquierda crítica parece perdida en un laberinto, pero algo similar ocurre con la derecha. Da la impresión de que la crítica se encuentra inscrita en una espiral que, a partir de un punto central, se va extendiendo. Quiero poner un ejemplo que he experimentado personalmente, junto con otros, y que ilumina con cierto optimismo la labor de los intelectuales críticos. Yo soy muy reacio al optimismo, pues con gran frecuencia lleva a fracasos y desilusiones. Así que el granito optimista que ahora expondré debe tomarse, como se dice, cum grano salis, es decir, con escepticismo.

En 2020 un puñado de intelectuales redactamos un texto que advertía que estábamos ante el riesgo de una deriva autoritaria. Su peculiaridad fue que lo firmaban intelectuales de muy diversas posiciones ideológicas y culturales. Logramos unir a escritores de las revistas Nexos y Letras Libres, que durante mucho tiempo habían cultivado cierto antagonismo. Se publicó como desplegado el 15 de julio de 2020. Lo firmamos solamente treinta personas, entre ellas Christopher Domínguez Michael, Antonio Lazcano, Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze, José Woldenberg y Gabriel Zaid. Habían apenas transcurrido veinte meses de gobierno y ya percibíamos amenazas. El manifiesto se tituló “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”. El mismo día en que se publicó López Obrador, en un escrito, reaccionó coléricamente contra lo que decíamos. Dijo que “quizá lo único que pueda reprocharse a los famosos personajes es su falta de honestidad política e intelectual”. Ahora ya nos hemos acostumbrado a que el presidente conteste con insultos las críticas que recibe, sin que por ello dejemos de inquietarnos ante las diatribas que caen desde la cúspide del poder. Podría decirse que ese momento fue un punto central que inició el movimiento circular de una espiral.

Al año siguiente el mismo grupo de intelectuales logró convocar a más de quinientas personas para firmar un manifiesto por la democracia y las libertades. Se publicó el 31 de mayo de 2021 y en él llamábamos a vencer en las urnas, en la cercana elección intermedia para renovar la Cámara de Diputados, a la coalición oficialista, para detener la instauración de una autocracia y la descomposición institucional. En esas elecciones el gobierno populista perdió la mayoría calificada que le permitía modificar la Constitución. Los partidos de oposición se aliaron para lograrlo. La espiral había crecido y la crítica de los intelectuales fue recogida en amplios círculos de la política. En realidad, en aquella época aparecieron por todo el país varias espirales que daban vueltas y crecían en medios sociales muy diversos. Algunos de los que habíamos participado en los dos manifiestos nos acercamos a una de esas espirales, el Frente Cívico Nacional. Este Frente se alió a muchas otras organizaciones que convocaron a una marcha para defender al INE de una contrarreforma electoral con la que el gobierno pretendía lastimar seriamente los mecanismos democráticos. La marcha del 13 de noviembre de 2022 convocó a muchos miles de personas en el Monumento a la Revolución de la Ciudad de México y en muchas otras ciudades. La lucha contra la deriva autoritaria se había extendido enormemente en una espiral gigantesca. La consecuencia de esta marcha fue que el PRI, que había considerado apoyar la contrarreforma, cambió de idea y se opuso. Con ello fracasó el intento de introducir cambios antidemocráticos en la Constitución.

El gobierno respondió inventando una vía alternativa, conocida como el Plan B, para modificar leyes y afectar el funcionamiento del INE, algo que logró gracias a su mayoría parlamentaria. El carácter obviamente anticonstitucional de muchas partes de este plan provocó gran indignación y el mismo conglomerado de espirales críticas convocó a una concentración en el Zócalo el 26 de febrero de 2023 para pedir a la Suprema Corte de Justicia de la Nación que parase el atentado contra la democracia. La concentración fue enorme, desbordó con creces el Zócalo y ocurrió también en muchas otras ciudades.

No quiero decir que el detonador de la espiral crítica fue el manifiesto de treinta intelectuales en 2020. En realidad, ese fue uno de tantos detonadores que, en muy diversos medios de la sociedad, impulsaron espirales críticas que comenzaron a girar y a expandirse. Pero al mencionar la espiral convocada por intelectuales quiero afirmar la importancia del pensamiento de escritores, académicos y artistas en la gestación de una rebeldía contra el establecimiento aplastante del populismo autoritario. Hasta aquí mi granito de optimismo. A partir de ahora, y hasta las elecciones presidenciales de 2024, nos esperan, me temo, tiempos aciagos. Las tensiones políticas se multiplicarán. La agresividad del gobierno contra la oposición se exacerbará. La situación económica será difícil. Los candidatos de Morena a la presidencia –mencionados con el ridículo nombre de “corcholatas”– son de una mediocridad y sumisión extremas, han sido incapaces de emitir alguna idea inteligente y dependen totalmente de la voluntad del Gran Dedo que destapará a alguno de ellos. Ninguno de esos candidatos parece capaz de despertar un fenómeno carismático como el que logró López Obrador.

En la oposición las candidaturas presidenciales son un enigma y la forma en que se elegirá al candidato o candidata común de los tres partidos no está definida, aunque posiblemente habrá un acuerdo para seleccionar a unos cuantos, que harán una campaña y serán elegidos mediante encuestas. Igualmente importante será el programa que presente la oposición, más allá del imperativo obvio de detener el autoritarismo, defender la democracia y reconstruir las ruinas que ha dejado el populismo. Lo mejor sería un programa de corte socialdemócrata que impulse un Estado de bienestar. Asumo que el PRI y el PRD aceptarían un programa de esa naturaleza. En el PAN tal vez sea más difícil, aunque hay en este partido corrientes liberales sensatas que han avanzado hacia posiciones modernas y que comprenderían que la defensa del Estado de bienestar sería lo mejor para enfrentar la demagogia populista. En conclusión, pienso que las espirales intelectuales podrían tener un papel importante para inspirar una alternativa de esta naturaleza. ~

No.260 / mayo 2023

Letras Libres

https://letraslibres.com/revista/la-critica-en-su-espiral-la-intelectual...

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Ismael Pérez Vigil

La Comisión Nacional de Primaria (CP), después de un periodo de consultas, aprobó y están circulando varios reglamentos que normarán la elección primaria del 22 de Octubre (22O) y que serán publicados cuando esté circulando este escrito. Me voy a referir al de la participación o voto de los venezolanos en el exterior, que es uno de los temas sobre los cuales hay más expectativas.

En primer término, en el Reglamento de Voto en el Exterior (RVE), la CP ratifica su competencia como órgano rector para la coordinación y ejecución del procedimiento de inscripción y de votación de los electores en el exterior, que se regirá por los principios básicos establecidos en el Reglamento Marco de la Primaria.

En el RVE, la CP, reitera varios de los principios y señalamientos que ya había anunciado: Voto en el exterior, presencial y manual, de los electores inscritos en el Registro Electoral (RE), previa actualización de ese registro −para ubicar donde votará el elector− verificación de la actualización del RE y de la votación. Veamos cada uno de estos puntos, mediante los cuales la CP dará cumplimiento al mandato reglamentario de promover los mecanismos que hagan viable el voto en el exterior.

Utilización del RE.

Votarán en la Elección Primaria los venezolanos previamente inscritos en el RE. Sabemos que el RE tiene fallas, deficiencias, errores, que no está actualizado, sobre todo en el exterior; todos los que estamos involucrados en procesos electorales sabemos eso, pero es la única base de datos publica, que puede ser verificada y consultada, a la que tienen acceso todos los venezolanos, los partidos políticos, las oenegés, los candidatos, los electores, etcétera. Otra base de datos, que no sea pública, ni de libre acceso, de utilizarse, podría ser objeto de impugnaciones por cualquier elector.

Actualización telemática.

La CP va a actualizar el RE, para que todos los venezolanos que estén en el exterior, en cualquier parte del mundo pero inscritos para votar en Venezuela y que no han podido actualizar sus datos del RE en los consulados, lo puedan hacer para votar en el exterior, en la Elección Primaria.

El procedimiento de esa actualización será telemático o electrónico, por medio de un sistema en línea, bastante simple y en una página Web que se dispondrá para ello. El elector probará su identidad mediante un documento de identidad venezolano, que enviará junto con una foto de su cara y otra foto de su cara sosteniendo su documento de identidad; estos datos serán verificados y validados por un sistema automatizado, con verificación humana. Este proceso estará sujeto a auditoría por parte del equipo técnico de la CP y observación por parte de los representantes o testigos de los candidatos y observadores nacionales.

Verificación e impugnaciones.

Cumplido este proceso, se abrirá un periodo de impugnaciones, en donde los técnicos de la CP, en presencia de testigos de los candidatos y los observadores, decidirán sobre la aceptación o rechazo de un registro. Validada la identidad y el registro, el elector recibirá un correo electrónico, con la comprobación de su actualización y un código único, con el que podrá comprobar si sus datos fueron actualizados y de no ser así, realizar el reclamo correspondiente. Ambas fases, la actualización y posible reclamo, serán sobre la misma base telemática o electrónica.

Con base en esta información, la CP elaborará los cuadernos de votación −para Venezuela y para el exterior− y definirá un mecanismo sencillo, que contará además con “centros de información al elector”, para evitar la posibilidad de doble voto.

La votación el 22 de octubre.

Si bien la actualización del RE será automatizada o telemática, la votación el 22O en el exterior será presencial y manual. El elector, al momento de actualizar su registro, seleccionara su lugar de votación, con base en las ciudades definidas por la CP. Al igual que en Venezuela, en el exterior se hace necesario también concentrar −de acuerdo con las posibilidades y responsabilidad de la CP− la votación de los venezolanos, pues es imposible poner mesas de votación en todos los países, ciudades y pueblos en donde están actualmente los venezolanos.

Para el proceso de votación del 22O en el exterior, la CP ha decidido que los centros de votación se establecerán en 21 países y unas 72 ciudades, con base en los siguientes criterios:

· Ciudades o localidades de mayor concentración de venezolanos según datos oficiales de autoridades migratorias u otros organismos públicos de los respectivos países.

· Ciudades o localidades que tengan buen acceso a ciudades de mayor concentración de venezolanos.

· Ciudades o localidades representativas que tengan buen acceso transfronterizo a ciudades o localidades con concentración dispersa de venezolanos.

· Ciudades o localidades que cuenten con comunidades de venezolanos con capacidad logística y organizativa, en aquellas que cumplan con alguno de los criterios antes señalados, para apoyar y organizar el voto en el exterior.

De todas maneras, la actualización que se hará del RE permitirá afinar algunos detalles.

Conclusión

Desde luego, el Reglamento del Voto en el Exterior contiene muchos otros detalles y aspectos, que por razones de espacio no reproduzco aquí. Pero, en lo esencial, de la manera descrita, la CP da cumplimiento al mandato de hacer viable la participación de los venezolanos en el exterior.

https://ismaelperezvigil.wordpress.com/

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Moisés Naím

Los descubrimientos científicos y las innovaciones tecnológicas con frecuencia se presentan como avances inéditos o como la fuente de enormes cambios. Pocas, sin embargo, cumplen su promesa. Son desbordadas por nuevos conocimientos o tecnologías que superan lo que se había anunciado como un indeleble aporte histórico.

Lo aconsejable es ser escéptico con respecto a nuevas tecnologías que “lo cambiarán todo”. Por lo general, la hipérbole y la exageración no dejan más que un montón de promesas incumplidas. Algunas veces —muy pocas— aparece una nueva tecnología que provoca cambios profundos y permanentes en la vida de miles de millones de personas. Hoy la humanidad se encuentra frente a esta circunstancia. Y esta vez el impacto del cambio tecnológico sí es distinto.

Las recientes innovaciones en el campo de la inteligencia artificial (IA) no son una moda transitoria cuyas consecuencias se están exagerando. Son tecnologías transformadoras con las que va a convivir la humanidad por mucho tiempo. Esta ola de innovación cambiará al mundo, afectará a ricos y pobres, demócratas y autócratas, políticos y empresarios, científicos y analfabetos, así como a cantantes escritores y periodistas, y a todo tipo de actividades, profesiones y estilos de vida.

Los llamados Large Language Models —que no se limitan al célebre ChatGPT de la empresa Open AI— son un tipo de inteligencia artificial que se utiliza para entender y generar lenguaje humano, así como para automatizar funciones que hasta ahora han requerido de la supervisión y manejo por parte de seres humanos. Otros tipos de IA aprenden a identificar y convertir enormes volúmenes de textos, imágenes, sonidos, voces y videos en imitaciones perfectas. Pueden producir oraciones completas, respuestas a cualquier tipo de preguntas, así como reproducir a la perfección versiones que resultan imposibles de detectar como imitaciones. También son capaces de aprender la voz de una persona y usarla en una conversación con otro individuo que no sabe que está hablando con un agente informático creado con IA.

Estos modelos tienen una infinidad de aplicaciones prácticas. La lucha contra el cambio climático, el diagnóstico y el tratamiento de graves problemas de salud, están siendo atacados más eficazmente gracias al uso de IA.

Todo esto está pasando muy rápido. Un informe del banco UBS reporta que ChatGPT llegó a tener más de 100 millones de usuarios activos solo dos meses después de su lanzamiento. TikTok tardó nueve meses en alcanzar esa cifra, mientras que Instagram tardó dos años y medio. El ChatGPT es la tecnología de más rápida adopción en la historia.

Como todas las nuevas tecnologías, la IA es un arma de doble filo: tiene un ángulo positivo y otro negativo. Toda tecnología es dual: la imprenta de Gutenberg se usó para imprimir tanto la Biblia como Mein Kampf, el panfleto que hizo célebre a Hitler.

En muy poco tiempo, dictadores, terroristas, timadores y criminales estarán usando toda su creatividad para explotar la IA con consecuencias nefastas para la humanidad. Contenerlos no va a ser fácil.

Quienes prueban estas tecnologías quedan fascinados con sus inmensas posibilidades. Pero quienes las conocen de cerca y entienden los riesgos que conllevan ven con claridad el caos mundial que podrían engendrar. Los científicos, los empresarios y las agencias de seguridad que están íntimamente involucradas en el uso de la IA no esconden su alarma ante la diseminación de las tecnologías basadas en esta innovación. En una reciente entrevista que hizo Alan Murray, de Fortune, a Tom Siebel, jefe de uno de los principales grupos de IA, este calificó repetidamente el riesgo asociado a estas tecnologías como “aterrador”. Elon Musk ha dicho que la IA puede llevarnos a la “destrucción de la civilización”.

La historia nos muestra que los esfuerzos por contener la diseminación y mala utilización de nuevas tecnologías no tienen éxito. Las armas nucleares, por ejemplo, siguen regándose por el mundo a pesar de los enormes esfuerzos que se han hecho para limitar su proliferación.

Una vez que una nueva tecnología tan poderosa entra en la caja de herramientas de nuestra especie, no hay manera de librarse de ella. La iniciativa reciente de un muy notable grupo de expertos que propuso imponer una moratoria en la investigación y desarrollo de la inteligencia artificial demuestra que incluso los mayores expertos comparten la intuición que muchos comparten: no estamos listos.

Ciertamente, nuestras sociedades no están listas para lo que se nos viene encima como resultado de las aplicaciones de la inteligencia artificial. Más vale que aprendamos rápido, porque estas innovaciones no tienen marcha atrás.

@moisesnaim

El País

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