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Humberto García Larralde

¿Una nueva normalidad?

Humberto García Larralde

El término se ha venido usando en referencia a los cambios ocurridos en muchas sociedades en respuesta a la Pandemia Covid-19: mayor trabajo y clases a distancia, proveedores más cercanos y confiables, menos reuniones presenciales, entre otros, y –sin que se vea claramente cómo habrá de reflejarse—la revaloración (positiva) de aquellos trabajadores que proveen los servicios básicos de que depende nuestro bienestar. ¿Puede suponerse que estos cambios sean permanentes, que sustituirán formas de hacer las cosas o de realizar nuestras actividades anteriores a la pandemia?

Lo que nos concierne aquí, empero, es un empleo deliberadamente pernicioso de la idea de normalidad. Son los intentos de Maduro y su gente de aparentar que es éste el estado actual en que se encuentra Venezuela. Se valen de algunos indicios positivos que han emergido últimamente: el abastecimiento y la estabilidad de precios (en divisas) que resulta de la dolarización; la gestión privada de algunos activos públicos que habían sido estatizados anteriormente; la participación mayoritaria de fuerzas opositoras en los próximos comicios; el comienzo –sin tropiezos, hasta el momento—de negociaciones entre estas fuerzas y representantes oficialistas en México; la anunciada reapertura de la frontera con Colombia y del comercio bilateral con ese país; e, incluso, atisbos de construcción en el este caraqueño. Bancos como el Credit Suisse, pronostican un crecimiento de la economía este año que pudiera llegar al 5%.

Enmarcado en tales indicios, Nicolás Maduro anuncia por televisión que ya comenzó la navidad, mostrando, con aire festivo, detalles del arbolito y de otros adornos navideños en Miraflores. ¡Llegaron las pascuas! La metamorfosis del tirano se quedó corta, sin embargo, de desearles paz, buenaventura y hermandad a los venezolanos. Vamos, sería como que un puerco espín invitara a que lo acariciasen.

Cinismo aparte, es obvio el intento del régimen de aprovechar ciertos cambios, que se ha visto obligado a aceptar, para proyectar la idea de una nueva “normalidad”, no tan perversa como la pinta la oposición. El meta-mensaje es que esto es lo que hay. Acostumbrémonos a ello para sacarle provecho. Queda oculto en este imaginario la dantesca situación padecida por vastas capas de la población, reveladas en el último reporte de la ENCOVI, los 300 y tantos presos políticos, las torturas e innumerables violaciones a los derechos humanos, los centenares de muertos en las protestas de años anteriores.

Es posible que, para algunos empresarios del campo y la ciudad, se estén abriendo espacios que les permiten mayor respiro. No tiene nada de criticable que se aprovechen de ello, suponiendo que lo hagan por medios lícitos. Otra cosa, empero, son las fortunas lavadas con negocios financiados con el saqueo de PdVSA, del arco minero o con otros desmanes contra la cosa pública. En todo caso, aun suponiendo la posibilidad de algún crecimiento –pero el Observatorio Venezolano de Finanzas registra, más bien, una caída del PIB del 28% durante el primer semestre del año--, es menester preguntarse para quienes habrá de producirse, a quienes beneficia. Queda excluida esa inmensa masa de personas que aún tiene que vérselas primordialmente con bolívares. No tienen acceso a esas islas de actividad dolarizadas.

En fin, ¿de dónde provienen los dólares que circulan en la economía, sostén del presunto crecimiento? De las remesas, del petróleo que todavía se exporta y de los ilícitos que han proliferado bajo el amparo de la “revolución” chavista. Los canales por los cuales ingresan los dos últimos son las redes mafiosas que han proliferado bajo el régimen chavista de expoliación. Imposible sostener niveles de vida dignos para un país que tiene que importarlo todo, dada la destrucción de sus fuentes domésticas de suministro. ¡Muy lejos de las millonadas que entraban cuando existía una PdVSA robusta¡

El problema no está en dejarse llevar por la ilusión de que, aún bajo el régimen fascista, las cosas puedan estarse normalizando. Las evidencias, tanto en lo que respecta a la violación extendida de los derechos humanos y la ausencia del Estado de Derecho, como en las cifras económicas que muestran el nivel de miseria infligido al país, otrora considerado el más próspero de América Latina, son demasiado elocuentes, a pesar del velo propagandístico. El verdadero peligro está en que nos resignemos a que sea ésta la única realidad posible a qué atenernos, que limite nuestros horizontes de aspiración a la conquista solo de mejorías marginales en nuestras condiciones de vida. Implica conformarse en compartir, con Haití y Cuba, la condición de ser el país más pobre de América Latina, con el agravante de estar bajo la impronta de una organización criminal militarizada que concibe al país como territorio conquistado para su exclusivo provecho. Y, para aquellos sin escrúpulo, siempre estará la puerta abierta para adular a los gorilas y rendirle pleitesía a sus disparates “revolucionarios”, haciendo caso omiso de sus desmanes, con tal de participar en los despojos que va dejando su acción depredadora.

La obnubilación que procura el régimen sobre la situación del país debe quedar absolutamente proscrita de las mentes de quienes, en nombre de las fuerzas democráticas, llevan las negociaciones con los representantes de la dictadura. Confío en que estos líderes, probados en adversidades y castigos de todo tipo por denunciar los atropellos del régimen al ordenamiento constitucional y a los derechos ciudadanos, no caigan en esta trampa. Les toca seguir reivindicando, claramente, los objetivos básicos de la negociación como orientación a los venezolanos: el restablecimiento del Estado de Derecho, con sus garantías civiles y políticas; la convocatoria a elecciones nacionales creíbles y confiables; la libertad de los presos políticos; el levantamiento de las inhabilitaciones políticas; y la ayuda humanitaria efectiva para aliviar las terribles penurias que padece la población, incluyendo una respuesta enérgica y racional para contener la pandemia y sus estragos. Como corolarios quedarán los asuntos referidos a la justicia transicional, los problemas de la seguridad nacional y personal, y el papel de los militares.

Si en algo deben contribuir las negociaciones es en quebrar las bases de sustento de la dictadura para que acceda a discutir sobre los aspectos centrales anteriormente referidos. Como se ha dicho tantas veces, en eso hay que jugar cuadro cerrado con la comunidad internacional, en aras de condicionar cualquier alivio en las sanciones al cumplimiento verificable de éstos. La pata coja de esta estrategia, por ahora, está en el desarreglo –por llamarlo de una forma—con que las fuerzas democráticas enfrentan las venideras elecciones del 21 de noviembre. Sea como salgan los resultados, es menester aprender de ellos para lograr la movilización popular requerida para darles músculos a la gestión de cambios.

Sin garantías jurídicas, personales, civiles y económicas, es absurdo hablar de “normalidad”. ¿Qué “normalidad” puede haber cuando el salario formal de policías y militares –pagado en bolívares—está en el orden de orden de 20 o 40 dólares mensuales? ¿Cómo impedir que se redondeen, los más decentes, con exacciones ocasionales a la ciudadanía que les toca defender? ¿Cómo evitar que los más inescrupulosos, proveídos de sus poderes, le entren a saco a los dominios públicos y privados más apetecibles, muchas veces atropellando físicamente a los venezolanos? ¿Acaso hay un sistema jurídico confiable que castigue estos desmanes?

El fascismo no accederá voluntariamente a socavar las bases de sustento de su actividad saqueadora. No es su naturaleza. Ello es un parámetro ineludible a considerar por parte de las fuerzas democráticas.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

¿Venezuela se puede recuperar? II

Humberto García Larralde

Enfatizábamos, en un escrito anterior, la importancia de las instituciones para la recuperación de Venezuela. Sin un marco institucional apropiado no ocurrirá, salvo que el concepto de “recuperación” lo estiremos para designar solo la disponibilidad de bienes importados para quienes tienen cómo pagarlos en dólares o la opulencia ostentada por las mafias del poder que desangran al país. Pero para la gran mayoría de los venezolanos, tal situación está muy lejos de la vida digna a que aspiran y merecen.

Solo con una significativa inyección de recursos externos podrá Venezuela aprovechar a cabalidad sus potencialidades. Éstos son cruciales para reemplazar el financiamiento monetario del déficit público, y para costear las reformas sustanciales que capaciten al actual Estado (fallido) para gestionar políticas y administrar eficazmente los bienes públicos. Por la magnitud requerida, estos recursos solo pueden provenir de los organismos multilaterales, que los condicionarán a que sean utilizados para superar las distorsiones que tanto han dañado a la economía, como para proyectos específicos. Eventualmente deberá reembolsarse lo prestado, salvo la ayuda humanitaria acordada a fondo perdido. Esto último estará muy lejos de cubrir los requerimientos de Venezuela, más cuando se compite por fondos con la gran mayoría de los países del globo, los más pobres, castigados con los estragos de la pandemia.

Central a que nos sean aprobados estos recursos es la instrumentación de políticas que restituyan los equilibrios macroeconómicos y abaten la inflación. Sin esto, difícilmente habrá reactivación económica. Implican sanear las cuentas fiscales vendiendo activos que son, hoy, un desaguadero de las cuentas públicas, eliminar la corrupción, mejorar la recaudación impositiva y asegurar el equilibrio inter-temporal de su gestión. Lo anterior se asocia a un marco institucional regido por la autonomía y equilibrio de poderes, conforme a la constitución, base para el control y la supervisión presupuestaria por parte de la Asamblea Nacional y del país en general. Exige la transparencia de gestión y la rendición de cuentas. Requiere de la independencia del poder judicial para dirimir controversias entre el Estado y privados, así como entre dependencias públicas, según lo pautado en el ordenamiento jurídico. Asimismo, supone la autonomía del Banco Central para conducir políticas monetarias que redunden en la estabilidad de precios y el equilibrio en las cuentas externas, en el caso que se pretenda conservar la moneda nacional.

El régimen chavo-madurista se constituyó con base en una dinámica diametralmente opuesta. Descansa en la centralización del poder y la sustitución de las garantías constitucionales y de los mecanismos de mercado, por decisiones discrecionales arbitrarias basadas en intereses grupales o pecuniarios. Las instituciones del Estado republicano democrático fueron destruidas para erigir un Estado patrimonialista, en el cual los recursos públicos son administrados como si fueran patrimonio de quienes controlan el poder. Se retrotrajo la sociedad a reglas de juego (instituciones) primitivas, basadas en el control, excluyente y por la fuerza, de las condiciones necesarias para la vida de los venezolanos. En este arreglo tienen supremacía los militares que traicionaron sus juramentos de defender la nación en aras de participar ventajosamente en las corruptelas que afloraron con la demolición del Estado de Derecho.

Se instituyó, así, un régimen de expoliación, amparado en una retórica “revolucionaria” que “justifica” la parasitación de las actividades productivas y comerciales de la nación por quienes se han impuesto en el poder. Venezuela se convirtió en territorio ocupado de una camarilla militar y civil, cada vez más envilecida y reprochada interna y externamente, pero que se sostiene gracias a las alianzas tejidas con cómplices diversos para desvalijar al país. Al igual que cuando las monarquías depredadoras de los siglos XVI y XVII, Maduro les enviste de “patentes de corso” para asegurar su connivencia y lealtad. Cimentó, así, un tinglado de complicidades entre mafiosos para sostenerse en el poder.

Ahora, ante la eliminación y despenalización del régimen cambiario, la liberación de facto de precios y de transar en dólares, y la anunciada exoneración de impuestos a los emprendedores, algunos creen que comienza un proceso de reactivación. Pero éstas son iniciativas aisladas a las que Maduro se ha visto obligado a acudir en un intento de paliar la desolación que él mismo causó. Sin servicios públicos satisfactorios, seguridad jurídica y personal, financiamiento, estabilidad de precios, inserción provechosa en la economía mundial y libertades civiles y garantías ciudadanas, tienen muy corto aliento, más con los controles asfixiantes que incentivan la extorsión a comerciantes y productores. No modifican la naturaleza del régimen de expoliación instaurado. Se evidencia claramente en la desesperación del chavo-madurismo por la detención de Alec Saab (en Cabo Verde) y Hugo Carvajal (en Madrid), y su pronta extradición a los EE.UU. Son engranajes estratégicos del sistema mafioso-expoliador que se ha entronizado en el poder. Al primero se le acusa de ser testaferro de Maduro en una serie de negocios marcados por sobreprecios y lavado de dineros mal habidos, y el segundo ocupó posiciones claves para facilitar el tráfico de drogas de las FARC, entre otras cosas.

Por demás, el régimen mantiene centenares de presos políticos, continúa ofendiendo a los venezolanos con sus mentiras para lavarse sus culpas y sigue arremetiendo contra las libertades ciudadanas, en un marco de total opacidad de su gestión. Ahora parece andar buscando excusas para sabotear el proceso de negociación iniciado en México para evitar compromisos que atenten contra estos arreglos. Como buenos fascistas, les echarán la culpa a otros.

La recuperación de Venezuela demanda un cambio político profundo. Pero al producirse éste –desafío central de las fuerzas democráticas, que es tema de otras reflexiones--, no debe limitarse a instaurar un programa de estabilización y reformas como lo mencionado al comienzo. El nivel de destrucción ha sido excesivo. De una manera u otra, es menester desatar, dentro del marco de ese programa, lo que Aquiles Nazoa denominó “los poderes creativos del pueblo” para engendrar una respuesta excepcional por parte de los venezolanos que recupere, cuanto antes, sus posibilidades de vida digna. No es éste el espacio para profundizar en los mecanismos institucionales para ello, pero merecen atención las siguientes interrogantes, entre otras. ¿Cómo concertar esfuerzos entre empresarios, autoridades y fondos a fin de superar velozmente los cuellos de botella que impiden aprovechar la enorme capacidad ociosa del aparato productivo? ¿Cuáles instituciones son cruciales para fomentar el emprendimiento entre los venezolanos, con qué recursos debemos contar para ello? ¿Qué mecanismos serán los más idóneos para aprovechar, a nivel local, sectorial o nacional, el caudal de talentos existentes en el país o dispersos en la diáspora, muchos de los cuales quizás no regresen? ¿Cómo atacar eficazmente la terrible inseguridad causada por la corrupción de las fuerzas de seguridad y la proliferación de bandas criminales, tomando en cuenta la situación de anomia producida? ¿Cuáles son los elementos críticos de la gestión pública a corregir para que pueda contribuir con estos procesos de cambio? ¿Cuál es el marco más propicio para promover la activa participación de la ciudadanía en la solución de problemas locales o nacionales? ¿Qué papel deben jugar los medios de comunicación en todo esto?

Indudablemente, son muchas más las preguntas que deben plantearse. Cabe recordar que la respuesta efectiva ante ellas requerirá de un fuerte apoyo financiero internacional y del desmantelamiento rápido del marco punitivo que asfixia la iniciativa privada e intimida el ejercicio de la ciudadanía, en el marco de un programa de estabilización y reformas iniciales básicas. Asegurar la confianza que se desprende de un marco institucional que defiende celosamente los derechos humanos y económicos, y que derrote la inflación, será crucial. Más allá, se pone a prueba las virtudes políticas del liderazgo democrático, el “timing” y la secuencia de medidas, sus complementariedades y el apoyo ciudadano. Y quedan las preguntas claves: ¿Cómo producir el imprescindible cambio político?, ¿Qué hacer con los militares?

Esperemos que el liderazgo democrático y el pueblo venezolano estén a la altura de tan formidables desafíos.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

¿Venezuela se puede recuperar?

Humberto García Larralde

La única respuesta seria a la pregunta que encabeza este artículo es: depende. Es menester aclarar, además, qué se entiende por “recuperar”. Si se piensa en recrear condiciones parecidas a las disfrutadas por Venezuela en los años 70 o, incluso, los ’90, la respuesta es un rotundo NO. Mucho menos el consumo dispendioso alimentado por el reparto de la renta que instrumentó Chávez cuando el precio del crudo superó los USD 100/barril. A esas situaciones es imposible retornar y mientras más rápidamente nos convenzamos de ello, mejor. De lo contrario, no podremos superar los retos que plantea la recuperación del país, postrado por la hecatombe infligida por la gestión chavo-madurista.

Si lo que se aspira es lograr mejoras sostenibles en la vida de la población que superen en el tiempo el nivel recordado de los períodos referidos, la respuesta es un SI, condicional. Tiene que ver con la capacidad de los venezolanos de sortear exitosamente la complejidad de este desafío. Como tiene tantas aristas, en este breve escrito apenas rozaremos algunas de ellas.

Empecemos por el ámbito de lo económico. Se suele examinar empezando con un arqueo de los recursos con que cuenta Venezuela. Desde primaria se nos enseña que dispone de una rica dotación de yacimientos minerales, entre estos, las reservas petroleras más grandes del mundo; tierras de variada calidad que, no obstante, sirven para sustentar una agricultura y una ganadería competitiva en muchos rubros; una topografía variada y atractiva para la promoción del turismo; abundantes costas con playas, puertos, ensenadas; un clima agradable, con mucho sol; disponibilidad abundante de agua; ubicación geográfica favorable, etc. Es decir, en el “haber”, Venezuela exhibe ventajas comparativas clásicas bastante prometedoras.

Si extendemos el examen a las ventajas que deben ser creadas para una mayor competitividad, la descripción no es tan favorable. La infraestructura vial, de puertos, aeropuertos y de servicios existente, antes envidia de otros países de la región, está colapsada y en mal o pésimo estado. Pero “está”. La planta industrial, de empresas del campo, comerciales y de servicios que, en el pasado, se benefició de una moneda fuerte para importar maquinaria moderna, equipos e insumos, está severamente vapuleada por la pésima gestión económica del chavo-madurismo. El sistema financiero, por su parte, se ha encogido aún más que la economía y tiene escasísima capacidad para apalancar negocios.

Los recursos humanos con que cuenta el país, producto de un sistema educativo de cobertura universal e inclusiva, de la capacitación y especialización vinculada a actividades productivas y comerciales, como de la formación profesional en institutos de educación superior, se encuentran diezmados por sueldos miserables y el deterioro en sus condiciones de vida (alimentación, seguridad, salud, vivienda). Muchos talentos han migrado, encontrándose dispersos en la diáspora de venezolanos. Y las universidades nacionales que, en el pasado, exhibían enclaves de excelencia a la altura de sus pares internacionales, se han visto aplastadas por el fascismo chavista, arrasando con muchos de sus logros. Venezolanos brillantes, experimentados, altamente calificados y/o con aptitudes y destrezas provechosas, no encuentran donde aplicar sus talentos o decidieron hace rato buscar fortuna afuera.

Estas insuficiencias y otras que se omiten por razones de espacio, abultan el “debe” de esta contabilidad.

Si se profundiza un poco más, deben ponderarse las condiciones de los intangibles, tan decisivos en el mundo actual. Se trata de las interacciones entre los distintos actores sociales, económicos, políticos y culturales, como del ambiente (incentivos, oportunidades) para el despliegue creativo y la innovación. Aquello que llaman “capital social”, fundado en la confianza, la asociatividad y el compromiso con los pares, se ha visto perjudicado por un estatismo centralista que ha pretendido imponer sus pautas hasta en la esfera privada de las gentes, con el pretexto de una “revolución” que sólo sirve para que una nueva oligarquía expolie el país. Castró la participación ciudadana proactiva. La iniciativa privada se encuentra reprimida con controles, regulaciones e intervenciones. La falta de garantías jurídicas a la propiedad y procesales disuade la inversión y el desarrollo de nuevos proyectos.

Ello se ha agravado aún más por la inflación, el derrumbe del sector externo y el colapso de la gestión estatal. Un tejido industrial raído empobrece significativamente las sinergias positivas entre empresas, proveedores y servicios, tan importante para la competitividad. El deterioro de las universidades y otros centros de investigación, junto a la inestabilidad e incertidumbre existente, inhibe la innovación y el desarrollo de nuevas tecnologías y/o soluciones a los problemas del país, como las actividades creativas en general. Ello ocurre en el marco de un régimen enemigo del emprendimiento y dedicado a reforzar la cultura rentista a través de prácticas clientelares diversas, haciendo que la gente dependa del reparto estatal.

Si se suponen condiciones para sostener tasas de crecimiento del PIB del 5% anual a partir del próximo año, tardarán más de 30 años para alcanzar el nivel de 2013. Con Maduro, se encogió en un 80% desde ese año. Un examen muy somero de la economía venezolana revela una capacidad ociosa, en términos de recursos no utilizados o subutilizados, gigantesca. CONINDUSTRIA revela que la industria trabaja hoy en torno a un 20% de su capacidad; las tres cuartas partes de las empresas existentes en 1999 han desaparecido. Situaciones análogas afectan a la agricultura, el comercio, los servicios y la construcción.

Pero tiene un lado positivo. No es temerario pronosticar que, con un formidable impulso financiero inicial y en condiciones que permitiesen un aprovechamiento acelerado y eficaz de tantos recursos ociosos, la meta referida podría alcanzarse en mucho menos tiempo, quizás la mitad. Con la ventaja de un nivel de vida mucho más robusto, equitativo y enriquecedor, pues descansaría sobre incrementos sostenidos de la productividad, sólo posibles en ambientes que incentivan la inversión vigorosa y que ofrecen oportunidades para que todos puedan beneficiarse de la aplicación provechosa de sus talentos y habilidades.

Se trata no solo de aproximarnos velozmente a lo que en economía llaman la frontera de posibilidades de producción del país –que, en estos momentos, se encuentra totalmente desdibujada y difusa--, sino de desatar una dinámica que va expandiendo aceleradamente sus horizontes, moldeando sus contornos en respuesta a las capacidades competitivas desplegadas. Los agentes de este “milagro” constituyen la otra cara, la positiva, de los intangibles referidos en el parágrafo de arriba

¿Wishful thinking? Restringiéndonos, por ahora, a lo económico, la única posibilidad real de recuperar a Venezuela es aspirar a lo que, en otros tiempos y ámbitos, habría de tomarse como una fantasía. La destrucción ha sido demasiado como para restringir nuestros horizontes en niveles más “realistas” por modestos. Y bajo el régimen actual, toda posible mejora sería agónica, lenta y escasa. ¿Y cuál es la clave que evita que estas reflexiones se vean como ilusiones irrealizables? Las instituciones.

Como habremos de recordar, las instituciones son, en esencia, las reglas de juego con los cuales se dotan los integrantes de un colectivo social, en este caso, la nación venezolana. Estas no caen del cielo ni provienen de una intervención extranjera; debemos construirlas los venezolanos. En momentos de crisis tan profundas como la nuestra, es el ámbito por excelencia de la política. Pone a prueba, sobre todo, la capacidad de liderazgo, pues implica un cambio radical de nuestra cultura política tradicional y de la forma como se ha venido conduciendo Venezuela hasta ahora.

Olvidémonos de una bonanza petrolera súbita que nos inunde, como en el pasado, de fabulosos ingresos o de un acuerdo inesperado que permita al país acceder a ingentes ayudas financieras externas como solución. Sin instituciones sólidas que generen confianza y estimulen lo mejor de nosotros mismos, será imposible aspirar a condiciones de vida dignas y enriquecedoras. Significan la antítesis de lo existente hoy. En un próximo escrito abordaremos algunas reflexiones sobre este papel de las instituciones.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

¿Qué le pasa a ese señor?

Humberto García Larralde

Se pone cada vez más de manifiesto que uno de los mayores obstáculos para conquistar de nuevo la democracia y emprender soluciones a la grave tragedia que agobia al país, es la burbuja ideológica en que se refugia el chavo-madurismo. Armada con las alusiones épicas iniciales de un Chávez redentor que prometía refundar la república invocando a Bolívar, condimentada profusamente de odios contra quienes identificó como enemigos y revestida, luego, con categorías de la mitología comunista, pudo terminar en una cosmovisión cerrada sobre sí misma, refractaria a ser contrastada con la realidad.

En los primeros tiempos, la retórica patriotera y de justicia social interpretó las frustraciones que muchos habían incubado contra la democracia bipartidista. Al prometer la ruptura con ésta y el castigo a los supuestos culpables, alimentó, asimismo, sus ansias revanchistas. Sin embargo, en la medida en que el chavismo fue desnudando su naturaleza fascista y, sobre todo, después de que regresaran los precios internacionales del crudo de los niveles extraordinarios alcanzados entre 2008 y 2014, la retórica oficialista fue perdiendo sintonía con las realidades vividas por los venezolanos.

La representación ideológica construida pasó de ser una referencia aglutinadora de voluntades, en competencia con visiones alternas expuestas por otras fuerzas políticas, a convertirse en un blindaje contra todo cuestionamiento, refugio en el cual hurgarían los personeros del chavismo los justificativos con los cuales absolver la pasmosa destrucción del país engendrada por su gestión de gobierno. Terminaron por erigir una falsa realidad acomodaticia con sus atropellos y desmanes, por más disparatados y crueles que estos fuesen. Según este submundo ficticio, siempre habría un enemigo a quien echarle la culpa por las penurias de la nación. La necesidad de combatirlo y no descansar hasta limpiar el país de su presencia posponía indefinidamente la dicha de la tierra prometida en sus alocuciones “revolucionarias”.

La tragedia de Venezuela es que tal enajenación ha dominado las ejecutorias de quienes han controlado los mandos del Estado durante todos estos años. De tanto repetir consignas y reemplazar la realidad por representaciones simbólicas afectas a sus intereses, se han convertido en sus rehenes. Dadas las alianzas y posturas construidas con base en estas fabricaciones, no saben cómo desenvolverse sin ellas. Ámbitos en los que es menester entenderse con las complejidades de la realidad tal cual como es, son inasibles. Inventos como los del “bloqueo” y la “guerra económica” ahorran el esfuerzo mental de compatibilizarla con su ideario. Quizás el mayor prisionero de estas gríngolas ideológicas sea el propio Maduro, incapaz de ver al mundo sin estos cristales deformantes y razonar en consecuencia.

Hace unos días tuvo el tupé de vociferar en una alocución televisada: “Capriles, Ramos Allup y Guaidó, me van buscando la forma de que se levanten las sanciones” (¡!), después de haberlos acusado de pedir la imposición de las mismas. Creyendo, ahora, que las negociaciones le allanaban el camino para eliminarlas, “ordenó” a sus recién aceptados interlocutores demócratas que le quitaran tan enojosa traba. Totalmente ausente estaba cualquier referencia a las razones detrás de las sanciones: violaciones flagrantes de los derechos humanos, narcotráfico, lavado de dineros sucios y otras corruptelas. Muchísimo menos se le ocurrió mostrar propósitos de enmienda, ni atisbos de que se comprometería a superar las condiciones que las motivaron. ¡Estas sanciones sólo obedecen a la inquina del imperio maligno contra el gobierno “revolucionario” y por la “traición” de los opositores!

Pero la desfachatez de Maduro no termina ahí. Pocos días después volvió a amenazar con una “justicia severa” a la dirigencia opositora, tildándola de “delincuentes”, por “lo que le hicieron a Venezuela” (¡!). O sea, el responsable de haber reducido a la economía venezolana a menos de la cuarta parte de cuando ocupó la presidencia, quien acabó con la industria petrolera y les entregó el país a bandas criminales de todo tipo –incluyendo los militares corruptos que lo sostienen—, y quien violó garantías fundamentales del ordenamiento legal vigente, lanza amenazas a otros con aplicarles una “justicia severa”. ¿A nombre de quién está la requisitoria librada por fiscales de EE.UU., ofreciendo una compensación de USD 15 millones? ¿A quién señalan los informes del Consejo de Derechos Humanos de la ONU como máximo responsable del aparato represivo instalado por su gobierno? ¿En qué mundo se mueve este señor? Como reza el dicho: “no hay peor ciego que el que no quiere ver”. ¡La prisión ideológica!

Pero de contrasentidos y torpezas, Maduro llenaría páginas enteras. Por lo recién, traemos a colación sus intemperancias con los obispos por haber denunciado el bloqueo, por parte de unos militares gorilas, de la ayuda humanitaria a las poblaciones afectadas por las lluvias que azotaron el sur del estado Mérida. Cuando no. “Fue una campaña miserable dirigida por obispos de la Iglesia católica contra la FANB”, increpó. Los calificó de “bicharracos”, que montaban un show. “Salgo en defensa de la FANB y pido respeto y apoyo al pueblo de Mérida y a la FANB”. Para taparear las barbaridades de “sus muchachos” –así los identificó en su alocución—, los identifica con el pueblo de Mérida agredido, adulterando el hecho de que fueron sus gorilas los que le faltaron el respeto a ese pueblo, atropellando sus requerimientos más urgentes. El mayor descalificativo a la FANB viene de su propio seno. No hacen falta señalamientos de obispos ni de otros. Mayor descrédito por corrupción, atropellos a los venezolanos y traición a la patria, creo que jamás habían logrado echarse encima los militares en Venezuela en toda su historia como los que apoyan a Maduro.

Estos incidentes tienen relevancia en momentos en que se intenta desarrollar un proceso de negociación en México entre personeros del régimen y las fuerzas democráticas, con miras a arribar a acuerdos que permitan instrumentar salidas mutuamente aceptables a la terrible situación en que se encuentra el país. Ponen de manifiesto que destacados dirigentes chavistas prefieren seguir recreándose en un mundo totalmente ajeno a la realidad. Son incapaces de conectarse con lo que esta padeciendo el país.

Se me dirá que entiendo poco de las realidades políticas del chavismo. Que lo de Maduro son alardes dirigidos a sus partidarios destinados a demostrar que sigue siendo el caprino macho que más micciona. Pero esto, en vez de excusar sus desatinos, le confieren todavía mayor gravedad. Dibujan ese mundo de absurdos que encapsulan el imaginario de quienes lo acompañan y que, por tanto, él se ve obligado a alimentar. Con interlocutores forzados a caerse a embuste permanentemente para su sobrevivencia, las esperanzas de arribar a acuerdos en las negociaciones en México sobre bases razonables y teniendo como referencia los graves problemas que padecen los venezolanos, lucen bastante opacas.

De ahí la importancia de continuar con una posición firme, blindada con las principales democracias realmente interesadas en contribuir con la conquista de las libertades públicas en el país y apoyada en la viabilidad de programas efectivos para abordar el terrible problema humanitario que enfrenta la población, para condicionar toda posibilidad de levantar las sanciones a compromisos verificables sobre el restablecimiento de las garantías constitucionales. Y, con ello, convocar a comicios confiables para que se pronuncie el pueblo sobre quienes –presidente y diputados—deben conducir el país.

En momentos en que el país sigue hundiéndose en una crisis que parece todavía no tocar fondo y que el régimen hace aguas por todos lados, destemplanzas como las de Maduro constituyen uno de los mayores crímenes imaginables. Pero, por más que hayan arruinado al país, el núcleo de enchufados todavía logra apoderarse de lo requerido para mantener sus privilegios. ¿Crisis? ¡No, que va!

Viene a la mente la pregunta de una reportera a Maduro sobre si dormía tranquilo ante la muerte de tantos jóvenes que protestaban contra su gobierno. “Duermo como un bebé”, fue su respuesta. Negociar exitosamente con fascistas para el bien de los venezolanos, representa un formidable reto. Tenemos confianza en que quienes nos representan en este afán, así como las democracias que nos apoyan, habrán de mostrar la fortaleza, consistencia y paciencia para lograr el resultado anhelado.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

¿Qué hacer ante el contrasentido actual?

Humberto García Larralde

“Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y librarás cien batallas victoriosas”

Sun Tzu, El Arte de la Guerra.

Si el bienestar de la población es criterio, la gestión de Maduro ha resultado un total contrasentido. Más todavía cuando, después de arruinar nuestras vidas, ¡pretende hacer creer que lo hemos reelegido!

Parece que el chavo-madurismo se hubiera propuesto, deliberadamente, hacer todo lo contrario de lo que se requiere para mejorar la situación de los venezolanos. Insólitamente, esta aseveración no está tan alejada de la verdad. Al desmantelar las instituciones democráticas y aquellas que promueven una economía de mercado funcional, supuestamente para hacer su “revolución”, las reemplazaron por mecanismos discrecionales, cada vez más personales y arbitrarios, para asignar los recursos de la nación y aprovecharse de ellos.

Bajo banderas de “justicia social” fue privando en la toma de decisiones del gobierno, no la experticia o la vocación de servicio, sino la lealtad con quienes comandan el poder y la obsecuencia para con su violación del Estado de Derecho. Degeneró en un Estado Patrimonialista, fundamento del régimen de expoliación en que se convirtió el proyecto “bolivariano”. Atrincherada en sus nodos decisorios, una nueva oligarquía, militar – civil se apoderó del país, acumulando enormes fortunas. Hoy está interesada, obviamente, en continuar disfrutando de sus privilegios.

Sería temerario afirmar que, desde el inicio, el chavismo se propuso acabar con el país. Pero al haber mantenido, adrede, sus funestas políticas, es como si así lo fuera: destrucción de la economía y de la industria petrolera en particular; represión cruel de libertades civiles y políticas; aislamiento internacional; saqueo de los recursos de la nación en asociación con agentes extranjeros; y pare usted de contar.

Al iniciarse un proceso de negociación que abriga esperanzas sobre la posibilidad de superar la tragedia actual, entender las motivaciones del régimen debe ayudar a calibrar sus alcances y limitaciones. Resalta claramente que, entre aquellas, no está el bienestar de sus compatriotas. Su preocupación, casi exclusiva, es cómo conservar el poder. Y, como hemos venido argumentando, sólo se sostiene por, 1) la complicidad de militares corruptos y traidores, como de otros medios de violencia, incluyendo el aparato judicial; 2) algún apoyo externo que le suple necesidades vitales; y 3) una narrativa maniquea, capaz de blindar y absolver sus desmanes a los ojos de sus partidarios.

Este diagnóstico debe indicarnos qué teclas tocar para avanzar en la salida de la dictadura. Se esperaría que la negociación recién instalada entre personeros suyos y de la oposición democrática, abriese espacios y oportunidades para que la voluntad popular se expresara de forma clara y libre en tal sentido. Ello requiere que la oligarquía acepte respetar el ordenamiento constitucional y acuerde la realización de elecciones presidenciales y legislativas creíbles, con las necesarias garantías, sin coacción y con supervisión internacional. Sabemos que, en absoluto, está entre sus prioridades. Éstas se centran en lograr el levantamiento de las sanciones. Así extendería su existencia parasitaria más allá, contando con los recursos liberados.

Lograr los resultados deseados implica, por tanto, crear condiciones que debiliten la posición negociadora de la dictadura, a la par que fortalezcan las de las fuerzas democráticas. Supone minar los pilares que sostienen al régimen, mencionados arriba, para que sus personeros se convenzan de que su mejor opción es aceptar alguna fórmula de transición a la democracia.

Es imprescindible resquebrajar el sostén militar de la dictadura. Esto no significa necesariamente un golpe que desaloje al fascismo del poder. Pero si lograr que, dentro de los cuerpos castrenses, existan suficientes militares proclives a respetar el orden constitucional y dispuestos a sustraerle su apoyo. Pero en absoluto correrán el riesgo de manifestarse en tal sentido si no vislumbran una alternativa seria de poder, dispuesta y capacitada para llenar el vacío que dejaría la implosión de la dictadura, que los ampare. Asimismo, la credibilidad en los mecanismos de justicia transicional que se propongan para facilitar esa decisión depende de que perciban que las fuerzas democráticas cuentan con la fuerza, las políticas y el apoyo requerido para consolidar con éxito su conducción del Estado.

Lo mismo puede afirmarse respecto al apoyo internacional que sostiene a la dictadura. La mayoría de los países involucrados no tendrían por qué anotarse con Maduro si contase con las seguridades de que habrán de entenderse con un gobierno democrático afianzado, con amplio apoyo interno y externo, que respetará sus intereses, conforme a nuestro ordenamiento legal. Cuba, muy probablemente, sería diferente. Pero, ante el colapso que sus camaradas causaron a la economía venezolana, ya ese sostén de recursos desapareció. Ahora bien, esta nueva vulnerabilidad podría facilitar cambios en la isla si las democracias occidentales están dispuestas a ofrecer a cambio, alguna ayuda. ¿Wishful thinking?

Finalmente, el blindaje ideológico del fascismo procura, precisamente, impedir fisuras en el apoyo al régimen como las mencionadas. Aunque suena iluso pretender que fanáticos de una secta abran sus ojos y cambien de parecer, si puede reducirse su influencia sobre el resto de la población. Claro está, para ello se han valido del control de las palancas del Estado. Pero, nuevamente, proyectando como opción un proyecto democrático con planes creíbles, tanto a nivel nacional, sectorial o local –para eso está el Plan País--, con apoyo mayoritario, instituciones que restablezcan la confianza en Venezuela y la disposición manifiesta de actores internacionales, incluyendo a la banca multilateral, de contribuir con ello, las fuerzas democráticas tienen con qué ganar las simpatías de los aún indecisos.

Lamentablemente, una visión izquierdosa primitiva en sectores políticos y académicos de algunos países occidentales todavía cobija a regímenes proto-totalitarios como el venezolano. Continuar desnudando su naturaleza, con datos y testimonios sobre la miseria, la violación de los derechos humanos y los latrocinios de las mafias que controlan el poder sigue siendo imprescindible para evitar que esta izquierda logre minar el apoyo de sus respectivos países a una transición democrática en Venezuela.

Debemos reconocer que las fuerzas opositoras, divididas como están, han perdido la confianza de buena parte de la población. Así lo señalan varias encuestas. Recuperar la unidad de propósitos, expresadas en posturas conjuntas ante los problemas nacionales y locales, es, por ende, un desiderátum. Para ello, no deben desaprovecharse las venideras elecciones, no obstante sus notorias limitaciones. Pero, contando ahora con que algunos países democráticos estarán pendientes, ofrecen oportunidades para que los liderazgos regionales que van emergiendo afiancen su relación con sus respectivas poblaciones y logren conectar los problemas locales, como el colapso de los servicios, la inseguridad y otras penurias, con la reactivación de esa opción política nacional a la que hemos estado haciendo referencias y, a la vez, denuncien las arbitrariedades y abusos del poder. Es improbable, dadas las circunstancias de las que se parte, que salgamos victoriosos en esa contienda. Pero no debe dejarse pasar esta oportunidad de compenetrarse con el sentir de la gente a lo largo del territorio y ganarse su confianza. Pueden ser, además, un trampolín importante para preparar el adelanto de elecciones presidenciales, sin descartar el referendo revocatorio que, en el calendario de Maduro, puede plantearse a partir del próximo año.

Algunos gritarán que participar en estas elecciones “legitimaría” el poder de facto. Traicionaría, por tanto, las aspiraciones democráticas de los venezolanos. No estoy de acuerdo. Mucho más importante, a mi entender, --aunque moleste a muchos decirlo--, es la legitimidad política de las fuerzas democráticas como opción real de poder. Pocos, de este lado de la contienda dudarían de que tenemos la legitimidad moral y muchos señalarán nuestra legitimidad histórica. ¿Pero hemos recuperado la legitimidad política que se alcanzó en las elecciones de 2015 –ascendencia, confianza en el liderazgo y disposición de lucha— para forzar a personeros de la dictadura a aceptar una transición a la democracia?

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Régimen de Fuerza: el corsé ideológico

Humberto García Larralde

Como toda dictadura, la venezolana descansa en militares dispuestos a emplear la violencia para sostenerse en el poder, contrariando el ordenamiento constitucional. Se ha dedicado a expoliar el país, destruyendo su economía. Junto con las sanciones impuestas por violar derechos humanos, tráfico de drogas y por otros ilícitos, necesita el apoyo externo de países cómplices para mantener sus aparatos represivos. Asimismo, al haber desmantelado el marco institucional sobre el que legitimó inicialmente su mandato, se arropa con una narrativa “revolucionaria” para reducir su vulnerabilidad ante la crítica, tanto interna como externa. Pero ante su desgaste en el poder, el chavismo se vio en la necesidad de ir modificando su sentido. Para fines de exposición, diremos que ha habido dos grandes momentos de la narrativa chavista: 1) un momento inicial, de cosecha; y 2) un momento de atrincheramiento.

La prédica de Chávez cumplió inicialmente con los fines clásicos de toda ideología: aglutinar voluntades en torno a unos valores y sueños compartidos, para avanzar objetivos políticos destinados a tomar y conservar el poder. Muy probablemente, él y sus partidarios creyesen en lo que estaban pregonando. En todo caso, su retórica cosechó valores y creencias que formaban parte de la cultura política existente. Su discurso se alimentó de la misma matriz de aspiraciones que habían sembrado AD y COPEI. Cabalgó sobre el PetroEstado dispendioso para prometer que haría realidad lo que éstos habían ofrecido, pero no cumplido. Siendo Venezuela un país bendecido por recursos naturales que le deparaban una fabulosa renta, tal incumplimiento era señal de que los gobiernos anteriores estaban al servicio de una oligarquía corrupta y no del “Pueblo”. Chávez, redentor; acabaría con tales inconsecuencias.

En su cruzada, introdujo tres elementos que alteraron la dinámica política existente: 1) se proyectó como un “outsider”, colmado de las mejores intenciones e incontaminado por las triquiñuelas de los cogollos partidistas; 2) Se erigió en auténtico heredero de Simón Bolívar, cuyo sueño para con Venezuela había sido traicionado por la oligarquía que dominó la “cuarta república”, incluyendo a la democracia representativa adeco-copeyana; y 3) Lo anterior lo tradujo en la presencia de enemigos del “Pueblo” que él ofrecía combatir. Contaba con los militares, supuestos “herederos del ejército libertador”. En fin, ofreció refundar la república, rescatando sus propósitos originarios.

Chávez desató una ofensiva populista contra la institucionalidad democrática que marcó una ruptura con los gobiernos anteriores. Pero, al descansar su proyecto en un Estado paternalista y protagónico, nutrido de rentas petroleras que él pensaba inagotables, también hubo continuidad con éstos. A pesar del sesgo abiertamente fascista de su prédica, repleta de proclamas patrioteras y militaristas, invocaciones épicas, llamados al combate contra los enemigos y descalificación de sus opositores como “apátridas”, su prédica tuvo acogida en un pueblo acostumbrado a esperar todo del Estado rentista y formado en el culto a Bolívar; el hombre providencial, salvador. Ello se facilitó, además, por una historia oficial que, lamentablemente, siempre acentuó las batallas y no los esfuerzos civiles por construir una república. Alimentó, así, una disposición a poner nuestro destino en manos del hombre fuerte a caballo.

Chávez encarnó un moralismo maniqueo y voluntarista. Para redimir al noble Pueblo explotado por la oligarquía corrupta, debía desmantelar toda restricción institucional que podía interponerse a estos fines. Asimismo, debía someter al sector privado para que su accionar correspondiese con esta misión. Al sucumbir al tutelaje depredador de Fidel Castro, las ansias de poder de Chávez encontraron un asidero más aplastante en retóricas antiimperialistas construidas en torno a la mitología comunista. Encontró eco en los delirios de partidarios suyos izquierdosos de que estaban haciendo una “revolución”. Aun cuando ello acentuó la ruptura con el discurso político tradicional, la captación de enormes rentas por el alza en los precios mundiales del crudo le permitió acompañar su prédica con un “socialismo de reparto” a través de las misiones sociales, que impidió la erosión de su respaldo. No obstante, sus intemperancias y atropellos dificultaban cosechar nuevos apoyos. Cobraban fuerza opciones políticas opositoras.

La sucesión de Chávez por un desangelado Maduro, privado en poco tiempo del portentoso ingreso petrolero que había sostenido a aquél y heredero del desastre económico y de las enormes deudas que había incubado bajo la superficie de su socialismo redentor, obligó a cambiar la funcionalidad del discurso “revolucionario”. Las penurias crecientes de la población llevan a Maduro a apelar abiertamente a la represión, dificultando atraer a nuevos adeptos con la narrativa preexistente, incapaz de competir provechosamente con relatos alternativos de fuerzas pro-democracia. La ruptura del Estado de Derecho dio paso a un régimen de expoliación, base de la complicidad de militares corruptos con la destrucción del país, que había que “justificar”. La ideología se va transformando en un instrumento de guerra que insta a sus partidarios –cada vez más reducidos-- a cerrar filas ciegamente detrás del régimen y a absolver sus atropellos y estropicios. Es el momento del atrincheramiento ideológico, que termina por blindar la acción oficial frente a las críticas crecientes a su gestión, tanto domésticas como foráneas.

Chávez, por supuesto, había avanzado mucho en este camino, acosando a periodistas y medios de comunicación independientes y elevando su retórica de odio contra quienes lo adversaban. Los simbolismos invocados y las categorías discursivas empleadas terminaron construyendo una “realidad alterna”, refugio para el contingente decreciente de partidarios de la “revolución”. Metidos en su burbuja, devinieron en secta, inmunes a todo intento de interlocución con base en razones y referentes del mundo externo. Esta retraída rompía, también, con la distinción entre bien y mal que dimana de la ética de convivencia en una sociedad liberal. Ahora privaría una “moral revolucionaria” según la cual lo correcto sería todo aquello que hiciese avanzar los fines del chavismo, es decir, una mayor concentración del poder para aplastar al enemigo. Los enormes latrocinios cometidos, más la violación descarada de derechos humanos, solo eran inventos del imperio y de la “ultraderecha” opositora. Se afianzó, así, la “banalidad del mal”; la capacidad de cometer las mayores crueldades sin pestañear.

El espíritu de secta, atrincherado tras verdades reveladas, endurece al núcleo madurista. Asume su misión como un apostolado, una tropa, dispuesta al combate y obligada a creer los disparates que vocifera. La quintaesencia del fascismo. Un asunto de fe. Habiendo conquistado a Venezuela, nadie se los va a quitar. Por otro lado, los simbolismos y clichés blandidos suelen despertar, cual arco reflejo, solidaridades automáticas en sectores académicos y políticos foráneos, consustanciados con visiones primitivas de izquierda. Esa izquierda invertida (¿pervertida?) –pues defiende todo lo que pregona combatir—tiene influencia variada. Dependiendo del país que se trate, contribuye a obnubilar la verdadera naturaleza criminal de regímenes como los de Maduro, Ortega y los Castro. Puede llevar a quienes se han ofrecido como custodios de que la negociación sea provechosa, a dejarse confundir por los intentos de trampear del fascismo.

El éxito de un proceso negociador entre Maduro y la oposición democrática requiere aislar a los fanáticos para poder identificar, con el oficialismo menos alienado, posibilidades de acuerdo. Por tanto, la lucha por la democracia en nuestro país requiere, también, desenmascarar la hipocresía de sus postulados, ante la comunidad democrática y los sectores menos dañados del chavismo.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

Régimen de fuerza: el apoyo internacional

Humberto García Larralde

El régimen de fuerza que encabeza Maduro ha mostrado ser sorprendentemente resiliente, a pesar de su estrepitoso fracaso como gestión de gobierno. Señalábamos, en un escrito anterior, que ello puede explicarse con base en los tres pilares que le sirven de sustento: 1) la complicidad de militares corruptos y de los medios de violencia en general, incluyendo el aparato judicial; 2) Un apoyo internacional que ha logrado, hasta ahora, suplir las necesidades vitales de la dictadura, no obstante la destrucción que ésta ha infligido a la economía doméstica y el efecto restrictivo de algunas sanciones; y 3) una narrativa maniquea que blinda y absuelve sus desmanes ante las críticas externas, a los ojos de sus partidarios.

El control de los medios de violencia es central a toda dictadura, pero es vulnerable a acciones de fuerza opositoras y a los efectos de sanciones internacionales en su contra. Y, dado el estado de destrucción actual del país, los recursos para sostener los medios de violencia estatal deben provenir de afuera. El apoyo de algunos países a Maduro puede disuadir, además, que se acuerden acciones punitivas por violación de derechos humanos. Una narrativa engañosa ayuda a desactivar, asimismo, tales amenazas.

En un libro reciente del programa para América Latina del Woodrow Wilson Center[1] se examina la naturaleza del apoyo brindado por algunas naciones al régimen de Maduro. Sus razones son políticas y económicas, dependiendo del país considerado. Así la India, por ejemplo, no aparenta tener motivación política en su trato con Maduro. La postura antiimperialista de este no le atrae por estar en términos amigables con EE.UU. Pero importantes empresas suyas han encontrado la compra de petróleo venezolano pesado a descuento muy rentable, pues disponen de capacidad de refinación para ello. La India fue el principal destino de las exportaciones de crudo venezolano en 2019. No obstante, su temor a las sanciones impuestas por EE.UU. a quienes hicieran negocios con Pdvsa ha inhibido que tal relación se fortalezca. Ésta ha dependido, en buena medida, de canales irregulares.

En el otro extremo se encuentra Rusia. Si bien sus empresas Rosneft y Gazprom pudieron aprovecharse, también, de las oportunidades de explotar el petróleo venezolano e hicieron importantes inversiones en el sector, las sanciones de EE.UU. fueron revirtiendo los beneficios, hasta provocar su salida. Rosneft, la última en irse, vendió al estado ruso los activos de que disponía en Venezuela el año pasado. Mientras pudo, se apoderó de la comercialización internacional del crudo venezolano, evadiendo las sanciones, para cobrar sus acreencias con el país. Pero tal disuasivo económico ha convertido el interés principal actual de Putin con Venezuela en político. En el capítulo correspondiente del libro mencionado, se sugiere el ansia de recuperar la influencia imperial de que disfrutó la Unión Soviética en su apogeo, a la par, en muchos aspectos, a la de EE.UU. Demostrarle al rival norteamericano que Rusia sigue siendo un jugador a respetar en el ámbito mundial, no obstante su pérdida relativa de poder, parece ocupar las prioridades del autócrata. Y nada más propicia que poner esto a prueba en el patio trasero de EE.UU., con Venezuela y con Cuba. No son imperativos ideológicos, sino geopolíticos. Recordemos que, en los años de vacas gordas de Chávez, Venezuela se convirtió en el principal comprador de armas rusas en América Latina. De ahí la presencia notoria de Rusia para el suministro de asistencia en el uso de estos pertrechos, incluyendo su participación activa en ejercicios militares. Para las aspiraciones de gran potencia de Putin parece ser provechoso clavar una pica en Flandes, aun a costa de sacrificios económicos inmediatos. Ya habrá tiempo para resarcirse a plenitud, dada la riqueza mineral de Venezuela, si el compromiso ruso con el régimen actual le asegura una posición negociadora que genera una participación futura en ella, aun con el desplazamiento de Maduro del poder.

China, a pesar de compartir, por razones geopolíticas, algunas posturas contra EE.UU. de Putin, parte de una perspectiva diferente. Ya es socia comercial significativa en la región, en algunos países el proveedor más importante, y su Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative, BRI) augura una presencia futura aún mayor. Su creciente poderío económico le permite asumir una posición más prudente, de perfil más bajo, en la confianza de que se traducirá también en mayor presencia política a futuro. Algunos analistas occidentales insinúan que las supuestas ventajas que ofrece el BRI, al no condicionar los préstamos que otorga a la solidez de los indicadores macroeconómicos del país receptor, constituyen, en realidad, una trampa. Al afianzar más bien estos créditos con activos, la China puede apoderarse de importantes inversiones si el deudor no honra sus compromisos. Pero con Venezuela, esta especie de Ley del Embudo parece haber funcionado al revés. Al ignorar la crasa incompetencia en el manejo de la economía por parte del chavismo y confiar en el petróleo como aval de los USD 60 millardos que prestó a través de los años, China se ha visto perjudicada por la destrucción de Pdvsa. De ahí su renuencia a otorgar nuevos préstamos a ese barril sin fondo que resultó la Venezuela de Maduro. En todo caso, nuevos financiamientos estarán ceñidos a proyectos específicos en los cuales China pueda tener el control requerido para que las decisiones tomadas respondan a sus intereses.

Luego están Irán y Turquía, válvula de escape para que Maduro pueda resarcirse de algunas sanciones económicas impuestas a su gobierno y a Pdvsa. Irán, por experiencia propia, se ha vuelto experta en burlar este tipo de sanciones, por lo que su ayuda al respecto la convierte en valioso aliado. Además, ha suplido faltantes de gasolina y asistido en los intentos de recuperación de algunas refinerías. Turquía ha devenido en conducto para la venta de oro venezolano, de extracción ilegal en su mayoría, que representa una fuente alternativa importante de divisas para el régimen. A pesar de que la motivación es fundamentalmente económica para ambos países, también tienen su piquete político. La teocracia iraní tiene años enfrentada a EE.UU., y siempre encontró en las posturas antiimperialistas del chavismo base para acuerdos variados. Por su parte, Erdogán recibió de Maduro una de las primeras llamadas de apoyo, luego del intento de golpe en su contra en 2016. A pesar de seguir siendo Turquía miembro de la OTAN y no estar interesada en agravar sus relaciones con EE.UU., comparte muchas prácticas autocráticas con Venezuela --igual que Irán--, lo cual se traduce en su anuencia abierta con las mismas.

Finalmente, está Cuba. Más allá de la afinidad ideológica, la sobrevivencia de ambos regímenes parece depender de esta alianza. La seducción de Chávez por Fidel resultó en una muy generosa subvención a la isla: 100 mil barriles diarios de petróleo, prácticamente libres de costo, compra de servicios profesionales cubanos a precios super inflados y financiamientos “ultra-blandos” para algunos proyectos. Llenó el vacío que dejó el colapso de la URSS, vital en una economía tan parasitaria como la cubana. Maduro recibe a cambio asesoría en materia de represión y de métodos de terrorismo de Estado de uno de los países más cualificados en estas prácticas a nivel mundial. El blindaje ideológico de la relación parece asegurarla a cal y canto. No obstante, empiezan a aparecer debilidades. El colapso económico de Venezuela ha reducido significativamente la transferencia de recursos a la isla y, como resultado de la pandemia, ésta no está recibiendo ingresos por concepto de turismo. Son factores que ayudan a explicar las protestas del pasado 11 de julio en contra de la dictadura comunista. Y la precariedad del régimen de Maduro, tan dependiente de la represión y sujeto a sanciones por tal motivo, deja poco margen de maniobra, más ahora con la admisión de la Corte Penal Internacional de que existen bases para investigarlo por crímenes de lesa humanidad.

Algunos analistas han señalado que la solución de la situación venezolana pasa por anular la relación perversa existente con Cuba, dado su rol protagónico en la instrumentación de un Estado represor. Quizás las condiciones actuales sean propicias para iniciar la prosecución de este objetivo, ya que la dictadura antillana está urgida de ayuda económica –que Venezuela ya no puede ofrecer—y Maduro necesita negociar el levantamiento de sanciones para darle respiro a su gobierno. Pero esta admonición es también válida para otros de los socios del chavismo, en particular Rusia. Ahora que parecen arrancar negociaciones en México entre personeros del régimen de Maduro y de las fuerzas democráticas que (ojalá) puedan ofrecer oportunidades para restablecer eventualmente un régimen de libertades, debe procurarse el apoyo de los países democráticos para restringir la ayuda de estos socios. Cómo articular una posición conjunta al respecto con quienes tienen la potestad de levantar las sanciones –razón única del fascismo para entrar a negociar condiciones que podrían comprometer su control férreo sobre los venezolanos, a cambio de ciertas garantías personales—, parece de enorme importancia si se quiere concretar resultados positivos en esta búsqueda tan crucial de democracia para Venezuela.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela

humgarl@gmail.com

[1] Venezuela’s Authoritarian Allies: The Ties That Bind?, June, 2021, Cynthia Arnson (ed.), Wilson Center

Un régimen de fuerza

Humberto García Larralde

Una de las cosas que más frustra del actual régimen es que desafía flagrantemente –abofetea—lo que se supone es el deber ser de toda gestión: mejorar la fortuna de la gente. ¿Cómo es posible que el peor gobierno de nuestra historia, culpable de haber insistido en políticas que destruyen al país, que se encuentra en manos de crasos incompetentes que mienten a descaro y carecen de todo escrúpulo a la hora de cometer sus desmanes, que ha mostrado la mayor crueldad en el trato a sus compatriotas y, por tanto, se ha ganado el repudio mayoritario de ellos, continúe en el poder? Obviamente, porque se trata de un régimen de fuerza, de una dictadura. La imperiosa necesidad de acciones capaces de desalojarla obliga a una adecuada comprensión de los elementos sobre los cuales se sustenta.

El poder de un régimen político, como nos lo aclara Hannah Arendt, se nutre de su capacidad de concitar el protagonismo activo de los ciudadanos en apoyo a sus decisiones y ejecutorias. La filósofa judeo-alemana apuntaba a la polis griega como referencia, que conminaba, a quienes fungían como tales, a involucrarse en las decisiones sobre la cosa pública. En la época actual, en que la complejidad de algunas decisiones suele constreñirlas al ámbito de los especialistas y en la que la convivencia obliga a conciliar, bajo un marco institucional común, intereses muy variados y disímiles, tal protagonismo parecería ilusorio. Pero constituye el reto permanente de la democracia representativa liberal. Quizás la descentralización de la toma de decisiones, hacer que ocurra en contacto con los directamente afectados, sea la forma de aproximar el ideal de democracia directa que inspira esta concepción.

Ahora bien, la dictadura de Maduro está en el extremo opuesto de lo planteado anteriormente. La toma de decisiones se encuentra centralizada en manos de una oligarquía criminal reducida que no rinde cuentas, miente sobre sus acciones y padece de urticaria ante cualquier insinuación de consulta. El poder descansa, no en la ciudadanía, sino en su supresión, por medio de la violencia o la amenaza de aplicarla. Constituye un régimen excluyente, que rebaja a la población a masa informe, sujeta a los dictámenes de quienes detentan el poder político y militar. La despoja de su capacidad para organizarse y participar en la prosecución de sus intereses. Lo irónico de la jerga de la dictadura, es que ello es lo que permite conferirle su condición de “Pueblo” (con mayúscula). Es decir, lo que identifica al Pueblo como tal es su ausencia de organicidad; el estar convertido en masa, sometida a directrices y acciones impuestas por la jerarquía, instrumento irreflexivo de su vocación de poder.

La habilidad y el peligro del populismo extremista o, si se quiere, del fascismo, está en su capacidad de cultivar el afecto de una parte importante de la población con interpretaciones simbólicas acerca de sus frustraciones y querencias más sentidas, para capturar, a su favor, sus ansias de cambio. Un liderazgo carismático, usando una retórica maniquea que señala a los “culpables” de sus infortunios, canaliza para provecho propio las pasiones desatadas. El líder termina asumiendo que él es el Pueblo. Confisca, así, la voluntad popular. Por tanto, no se requieren mecanismos de representación alguna, pues la voluntad del Pueblo está incorporada en la actuación del líder. Al desmantelar las instituciones de la democracia liberal en nombre de una “democracia directa”, el líder y sus aliados aplastan los derechos individuales y desactivan toda participación. La ciudadanía deja de existir como tal.

Chávez mostró ser muy habilidoso en estos procederes, ayudado, claro está, por la enorme suerte que le tocó al cosechar los mayores precios conocidos jamás por la exportación de crudo. Ello limitó la necesidad de apelar abiertamente a la fuerza para imponer muchas de sus iniciativas. Maduro, carente de carisma, con precios petroleros menores y habiendo estropeado la economía y la industria petrolera, se ha visto obligado a acudir directamente a la violencia para asegurar su poder.

Conforme a la concepción arendtiana, el poder de Maduro sería precario, forzado a coaccionar a los venezolanos, y a eliminar sus posibilidades de movilización y expresión autónomas. Su dependencia de las armas implica concesiones significativas, convirtiendo a su régimen en una dictadura militar. Pero el ejercicio de la fuerza, o la amenaza de usarla, requiere de recursos --financiamiento y logística—y de una narrativa que procura legitimarla. Dada la destrucción de la economía y la imposición de sanciones por parte de EE.UU., la UE y otros países, Maduro, convertido en rehén de las apetencias de los militares más corruptos, enfrenta el desafío de asegurar estos recursos. Por ello insiste en reproducir un discurso antiimperialista desgastado que, no obstante, todavía tiene eco a nivel internacional. En particular, ha encontrado con ello un importantísimo apoyo en algunos países: Rusia, Cuba y China y, en menor grado, Turquía, Irán e India. Adicionalmente, el discurso antiimperialista concita una actitud benevolente, acrítica con respecto a sus desmanes, de una izquierda invertida, en tanto que defiende regímenes opresivos que deberían ser objetos de su denuncia. Finalmente, en el interior del país, el régimen se ampara en una realidad ficticia, construida con base en mitos y clichés, que blinda a sus ejecutorias de toda crítica y cuestionamiento desde el marco democrático.

De manera que podemos distinguir tres pilares sobre los cuales descansa el poder de la oligarquía militar – civil constituida en torno a Maduro: los militares corruptos, el apoyo de ciertos países y la construcción de una burbuja ideológica que refuerza su resiliencia y ciega su accionar frente a las críticas. Estos tres aspectos serán examinados en escritos posteriores.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com

“Está en su naturaleza”

Humberto García Larralde

Se suele apelar a la fábula del alacrán con la rana porque señala una verdad aviesa: hay seres cuyas conductas desafían la razón porque está en “su naturaleza” actuar así. Quienes pensaban que, una vez manifestada su disposición a negociar con la oposición --bajo auspicios europeos--, el régimen se entregaría a ello como si se tratara de un juego de ajedrez, no tienen idea de con quién tratamos.

El fascismo no hace política; libra una guerra contra quienes no se le someten, porque esto los hace sus enemigos. Si negocia, es con la intención de ganar tiempo para reagrupar sus fuerzas o porque se ve forzado a ello para preservarlas, pero siempre con la intención última de aniquilar a los desadaptados. “Está en su naturaleza”. Aquello de labrar consensos mínimos en torno a ciertas ideas en aras de permitir acuerdos que favorecen al pueblo, no aparece en su manual. Éste se nutre de una realidad alterna, construida evocando mitos épicos que dividen a la sociedad –su campo de batalla—entre un “nosotros”, patriotas y “revolucionarios”, y un “ellos”, formado por la chusma de traidores contrarios a su dominación. Esta visión maniquea la alimenta incesantemente con nuevas fabricaciones. La mentira es un arma de guerra. El fascismo tiene que mantener siempre la ofensiva, tensando la confrontación con consignas sencillas que alebresten las pasiones de partidarios, prestos al combate, no su apego a la razón.

Las actuaciones recientes de Maduro y los suyos parecieran dirigidas a torpedear, deliberadamente, un posicionamiento favorable ante el proceso negociador, sobre todo a los ojos de sus garantes europeos. Al apresar arbitrariamente a Javier Tarazona y otros integrantes de la directiva de Fundaredes, luego a Freddy Guevara, y acosar a plena luz del día a Juan Guaidó, vuelven a mostrar las peores tretas del fascismo criollo. Y más bochornoso todavía es escuchar al fiscal usurpador o a los hermanos Rodríguez fabular acerca de la responsabilidad de estos y otros demócratas en la violencia desatada en Apure o en la Cota 905, ambas resultado de alianzas montadas por Maduro con la disidencia de las FARC y con el Koki, que se les fueron de las manos.

Sin el más mínimo sentido del ridículo, Maduro llegó incluso a denunciar que, desde España, Leopoldo López había armado al delincuente para atentar “contra el humilde pueblo venezolano”. Y Arreaza secunda la payasada culpando a Chile de recibir órdenes de los EE.UU. al cobijar en su embajada al dirigente opositor, Emilio Graterón, señalado, también, como supuesto promotor del tiroteo de la 905. No podía faltar la denuncia de que, por detrás, está la mano peluda del imperio y de la “derecha” colombiana, llegando al extremo de señalar a la policía del hermano país de suministrarle las armas al Koki. Reproducen, así, los funestos procedimientos de la Gestapo Nazi: detener a quienes se consideran enemigos para luego inventarles los cargos más funestos.

En perspectiva, sabemos que estas actuaciones en absoluto son anómalas en el proceder del régimen. Así lo recogen los informes de la Alta Comisionada de las NN.UU. para los Derechos Humanos, como de la misión especial designada por su Consejo de Derechos Humanos, y muchos reportes más. Roland Carreño tiene meses preso con base en similares fabulaciones, hace no mucho asesinaron a Fernando Albán y al capitán Acosta, estando ambos detenidos, siguen torturando a los militares dignos que no se doblegan e –imposible de olvidar—sus esbirros asesinaron a centenares de compatriotas que salieron a manifestar su derecho a la protesta entre 2014 y 2017. La confiscación arbitraria de las instalaciones de El Nacional por parte de Diosdado Cabello y tantos atropellos más, son parte de esta “naturaleza”.

Como hemos insistido, Venezuela ha sido un territorio conquistado para el saqueo por parte de Maduro, los militares corruptos y la dirigencia cubana. Pero se les está cayendo a pedazos. No hay forma de complacer las apetencias de las mafias sobre las que descansa su poder. El botín no alcanza. La alianza criminal empieza a mostrar peligrosas fisuras, como ha quedado manifiesto en Apure y en algunas zonas de Caracas, como la 905. De ahí la desesperación del régimen por que le levanten las sanciones.

Podía pensarse que el nombramiento de dos rectores demócratas en el CNE, la confesión de Tarek de crímenes cometidos por sus esbirros, la liberación de algunos presos políticos y el regreso de dirigentes exiliados, tenían como fin mejorar la posición negociadora del régimen y que, incluso, se cuidaría de violaciones como las antes mencionadas. Pero, no. Advertido de que tiene que crear condiciones electorales aceptadas internacionalmente para que sea considerado el levantamiento de algunas sanciones, Maduro reclama esto como condición previa a la negociación, junto a su reconocimiento como mandatario legítimo y el cese de acciones para desalojarlo del poder (¡!).

Destemplanzas como ésta y las disparatadas acusaciones referidas anteriormente, llevarían a dudar, en circunstancias normales, de que se está ante gente cuerda. Pero así es la “naturaleza” del fascismo.

Existen, desde luego, intentos por explicar esta conducta. Una, que Maduro le interesa sabotear la posibilidad de elecciones creíbles con la oposición, luego de conocer los resultados de las primarias del PSUV y sopesar que las fuerzas democráticas, si logran unificarse, le propinarían una paliza. En eso, estalló --¡al fin!— el formidable descontento social que sacude a Cuba. Sabiendo que el final de la tiranía antillana invariablemente pondría en peligro a la suya, el okupa de Miraflores se vio conminado a cerrar filas con sus jefes, reprimiendo “solidariamente” a la oposición venezolana. Está en la “naturaleza” de ambos regímenes.

Pero he aquí que, inesperadamente (¿o no?) aparecen apoyos internacionales, no de Rusia, China, Irán y Turquía, que siempre aprovecharán las oportunidades para meterle el dedo en el ojo a EE.UU., sino de sectores autoproclamados de izquierda o de avanzada en algunos países desarrollados. El PSOE gobernante en España se niega a calificar al régimen cubano de dictadura para no contrariar a sus socios de Podemos. Y Black Lives Matter (BLM) arroja por la borda la autoridad moral adquirida en su defensa del respeto por la vida de los afroamericanos en EE.UU., al repetir el cuento del “bloqueo” que le echa la culpa a este país del estallido social ahí. Con ello, exonera la falta de libertades y la ruina provocada por la tiranía cubana, su verdadera causa. En 2020, Cuba compró USD 157 millones en alimentos a este país “bloqueador”, apenas detrás de Brasil como proveedor, con USD 158 millones[1].

Difícil, entonces, que prospere una negociación orientada a abrirle espacios a una transición que permita recuperar las posibilidades de una vida digna, en libertad, para los venezolanos, con quienes conciben la política como una guerra. Ya la Unión Europea y Estados Unidos han hecho conocer de manera diáfana su oposición a las medidas represivas recientes, alertando que ponen en peligro la negociación de una salida pacífica a la tragedia venezolana. El fascismo responde atrincherándose en la mitología construida en torno a la revolución cubana –David contra Goliat--, a ver si logra, con algunos sectores izquierdosos de estos países, neutralizar tal apremio. Debe tenerse en cuenta que sin la presión de los países democráticos, será muy cuesta arriba forzar la aceptación de condiciones electorales apropiadas en Venezuela, el cese de la represión y el respeto por los derechos humanos.

La Unión Europea ha tolerado demasiado los desplantes de la tiranía cubana, bajo el chantaje de que debe cuidarse de no enajenar la voluntad de sus esbirros, porque ello impide llegar a acuerdos en favor de una población que tiene 62 años sufriendo las mayores privaciones. Es hora de que entienda que a la tiranía, esto les importa un bledo. Está en su “naturaleza”, como en la de la mafia de Maduro y sus militares corruptos, conservar el poder como sea. Un futuro de libertades y prosperidad en Venezuela y en Cuba, se verá favorecido con una postura realista, firme y consecuente de los países democráticos.

[1] https://www.elnacional.com/opinion/cuba-las-protestas-y-los-tontos-utiles/

https://www.elnacional.com/opinion/esta-en-su-naturaleza/

Nuestra difícil relación con el petroleo

Humberto García Larralde

A la memoria de Asdrúbal Baptista

La relación de la economía de Venezuela con el petróleo parece bastante obvia. Pero el sentido profundo de esta asociación lo comprendió, quizás mejor que nadie, Asdrúbal Baptista, insigne economista de origen merideño, profesor del IESA y de la ULA, lamentablemente fallecido hace poco más de un año. La Academia Nacional de Ciencias Económicas (ANCE), de la cual era Individuo de Número y llegó a ejercer su presidencia, le rindió un merecido homenaje la semana pasada, In Memoriam. Valga la ocasión para recordarles a los venezolanos algunos de sus valiosísimos aportes sobre el tema.

Con su pasión por la filosofía y la historia, y su dominio del derecho –tenía un grado, también, en esta profesión—, Asdrúbal Baptista se propuso desentrañar la verdadera naturaleza de la actividad petrolera y de sus efectos sobre el desarrollo del país. Aclaró, para empezar, que Venezuela no “produce” petróleo. Éste es un producto natural acabado que se extrae de nuestro subsuelo. Por tanto, tiene dos formas en que impacta la economía: 1) los gastos incurridos en extraerlo –exploración, perforación, bombeo, etc.--, que remuneran a los factores, trabajo y capital, y 2), la captación de un excedente, por encima de este monto, que depende del precio a que se vende el crudo en los mercados internacionales. Este excedente no tiene contraparte productiva alguna; constituye una remuneración al propietario del recurso, que es la nación venezolana. Se trata de una renta, en la acepción de la economía política clásica. En virtud de una interpretación particular del Decreto de Minas del Libertador de 1829, en Quito, siempre se entendió que su administración correspondía al Estado. Esta acepción hizo que el usufructo de esa renta se convirtiese en el problema político central de la Venezuela petrolera.

La Venezuela pre-petrolera de 1920, como insistió mucho el profesor Baptista, tenía una economía estancada y con grandes carencias, una de las más pobres de América Latina. La irrupción de la explotación petrolera dotó al país de los recursos para su modernización, haciendo que su economía se asentase en relaciones mercantiles. Pero, a su juicio, la manera en que se abordó el proceso terminaría por revelar, con el tiempo, su inviabilidad e insuficiencias.

Como se recordará, Arturo Uslar Pietri, en el célebre editorial del diario Ahora, del 14 de julio de 1936, alertaba sobre el efecto adverso de la exportación petrolera en la agricultura venezolana, al sobrevaluar el bolívar. Asemejando la producción de crudo a una especie de “fiebre del oro” pasajera, al agotarse dejaría al país peor de lo que se encontraba antes. Para que no fuera así, este “capital natural” que se liquidaba – opinión de Uslar—debía ser invertido en actividades productivas duraderas, en primer lugar, la agricultura. De ahí, su famosa frase de “sembrar el petróleo”. Progresivamente, ello abarcaría también a la industria incipiente y los servicios. Rómulo Betancourt, como presidente de la Junta Revolucionaria de gobierno (1945-47), enfatizó que, paralelamente, era menester incorporar a las vastas mayorías de la población, económicamente postergadas, a la modernización. Promovió la organización sindical y de ligas campesinas, y se invirtió en servicios públicos, educación, salud e infraestructura, a la par de ampliar, asimismo, los canales de financiamiento a actividades productivas del sector privado.

La “siembra del petróleo” fue, probablemente, la frase más afortunada del siglo XX. Sirvió de inspiración a la estrategia perseguida, sin mayores variantes, por gobiernos sucesivos. Tuvo mucho éxito, durante buen tiempo, catapultando a Venezuela a la cabeza del desarrollo de América Latina, con modernas autopistas, servicios públicos que llegaban a los distintos rincones del país, una educación y una salud públicas de vocación universal, una industria cada vez más diversificada y niveles de vida crecientes para la población. Pero, como lo advirtió Asdrúbal Baptista, no se trataba de liquidar un “capital natural” (no se reproducía por cuenta propia, como todo capital), sino de una renta internacional captada por el Estado. La prosperidad se edificaba sobre “pies de barro”.

La pujanza económica exhibida por el país en los 50 años transcurridos entre 1930 y 1980 descansó en la transferencia de montos crecientes de renta, desde el Estado, para su inversión, pública y privada, y para elevar los niveles de consumo de la población. Pero estos montos no derivaban de una actividad productiva autóctona, sostenida, sino de circunstancias externas, determinantes de los precios del crudo en los mercados internacionales. Al multiplicarse en los años ’70, luego del embargo árabe a los países occidentales que habían apoyado a Israel en la guerra de Yom Kippur, el gobierno en ejercicio –el primero de Carlos Andrés Pérez—buscó invertir la enorme renta captada para arribar a una “Gran Venezuela” que entraría, así, al club de las economías avanzadas. Sin embargo, pronto se reveló que el país no tenía capacidad para aprovechar debidamente este enorme caudal de dinero. Los servicios y la infraestructura no se daban abasto, para muchos emprendimientos se carecía del personal especializado, el tejido industrial y de servicios era muy endeble para sustentarlos, y el mercado doméstico resultó demasiado pequeño para absorber la producción planeada. Junto a la sobrevaluación del bolívar, dificultaron, asimismo, la exportación de lo producido. El país se indigestó con enormes inversiones, sobredimensionadas con respecto a la demanda nacional y con rendimientos deficientes.

De manera que el modelo del capitalismo rentístico, término que acuñó Asdrúbal Baptista en referencia a sus hallazgos, no entró en crisis –como creen muchos—al disminuir la renta. En sus palabras, ocurrió más bien su colapso en el momento que ésta alcanzó su máximo nivel. Al hacerse el mayor esfuerzo conocido por “sembrar el petróleo”, el país demostró estar incapacitado para hacerlo productivamente. Se sobrecalentó la economía –en 1975, la inflación superó el 10% anual por primera vez-- y cayó la inversión privada, dados los bajos rendimientos resultantes. La política de “enfriar” la economía del gobierno siguiente (Luis Herrera Campins), manteniendo el tipo de cambio libre y fijo (Bs. 4,30/USD), ahuyentó parte significativa de la renta a cuentas privadas afuera. Junto a la crisis de la deuda, que estalló con el default mexicano en 1983, Venezuela se sumió en un largo período de estancamiento. Sus intentos de superación durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, echando las bases de una economía competitiva, fueron enfrentados por quienes querían preservar las oportunidades de usufructuar la renta petrolera disfrutadas en el pasado, instrumentadas para “sembrar el petróleo”.

Lo demás es historia conocida y resultó en el triunfo electoral de Chávez y su promesa de “refundar la Patria”. Aspecto central de ello fue cambiar la función del petróleo. Bajo la consigna “Ahora PdVSA es nuestra”, los ingresos petroleros se gastaron para ampliar su apoyo político. Entre 2003 y 2016, la empresa repartió más de USD 250 millardos en misiones y fondos diversos de “interés social”, dejándola exangüe, con una producción, hoy, de apenas la quinta parte de hace 20 años. Con este populismo, tan exacerbado, se buscaba reemplazar la actividad económica privada, precipitando la ruina más absoluta.

En resumen, los dos periodos de mayor captación de rentas, 1974 – 81, cuando se la quiso invertir, y 2005 – 2014, cuando se repartió, muestran la inviabilidad de una economía rentística y obligan a repensar el papel del Estado venezolano. Ahora que se comienza a cerrar la ventana para aprovechar los enormes yacimientos de nuestro subsuelo, en virtud de los acuerdos para acabar con el uso de combustibles fósiles, Venezuela enfrenta el enorme reto de superar las insuficiencias del pasado y construir una economía competitiva, no dependiente de la renta petrolera. Paradójicamente, el mayor recurso con que cuenta para ello es el petróleo. Cuando logremos conquistar las condiciones para emprender las reformas profundas que le devuelvan al país sus posibilidades de desarrollo, en el marco de un Estado de Derecho que garantice las libertades ciudadanas y con el apoyo de la comunidad internacional, la perspicacia profunda de pensadores como Asdrúbal Baptista deben servir de luz para no cometer de nuevo los errores del pasado. Enseñanzas que no deben ser olvidadas.

Economista, profesor (j), Universidad Central de Venezuela.

humgarl@gmail.com