Pasar al contenido principal

Opinión

Carlos Raúl Hernández

Una declaración del llamado tsj-exilio, “conminó” a la Asamblea Nacional a dar los pasos derivados de haber declarado en enero de 2017 abandono del cargo por Maduro (¿hacerlo preso, nombrar un nuevo Presidente de la República?). Para sorpresa mayúscula poco después el secretario general Almagro da las mismas “instrucciones”, que la AN debía cumplir a menos que quisiera ser cómplice del reo. Se sabe que la AN está capitis diminutio precisamente por esa infantil decisión, entre otras parecidas, más que simbólica, inoperante; “más que un crimen, una estupidez” diría Talleyrand.

Lo sabe Almagro cuya actividad transcurre en esguinces y muñequeos de gabinete. Era una operación que buscaba quebrar a la AN: o se estrellaba contra el gobierno o contra los cazadores de brujas del almagrismo local. Es muy grave que la autoridad de la OEA, sistemáticamente fallida en lograr algo concreto para la democracia venezolana, se luzca pechereando su último reducto de constitucionalidad, y queda en evidencia que anda en tejemanejes más propios de un edil de aldea. Pero ayuda a entender porqué su gestión ha fracasado y cómo sus ligerezas, el llamado a no votar, por ejemplo, fortalecieron lo que quiere combatir.

Es difícil dudar que si no se leyera como un triunfo de Maduro, varios países despacharían al desmañado secretario. El plan fue urdido en conjunción con esa alma que pena cuya obsesión es ocupar el tonto cargo de presidente en el exilio, después de despilfarrar el poder que le dimos los ciudadanos. Pero al día siguiente ocurrió algo increíble que aciduló por minutos el café: el objetivo de la bomba cazabobos, la Asamblea Nacional, cae en la burda trampa, y como es habitual, rueda.

El dictador que no dictaba

Ratifican su propia e inútil declaración de enero 2017 y la “sentencia” de cárcel para Maduro del tsj-exilio. No era imaginable que pudieran morder el anzuelo sin carnada. Pero lo escandaloso es que 24 horas después de la decisión de la AN, magistrados de Miami publican un acta en la que misteriosamente alguien interpoló el nombre de Henrique Capriles para solicitar su investigación penal. La exdirectora de la Escuela de Derecho de la UCV, doctora Eglée González Lobato, posteó un documento, Comentarios al acuerdo de la AN del 21/A/2018 en el que evidencia los retorcimientos de este lamentable episodio.

Por ejemplo, después de publicada, uno de los magistrados del exilio, Rafael Ortega Matos, aclara a propósito de la mención a Capriles, que en la supuesta acta “aun cuando aparece mi firma, el contenido no se corresponde con la audiencia del 15/A/2018” (ver González Lobato p.2). En otras palabras, el magistrado deja ver o no puede ocultar falsificación del documento original y uso no autorizado de su firma (¿también falsificación?), dos delitos en uno. La secuencia completa integra una auténtica sentina en la que se mezclan maniobras de parte de la oposición de afuera para aprovecharse de la nobleza de la AN.

Se ven uñas de los que, sin apoyo ni prestigio, solo agallas, conspiran con fines turbios, acciones opacas del secretario de la OEA, de los magistrados, y las dos falsificaciones declaradas por uno de ellos. Es necesario recordar que los de Miami no son un TSJ sino un grupo de jueces que la AN nombró para cubrir vacantes de los express designados por el gobierno contra la Constitución, sin cumplir los requisitos, arbitrariamente, y no pudieron asumir el cargo porque la represión lo impidió. Empiezan a actuar en el exilio con una investidura simbólica, los intocables en lucha romántica por la justicia, aunque me cueste la vida, en la Chicago de los años 20.

Romeo y Julieta barrigones

Dependía de ellos mantener su prestancia para encarnar ante el mundo el Estado de Derecho que no existe en Venezuela. Pero el romanticismo se nutre de sí mismo, de la abnegación, la pureza, la incontaminación y de ahí su razón de ser. Lancelot se desmayaba de amor solo de ver el peine con los cabellos dorados de Ginebra, y los amantes de Verona mueren jóvenes porque no puede uno imaginarse a Romeo un domingo ante el televisor, sin afeitarse, barrigón y bebiendo cerveza, mientras Julieta en estado pelea con él y con sus dos diablitos que no quieren comer. El llamado tribunal-exilio perdió el glamour en estas operaciones más mafiosas que jurídicas.

Dice González Lobato… “Las relaciones no solamente están rotas entre gobierno y oposición sino entre los distintos factores que componen esta última. Permanecen los discursos excluyentes y destructivos, y esta vez, peligrosamente abarcan una temática tan sensible como la justicia y la legalidad… aun cuando Venezuela se encuentra en uno de los últimos puestos en el ranking de World Justice Project Privacy Policy…”. En esta comedia de las equivocaciones, hemos visto las costuras de los moralistas.

Hacen gárgaras con la palabra dignidad, pero pueden bailar lo que les pongan en cualquier tugurio, desde Almagro hasta el pichón de presidente en el exilio, pasando por varios aturdidos comediantes del Derecho que en Venezuela defienden esa desvergüenza. En una página Web aparecen declaraciones anónimas de uno de estos magistrados, en las que deja escapar: “estamos haciendo el ridículo”. Pienso que es algo peor. Más bien nos permitieron ver una laguna de oxidación moral que no tiene nada que envidiar a la conducta del gobierno.

@CarlosRaulHer

 4 min


Joseph E. Stiglitz

Tras la crisis financiera de 2008, algunos economistas sostuvieron que Estados Unidos (y acaso la economía mundial) padecían “estancamiento secular”, una idea que se originó después de la Gran Depresión. Las economías siempre se habían recuperado de sus caídas, pero la Gran Depresión tuvo una duración inédita. Muchos creyeron que la recuperación no hubiera sido posible sin el gasto público de la Segunda Guerra Mundial, y temían que al terminar la guerra la economía volvería a estancarse.

Se pensaba que había sucedido algo por lo cual, incluso con tipos de interés bajos o nulos, la economía seguiría paralizada. Felizmente estas aciagas predicciones resultaron erradas, por razones que ahora comprendemos bien.

A los responsables de manejar la recuperación de la crisis de 2008 (las mismas personas culpables de la subregulación de la economía en los días previos a la crisis, a quienes inexplicablemente el presidente Barack Obama acudió para que arreglaran lo que habían ayudado a desarreglar) la idea de estancamiento secular les pareció atractiva, porque explicaba su incapacidad de lograr una recuperación rápida y sostenida. Por eso, mientras la economía languidecía, revivieron la idea, insinuando que ellos no tenían la culpa, porque hacían lo que podían.

Los acontecimientos del año pasado mostraron la falsedad de esta idea, que nunca pareció muy verosímil. Una mal diseñada reforma tributaria regresiva y un programa de incremento del gasto con respaldo bipartidario provocaron un súbito aumento del déficit estadounidense, de cerca del 3% a casi el 6% del PIB, que impulsó el crecimiento a alrededor del 4% y llevó el desempleo a un nivel mínimo en 18 años. A pesar de sus defectos, estas medidas demuestran que con apoyo fiscal suficiente, es posible alcanzar el pleno empleo, incluso mientras los tipos de interés suben a niveles significativos.

El gobierno de Obama cometió un error crucial en 2009 al no aplicar un estímulo fiscal mayor, más prolongado, mejor estructurado y más flexible. Si lo hubiera hecho, la recuperación de la economía habría sido más fuerte y no se hablaría de estancamiento secular. Pero tal como se lo aplicó, sólo el 1% superior de la pirámide vio aumentar sus ingresos durante los primeros tres años de la así llamada recuperación.

Algunos advertimos en aquel momento que era probable que la caída fuera profunda y prolongada, y que se necesitaban medidas más enérgicas y diferentes de las que propuso Obama. Sospecho que el principal obstáculo fue la creencia en que la economía sólo había experimentado una ligera desaceleración de la que se recuperaría en poco tiempo. Bastaba llevar los bancos al hospital, atenderlos bien (es decir, no pedir cuentas a los banqueros ni criticarlos, sino subirles el ánimo invitándolos a opinar sobre lo que había que hacer a continuación) y, lo más importante, bañarlos en dinero, y pronto todo estaría bien.

Pero los padecimientos de la economía eran más profundos de lo que sugería este diagnóstico. Las consecuencias de la crisis financiera eran más graves, y una redistribución a gran escala de ingresos y riqueza hacia la cima de la pirámide había debilitado la demanda agregada. La economía estaba pasando del énfasis en las manufacturas a los servicios, y las economías de mercado por sí solas no manejan muy bien esas transiciones.

No bastaba un rescate de bancos a gran escala. Estados Unidos necesitaba una reforma fundamental del sistema financiero. La Ley Dodd-Frank de 2010 ayudó un poco, pero no lo suficiente, a evitar que los bancos hagan cosas perjudiciales; pero no hizo nada para asegurar que cumplan la función que supuestamente tienen: por ejemplo, concentrarse más en dar crédito a las pequeñas y medianas empresas.

Se necesitaba más gasto público, pero también programas más activos de redistribución y predistribución, para hacer frente al debilitamiento del poder de negociación de los trabajadores, la concentración de poder de mercado en grandes corporaciones y los abusos corporativos y financieros. Y unas políticas industriales y laborales activas tal vez hubieran sido útiles para las áreas perjudicadas por las consecuencias de la desindustrialización.

Pero las autoridades no hicieron lo suficiente ni siquiera para impedir que las familias pobres perdieran sus hogares. Las consecuencias políticas de estos fracasos económicos eran predecibles y fueron predichas: era evidente que había riesgo de que las víctimas de semejante destrato recurrieran a un demagogo. Lo impredecible era que Estados Unidos conseguiría uno tan malo como Donald Trump: un misógino racista decidido a destruir el Estado de Derecho dentro y fuera del país y desprestigiar a las instituciones estadounidenses encargadas de evaluar y decir la verdad, incluidos los medios de prensa.

Un estímulo fiscal de la magnitud del de diciembre de 2017 y enero de 2018 (que en ese momento la economía en realidad no necesitaba) hubiera sido mucho más potente diez años antes, cuando el desempleo era tan alto. De modo que la débil recuperación no fue resultado del “estancamiento secular”: el problema fue que el gobierno aplicó políticas inadecuadas.

Se plantea aquí una pregunta fundamental: ¿serán las tasas de crecimiento de los años venideros tan sólidas como en el pasado? Eso dependerá evidentemente del ritmo del cambio tecnológico. La inversión en investigación y desarrollo, sobre todo en investigación básica, es un factor determinante importante, pero obra con gran retraso; los recortes propuestos por el gobierno de Trump no presagian nada bueno.

A esto hay que sumarle una gran incertidumbre. La tasa de crecimiento per cápita ha variado en gran medida en los últimos 50 años, desde un 2 o 3% anual en la(s) década(s) de después de la Segunda Guerra Mundial hasta 0,7% en la última década. Pero es posible que haya habido demasiado fetichismo en relación con el crecimiento; sobre todo cuando se piensa en los costos medioambientales, y aún más si ese crecimiento no aporta grandes beneficios a la inmensa mayoría de los ciudadanos.

La reflexión sobre la crisis de 2008 tiene muchas enseñanzas que ofrecernos, pero la más importante es que el problema era –y sigue siendo– político, no económico: no hay nada que necesariamente impida una gestión económica que asegure pleno empleo y prosperidad compartida. El estancamiento secular sólo fue una excusa para políticas económicas deficientes. Hasta que no superemos el egoísmo y la miopía que definen nuestra política –especialmente en Estados Unidos con Trump y sus cómplices republicanos–, una economía al servicio de todos, no de unos pocos, seguirá siendo un sueño imposible. Incluso si el PIB aumenta, los ingresos de la mayoría de los ciudadanos estarán estancados.

Traducción: Esteban Flamini

Agosto 28, 2018

Project Syndicate

https://www.project-syndicate.org/commentary/secular-stagnation-excuse-f...

 5 min


Daniel Eskibel

Pero vayamos por partes: ¿qué es el marketing político? Sabemos que no hay una definición única e indiscutible, pero las distintas formas de encarar el concepto se pueden agrupar por lo menos en 4 categorías básicas:

El marketing político entendido como la aplicación de técnicas específicas del marketing comercial tanto para analizar el mercado electoral como para influir en él con la oferta y la venta de la imagen de un candidato

El marketing político entendido como un método para hacer buenas campañas que se fundamenta en las ciencias sociales (historia, ciencias políticas, sociología, ciencias de la comunicación) y también en la experiencia práctica

El marketing político como método para una buena comunicación política con los ciudadanos

El marketing político como estrategia de contenidos políticosarticulada con una caja de herramientas comunicacionales específicas del mundo de la política

Como ves son concepciones diferentes y prácticas diferentes. Algunas de ellas tal vez incompatibles entre sí. Otras tal vez complementarias.

Los candidatos no son jabones

La protesta contra el marketing político es legítima. No puedes vender un candidato como si de un jabón perfumado se tratara. Y no deberías transformar las campañas políticas en vanos ejercicios superficiales, en pura apariencia, en colores bonitos y frases plastificadas.

Decididamente no.

Pero esta protesta abarca solamente a la primera categoría reseñada líneas más arriba.

Solo a la primera.

Pero no tiene nada que ver con las otras categorías. Porque los otros 3 conceptos de marketing político que te señalé son completamente diferentes y recorren un camino absolutamente específico y propio.

La paradoja de los desconfiados

Imagina que tu partido político rechaza vigorosamente la aplicación de herramientas del marketing comercial en las campañas políticas.

Imagina que tu partido desconfía de una disciplina que presume frívola y superficial. Y que por lo tanto decide no hacer ni el más mínimo lugar en sus campañas a nada que pueda etiquetarse como ‘marketing político’.

El problema es que en el momento mismo que generaliza y confunde una forma de concebir la disciplina con el conjunto de ella, pues en ese mismo momento se desliza dentro de la paradoja de los desconfiados. Y allí queda, atrapado y derrotado.

¿Por qué paradoja de los desconfiados?

Porque tu partido político necesita expresar bien sus ideas, comunicarse, crecer y ganar espacios en la sociedad. Pero para ello no alcanza con pensar. Las ideas se tienen que difundir. Y para ello se necesitan herramientas, técnicas, métodos.

¿Qué hace entonces el partido de los desconfiados?

Recurre a la estrategia de marketing político más antigua, más primitiva, más amateur y más ineficaz en el mundo de hoy: altavoces, papeles impresos, improvisación, muros pintados…

No perciben que eso también es marketing político, pero del malo, del que no funciona. No digo que esas herramientas no tengan cabida sino que limitarse a ellas es hacer un tipo de marketing político cuyo efecto es alejarse de la gente y perder elección tras elección.

Esa es la paradoja: rechazar con pasión el marketing político y al mismo tiempo entregarse en cuerpo y alma al más rancio marketing político.

Estrategia política y herramientas de comunicación

Si haces política en serio, entonces tienes que decidir qué estrategia de marketing político vas a emplear. Si crees que no vas a usar ninguna, te aseguro que sí tendrás una de todos modos y que además será la peor.

¿Mi consejo?

Supera la protesta superficial y los automatismos. Crece más allá de lo viejo y superado. Y camina rumbo al profesionalismo en tu estrategia, tu comunicación, y tus campañas políticas y electorales.¿

Maquiavelo&Freud

https://maquiaveloyfreud.com/desconfiados-marketing-politico/

 3 min


​José E. Rodríguez Rojas

El plan de recuperación económica de Nicolás Maduro fracasará. Puede funcionar con algunas modificaciones y añadidos, como un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y una reestructuración de la deuda externa para obtener financiamiento, pero esto requiere de un acuerdo entre el gobierno, la oposición y la comunidad internacional. Pero ello es difícil que suceda con Maduro en la presidencia, se requiere un presidente competente para ello. Este es el planteamiento de la Revista The Economist en un artículo reciente. Esta revista es muy prestigiosa y tiene mucha influencia, en particular en el liderazgo europeo. Debido a ello insertamos a continuación una traducción libre que hicimos del artículo en cuestión.

“El realismo mágico de Nicolás Maduro”

Nicolás Maduro lo llamó una impresionante fórmula mágica. Su paquetazo rojo consistió en una nueva moneda que le quitó cinco ceros al depreciado bolívar, un fuerte incremento de las gasolina y un incremento del 3.000% en el salario mínimo. Olvidemos la magia. La fórmula del presidente, aun con algunas dosis de realismo, fracasará en su propósito de rescatar a los venezolanos de la agonía económica. Venezuela tiene el peor comportamiento de una economía en países que no atraviesan por un conflicto bélico. El PIB cayó más de un tercio entre el 2013 y el 2017. La inflación podría sobrepasar el millón por ciento este año de acuerdo al FMI. El país con las más grandes reservas de petróleo no puede importar suficientes alimentos y medicinas. Los cortes de agua y luz agobian a las ciudades. Más de 2 millones de venezolanos han abandonado el país, perturbando a los países vecinos.

Maduro dice que ello es culpa del “Imperio” que ha desatado una guerra económica sobre Venezuela. De hecho la catástrofe es causada por el alocado modelo socialista introducido por Hugo Chávez y continuado por Maduro, después de la muerte de Chávez en 2013. Las expropiaciones y el control de precios han debilitado a las empresas privadas y deprimido la producción. La corrupción ha subvertido al Estado. La caótica administración de PDVSA, la compañía estatal de petróleo, ha ocasionado la caída de la producción de petróleo a la mitad desde el 2014. Así como el régimen ha asfixiado la democracia, manipulando las elecciones y gobernando sin tomar en cuenta a la Asamblea Nacional controlada por la oposición, de igual forma ha estrangulado la economía.

Tardíamente, Maduro ha reconocido la necesidad de un cambio de rumbo. Ha admitido por primera vez que la hiperinflación es causada por la desenfrenada creación de dinero para financiar el déficit público, el cual excede el 30% del PIB este año, de acuerdo al FMI. Su paquetazo devaluó la moneda de 250.000 bolívares viejos por dólar, disponible para unos pocos privilegiados, a la tasa dominante en el mercado paralelo de 6 millones. Pero Maduro ha establecido las bases para el fracaso de su plan. El nuevo bolívar soberano está supuestamente anclado al petro, una nueva unidad de cuenta que está ostensiblemente respaldada por las reservas de petróleo. Pero en la medida que nadie conoce cómo trabajará el petro y nada enlaza la nueva moneda al mismo, esta ancla inspira poca confianza. En la práctica el régimen continuará imprimiendo tanto dinero como desee. El compromiso de eliminar el déficit fiscal pierde credibilidad por la excepción impositiva concedida a PDVSA y la elevación del salario mínimo. Esto catapultará el gasto salarial gubernamental, incentivará aun más la inflación y contribuirá al quiebre de empresas. Existen rumores de que se acentuará el control de precios lo cual desestimulará aun más la producción.

Con alguna otra persona en el cargo Venezuela podría tener algún chance. Un presidente competente podría mantener parte de la terapia de Maduro, como la devaluación y añadir algún otro remedio. Levantar el control de precios y conceder mayor seguridad jurídica a las empresas. Darle mayor autonomía al Banco Central para fortalecer el bolívar o dolarizar la economía. Venezuela ganaría credibilidad externa y soporte financiero negociando un programa de ajuste con el FMI, lo cual podría establecer las bases para iniciar una negociación seria para reestructurar la deuda externa. Todo esto necesitará la cooperación de la oposición y de la comunidad internacional. Esto es difícil que suceda con Maduro en la presidencia. Venezuela necesita una reforma real, no magia.

Referencia: The Economist. 2018. Nicolás Maduro magical thinking. 23 de agosto, 2018.

Profesor UCV

josenri2@gmail.com

 3 min


Héctor Silva Michelena

Hagamos una breve reflexión sobre la crisis societaria actual que padece Venezuela; extraigo algunas ideas del libro titulado How Democracies Die (Cómo mueren las democracias) que describe los caminos institucionales a través de los cuales las democracias pueden colapsar.

Sostiene uno de sus autores, Steven Levitsky, profesor en Harvard, que las democracias no solo colapsan al ruido de golpes militares. De hecho, lo común hoy en día es que el colapso de las democracias sea resultado de un proceso gradual, a veces silencioso en el cual las propias instituciones de la democracia son empleadas para desmantelarlas y así imponer un régimen dictatorial. Las democracia mueren, entonces, en manos de las propias instituciones llamadas a protegerlas, sobre todo cuando permiten la elección de un líder populista que, una vez en el poder subvierte los controles de la democracia liberal e incluso la participativa y protagónica para imponer un régimen autocrático.

Destaco tres lecciones que se desprenden de la crisis venezolana. La primera, y más importante de todas, es que la consolidación democrática no es una situación inmodificable. En realidad, ninguna democracia puede darse por sentada. Venezuela tenía una democracia real que colapsó; la segunda lección es que las crisis económicas sostenidas pueden derivar en grave crisis de la democracia. La Venezuela de hoy es un ejemplo paradigmático de esta lección, por eso Levitsky deja caer esta sentencia lapidaria: la democracia en Venezuela está muerta. La tercera y última lección es que es importante tomar en cuenta cómo los mecanismos instrumentados para consolidar la democracia pueden ser un arma de doble filo. Así, el pacto de Punto Fijo, duramente cuestionado por el chavismo, fue un instrumento indispensable para consolidar la democracia, y así produjo importantes beneficios. Pero a la vez, este pacto actuó como un arma de doble filo pues en el largo plazo el pacto derivó en severas limitaciones del ejercicio realmente democrático, la participación popular, la equidad y la justicia. La partidocracia se había impuesto sobre la democracia de partidos. El Pacto de Punto Fijo se había agotado.

Tras la muerte de Chávez subió al poder Nicolás Maduro, quien desde sus inicios mostró incapacidad para ejercer un buen gobierno como lo muestra bien la carta de renuncia del entonces poderoso ministro Jorge Giordani, titulada “Testimonio y responsabilidad ante la historia”, de fecha 18/06/2014. (https://www.aporrea.org/ideologia/a190011.html). Los puntos centrales que esgrime Giordani son: que Maduro no continúa los procesos de desarrollo político y social diseñados por Chávez, que no tiene capacidad administrativa ni es un hombre de Estado, que carece de liderazgo político y que ha permitido una gran corrupción a través de Cadivi.

Yo me quedo perplejo al ver cómo una crisis económica tan profunda, que ha reducido en casi 40% el ingreso per cápita de los venezolanos en 5 años, no haya significado un cambio político. Ciertamente la oposición que había acertado en las elecciones parlamentarias del 2015, no percibió que tanto Diosdado Cabello, entonces presidente de la Asamblea Nacional, como Nicolás Maduro podían actuar descaradamente. En efecto Cabello, en una sesión de la AN celebrada el 23 de diciembre de 2015 nombró ilegítimamente un Tribunal Supremo de Justicia completamente oficialista; ese tribunal, mediante sentencia cautelar, del 30 de diciembre de 2015, suspendió la investidura de los Diputados del Estado Amazonas, 4 en total, de los cuales 3 de la oposición, con lo cual le quitó la mayoría calificada de 112 votos.

Desde entonces la conducta abiertamente autoritaria de Maduro, destruyó la Asamblea Nacional, al quitarle sus atribuciones y transferirlas al TSJ rompiendo el Orden Constitucional, denunciado tardíamente por la Fiscal Luisa Ortega Díaz, cerró las vías democráticas lo que ha debido llevar su régimen al colapso. Más aún, convocó, contra lo pautado en la Constitución, en mayo de 2017, a una Asamblea Nacional Constituyente, con bases comiciales fascistas; la Carta Magna es bien explícita: el presidente está facultado para iniciar el proceso, mas no para convocarlo, pues eso es atributo inalienable del pueblo, donde reside la soberanía. Debía hacerse un referéndum consultivo vinculante, como en 1999.

Pero eso no sucedió, por eso es para mí una sorpresa que Maduro subsista tanto tiempo en medio de una severa crisis humanitaria y sin apoyo político. Creo que la sobrevivencia de Maduro y su régimen se deben al apoyo inconstitucional e incondicional del Alto Mando Militar, quienes son los verdaderos dueños del poder, tanto político como económico. En efecto, más del 70% de los cargos públicos importantes están en manos de militares, incluida ahora PDVSA donde el Mayor General de la GN Manuel Quevedo, ajeno por completo a la industria, ejerce una verdadera dictadura interior. Bajo su corto mandato la producción de PDVSA cayó de 2 millones de b/d a 1 millón 250 mil de b/d, una verdadera catástrofe pues la divisas indispensables para el funcionamiento de la economía, han caído a pesar de que los precios del petróleo se incrementaron en 11% en 2017.

¿Qué hacer? No tengo respuesta. Veo a una oposición, no sólo carente de liderazgo y de propuestas, sino con conflictos en su propio interior y alejada de la real crisis humanitaria que padece la inmensa mayoría de los venezolanos. Doy un solo dato: de acuerdo con la pirámide de edad y sexo, de UNICEF, en Venezuela hay 6 millones de niños y niñas, entre cero y nueve años entre los cuales el 16,4 % es calificado de desnutrición severa por organizaciones tan creíbles como la Fundación Bengoa y Cáritas; hablamos de poco más de 1 millón de niños y niñas, que sufrirán daños irreversibles en su desarrollo corporal y mental.

Unas palabras finales. Venezuela es, políticamente, una insólita paradoja. Tiene un presidente reelecto con el expediente del fraude electoral estructural masivo, un delito muy grave que conlleva penas severas. Es autoritario y dictatorial, pero ejerce un populismo exacerbado, aumentando repetidamente el salario repartiendo, bolsas CLAP, bonos de todo tipo, desde Navidad hasta el 24 de julio contamos siete, asignados a quienes poseen el orwelliano “Carnet de la Patria”. Según las encuestas más conocidas y creíbles, más del 70% de la población votante lo rechaza y lo considera el responsable de la profunda y larga crisis que nos azota. El Mundo Occidental, al cual pertenecemos, lo rechaza por dictador y no lo reconoce como presidente legítimo. Lo apoyan los enormes aunque muy lejanos países orientales, como China Rusia e Irán. Maduro no cae - reitero – sólo porque lo sostienen las armas uniformadas de la Nación

En su editorial del 1º de junio de 2018, del diario argentino La Nación se lee: “El concepto más elemental de legalidad y legitimidad, como son la democracia y el Estado de Derecho, han desaparecido de Venezuela. Ni qué decir de la situación de la economía (…). Según el FMI, este año la inflación llegará al 13.864%[1] y el desempleo al 33%”.

“Un panel de expertos de la OEA presentó un informe que concluye que existen fundamentos suficientes para considerar que en Venezuela se han cometido crímenes de lesa humanidad, lo que abre la posibilidad de que altos funcionarios, incluido Maduro, pueden ser juzgados por la Corte Penal Internacional. El reporte identificó a 131 víctimas de asesinatos durante las protestas de 2014 y 2017”.

“Según el Índice de Percepción de la Corrupción, publicado por Transparencia Internacional, Nicaragua y Venezuela son los países peor clasificados. Un informe de la Unidad de Investigación de la Fundación InSight Crime y el observatorio de Crimen Organizado de la Universidad del Rosario, de Bogotá, concluye que Venezuela se convirtió en un eje del crimen de la región.”

“El estudio, titulado Venezuela: ¿un Estado mafioso?, es el resultado de tres años de investigaciones. Entre el fuerte aislamiento y el negacionismo de la realidad por sus ilegítimas autoridades puede concluirse que nada queda ya de la democracia venezolana”.

Yo he leído, en inglés, el estudio, que consta de 84 páginas bien documentadas estadísticamente, e ilustradas con mapas en colores sobe el flujo de drogas, dinero y hombres en este gran tráfico criminal. Puede leer el estudio en www.insightcrime.org, o escribir, como lo hice yo, a info@insightrime.org.

Yo estoy persuadido, junto con numerosos analistas políticos occidentales, que en las actuales condiciones, cuando la oposición está impedida de participar políticamente, y cuando no hay ninguna vía electoral institucional disponible, de que debe pensarse en mecanismos no-electorales para lograr el cambio. Así, la combinación de protestas – que generarán represiones – con la presión del Mundo Occidental, puede llevar a un quiebre dentro del gobierno, siempre y cuando sus funcionarios, para salvar su pellejo y su dinero, decidan no seguir las ordenes arbitrarias de Maduro. Amén.

29 de agosto 2018

 6 min


El comentario de la semana

Hay una diferencia gigante entre un gobierno que toma medidas económicas, necesarias, para rectificar un rumbo equivocado, asumiendo su responsabilidad y con el norte de darle calidad de vida a los habitantes de un país, y otro, que impone medidas por sorpresa, inconsultas, sembrando falsas expectativas, con el único propósito de estar un tiempo más en el poder. Ese es el caso del gobierno de Nicolás Maduro cuyo interés primordial es quedarse con el poder.

Esa diferencia a la cual nos referimos es la clave para entender como actúa un gobierno que se sabe y que sabemos, es maula, mentiroso, mala paga y ladrón. Les importa nada el enorme sacrificio que pasamos los venezolanos, la escasez de alimentos o medicina, la ausencia de los servicios públicos más elementales, inseguridad jurídica y personal, el alto costo de la vida y la hiperinflación que el FMI ha proyectado en 1.000.000% para este año, les importa poco los largos años de recesión y los veinte años de destrucción sistemática que ellos han causado en el aparato que produce en Venezuela. Resolver la crisis o cambiar el modelo social y económico que han impuesto a lo macho para generar esta tragedia nacional no está en la mente de Maduro, tampoco en los cercanos a él y mucho menos en la experiencia cubana.

Han sembrado duda e incertidumbre, es el estilo de los gobiernos delincuentes, de los que actúan en la noche y de los que se cubren el rostro. Siempre lo han hecho, desde el 1999 hasta nuestros días y cuando mejor les ha funcionado es precisamente cuando juegan con la necesidad del venezolano, sabiendo ellos que se guarda en la población el deseo de creer que es posible vivir mejor y ahí aprovechan para echar un cuento tras otro sin tener el menor escrúpulo al mentir. Así oímos decir al candidato Maduro, -en las elecciones que él se invento el pasado 20 de mayo-, “Ahora si me voy a ocupar personalmente de mejorar la calidad de vida y la economía en Venezuela”, sin importarle en lo mas mínimo los seis años de destrucción que él condujo siendo presidente.

Ahora, sabiendo que está en juego su permanencia en el poder y que tiene un creciente rechazo en la población, se inventa un nuevo cuento, “el Plan de Recuperación Económica”, y anuncia que a partir del 1° de septiembre entrará en vigencia el quinto aumento salarial mínimo en lo que va de año, en base 1/2 Petro. Este aumento salarial ha creado expectativas y desconfianza en los ciudadanos, que al final solo sabemos que a partir del noveno mes del año se devengará una mensualidad de 180.000.000 de bolívares fuertes, equivalente a 1.800 bolívares de los inventados soberanos.

Los anuncios de Maduro juegan con la necesidad del venezolano sembrando incógnitas con el aumento salarial haciendo creer que 30 dólares mensuales alcanzaran para vivir dignamente cuando ellos, -el gobierno-, saben perfectamente que el aumento sigue por debajo de la media y de los salarios de la región internacional.

El aumento es una carga enorme para el empresariado y el comercio, que en una economía distorsionada deberán, -sin anestesia-, aumentar 36 veces la paga a sus trabajadores sin saber siquiera el contexto jurídico y las consecuencias en los pasivos laborales que dicha medida tendrá, ya que hoy primero de septiembre no ha salido el decreto de aumento salarial en Gaceta Oficial. Pero así es el este gobierno y ya lo conocemos, viven de sembrar la duda y la incertidumbre, hasta cuando les funcionará, sencilla respuesta: hasta que la dirigencia opositora lo quiera, es decir, hasta que la dirigencia toda, no solo la partidista, madure y se desprenda de interés personales, sectoriales o partidistas y entiendan que solo juntos aliados o unidos se podrá sacar a estos delincuentes del poder.

 3 min


Fernando Mires

El concepto dictadura será entendido aquí en su expresión más obvia, a saber, regímenes que anulan la clásica división de poderes, concentrándolos todos en el ejecutivo y apoyados en la fuerza represiva (policía, para-militares y militares).

Valga decir que las tres dictaduras latinoamericanas a las cuales me referiré -la cubana, la nicaragüense y la venezolana- no solo cumplen con los requisitos elementales que llevan a caracterizar a un régimen como dictatorial, sino, además, agregan formas de dominación no equivalentes con las dictaduras clásicas del siglo XX.

En efecto, no se trata de dictaduras totalitarias como fueron las de Stalin, Hitler y Mao Tse Tung, entendiendo por totalitarismo la apropiación del espacio público y privado por la omnipotencia estatal, en el sentido otorgado por Hannah Arendt al término. Ni carismáticas de acuerdo a la tríada formada por la tradición, la religión y la cultura, según Max Weber primero, y después por la misma Hannah Arendt. Ni personalistas (principio del caudillo) de acuerdo a las definiciones de Carl Schmitt tomadas del español Donoso Cortés.

En cierto modo podemos hablar de dictaduras mutantes. A veces aparecen en formato militarista. Otras, bajo la égida de un caudillo. Y en algunas ocasiones, como simples autocracias. Lo mismo ocurre con sus formas de representación ideológica. Por lo general intentan vincularse a grandes mitos nacionales (Martí en Cuba, Bolívar en Venezuela, Sandino en Nicaragua) los que combinan con consignas marxistas de silabario. Son fascistas a veces, estalinistas otras, o simplemente populistas. Pues si hay algo que las une, es su ductibilidad. Más aún, ni siquiera pueden ser consideradas como latinoamericanas típicas. Objetivamente corresponden a formas de dominación (¿post-modernas?) que existen en otros continentes, como la Rusia de Putin, la Bielorusia de Lukashenko, la Turquía de Erdogan, la Hungría de Orban. Son en fin, las tres, aunque surgieron en el siglo XX, dictaduras del siglo XXl en versión latinoamericana.

Las tres poseen una legitimidad de origen: la de una revolución democrática (Cuba) o electoral (Venezuela) o ambas (Nicaragua). Ninguna llegó al poder como resultado de un golpe militar a lo Videla o a lo Pinochet. Pero ya en el gobierno, emprenden, primero lentamente, después de modo más progresivo, la demolición de los pilares de la democracia moderna, camino al cual comienza lentamente a sumarse la Bolivia de Evo mediante la adopción del principio de reelección indefinida. Si eso llega a consumarse, las tres dictaduras, como fue el caso de Los Tres Mosqueteros, serán cuatro.

Desde el momento que ascienden al gobierno los portadores de “la revolución” comienzan a apropiarse del estado hasta llegar al punto en que gobierno y estado terminan siendo sinónimos. Tiene lugar así la formación del Partido Estado al cual son incorporados mediante sueldos fabulosos y corrupciones inmensas, generales y oficiales de alto rango. Ya constituida la nueva clase de estado, iniciará una verdadera lucha de clases desde arriba hacia abajo cuyo objetivo final es asegurar su poder absoluto. Para ello será necesario destruir tres segmentos no estatales: el aparato productivo (empresarios y obreros), las clases medias profesionales y la clase política opositora.

Solo en función del primer objetivo se entiende la economía política practicada por esas dictaduras. La economía nacional - es lo que no han captado muchos estudiosos- es puesta al servicio de la mantención y reproducción del poder de la clase estatal dominante. Por eso, medidas económicas que según cualquiera escuela parecen aberrantes, si se sigue la lógica de quienes manejan los mecanismos del poder, se entienden perfectamente. Pues para ellos no se trata de aumentar la producción, ni de nivelar salarios, ni de alcanzar una mayor igualdad, sino de destruir radicalmente al antiguo orden político y social. Tiene razón entonces Nicolás Maduro al hablar de “guerra económica”. Para él la economía es un arma de destrucción masiva.

Tales dictaduras son, dicho en el peor sentido del término, auténticamente revolucionarias. Su objetivo central es transformar a la sociedad de acuerdo a los intereses comunes a toda la clase de estado. Una revolución en sentido inverso. No la de los de abajo en contra de los de arriba, sino la de los de arriba en contra de los de abajo. En cierto sentido apuntan, como ya advirtió Arendt acerca de los totalitarismos modernos, a la transformación de una sociedad de clases en una sociedad de masas.

Obreros y campesinos son convertidos -después de la destrucción de los centros productivos- en masa pauperizada. Tarjetas de racionamientos, bonos de subsidios y limosnas patrióticas, son mecanismos que aplicados llevarán a la dependencia biológica de las grandes masas con respecto al Estado.

Destruido el sistema productivo, tendrá lugar, además, la formación de un lumpen-proletariado sin proletariado. Mendigos, rateros, asaltantes o simplemente andrajosos pululando en las calles, como tan bien describiera a la “Cuba profunda” el escritor Leonardo Padura en su novela La Transparencia del Tiempo. Y por cierto, la prostitución, el “petróleo de Cuba” descubierto y organizado por los Castro.

Cuba, que linda es Cuba. Barcos llenos de turistas norteamericanos y europeos ansiosos de “carne fresca” de ambos sexos arriban semanalmente a la Habana. Hoteles que ni en sueños habitaron, bellezas que jamás pudieron tocar, ritos sexuales clandestinizados en los países de origen, practicados a precio de huevo bajo los retratos del Che, Fidel y Chávez.

Una variante distinta al “socialismo petrolero” venezolano y al “socialismo hotelero” cubano parecía ser el “capitalismo social” instaurado en Nicaragua por la dictadura Ortega-Murillo. Bajo la consigna de construir el socialismo, el régimen optó por otra secuencia. En primer lugar no destruyó el de por sí débil aparato productivo, simplemente “lo compró”. Para el efecto, intensificó relaciones con empresas extranjeras, principalmente norteamericanas. Así, bajo el llamado socialismo sandinista, Nicaragua pasó a ser uno de los países más dependientes del capital externo de América Latina. A fin de alcanzar ese rango, Ortega realizó dos movidas adicionales. Por una parte ofreció a las empresas una mano de obra abundante y barata. Por otra, transfirió, vía subsidios, remesas de capital destinadas a mantener la adhesión de los sectores laborales. Con lo que no calculó el autócrata fue que bajo la égida del capitalismo subsidiado, el sector laboral iba a crecer notablemente de modo que los reclamos sociales comenzarían a hacerse cada vez más continuos. Tampoco calculó que el desarrollo capitalista suele ir acompañado de cierta modernización, expresada en el aumento de sectores intermedios a los cuales pertenecen los estudiantes cuyos reclamos no solo son sociales sino, además, políticos.

El resto de la historia es conocido. Mediante la criminal represión, Ortega ha intentado eliminar las consecuencias sociales de su propia estrategia. Después de las horribles masacres cometidas durante el 2018, el “modelo Ortega” debe darse por fracasado. Desde ahí a Ortega no le queda otra salida que seguir el camino de Maduro (sin petróleo) así como Maduro ya sigue desde hace tiempo el camino cubano: asegurar y reproducir, al precio que sea, el poder de la clase dominante de Estado. Al menos Ortega cuenta con el mismo “factor positivo” que el flamante Díaz-Canel y, en medida creciente, que Maduro: una clase política opositora disgregada, dividida e incapaz de unirse en un solo frente de lucha.

Es cierto que Ortega ha sabido operar sobre el conjunto de la clase política nicaragüense formada por una infinidad de partidos y movimientos de tendencias contrapuestas. Pero también es cierto que esa misma clase política ha sido incapaz de formar un frente electoral unitario y solidario.

En Cuba, en cambio, la clase política nacional fue eliminada rápidamente. Después de la toma del poder por Castro en 1959, muchos militantes del potencial bi-partidismo (Ortodoxos y Auténticos) pasaron a unirse al movimiento 26 de Julio. Otros emigraron hacia Miami. Desde ahí, desligados de los verdaderos problemas de su país, cayeron en labores conspirativas. Su Waterloo fue la invasión a Bahía Cochinos el año 1961, hecho que sirvió a Castro para llevar hasta el final la depuración de la oposición interna, dentro y fuera del 26J. Hoy no existe clase política de oposición en Cuba.

Distinto parecía ser el caso de Venezuela. Como en pocos países que viven bajo una dictadura, llegó a formarse en contra del chavismo una fuerte oposición articulada en los partidos de la MUD. La victoria del 26-D, culminación de una larga trayectoria electoral comenzada el año 2006, fue vista por algunos como el inicio de la derrota definitiva del régimen. La línea democrática, constitucional, pacífica y electoral, propia al conjunto de la oposición, pareció continuar durante el movimiento por el revocatorio (constitucional y electoral) el que, al no ser aceptado por el régimen (no podía serlo) podía transferir su potencial hacia los eventos electorales que se avecinaban. Las jornadas callejeras del 2017, no hay que olvidarlo, surgieron en defensa de la AN y en contra de la falsa Constituyente. Fue en ese momento, cuando, desde fuera y desde dentro de la MUD, comenzaron a ganar terreno los sectores más extremistas, antipolíticos y anti-electorales de la oposición. Mediante un simulacro electoral, contagiado por una euforia masiva, otorgaron incluso un carácter sacramental a un documento que no podía sino ser simbólico, el por ellos llamado “mandato del 16-J”. La derrota en las calles, sufrida por muchachos mártires sin más armas que escudos de cartón, fue considerada por el extremismo opositor como la negación de toda salida electoral. Fue así que sin mística ni fuerza, la oposición regaló a Maduro las elecciones municipales y regionales.

A pesar de todo la MUD tuvo una posibilidad de oro para recuperar la vía política. Fue después del fracaso del “diálogo” de Santo Domingo. Las demandas no aceptadas por la dictadura ofrecían, en verdad, un magnífico programa para convertir a las elecciones presidenciales en un fuerte movimiento social y político. Pero la incapacidad de elegir un candidato unitario -exigido desde hacía tiempo por Henrique Capriles- dio al traste con la posibilidad de propinar a Maduro una fuerte derrota. Pocas veces, creo que nunca, se ha visto en la historia política una oposición que, habiendo tenido todo en las manos para alcanzar un triunfo, haya decidido retirarse abandonando la única vía que conocía, la única donde podía vencer, la única donde podía conservar cierta unidad.

No voy a insistir sobre el tema. Así como la oposición nicaragüense está siendo venezolanizada, la oposición venezolana está siendo cubanizada. Desde Miami, personajes con peso económico pero sin vinculación social ni política intentan, como ocurrió con los cubanos, erigirse en dirigentes, amparados en una supuesta “comunidad internacional” que nunca ha existido ni existirá, dando curso libre a fantasías que solo pasan por sus cabezas afiebradas. Por mientras, ya sin esperanzas, la población venezolana se desangra sobre una ola migratoria sin precedentes en la historia latinoamericana.

Queda todavía una oportunidad, la única posible para no perder lo poco que queda de la oposición venezolana. Hacia diciembre asoman nuevas elecciones. Por cierto, no hay ninguna razón para ser demasiado optimistas con respecto a una salida unitaria. La palabra unidad ha llegado a ser un comodín para salir del paso, aún para políticos que han hecho todo lo posible para romper con la unidad. La mayoría de los líderes opositores siguen sumidos en ese limbo de la nada al que los llevó el abstencionismo del 20-M. Nadie se atreve a tomar una iniciativa que no sea la de hacer frases “dignas” o llamar a paros destinados a parar a un país parado. Después del 20-M la situación no puede ser más deprimente.

Pero quizás, como en todas las cosas de la vida, hay que conservar todavía un gramo de esperanza. Lo digo, claro está, solo por decir algo.

31 de agosto

https://polisfmires.blogspot.com/2018/08/fernando-mires-las-tres-dictadu...(POLIS)

 9 min