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Maxim Ross

Una plataforma civil para la sociedad venezolana.[1]

Maxim Ross

¿Qué?

Crear un lugar común de encuentro, reflexión y acción de la sociedad civil organizada de Venezuela. Un lugar de encuentro presencial o virtual para coordinar o articular posiciones sobre sus problemas comunes y sus necesidades generales. Sería un “ámbito de interacciones estructurado en torno a una red de asociaciones y organizaciones posibles gracias al libre acuerdo de todos los participantes, con el fin de alcanzar conjuntamente la satisfacción de determinados intereses y la resolución consensual de posibles conflictos de acción.”[2].

¿Por qué?

El desarrollo de la situación política, económica y social venezolanas, caracterizada especialmente por el extremo estatismo, el centralismo y presidencialismo y el deterioro de la economía y la vida social ha reducido considerablemente el rol y la influencia de su sociedad civil, por lo que es necesario considerar opciones de organicidad y de organización que rescaten su capacidad de influir e incidir en los más importantes asuntos públicos.

La existencia de un conjunto de problemas comunes a las distintas organizaciones civiles, más allá de sus intereses legítimos exige soluciones más allá de ellos, lo cual define un espectro de problemas y necesidades que incumben a todas. Siendo que la solución de la mayoría de esos problemas y necesidades, tanto en el campo político, como en el económico y social han sido depositadas en el Estado y, prácticamente delegadas todas a los partidos políticos, la sociedad civil reclama una representación y una participación efectiva en el tratamiento de ellos, sin perjuicio de sus funciones y atribuciones legitimas de consecución y ejercicio del poder político.

¿Para qué?

Para identificar esos problemas y esas necesidades y ponernos de acuerdo sobre temas fundamentales que coloquen a Venezuela en una ruta política, institucional, económica y social que tenga garantías y mecanismos de sostenibilidad. Para elaborar y presentar proyectos de Acuerdos al resto del país, a los poderes públicos, a los partidos políticos y a la Comunidad internacional interesada en Venezuela.

[1] En conjunto con Juan Garrido, Universidad MonteAvila.

[2] Sociedad civil: una concepción radical. DOMINGO GARCÍA MARZÁ. En: RECERCA, REVISTA DE PENSAMENT I ANÀLISI, NÚM. 8. 2008. ISSN: 1130-6149 - pp. 27-46

Una plataforma civil para la sociedad venezolana

Maxim Ross

¿Qué?

Crear un lugar común de encuentro, reflexión y acción de la sociedad civil organizada de Venezuela. Un lugar de encuentro presencial o virtual para coordinar o articular posiciones sobre sus problemas comunes y sus necesidades generales. Sería un “ámbito de interacciones estructurado en torno a una red de asociaciones y organizaciones posibles gracias al libre acuerdo de todos los participantes, con el fin de alcanzar conjuntamente la satisfacción de determinados intereses y la resolución consensual de posibles conflictos de acción.”[2].

¿Por qué?

El desarrollo de la situación política, económica y social venezolanas, caracterizada especialmente por el extremo estatismo, el centralismo y presidencialismo y el deterioro de la economía y la vida social ha reducido considerablemente el rol y la influencia de su sociedad civil, por lo que es necesario considerar opciones de organización que rescaten su capacidad de influir e incidir en los más importantes asuntos públicos.

La existencia de un conjunto de temas comunes a las distintas organizaciones civiles, externos a sus intereses legítimos exige soluciones más allá de ellos, lo cual define un espectro de problemas y necesidades que incumben a todas. Siendo que la solución de la mayoría de esos problemas y necesidades, tanto en el campo político, como en el económico y social han sido depositadas en el Estado y, prácticamente delegadas todas a los partidos políticos, la sociedad civil debe reclamar una representación y una participación efectiva en el tratamiento de ellos.

¿Para qué?

Para identificar esos problemas y esas necesidades y ponernos de acuerdo sobre temas fundamentales que coloquen a Venezuela en una ruta política, institucional, económica y social que tenga garantías y mecanismos de sostenibilidad. Para elaborar y presentar proyectos de Acuerdos al resto del país, a los poderes públicos, a los partidos políticos y a la Comunidad internacional interesada en Venezuela.

[1] En conjunto con el Dr. Juan Garrido. Centro de Estudios de Integración Nacional. (CEINA)Universidad Monte Ávila.

[2] Sociedad civil: una concepción radical. DOMINGO GARCÍA MARZÁ. En: RECERCA, REVISTA DE PENSAMENT I ANÀLISI, NÚM. 8. 2008. ISSN: 1130-6149 - pp. 27-46

Un Acuerdo de Integración Nacional

Maxim Ross

En un reciente artículo ¿Cuál Acuerdo? ofrecía una escala de valores para concluir en la necesidad de alcanzar un Acuerdo de Integración Nacional, ahora que la Asamblea Nacional llama a todas las organizaciones que hacen vida en Venezuela a respaldar un Acuerdo Político Integral. En ese sentido, rescatamos un proyecto elaborado en la Universidad MonteAvila, en el cual defendemos que Venezuela se viene desintegrando sistemáticamente, más todavía con la intensidad que ha impuesto esta revolución destructiva “bolivariana”.

Frente a ello, contraponemos el concepto de Integración Nacional, es decir rehacer el país no solo en el plano político, sino iniciar un proceso sistemático y consistente de cambios en los planos institucionales, económicos y sociales, comenzando con un Acuerdo Democrático Nacional (ADN), que restaure nuestro ordenamiento democrático en reconocimiento a la tradición y cultura democrática venezolana.

En el artículo anterior (¿Cuál Acuerdo?) definimos algunos campos a identificar y reformar para alcanzar un mayor grado de Integración Nacional, entre ellos el hiper -presidencialismo, el estatismo, el centralismo y la extrema dependencia petrolera. A nuestro juicio, ellos conforman la “armadura” económica-política-institucional que nos ata”[1] para tomar una frase de un evento que, al respecto, realizaremos en la Universidad.

Sin embargo, no es la suma de esas reformas lo que caracteriza la idea de “integración”, lo que la hace es la necesidad de entenderlas y enfocarlas tan de manera simultánea como sea posible y, si no es así, al menos tener conciencia de que cada plano debe soportar los restantes. Decimos: no habrá descentralización sin una radical reforma que coloque a la provincia económica venezolana en el primero plano. Decimos: no habrá ampliación democrática con el grado de estatismo que hemos experimentado. Decimos: no habrá democracia plena y equidad mientras 16 a 17 millones de venezolanos vivan en pobreza o en las condiciones más precarias. El Acuerdo de Integración Nacional va en esa dirección.

Decimos: que la sociedad civil venezolana tome la iniciativa de promoverlo, constituyendo una Plataforma Civil que articule y coordine a distintas instituciones organizadas, sean gremios, asociaciones, comunidades, para que identifiquen sus problemas comunes y sus necesidades generales. Sobre este tema volveré en la próxima entrega.

[1] La integración nacional: una necesidad histórica para el Progreso y la Paz de Venezuela.

¿Cuál ACUERDO?

Maxim Ross

Ahora que se puso de moda lo de lograr cualquier acuerdo con el gobierno y aparece la iniciativa para que este se reintegre a la Asamblea y tengamos un nuevo CNE, me llama la atención que la crítica se concentre en quienes lo proponen y no en su contenido, porque si todo el esfuerzo se va en ese par de logros, estamos muy lejos de la meta de reconstruir este país, vale decir de acordarnos en cual debería ser el centro de gravedad de un verdadero Acuerdo Nacional y ¿Quién deberían promoverlo?

En tal sentido, ofrezco un criterio de escalada que pueda guiarnos hacia la complejidad de los problemas y soluciones que tiene Venezuela. Sitúo, en la primera escala el plano meramente político, comenzando por restaurar el ordenamiento institucional que permite expresar genuinamente la soberanía popular, lo cual comienza con realizar unas elecciones realmente libres. Dentro del campo político habría que pensar si la democracia es solo votar cada 5 o 6 años o si debemos pensar en darle mayor poder a la sociedad civil y si debería asumir una mayor responsabilidad en promoverlo.

En una segunda escala está el ordenamiento institucional del país que va más allá de lo político y que tiene que ver con rescatar la idea del equilibrio de poderes, colocando a la Asamblea Nacional en la primera jerarquía, pero que también implica un Acuerdo para reducir el extremo peso del centralismo, del estatismo y del presidencialismo que han tenido y tienen concentradas todas las capacidades decisorias en esta Venezuela petrolera. Un Acuerdo que le sume poderes a la provincia y regiones venezolanas.

En una tercera escala está, por supuesto, el tema económico, porque está más que comprobado que no podemos seguir viviendo del petróleo, que hay que integrarlo al resto de actividades económicas y darle todo el protagonismo del desarrollo al sector privado venezolano, que este tiene que regirse por las fuerzas del mercado, que a estas no podemos dejarlas solas, resolviendo todo y que, ese sector, tiene que asumir un mayor compromiso con Venezuela. Todo eso tendría que plasmarse en revertir el desarrollo hacia la provincia aprovechando al máximo la experiencia de sus vocaciones económicas.

En la escala de mayor calibre está nuestro principal y más urgente problema: eliminar la palabra pobreza del diccionario venezolana y desarrollar un política consistente y sostenible para atacar esa deficiencia, la cual sabemos tiene, no solo serias implicaciones económicas y sociales de equidad, sino una influencia decisiva en profundizar nuestra democracia.

En una próxima entrega defenderé una escala de mayor calibre: la necesidad de alcanzar un Acuerdo de Integración Nacional.

Aprendizajes de un aňo académico (II)

Maxim Ross

Toca ahora reseñar la experiencia y el aprendizaje que pude observar en el área económica de los Estados Unidos, comenzando por una diversidad geográfica y de tamaño que ya, de hecho, le da ventajas comparativas relevantes.

Es bueno saber que esa economía representa casi el 25% de todo el mundo y es casi igual a toda la Unión Europea, mientras que la China ocupa el 2º lugar con un 15% y Rusia con apenas un 2% del total. Esta última, representa un 10% de la de los Estados Unidos[1]. Esas diferencias no son gratis porque ya el hecho de ser grande y poderoso económicamente le da un valor añadido a la hora de aportar recursos y capacidad de consumo.

Un breve balance de sus fortalezas y debilidades[2], nos dice que ha estado creciendo en los últimos años a una tasa moderada y consistente, creadora de empleos netos y con una sorprendente tasa de desempleo cerca de la llamada “natural”. Un 4 a 5%. Su robustez, probablemente, deriva del aumento sostenido del ingreso medio del norteamericano, el cual se colocaba para 2017 en US$ 61.000 anuales por persona y también del salario en términos reales. Desde luego, una muy baja tasa de inflación origina esos resultados.

La base industrial se ha expandido en los últimos años y no hay que olvidar su logro fundamental: la auto suficiencia energética. La “confianza de los consumidores” es alta, un índice que da idea de baja incertidumbre en lo económico, a pesar de la volatilidad del Dow Jones, indicador que ha alcanzado niveles inesperados.

Sus mayores debilidades están en las muy conocidas y consistentes, la deuda federal y el déficit comercial, cifras que por su magnitud no dejan de preocupar a sus habitantes. La primera situada en el orden de 77% del PIB y el segundo bordeando los US$700 a 600 billones. Ambas colocadas en niveles de muy difícil manejo y reducción por las implicaciones sociales y externas que implican.

Grandes debilidades se registran en el plano social, con severas disparidades económicas y sociales, cuando el 1% de la población posee casi el 90% de la riqueza y con el polémico tema del “Obama Care” que pregunta cuantos estadounidenses tienen cubierta su salud. Un país donde todavía demasiados “indigentes” en las calles ocultan sus grandes fortalezas y virtudes.

[1] Banco Mundial 2017

[2] The Washington Post. The Trump vs. Obama economy — in 15 charts August 20, 2019.

Aprendizajes de un año académico (i)

Maxim Ross

Tuve la oportunidad de ser seleccionado por Venezuela para el Programa Humphrey Fellow 2018-2019 y deseo compartir varias lecciones y aprendizajes, luego de esta breve ausencia. Vivir un año en los Estados Unidos en distintos lugares, desde el Medio Oeste, en la capital y en Florida dice de la diversidad geográfica, cultural y productiva que ilustran porque ese país sigue siendo tan poderoso.

Por un lado, está la vigencia de su democracia la que, con todo y sus deficiencias, sigue avivando el espíritu de ese país, lo cual, a diferencia del nuestro hace que todo el poder atribuido al presidente, está muy lejos está de parecerse a la “cuasi - monarquía” que gobierna a Venezuela, ahora amparada en la inexistencia de una genuina separación de poderes. Allá funcionan eficazmente y quien preside el país no puede aplastar al resto.

Por la otra, hay que entender que ese poder dividido se fundamenta en los orígenes de su federalismo, el cual, nada tiene que ver con la ficticia descentralización que existe en Venezuela, con Estados, Alcaldías y Consejos Comunales plenamente dependientes del Gobierno Central. Si se ensambla aquella altísima autonomía local con la separación de los poderes se entiende porque funciona aquella democracia.

Sin embargo, no le anotemos solo virtudes, sin destacar, quizás, su principal vacío: el sistema de los dos partidos, lo cual, si bien tiene ventajas relevantes de estabilidad institucional, adolece de las desventajas de una autentica renovación del discurso político, pues, como se sabe, a veces queda muy circunscrito a temas específicos, tales como los impuestos, la cobertura de los programas de salud y, por supuesto, inmigración.

Otro componente significativo es la política exterior de ese país, la que ondula entre el multilateralismo de un Obama al unilateralismo de Trump, siendo que ambas emanan de esa condición de imperio que se atribuye. El mundo ha de ser como ese país y de allí la necesidad de influir y decidir sobre el resto, cuestión que, si bien puede ser beneficiosa por el intento de imponer libertad y democracia en el planeta, lo atraviesan sus intereses y seguridad, explicando las contradicciones que afloran en su política exterior.

Del lado económico, hay muchos aprendizajes que dejo para una próxima entrega, pues quiero describir lo que vi sobre Venezuela, tema que aparentaba estar en el centro del debate político y que explica lo que aquí se pensaba y esperaba, pero que en realidad estaba en el medio de la gran trifurca entre demócratas y republicanos y luego situado en el medio de las controversias contra Méjico, Afganistán, Irán, Corea, Rusia, China y ahora Groenlandia. Fue una manera de entender en qué lugar estamos de verdad en su orden de prioridades.

Respaldo a Guaidó

Maxim Ross

La suerte política de Juan Guaidó está en juego y con la de él la de toda Venezuela, lo que me trae a la memoria aquella famosa novela de Ernesto Sábato “Sobre Héroes y Tumbas” porque el nombre dice todo de como construimos un héroe y, rápidamente, lo bajamos de su pedestal. Este juego, en el caso de Guaidó lo considero bien riesgoso porque nos estamos jugando la última carta para salir del atolladero histórico en que estamos.

Digo que lo respaldo, porque creo que ha acumulado suficientes activos políticos, como ningún líder de la oposición venezolana lo ha hecho hasta ahora. Primero, por los datos de popularidad que publican las encuestas que ya es decir mucho, para quien tiene una andanada de críticas encima.
Como si fuera poco eso, ha logrado unificar a la oposición venezolana, porque aun cuando se producen disidencias tácticas o pasajeras sobre la ruta escogida, sigue encabezando el liderazgo opositor, lo cual le genera otro activo tangible que se traduce en dos claramente visibles: es el único interlocutor del gobierno y, hasta ahora, intocable. Obviamente, no se trata de la obra de un solo hombre porque allí también están otros valiosos líderes, sin cuyo apoyo y reconocimiento a su liderazgo, no estaríamos donde estamos.

Como si fuera poco ha logrado conformar, como nunca, una coalición internacional en su respaldo de, al menos 60 países, los cuales de extremo a extremo y con sus variantes lo reconocen y respaldan un cambio político en Venezuela, cierto, de distintas formas, pero el apoyo sigue en pie.
Por si fuera poco, ha logrado, con el concurso de muchos, crear un Estado paralelo. Nada más y nada menos. Quizás un caso único en la historia de las rebeliones anti gobiernos, cuando varias de ellas terminaron solo en el exilio.

Un activo, probablemente desapercibido es que, sin saberlo y sin decirlo, estamos en una transición quiera o no el gobierno y sus lideres actuales, porque sea por la vía de una genuina negociación, de la llamada “implosión” o de un severo agravamiento de la situación social, lo cierto es que el país sabe y comprende que así no podemos continuar. Que una transición es indispensable.

Quizás exagero con todo lo dicho y no le hago descuentos a Guaidó, pero tiene una característica que esconde su mayor activo político: sencillez de lenguaje y capacidad comunicadora las que, seguramente, provienen de su origen humilde. Es un hombre del pueblo.

Por todo eso digo que no podemos abandonarlo ahora.

Miserias y miseria de la revolución

Maxim Ross

No vayan a creer mis lectores que me voy a referir en estas notas al repetitivo tema de todas las miserias que ha creado la “revolución bolivariana” en nuestro país, pero si quizás a uno que creo ha sido poco tratado y debatido, cual es el de la “miseria de las ideas”, no solo las que lleva consigo la propia ideología conductora del “proceso”, sino de las que han faltado del lado de quienes la adversan y, a veces, es oportuno recordar una breve historia de ellas, tales que pueden ayudar a comprender mejor de que se trata esta “revolución” que, como muchos han señalado y ahora lo hacen sus propios defensores, poco tiene de un autentico cambio y mas de otra manera de hacerse de la riqueza de Venezuela.

Mucho se ha escrito en este mundo para entender en algo la historia del conocimiento en la humanidad y algo pudo aportar la filosofía para esa comprensión, desde ideas tan clásicas como aquella de “solo se que no se nada”, atribuida a Sócrates hasta la concienzuda investigación de Aristóteles y Platón para situarnos en un formato mas riguroso y sistemático de comprensión. Pasan los años y en una escala de avanzada llegamos a nuestros días con la igualmente clásica dialéctica hegeliana, al “Imperativo Categórico” kantiano, al descubrimiento de la razón cartesiano y así y así, hasta que ese intento fabuloso de querer entender que cosa somos fue fulminado drásticamente por las luminosas ideas de Carlos Marx.

Miseria de la filosofía.

Se trataba, nada mas y nada menos, de desmontar el aparato construido sigilosamente durante siglos del vinculo entre las ideas, la razón y la realidad. Aristóteles y Platón, de un solo plumazo desaparecerían en la pluma de Marx puesto que el materialismo histórico no podía admitir ninguna otra cosa que la historia explicada por la lucha de clases. Esa ley inexpugnable del determinismo arrasaría con cuanto concepto, idea o razón se atravesase. Pero eso no bastó: la dialéctica hegeliana sería puesta al revés y la tesis, la antítesis y la síntesis no se darían sino en el terreno del materialismo y el determinismo. Nada, ni nadie tendría incumbencia sobre el final de la historia. La “batalla” contra la filosofía había sido ganada. No quedaba nada por explicar.

Una clase contra otra nos daría la pauta de como progresó o no la humanidad. Guerra, conflictos, batallas todos explicados por esa ley inmutable que daría con el fin de la historia y cuyo desenlace sería el surgimiento del socialismo, cuando la clase explotada venciera a la explotadora y se alcanzara el reino aquel donde habrían desaparecido todas ellas. El ser humano alienado de las ideas que no eran las suyas habría sido liberado.

Menos mal que a alguien se le ocurrió que esa argumentación debía ser refutada y fue Karl (otro Karl) Popper quien se dio a cargo de la tarea.

Miseria del historicismo.

Pocos trabajos pueden ser tan cortos y tan sustantivos como este desarrollo de Popper contra el determinismo histórico, el historicismo, cuyo comienzo esta en poner en duda si puede construirse una ley de la historia y, mas todavía, si de ella se puede prescribir o predecir. Muy lejos del enfoque marxista le da un respiro a la Filosofía al regresar al campo donde las ideas y la realidad alguna relación tienen, no dialéctica, por cierto, sino en dirección a explicar sucesos y acontecimientos en esa mezcla de la inteligencia y la realidad que son los conceptos, las teorías y las leyes que no se vuelven inmutables.

Detrás queda la lucha de clases como único determinante de la historia cuando otras “pequeñas” esferas del conocimiento, de la voluntad operan para explicar los fenómenos. La unilateralidad materialista desaparece para dar paso a lo multidimensional que, aunque mas complicado, es mas cercano a la vida real.

Pues bien, nada de eso ha sido asimilado por el marxismo criollo, que sigue apegado al determinismo en un país donde, inclusive, se puede poner en seria duda aquello de la lucha de clases con el petróleo insertado en el medio entre capitalistas y proletarios. Tanto es así que todavía la “revolución” no consigue “patente de corso” de ninguna de las clases sociales. Por esa razón esta batalla que se libra en Venezuela bien puede ser llamada:

Miseria de la revolución.

En general las “revoluciones”, todas, todas, terminan causando miseria, porque, como es lógico, su único objetivo es destruir el orden establecido. Así pasó con la francesa, la rusa, la china, la mejicana, la cubana y, por supuesto, la venezolana. La lógica de este suceso es inevitable pues, si su mandato es ir contra la monarquía, el orden feudal o el capitalismo no queda otra alternativa que abatirlos, a la fuerza o por “cuotas” como ha sido aquí. Por esa razón, todas esas cosas que nos suceden día a día, la falta de comida, de medicinas, de agua, de luz, de transporte, todas ellas, decía son producto de esa lógica destructiva. No hay otra explicación.

Todos esos males y carencias se sintetizan en una sola palabra: miseria, porque resulta que en ese combate contra el orden establecido la “revolución” se lleva por delante todas las fuerzas productivas pre existentes, es decir, las que crean bienes y servicios, las que producen, las que invierten, las que prestan dinero, etc., etc., con el fin de sustituirlas por aquellas del “nuevo orden”, las comunas, los consejos productivos, los “koljoses”, las granjas colectivas, las cuales a final de cuentas han sido y son incapaces de sustituir las primeras, ergo, el resultado es una repentina o progresiva miseria.

Algunas revoluciones se dieron cuenta de ello a tiempo y otras no y el resultado está a la vista: para evitar o evadir la miseria tuvieron que apelar al orden precedente, en el caso de las mas modernas, al orden capitalista. La China, en primer lugar, seguida por Vietnam, Laos, Camboya, hasta Corea del Norte o Cuba, poco a poco van por ese camino, eso sí resguardando el poder para el partido comunista del lugar. El caso contrario fue el de la Unión Soviética, la que muy tarde se dio cuenta y se desmoronó de un solo golpe.

La pregunta es que hará la venezolana y que camino va a tomar después de estas elecciones, si el “soviético” o el “chino”, de lo que depende que tengamos mas miseria o, quizás, una rectificación que la atenúe o la revierta, pero, en todo caso la miseria de la revolución no está en los hechos materiales, sino en la mente, en la cabeza de sus líderes. Su grado de inteligencia, su obsesión ideológica o su apego al materialismo histórico serán determinantes a la hora de escoger un camino u otro.

Como dijimos antes, depende de que se imponga en Venezuela la “miseria de la filosofía” sobre la “miseria del historicismo”. Desde luego, seria mucho mas conveniente y preferible que no estemos en ese dilema y que se imponga el orden y el cambio que supere esa vieja dicotomía, esto es el regreso al capitalismo, a la libertad, al bienestar y a la democracia ajustadas y superadas por esta triste experiencia que no dudo en llamar “miseria de la revolución”

¡Los cuatro jinetes del apocalipsis venezolano!

Maxim Ross

Hace poco escribí unas notas que llame “Las siete plagas de Venezuela”, aludiendo a las premisas ideológicas y políticas que creo están detrás de la situación venezolana de tiempo atrás y ahora, aunque quizás sea muy exagerado utilizar la palabra “apocalíptico” para explicar las mismas circunstancias, escribo estas líneas para poner el énfasis en el contexto de los factores políticos e institucionales que nos han llevado a la situación que vivimos hoy día y que vienen consolidándose de tiempo atrás.

La coyuntura actual no lo explica todo.

Desde luego que la principal razón de la catástrofe económica, social y política por la que pasamos tiene que ver con el “modelo de deterioro y destrucción” que viene instalando el socialismo bolivariano, muy al estilo a “la venezolana”, con sus incongruencias e incompetencias. Los problemas de la vida cotidiana que afrontamos, el de la salud, la educación, la familia, el empobrecimiento progresivo de la población, agravado por las cifras de hiperinflación, contracción económica y por el cierre de industrias, comercios, empresas agrícolas que daban empleo a un importante número de venezolanos, dan razón de sus efectos, a lo que se añade la situación por la que pasa PDVSA.

Lo que deseo destacar en estas notas es que no es por casualidad que esa “revolución” y su Gobierno hayan llegado al poder y control que tienen, sin la conformación histórica de una estructura y una organización del poder político e institucional que lo ha permitido. El tema ha sido tratado exhaustivamente en el área política e institucional por el Dr. Juan Garrido en el documento “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela”[1] a quien se le debe todo su desarrollo. Ahora toca volver a traerlo a la consideración de la opinión publica.

A esa estructura la he llamado ¡los cuatro jinetes del apocalipsis venezolano!, porque son determinantes en un tipo de poder político que llena todas las condiciones para aniquilar la sociedad civil en todas sus expresiones. Son cuatro: Centralismo, Estatismo, Hiper Presidencialismo y Partidocracia.

Centralismo

En aquel documento se defiende la idea de que el paso del “federalismo” al “centralismo” fue una “tragedia” en el sentido de que nunca se realizó bajo una auténtica transición convenida y consensuada y que, en realidad el centralismo se impuso a toda costa sobre las regiones, pues los poderes locales quedaron subsumidos en aquel desde el punto de vista institucional, político y económico. Antes del petróleo la zona central y costera aglutinaban el poder político, pero llegado este el efecto de atracción fue fulminante. El centro dominó en todo sentido.

Ahora bien, para evaluar el tema en un enfoque equitativo, cabe preguntarse: ¿Es eso completamente negativo? El centralismo tiene la ventaja de que permite la construcción de un Estado moderno, con la identidad e integridad que culmina en el formato contemporáneo del Estado-Nación.[2]

Si embargo, tal atributo, sin dudas positivo, tiene que ser atenuado o compensado con la casi anulación de las identidades y potencialidades de lo local. Cuando ello sucede, y es el caso venezolano, el centralismo apaga todas sus ventajas y queda, si se pudiera expresar de alguna manera, “solitario” con todo el poder y se produce un gran desbalance sin ninguna contrapartida de control por los actores locales y regionales. La expresión “todo se decide en Caracas” ilustra claramente lo expuesto.

Cuando llega el petróleo el centralismo se acelera vertiginosamente, principalmente porque las regiones pierden sus fortalezas económicas, frente a este. El petróleo es la generación de riqueza por excelencia y no tiene correspondencia equivalente, especialmente al convertirse en el único capaz de crear ingresos externos en divisas convertibles. El petróleo fortalece incontrovertiblemente el centralismo.

Estatismo.

Podría ser que los efectos del centralismo no fuesen tan perjudiciales, sino fuera por el paralelismo que se crea en Venezuela con el fortalecimiento del Estado, lo cual, obviamente se multiplica el problema en la medida que las limitaciones al desarrollo de lo local merman en el desempeño de una sociedad civil más fuerte y más autónoma.

Siendo que el Estado venezolano se ha adueñó de la principal riqueza del país, las posibilidades de ampliación de las capacidades productivas de la sociedad se limitan, pues aquel ha asumido, a lo largo de nuestra historia, las principales actividades creadoras de riqueza. El petróleo, el hierro, el aluminio, la petroquímica son los ejemplos más evidentes, sin entrar en los momentos en que ese Estado decide ocuparse directamente del negocio hotelero, agrícola, bancario, etc., etc., lo cual, sin duda alguna inhibió la pertinencia de una sociedad civil con todas sus potencialidades.

Finalmente, el hecho de que “petróleo y Estado” vienen siendo casi la misma cosa, la necesidad de una o unas alternativas productivas equivalentes no es indispensable. El Estado puede con todo. Centralismo y estatismo “van de la mano” al explicar la situación venezolana.

Hiper Presidencialismo.

Agréguese a este cuadro el tema del super poder de un presidente en Venezuela, “dueño y señor” de todos los recursos, a quien, además, se le fueron cediendo las más significativas atribuciones del poder, comenzando por las que hacen la genética de una Asamblea Legislativa, cual es ceder su principal atribución de legislar. Se puede comprobar que en casi todos nuestros años de vida republicana las más importantes leyes económicas han sido elaboradas por el poder ejecutivo.[3]

No hay institución en Venezuela que tenga un poder similar y no hay la que pueda ejercer frenos o controles a ese “super poder”. Por ejemplo, la institución del Estado creada para seguir y controlar el sistema monetario, el Banco Central, queda en sus manos, al poder nombrar Directorio y presidente a final de cuentas. Si a ello se añade el “sutil” agregado de que es Él principal y único accionista de PDVSA, supuestamente representando a todos los venezolanos se completa ese “super poder, el cual se ejerce sin preguntar o consultar sus decisiones con persona o institución alguna. El presidente de Venezuela, una vez elegido, recibe un “cheque en blanco” para hacer con el país lo que desea.

Recapitulando: Centralismo + Estatismo+ Hiper presidencialismo, suman tres de los “jinetes” de este apocalipsis que se vive día a día y que ya serían suficientes para caracterizar el daño. Se entenderá que construir una sociedad más democrática, más descentralizada y más representativa, con esas limitaciones será muy difícil. A los tres añadimos un último contaminante que termina de completar la parodia que se vive actualmente.

Partidocracia.

Una palabra que nada tiene que ver con el ejercicio de los partidos políticos, hasta ahora la mejor manera en que los ciudadanos expresan y delegan sus intereses y su ideología política, pero cuando la conformación de los partidos políticos deja de lado sus principales atribuciones pierden esa inmensa ventaja y se convierten en gobierno de partidos, esto es, partidocracia.

No hay duda de que las instituciones sociales y los gobiernos revelan la identidad entre los partidos y las ideas y en todos los países ellos están asociados a determinadas ideologías, sea la social democracia, el marxismo, los social cristianos, los liberales, lo que marca la pauta de sus acciones de gobierno, pero una cosa es esa y otra cuando el partido hipoteca para sus fines al resto de las instituciones, sean estas gremiales, empresariales, sindicales, etc., etc., y estas pierden su identidad y principales atribuciones para convertirse en apéndices de los partidos.

En el documento citado dijimos:

“La participación de todos los estratos sociales en la deliberación que conduce a la legislación y en la gestión pública solo es posible combinando las figuras políticas de la representación y de la participación mediante lo que podríamos denominar una representación-participativa y una participación-representativa. En el primer caso, se requiere diseñar mecanismos que conecten los partidos políticos con los electores y las instituciones espontáneas de la sociedad civil y, en el segundo caso, la sociedad civil, en sus diversas manifestaciones, tiene que organizarse a sí misma para poder participar activamente en la formulación de las leyes porque…”[4]

Lo que sucedió en Venezuela es que esa doble relación se rompió, no solo por la ruptura de la representatividad, dada la poca periodicidad de las elecciones internas de los partidos, sino porque la participación se vio menguada en el tiempo. Los intentos de “protagonismo y participación” fueron intervenidos por métodos nada vinculados a una autentica participación. De hecho, esta ultima fue completamente contaminada por el poder presidencial en sus últimas versiones de gobierno.

El tema de la partidocracia, tuvo buenas y malas experiencias a lo largo de nuestra historia, pero de todas ellas la peor es la que se vive actualmente, cuando el gobierno y el Estado son completamente supeditados a los dictámenes del partido. Es la “partidocracia” en todo su esplendor.

Si recapitulamos y sumamos, centralismo, estatismo, hiper presidencialismo con la partidocracia, el país y su sociedad quedan plenamente enclaustrados en una dirección, pues los partidos políticos se vuelven los primeros defensores y cómplices de un “status quo”, en el que es y será muy difícil reconstruir un nuevo balance de poder y cuyo mayor peligro, no es que se haya perdido todo el poder, que ya es bastante, sino que la sociedad entera queda enteramente a la merced de los cuatro jinetes de su apocalipsis.

Para evitar ese desenlace solo queda el camino de una toma de conciencia y un despertar de la sociedad civil organizada que revierta esas poderosas fuerzas, porque de lo contrario quedan consolidadas las bases de un gobierno poco democrático y de una “cuasi monarquía”, como se puede comprobar y ¡Sin darnos cuenta!

[1] Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela. Juan Garrido y Maxim Ross.UMA, 2016

[2] La lucha por expresiones locales o autonómicas es un tema reiterativo en estos tiempos.

[3] Ver document citado.

[4] Documento citado. Pag. 83 y siguientes.

¿Dolarizar?

Maxim Ross

Se vuelve a poner de moda el término “dolarizar”, desde luego derivado del severo deterioro del bolívar y de la tendencia a usar el dólar como referencia de los precios internos. Ya Hanke estuvo aquí en Venezuela por los 90’s defendiendo la conveniencia de instalar ese sistema con aquello de la “Caja de Conversión”, la de Panamá o basado en la experiencia argentina, aunque no logró apoyo de los profesionales venezolanos de la Economía. Ahora vuelve a aparecer el tema con fuerza.

Evaluar la procedencia de un cambio de esa naturaleza no es fácil pues, como se sabe, tiene ventajas y desventajas que no permiten inclinar el balance en un claro sentido. Lo que podemos hacer es ilustrar a los lectores y organizar las ideas en esa dirección.

¿Por qué dolarizar?

Dos razones fundamentales se colocan para defender su conveniencia. La primera, quizás, la de mayor peso es cuando una economía ya está dolarizada de hecho porque todos los precios terminan en esa referencia cambiaria, lo cual a su vez se justifica en que el dólar garantiza el valor real de los bienes y servicios y, por ello, es preferible a la moneda local. En el fondo, como se puede constatar, el problema está en la pérdida de valor de la moneda local, en este caso el bolívar. Lo que conviene agregar, aunque parezca obvio, es que esa “perdida” proviene de una inercia inflacionaria que pareciera imparable.

La segunda razón es que, al dolarizar se impone una rígida disciplina monetaria que no depende de la expansión monetaria local y, por consecuencia, automáticamente cede el proceso inflacionario, claro, en tanto el dólar permanezca relativamente estable. Otra vez de lo que se trata es de evitar la “creación” de dinero local mediante distintos instrumentos, sea por un creciente gasto publico deficitario o por uno de origen monetario con un banco central que propicia un aumento de la liquidez. No se olvide que ambos se generan voluntariamente por instituciones estatales con precisos objetivos económicos o políticos, entre los cuales está el conocido “impulso fiscal o monetario” en época de recesión o contracción de la economía, argumento ampliamente defendido por keynesianos, post keynesianos y neo keynesianos.

Al final de cuentas, los defensores de la dolarización lo que están persiguiendo no es abatir la inflación, lo cual se coloca como primera prioridad, sino evitar que los Estados o los Gobiernos gasten más de lo debido.

¿Por qué no dolarizar?

De los argumentos anteriores se desprenden los contrarios, dos de ellos los más comunes. Desde luego, si ya una economía está expresando sus precios en otra moneda, de hecho, porque no validar “de derecho” esa conducta, puesto que es el reconocimiento de una realidad que se impone involuntariamente.

También, al dolarizar se le pone un férreo control al gasto del gobierno y a la expansión creada por la institución monetaria y esto se logra con una “disciplina” impuesta desde afuera, que se origina en la economía creadora de esa moneda, en este caso el dólar y la economía de los Estados Unidos. Su disciplina se extiende y aplica en el país que lo adopta. Quiere decir que este último sacrifica e hipoteca su política económica interna, la fiscal o monetaria a la del otro país. Un argumento en contra muy poderoso a la hora de tomar una decisión.

Efectos de la dolarización

No cabe duda de que su impacto inmediato es abatir la inflación, cuando la tasa interna se iguala a la del dólar, en este caso la inflación en los Estados Unidos, cuyo índice es muy bajo. Ese beneficio original se puede expresar en una ganancia de poder de compra de la población, lo que, a la vez, depende de la magnitud de sus ingresos y en la medida en que estos pueden ser dolarizados. En general puede ocasionar una pérdida de ingreso si los precios reales siguen una ruta creciente y no los salarios.

A corto plazo se origina, necesariamente, una contracción de la economía, en la medida que esta crece por “impulsos fiscales o monetarios” y estos desaparecen. Esa contracción puede originar una pérdida de empleos, salvo que esta se atenúe por medidas de subvención, pero otra vez, las “manos” del Fisco estarán atadas y el empleo crecería a mayor plazo.

El problema de fondo

Siempre he expuesto como argumento en contra que la dolarización es la imposición de una “camisa de fuerza” a la que se apela en última instancia, en forma similar a la que se le aplica a una persona demente cuyo control esta fuera de sí. En este caso, sin duda, no queda otro camino, pero en el caso que nos ocupa las preguntas son: ¿Una sociedad es tan indisciplinada que debe apelar a una imposición externa para resolver esa conducta? ¿Es de tal categoría su irresponsabilidad que debe admitir esa “camisa de fuerza”?

Desde luego, aquí aparece el argumento de que una cosa es la sociedad y otra su Gobierno, en cuyo caso la solución es muy sencilla pues, ante la incapacidad de esa sociedad para controlar su gobierno precisa de otro, externo, para lograrlo. Ciertamente aquí el sacrificio no es solo de política fiscal y monetaria, sino que va bastante más allá. Es la renuncia de su propio rol como sociedad civil, al no ser capaz de controlar su Gobierno o sustituirlo, ante lo cual debe apelar a uno extranjero. Es el mismo caso de que no pueda resolver su conflicto político interno y deba apelar a una “intervención extranjera” de la índole que sea.

Hay que admitir este argumento a la hora de hacer una escogencia de ese calibre, porque puede quedar la percepción de que el país y su sociedad civil aceptan una especie de “cadena perpetua” de su presente y porvenir. Digno seria examinar rigurosamente los casos de Argentina y el Ecuador para encontrar como uno no pudo salirse de la “cadena” y el otro el precio que “pagó” para salirse.

¿A qué moneda me asocio?

El otro problema que se origina con dolarizar tiene que ver con la necesidad de escoger una moneda fuerte y estable porque si no se revierte la situación a resolver. Por ejemplo, imaginen que en lugar del dólar crece la tesis de que sea el Euro, en tanto que más estable que el anterior o el Yuan y el Rublo, por la cercanía política con estos países. Una comprobada debilidad y volatilidad es suficiente para desecharlas.

Así que puede ser una de las dos, pero ¿Cuál?: La más estable en el tiempo y allí la pregunta se dirige a indagar sobre las políticas que sustentan ambas. En el caso de los Estados Unidos, si bien el dólar ha sido muy estable su dependencia del Gasto Publico es muy elevada, dado el continuo financiamiento del déficit por la Reserva Federal y por el peso de la deuda publica en el PIB de ese país, lo cual, sabemos, ya ha producido dos serios incidentes políticos para aprobar el presupuesto de cada año. Si esta situación no se normaliza y regulariza, el dólar puede sufrir un impacto en su valor más allá de gran peso productivo de esa economía.

En el caso del Euro la situación es algo más complicada pues depende de la política comunitaria y, desde luego en el peso de los principales países y de cómo estos han superado la crisis reciente. Con el caso en puertas del Brexit la Libra y el Euro están en interrogación para el futuro, luego: ¿A qué moneda me asocio?

¿No será mejor la mía?

Cuando se repasan todos los “pros y contras” que implica la dolarización, inclusive aquellos que se dejaron de mencionar en estas notas, se puede llegar a la conclusión de que puede ser más fácil y mejor poner orden en la economía venezolana que apelar a ese expediente extremo porque, en el fondo, el problema radica en la falta de disciplina en el orden fiscal y monetario y, si estos pueden ser enfrentados el tema desaparece y, con ellos, el de la inflación que es el causante principal del deterioro de la moneda.

En el caso venezolano debe responderse la pregunta si, frente al caos y desorden de todo orden que ha creado la “revolución bolivariana”, desde sus inicios hasta ahora, con su trasfondo de transformaciones socialistas, si, repetimos, la dolarización es una solución apropiada o, si no se trata de una solución de mayor envergadura y profundidad, cual es encontrar la fórmula para evitar que una “revolución” de ese carácter asuma el poder y lo maneje a su antojo.

Luego, el enfoque correcto del problema no es creer en la “mágica solución” de dolarizar la economía, sino enfrentar de una vez por todas la construcción de una economía moderna que supere los anacrónicos problemas del socialismo y el marxismo, ambos contaminados por la clásica conducta “criolla” de seguir viviendo del petróleo.

Solo de esa manera, como lo han experimentado numerosos países, algunos a “sangre y fuego”, otros con mayor racionalidad, solo de esa manera la economía puede regresar a una ruta de estabilidad y crecimiento sostenibles y la sociedad civil adquirir la fortaleza necesaria y suficiente para controlar esos “monstruos” que se colocan en los gobiernos y resultan ser los verdaderos culpables del caos y la indisciplina en el manejo de la economía.