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Maxim Ross

Aprendizajes de un año académico (i)

Maxim Ross

Tuve la oportunidad de ser seleccionado por Venezuela para el Programa Humphrey Fellow 2018-2019 y deseo compartir varias lecciones y aprendizajes, luego de esta breve ausencia. Vivir un año en los Estados Unidos en distintos lugares, desde el Medio Oeste, en la capital y en Florida dice de la diversidad geográfica, cultural y productiva que ilustran porque ese país sigue siendo tan poderoso.

Por un lado, está la vigencia de su democracia la que, con todo y sus deficiencias, sigue avivando el espíritu de ese país, lo cual, a diferencia del nuestro hace que todo el poder atribuido al presidente, está muy lejos está de parecerse a la “cuasi - monarquía” que gobierna a Venezuela, ahora amparada en la inexistencia de una genuina separación de poderes. Allá funcionan eficazmente y quien preside el país no puede aplastar al resto.

Por la otra, hay que entender que ese poder dividido se fundamenta en los orígenes de su federalismo, el cual, nada tiene que ver con la ficticia descentralización que existe en Venezuela, con Estados, Alcaldías y Consejos Comunales plenamente dependientes del Gobierno Central. Si se ensambla aquella altísima autonomía local con la separación de los poderes se entiende porque funciona aquella democracia.

Sin embargo, no le anotemos solo virtudes, sin destacar, quizás, su principal vacío: el sistema de los dos partidos, lo cual, si bien tiene ventajas relevantes de estabilidad institucional, adolece de las desventajas de una autentica renovación del discurso político, pues, como se sabe, a veces queda muy circunscrito a temas específicos, tales como los impuestos, la cobertura de los programas de salud y, por supuesto, inmigración.

Otro componente significativo es la política exterior de ese país, la que ondula entre el multilateralismo de un Obama al unilateralismo de Trump, siendo que ambas emanan de esa condición de imperio que se atribuye. El mundo ha de ser como ese país y de allí la necesidad de influir y decidir sobre el resto, cuestión que, si bien puede ser beneficiosa por el intento de imponer libertad y democracia en el planeta, lo atraviesan sus intereses y seguridad, explicando las contradicciones que afloran en su política exterior.

Del lado económico, hay muchos aprendizajes que dejo para una próxima entrega, pues quiero describir lo que vi sobre Venezuela, tema que aparentaba estar en el centro del debate político y que explica lo que aquí se pensaba y esperaba, pero que en realidad estaba en el medio de la gran trifurca entre demócratas y republicanos y luego situado en el medio de las controversias contra Méjico, Afganistán, Irán, Corea, Rusia, China y ahora Groenlandia. Fue una manera de entender en qué lugar estamos de verdad en su orden de prioridades.

Respaldo a Guaidó

Maxim Ross

La suerte política de Juan Guaidó está en juego y con la de él la de toda Venezuela, lo que me trae a la memoria aquella famosa novela de Ernesto Sábato “Sobre Héroes y Tumbas” porque el nombre dice todo de como construimos un héroe y, rápidamente, lo bajamos de su pedestal. Este juego, en el caso de Guaidó lo considero bien riesgoso porque nos estamos jugando la última carta para salir del atolladero histórico en que estamos.

Digo que lo respaldo, porque creo que ha acumulado suficientes activos políticos, como ningún líder de la oposición venezolana lo ha hecho hasta ahora. Primero, por los datos de popularidad que publican las encuestas que ya es decir mucho, para quien tiene una andanada de críticas encima.
Como si fuera poco eso, ha logrado unificar a la oposición venezolana, porque aun cuando se producen disidencias tácticas o pasajeras sobre la ruta escogida, sigue encabezando el liderazgo opositor, lo cual le genera otro activo tangible que se traduce en dos claramente visibles: es el único interlocutor del gobierno y, hasta ahora, intocable. Obviamente, no se trata de la obra de un solo hombre porque allí también están otros valiosos líderes, sin cuyo apoyo y reconocimiento a su liderazgo, no estaríamos donde estamos.

Como si fuera poco ha logrado conformar, como nunca, una coalición internacional en su respaldo de, al menos 60 países, los cuales de extremo a extremo y con sus variantes lo reconocen y respaldan un cambio político en Venezuela, cierto, de distintas formas, pero el apoyo sigue en pie.
Por si fuera poco, ha logrado, con el concurso de muchos, crear un Estado paralelo. Nada más y nada menos. Quizás un caso único en la historia de las rebeliones anti gobiernos, cuando varias de ellas terminaron solo en el exilio.

Un activo, probablemente desapercibido es que, sin saberlo y sin decirlo, estamos en una transición quiera o no el gobierno y sus lideres actuales, porque sea por la vía de una genuina negociación, de la llamada “implosión” o de un severo agravamiento de la situación social, lo cierto es que el país sabe y comprende que así no podemos continuar. Que una transición es indispensable.

Quizás exagero con todo lo dicho y no le hago descuentos a Guaidó, pero tiene una característica que esconde su mayor activo político: sencillez de lenguaje y capacidad comunicadora las que, seguramente, provienen de su origen humilde. Es un hombre del pueblo.

Por todo eso digo que no podemos abandonarlo ahora.

Miserias y miseria de la revolución

Maxim Ross

No vayan a creer mis lectores que me voy a referir en estas notas al repetitivo tema de todas las miserias que ha creado la “revolución bolivariana” en nuestro país, pero si quizás a uno que creo ha sido poco tratado y debatido, cual es el de la “miseria de las ideas”, no solo las que lleva consigo la propia ideología conductora del “proceso”, sino de las que han faltado del lado de quienes la adversan y, a veces, es oportuno recordar una breve historia de ellas, tales que pueden ayudar a comprender mejor de que se trata esta “revolución” que, como muchos han señalado y ahora lo hacen sus propios defensores, poco tiene de un autentico cambio y mas de otra manera de hacerse de la riqueza de Venezuela.

Mucho se ha escrito en este mundo para entender en algo la historia del conocimiento en la humanidad y algo pudo aportar la filosofía para esa comprensión, desde ideas tan clásicas como aquella de “solo se que no se nada”, atribuida a Sócrates hasta la concienzuda investigación de Aristóteles y Platón para situarnos en un formato mas riguroso y sistemático de comprensión. Pasan los años y en una escala de avanzada llegamos a nuestros días con la igualmente clásica dialéctica hegeliana, al “Imperativo Categórico” kantiano, al descubrimiento de la razón cartesiano y así y así, hasta que ese intento fabuloso de querer entender que cosa somos fue fulminado drásticamente por las luminosas ideas de Carlos Marx.

Miseria de la filosofía.

Se trataba, nada mas y nada menos, de desmontar el aparato construido sigilosamente durante siglos del vinculo entre las ideas, la razón y la realidad. Aristóteles y Platón, de un solo plumazo desaparecerían en la pluma de Marx puesto que el materialismo histórico no podía admitir ninguna otra cosa que la historia explicada por la lucha de clases. Esa ley inexpugnable del determinismo arrasaría con cuanto concepto, idea o razón se atravesase. Pero eso no bastó: la dialéctica hegeliana sería puesta al revés y la tesis, la antítesis y la síntesis no se darían sino en el terreno del materialismo y el determinismo. Nada, ni nadie tendría incumbencia sobre el final de la historia. La “batalla” contra la filosofía había sido ganada. No quedaba nada por explicar.

Una clase contra otra nos daría la pauta de como progresó o no la humanidad. Guerra, conflictos, batallas todos explicados por esa ley inmutable que daría con el fin de la historia y cuyo desenlace sería el surgimiento del socialismo, cuando la clase explotada venciera a la explotadora y se alcanzara el reino aquel donde habrían desaparecido todas ellas. El ser humano alienado de las ideas que no eran las suyas habría sido liberado.

Menos mal que a alguien se le ocurrió que esa argumentación debía ser refutada y fue Karl (otro Karl) Popper quien se dio a cargo de la tarea.

Miseria del historicismo.

Pocos trabajos pueden ser tan cortos y tan sustantivos como este desarrollo de Popper contra el determinismo histórico, el historicismo, cuyo comienzo esta en poner en duda si puede construirse una ley de la historia y, mas todavía, si de ella se puede prescribir o predecir. Muy lejos del enfoque marxista le da un respiro a la Filosofía al regresar al campo donde las ideas y la realidad alguna relación tienen, no dialéctica, por cierto, sino en dirección a explicar sucesos y acontecimientos en esa mezcla de la inteligencia y la realidad que son los conceptos, las teorías y las leyes que no se vuelven inmutables.

Detrás queda la lucha de clases como único determinante de la historia cuando otras “pequeñas” esferas del conocimiento, de la voluntad operan para explicar los fenómenos. La unilateralidad materialista desaparece para dar paso a lo multidimensional que, aunque mas complicado, es mas cercano a la vida real.

Pues bien, nada de eso ha sido asimilado por el marxismo criollo, que sigue apegado al determinismo en un país donde, inclusive, se puede poner en seria duda aquello de la lucha de clases con el petróleo insertado en el medio entre capitalistas y proletarios. Tanto es así que todavía la “revolución” no consigue “patente de corso” de ninguna de las clases sociales. Por esa razón esta batalla que se libra en Venezuela bien puede ser llamada:

Miseria de la revolución.

En general las “revoluciones”, todas, todas, terminan causando miseria, porque, como es lógico, su único objetivo es destruir el orden establecido. Así pasó con la francesa, la rusa, la china, la mejicana, la cubana y, por supuesto, la venezolana. La lógica de este suceso es inevitable pues, si su mandato es ir contra la monarquía, el orden feudal o el capitalismo no queda otra alternativa que abatirlos, a la fuerza o por “cuotas” como ha sido aquí. Por esa razón, todas esas cosas que nos suceden día a día, la falta de comida, de medicinas, de agua, de luz, de transporte, todas ellas, decía son producto de esa lógica destructiva. No hay otra explicación.

Todos esos males y carencias se sintetizan en una sola palabra: miseria, porque resulta que en ese combate contra el orden establecido la “revolución” se lleva por delante todas las fuerzas productivas pre existentes, es decir, las que crean bienes y servicios, las que producen, las que invierten, las que prestan dinero, etc., etc., con el fin de sustituirlas por aquellas del “nuevo orden”, las comunas, los consejos productivos, los “koljoses”, las granjas colectivas, las cuales a final de cuentas han sido y son incapaces de sustituir las primeras, ergo, el resultado es una repentina o progresiva miseria.

Algunas revoluciones se dieron cuenta de ello a tiempo y otras no y el resultado está a la vista: para evitar o evadir la miseria tuvieron que apelar al orden precedente, en el caso de las mas modernas, al orden capitalista. La China, en primer lugar, seguida por Vietnam, Laos, Camboya, hasta Corea del Norte o Cuba, poco a poco van por ese camino, eso sí resguardando el poder para el partido comunista del lugar. El caso contrario fue el de la Unión Soviética, la que muy tarde se dio cuenta y se desmoronó de un solo golpe.

La pregunta es que hará la venezolana y que camino va a tomar después de estas elecciones, si el “soviético” o el “chino”, de lo que depende que tengamos mas miseria o, quizás, una rectificación que la atenúe o la revierta, pero, en todo caso la miseria de la revolución no está en los hechos materiales, sino en la mente, en la cabeza de sus líderes. Su grado de inteligencia, su obsesión ideológica o su apego al materialismo histórico serán determinantes a la hora de escoger un camino u otro.

Como dijimos antes, depende de que se imponga en Venezuela la “miseria de la filosofía” sobre la “miseria del historicismo”. Desde luego, seria mucho mas conveniente y preferible que no estemos en ese dilema y que se imponga el orden y el cambio que supere esa vieja dicotomía, esto es el regreso al capitalismo, a la libertad, al bienestar y a la democracia ajustadas y superadas por esta triste experiencia que no dudo en llamar “miseria de la revolución”

¡Los cuatro jinetes del apocalipsis venezolano!

Maxim Ross

Hace poco escribí unas notas que llame “Las siete plagas de Venezuela”, aludiendo a las premisas ideológicas y políticas que creo están detrás de la situación venezolana de tiempo atrás y ahora, aunque quizás sea muy exagerado utilizar la palabra “apocalíptico” para explicar las mismas circunstancias, escribo estas líneas para poner el énfasis en el contexto de los factores políticos e institucionales que nos han llevado a la situación que vivimos hoy día y que vienen consolidándose de tiempo atrás.

La coyuntura actual no lo explica todo.

Desde luego que la principal razón de la catástrofe económica, social y política por la que pasamos tiene que ver con el “modelo de deterioro y destrucción” que viene instalando el socialismo bolivariano, muy al estilo a “la venezolana”, con sus incongruencias e incompetencias. Los problemas de la vida cotidiana que afrontamos, el de la salud, la educación, la familia, el empobrecimiento progresivo de la población, agravado por las cifras de hiperinflación, contracción económica y por el cierre de industrias, comercios, empresas agrícolas que daban empleo a un importante número de venezolanos, dan razón de sus efectos, a lo que se añade la situación por la que pasa PDVSA.

Lo que deseo destacar en estas notas es que no es por casualidad que esa “revolución” y su Gobierno hayan llegado al poder y control que tienen, sin la conformación histórica de una estructura y una organización del poder político e institucional que lo ha permitido. El tema ha sido tratado exhaustivamente en el área política e institucional por el Dr. Juan Garrido en el documento “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela”[1] a quien se le debe todo su desarrollo. Ahora toca volver a traerlo a la consideración de la opinión publica.

A esa estructura la he llamado ¡los cuatro jinetes del apocalipsis venezolano!, porque son determinantes en un tipo de poder político que llena todas las condiciones para aniquilar la sociedad civil en todas sus expresiones. Son cuatro: Centralismo, Estatismo, Hiper Presidencialismo y Partidocracia.

Centralismo

En aquel documento se defiende la idea de que el paso del “federalismo” al “centralismo” fue una “tragedia” en el sentido de que nunca se realizó bajo una auténtica transición convenida y consensuada y que, en realidad el centralismo se impuso a toda costa sobre las regiones, pues los poderes locales quedaron subsumidos en aquel desde el punto de vista institucional, político y económico. Antes del petróleo la zona central y costera aglutinaban el poder político, pero llegado este el efecto de atracción fue fulminante. El centro dominó en todo sentido.

Ahora bien, para evaluar el tema en un enfoque equitativo, cabe preguntarse: ¿Es eso completamente negativo? El centralismo tiene la ventaja de que permite la construcción de un Estado moderno, con la identidad e integridad que culmina en el formato contemporáneo del Estado-Nación.[2]

Si embargo, tal atributo, sin dudas positivo, tiene que ser atenuado o compensado con la casi anulación de las identidades y potencialidades de lo local. Cuando ello sucede, y es el caso venezolano, el centralismo apaga todas sus ventajas y queda, si se pudiera expresar de alguna manera, “solitario” con todo el poder y se produce un gran desbalance sin ninguna contrapartida de control por los actores locales y regionales. La expresión “todo se decide en Caracas” ilustra claramente lo expuesto.

Cuando llega el petróleo el centralismo se acelera vertiginosamente, principalmente porque las regiones pierden sus fortalezas económicas, frente a este. El petróleo es la generación de riqueza por excelencia y no tiene correspondencia equivalente, especialmente al convertirse en el único capaz de crear ingresos externos en divisas convertibles. El petróleo fortalece incontrovertiblemente el centralismo.

Estatismo.

Podría ser que los efectos del centralismo no fuesen tan perjudiciales, sino fuera por el paralelismo que se crea en Venezuela con el fortalecimiento del Estado, lo cual, obviamente se multiplica el problema en la medida que las limitaciones al desarrollo de lo local merman en el desempeño de una sociedad civil más fuerte y más autónoma.

Siendo que el Estado venezolano se ha adueñó de la principal riqueza del país, las posibilidades de ampliación de las capacidades productivas de la sociedad se limitan, pues aquel ha asumido, a lo largo de nuestra historia, las principales actividades creadoras de riqueza. El petróleo, el hierro, el aluminio, la petroquímica son los ejemplos más evidentes, sin entrar en los momentos en que ese Estado decide ocuparse directamente del negocio hotelero, agrícola, bancario, etc., etc., lo cual, sin duda alguna inhibió la pertinencia de una sociedad civil con todas sus potencialidades.

Finalmente, el hecho de que “petróleo y Estado” vienen siendo casi la misma cosa, la necesidad de una o unas alternativas productivas equivalentes no es indispensable. El Estado puede con todo. Centralismo y estatismo “van de la mano” al explicar la situación venezolana.

Hiper Presidencialismo.

Agréguese a este cuadro el tema del super poder de un presidente en Venezuela, “dueño y señor” de todos los recursos, a quien, además, se le fueron cediendo las más significativas atribuciones del poder, comenzando por las que hacen la genética de una Asamblea Legislativa, cual es ceder su principal atribución de legislar. Se puede comprobar que en casi todos nuestros años de vida republicana las más importantes leyes económicas han sido elaboradas por el poder ejecutivo.[3]

No hay institución en Venezuela que tenga un poder similar y no hay la que pueda ejercer frenos o controles a ese “super poder”. Por ejemplo, la institución del Estado creada para seguir y controlar el sistema monetario, el Banco Central, queda en sus manos, al poder nombrar Directorio y presidente a final de cuentas. Si a ello se añade el “sutil” agregado de que es Él principal y único accionista de PDVSA, supuestamente representando a todos los venezolanos se completa ese “super poder, el cual se ejerce sin preguntar o consultar sus decisiones con persona o institución alguna. El presidente de Venezuela, una vez elegido, recibe un “cheque en blanco” para hacer con el país lo que desea.

Recapitulando: Centralismo + Estatismo+ Hiper presidencialismo, suman tres de los “jinetes” de este apocalipsis que se vive día a día y que ya serían suficientes para caracterizar el daño. Se entenderá que construir una sociedad más democrática, más descentralizada y más representativa, con esas limitaciones será muy difícil. A los tres añadimos un último contaminante que termina de completar la parodia que se vive actualmente.

Partidocracia.

Una palabra que nada tiene que ver con el ejercicio de los partidos políticos, hasta ahora la mejor manera en que los ciudadanos expresan y delegan sus intereses y su ideología política, pero cuando la conformación de los partidos políticos deja de lado sus principales atribuciones pierden esa inmensa ventaja y se convierten en gobierno de partidos, esto es, partidocracia.

No hay duda de que las instituciones sociales y los gobiernos revelan la identidad entre los partidos y las ideas y en todos los países ellos están asociados a determinadas ideologías, sea la social democracia, el marxismo, los social cristianos, los liberales, lo que marca la pauta de sus acciones de gobierno, pero una cosa es esa y otra cuando el partido hipoteca para sus fines al resto de las instituciones, sean estas gremiales, empresariales, sindicales, etc., etc., y estas pierden su identidad y principales atribuciones para convertirse en apéndices de los partidos.

En el documento citado dijimos:

“La participación de todos los estratos sociales en la deliberación que conduce a la legislación y en la gestión pública solo es posible combinando las figuras políticas de la representación y de la participación mediante lo que podríamos denominar una representación-participativa y una participación-representativa. En el primer caso, se requiere diseñar mecanismos que conecten los partidos políticos con los electores y las instituciones espontáneas de la sociedad civil y, en el segundo caso, la sociedad civil, en sus diversas manifestaciones, tiene que organizarse a sí misma para poder participar activamente en la formulación de las leyes porque…”[4]

Lo que sucedió en Venezuela es que esa doble relación se rompió, no solo por la ruptura de la representatividad, dada la poca periodicidad de las elecciones internas de los partidos, sino porque la participación se vio menguada en el tiempo. Los intentos de “protagonismo y participación” fueron intervenidos por métodos nada vinculados a una autentica participación. De hecho, esta ultima fue completamente contaminada por el poder presidencial en sus últimas versiones de gobierno.

El tema de la partidocracia, tuvo buenas y malas experiencias a lo largo de nuestra historia, pero de todas ellas la peor es la que se vive actualmente, cuando el gobierno y el Estado son completamente supeditados a los dictámenes del partido. Es la “partidocracia” en todo su esplendor.

Si recapitulamos y sumamos, centralismo, estatismo, hiper presidencialismo con la partidocracia, el país y su sociedad quedan plenamente enclaustrados en una dirección, pues los partidos políticos se vuelven los primeros defensores y cómplices de un “status quo”, en el que es y será muy difícil reconstruir un nuevo balance de poder y cuyo mayor peligro, no es que se haya perdido todo el poder, que ya es bastante, sino que la sociedad entera queda enteramente a la merced de los cuatro jinetes de su apocalipsis.

Para evitar ese desenlace solo queda el camino de una toma de conciencia y un despertar de la sociedad civil organizada que revierta esas poderosas fuerzas, porque de lo contrario quedan consolidadas las bases de un gobierno poco democrático y de una “cuasi monarquía”, como se puede comprobar y ¡Sin darnos cuenta!

[1] Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela. Juan Garrido y Maxim Ross.UMA, 2016

[2] La lucha por expresiones locales o autonómicas es un tema reiterativo en estos tiempos.

[3] Ver document citado.

[4] Documento citado. Pag. 83 y siguientes.

¿Dolarizar?

Maxim Ross

Se vuelve a poner de moda el término “dolarizar”, desde luego derivado del severo deterioro del bolívar y de la tendencia a usar el dólar como referencia de los precios internos. Ya Hanke estuvo aquí en Venezuela por los 90’s defendiendo la conveniencia de instalar ese sistema con aquello de la “Caja de Conversión”, la de Panamá o basado en la experiencia argentina, aunque no logró apoyo de los profesionales venezolanos de la Economía. Ahora vuelve a aparecer el tema con fuerza.

Evaluar la procedencia de un cambio de esa naturaleza no es fácil pues, como se sabe, tiene ventajas y desventajas que no permiten inclinar el balance en un claro sentido. Lo que podemos hacer es ilustrar a los lectores y organizar las ideas en esa dirección.

¿Por qué dolarizar?

Dos razones fundamentales se colocan para defender su conveniencia. La primera, quizás, la de mayor peso es cuando una economía ya está dolarizada de hecho porque todos los precios terminan en esa referencia cambiaria, lo cual a su vez se justifica en que el dólar garantiza el valor real de los bienes y servicios y, por ello, es preferible a la moneda local. En el fondo, como se puede constatar, el problema está en la pérdida de valor de la moneda local, en este caso el bolívar. Lo que conviene agregar, aunque parezca obvio, es que esa “perdida” proviene de una inercia inflacionaria que pareciera imparable.

La segunda razón es que, al dolarizar se impone una rígida disciplina monetaria que no depende de la expansión monetaria local y, por consecuencia, automáticamente cede el proceso inflacionario, claro, en tanto el dólar permanezca relativamente estable. Otra vez de lo que se trata es de evitar la “creación” de dinero local mediante distintos instrumentos, sea por un creciente gasto publico deficitario o por uno de origen monetario con un banco central que propicia un aumento de la liquidez. No se olvide que ambos se generan voluntariamente por instituciones estatales con precisos objetivos económicos o políticos, entre los cuales está el conocido “impulso fiscal o monetario” en época de recesión o contracción de la economía, argumento ampliamente defendido por keynesianos, post keynesianos y neo keynesianos.

Al final de cuentas, los defensores de la dolarización lo que están persiguiendo no es abatir la inflación, lo cual se coloca como primera prioridad, sino evitar que los Estados o los Gobiernos gasten más de lo debido.

¿Por qué no dolarizar?

De los argumentos anteriores se desprenden los contrarios, dos de ellos los más comunes. Desde luego, si ya una economía está expresando sus precios en otra moneda, de hecho, porque no validar “de derecho” esa conducta, puesto que es el reconocimiento de una realidad que se impone involuntariamente.

También, al dolarizar se le pone un férreo control al gasto del gobierno y a la expansión creada por la institución monetaria y esto se logra con una “disciplina” impuesta desde afuera, que se origina en la economía creadora de esa moneda, en este caso el dólar y la economía de los Estados Unidos. Su disciplina se extiende y aplica en el país que lo adopta. Quiere decir que este último sacrifica e hipoteca su política económica interna, la fiscal o monetaria a la del otro país. Un argumento en contra muy poderoso a la hora de tomar una decisión.

Efectos de la dolarización

No cabe duda de que su impacto inmediato es abatir la inflación, cuando la tasa interna se iguala a la del dólar, en este caso la inflación en los Estados Unidos, cuyo índice es muy bajo. Ese beneficio original se puede expresar en una ganancia de poder de compra de la población, lo que, a la vez, depende de la magnitud de sus ingresos y en la medida en que estos pueden ser dolarizados. En general puede ocasionar una pérdida de ingreso si los precios reales siguen una ruta creciente y no los salarios.

A corto plazo se origina, necesariamente, una contracción de la economía, en la medida que esta crece por “impulsos fiscales o monetarios” y estos desaparecen. Esa contracción puede originar una pérdida de empleos, salvo que esta se atenúe por medidas de subvención, pero otra vez, las “manos” del Fisco estarán atadas y el empleo crecería a mayor plazo.

El problema de fondo

Siempre he expuesto como argumento en contra que la dolarización es la imposición de una “camisa de fuerza” a la que se apela en última instancia, en forma similar a la que se le aplica a una persona demente cuyo control esta fuera de sí. En este caso, sin duda, no queda otro camino, pero en el caso que nos ocupa las preguntas son: ¿Una sociedad es tan indisciplinada que debe apelar a una imposición externa para resolver esa conducta? ¿Es de tal categoría su irresponsabilidad que debe admitir esa “camisa de fuerza”?

Desde luego, aquí aparece el argumento de que una cosa es la sociedad y otra su Gobierno, en cuyo caso la solución es muy sencilla pues, ante la incapacidad de esa sociedad para controlar su gobierno precisa de otro, externo, para lograrlo. Ciertamente aquí el sacrificio no es solo de política fiscal y monetaria, sino que va bastante más allá. Es la renuncia de su propio rol como sociedad civil, al no ser capaz de controlar su Gobierno o sustituirlo, ante lo cual debe apelar a uno extranjero. Es el mismo caso de que no pueda resolver su conflicto político interno y deba apelar a una “intervención extranjera” de la índole que sea.

Hay que admitir este argumento a la hora de hacer una escogencia de ese calibre, porque puede quedar la percepción de que el país y su sociedad civil aceptan una especie de “cadena perpetua” de su presente y porvenir. Digno seria examinar rigurosamente los casos de Argentina y el Ecuador para encontrar como uno no pudo salirse de la “cadena” y el otro el precio que “pagó” para salirse.

¿A qué moneda me asocio?

El otro problema que se origina con dolarizar tiene que ver con la necesidad de escoger una moneda fuerte y estable porque si no se revierte la situación a resolver. Por ejemplo, imaginen que en lugar del dólar crece la tesis de que sea el Euro, en tanto que más estable que el anterior o el Yuan y el Rublo, por la cercanía política con estos países. Una comprobada debilidad y volatilidad es suficiente para desecharlas.

Así que puede ser una de las dos, pero ¿Cuál?: La más estable en el tiempo y allí la pregunta se dirige a indagar sobre las políticas que sustentan ambas. En el caso de los Estados Unidos, si bien el dólar ha sido muy estable su dependencia del Gasto Publico es muy elevada, dado el continuo financiamiento del déficit por la Reserva Federal y por el peso de la deuda publica en el PIB de ese país, lo cual, sabemos, ya ha producido dos serios incidentes políticos para aprobar el presupuesto de cada año. Si esta situación no se normaliza y regulariza, el dólar puede sufrir un impacto en su valor más allá de gran peso productivo de esa economía.

En el caso del Euro la situación es algo más complicada pues depende de la política comunitaria y, desde luego en el peso de los principales países y de cómo estos han superado la crisis reciente. Con el caso en puertas del Brexit la Libra y el Euro están en interrogación para el futuro, luego: ¿A qué moneda me asocio?

¿No será mejor la mía?

Cuando se repasan todos los “pros y contras” que implica la dolarización, inclusive aquellos que se dejaron de mencionar en estas notas, se puede llegar a la conclusión de que puede ser más fácil y mejor poner orden en la economía venezolana que apelar a ese expediente extremo porque, en el fondo, el problema radica en la falta de disciplina en el orden fiscal y monetario y, si estos pueden ser enfrentados el tema desaparece y, con ellos, el de la inflación que es el causante principal del deterioro de la moneda.

En el caso venezolano debe responderse la pregunta si, frente al caos y desorden de todo orden que ha creado la “revolución bolivariana”, desde sus inicios hasta ahora, con su trasfondo de transformaciones socialistas, si, repetimos, la dolarización es una solución apropiada o, si no se trata de una solución de mayor envergadura y profundidad, cual es encontrar la fórmula para evitar que una “revolución” de ese carácter asuma el poder y lo maneje a su antojo.

Luego, el enfoque correcto del problema no es creer en la “mágica solución” de dolarizar la economía, sino enfrentar de una vez por todas la construcción de una economía moderna que supere los anacrónicos problemas del socialismo y el marxismo, ambos contaminados por la clásica conducta “criolla” de seguir viviendo del petróleo.

Solo de esa manera, como lo han experimentado numerosos países, algunos a “sangre y fuego”, otros con mayor racionalidad, solo de esa manera la economía puede regresar a una ruta de estabilidad y crecimiento sostenibles y la sociedad civil adquirir la fortaleza necesaria y suficiente para controlar esos “monstruos” que se colocan en los gobiernos y resultan ser los verdaderos culpables del caos y la indisciplina en el manejo de la economía.

La sociedad civil organizada tiene la palabra

Maxim Ross

Vuelvo sobre el tema de la sociedad civil organizada porque creo que este es el más importante del que tenemos que ocuparnos los venezolanos, no solo por la importancia en sí que tiene y se le confiere, sino porque la secuencia de los acontecimientos políticos, económicos y sociales está llegando a un punto de no retorno, en el cual la responsabilidad de la sociedad civil organizada es crucial a la hora de conseguir soluciones inmediatas y duraderas para la situación venezolana.

Mas allá de la coyuntura del evento electoral próximo, a realizarse a pesar de las restricciones y críticas realizadas a este en los planos interno y externo, esa parte de la sociedad a la que me refiero debe y puede jugar un papel sumamente importante si tiene bien definidos sus objetivos. Si cae en la trampa del cortoplacismo, de las soluciones “mágicas” o en la miopía de que todo se soluciona con un cambio presidencial, no solo dejará de jugar el relevante rol que le corresponde, si no que puede ser indefectiblemente sojuzgada.

El problema principal.

Ciertamente que no se puede descuidar y subestimar el hecho de que un cambio presidencial pueda acelerar los cambios necesarios, pero ello también depende del grado de cohesión que esa parte de la sociedad muestre al momento de que esto ocurra, si ocurriera, pero es más importante el que debería tener si se mantiene la continuidad del régimen y del modelo actual, porque en el fondo ese es el problema principal a resolver y si la sociedad no está plenamente cohesionada alrededor de tres o cuatro objetivos fundamentales, el cambio, si ocurriera, puede terminar de ser de nombre. Y nada más.

Venezuela tiene que recuperar, sin lugar a dudas, la ruta democrática que se comenzó a trazar desde 1958, porque entraña la disolución de todo el aparato de poder institucional que, sigilosamente, ha ido construyendo la revolución bolivariana. No se trata, entonces, de conseguir mejores condiciones electorales, un nuevo CNE, la presencia de observadores internacionales o una “purificación” del registro electoral, ni de un programa económico rehabilitador.

Se trata de mucho más que eso: de como las reglas del juego institucionales permitieron que el TSJ y las FAN se convirtieran en aparatos políticos del partido de gobierno o de cómo llegó a elegirse, sin mediación alguna de la sociedad civil, una asamblea constituyente y, finalmente, de cómo se fue modificando subrepticiamente el sistema educativo y otros aspectos de la tradicional institucionalidad de nuestro país.

La sociedad civil organizada tiene la palabra.

Uso este lugar común para invocar un llamado de conciencia y de acciones, porque en el fondo la única y estrictamente perjudicada y agraviada con todo este acontecer es, primero, la sociedad civil en general, es decir todo ese mundo que se acobija debajo del Estado y, segundo, toda aquella parte de ella que se ha organizado institucionalmente para enfocarse y defender sus intereses y derechos legítimos. Y es esta la que puede actuar y cohesionarse en dirección de su propia defensa y su supervivencia.

Las organizaciones representativas y legitimadas de la sociedad civil, esto es aquellas construidas para defender la vida, la propiedad, el trabajo, las diferencias de género o de raza, las locales, las de la juventud o de los maestros y tantas otras que conforman ese gran mundo que es la sociedad civil organizada, digo que “tienen la palabra” y es su hora, porque todos esos derechos que vienen de tiempo atrás, sean pautados o no en las distintas experiencias constitucionales que ha experimentado Venezuela o porque fueron creciendo en razón de nuestras costumbres y tradiciones, todos ellos, están siendo violados y vulnerados expresa y sistemáticamente por el proyecto revolucionario. Esta es, precisamente, la línea de acción que la sociedad civil organizada tiene la obligación de tomar.

Hasta ahora esa “palabra” se expresó a través del voto y de la calle y, en efecto, si bien ambos pudieron cumplir su papel en un momento, todo parece indicar que están agotados, mas allá de que puedan servir de apoyo para algo más estratégico y fundamental. Para ello es absolutamente indispensable que la “palabra” de la sociedad civil se exprese por vía de sus principales instituciones.

La buena noticia es que ya han comenzado a aparecer planteamientos y acciones en esa dirección. La mala noticia es que han aparecido como una reacción o una respuesta al actual evento electoral, lo cual motiva que se asomen diferentes visiones o perspectivas que llevan a la creación de varios frentes de expresión y de luchas civiles.

“Frentes” de “frentes”.

Las primeras expresiones vinieron del lado de la Iglesia Católica con las advertencias sobre la premura y las condiciones de las elecciones presidenciales, las segundas con el comunicado de FEDECAMARAS en la misma línea, seguido del realizado conjuntamente con la Asociación Venezolana de Rectores y luego con algunas manifestaciones de las Academias. Luego siguió el llamado de Luis Ugalde a conformar la “Alianza democrática por la liberación”, en la que invita e incluye a todos a participar con el mismo objetivo.

Sigue el evento “Venezuela no se rinde”, en el que participaron distintos actores de la vida nacional, maestros, jóvenes, empresarios, profesores universitarios, gremios, lo cual va conformando un movimiento que toma la forma de una coalición civil imprescindible en estos momentos. La MUD también hizo un llamado a constituir un Frente Nacional y distintos dirigentes políticos lo han hecho. El recién constituido “Frente Amplio por Venezuela libre”, conformado igualmente por distintas personalidades y representaciones gremiales va en la misma dirección.

¡Bienvenidos todos! Pues de eso se trata, de que está apareciendo la idea de un “Gran Frente Nacional”, “frente de todos los frentes”, en el cual, sin exclusión alguna, se vaya conjugando una verdadera alianza entre la sociedad civil y los partidos políticos y se consolide la respuesta y la reacción esperada de la sociedad civil, no solo ante el atropello de la forma y el fondo de las elecciones presidenciales, sino ante el hecho, mucho más significativo, de rebelarse de manera notablemente unitaria ante este atropello. Una muy buena perspectiva para restaurar el sistema democrático en Venezuela.

Obviamente, en la medida que este espectro se construya la comunidad internacional que apoya la restauración de la democracia en Venezuela encontrará un interlocutor mucho más representativo y completo de la sociedad venezolana con el cual entenderse

Una estrategia para la sociedad civil organizada.

Diría, es casi la primera vez que una manifestación de este carácter y este tipo se constituye en nuestro país, aun cuando existen precedentes de intentos similares, pero esta vez pareciera existir el grado de conciencia que dice que es ella, y solo ella, quien debe aparecer en defensa de sus propios intereses, mas allá de cualquier evento electoral. Y esto, en mi sano juicio, es el asunto que puede hacerle trascender la situación actual.

Sin embargo, para fortalecerse plenamente debemos entender su grado de debilidad frente a un Estado sumamente fuerte, dueño y señor de casi todo, con poderes que extralimitan los de cualquier Estado moderno. Poder del cual se ha apoderado un partido político. El hecho central es que la sociedad tiene que encontrar un camino y una ruta de fines estratégicos que le den fuerza verdadera y la mayor autonomía posible ante ese Estado.

Lo primero, como he indicado en escritos precedentes, un sector económico privado libre de “proteccionismo y clientelismo” es el primer ingrediente capaz de desarrollar una verdadera económica productiva y no esa payasada que se intenta desde el Estado y el Gobierno. Un sector privado capaz de crear verdaderos empleos productivos y permitir así “sembrar la semilla” de una agresiva lucha contra la pobreza y de desarrollo de la clase media, componentes indispensables de una auténtica democracia representativa y participativa.

A ello sigue un movimiento laboral, desprendido de intereses partidistas y focalizado en las principales reivindicaciones laborales, en un formato en el cual el empleo y la propiedad puedan ser objeto de un acuerdo del capital y del trabajo que revolucione completamente esta perspectiva y la separe de la tutela estatal. Si al petróleo lo ponemos en línea con esta perspectiva y se convierte en un fuerte estímulo al desarrollo productivo, si se le pone coto al despilfarro y la sociedad civil logra una mayor incumbencia en su manejo podemos apostar a un futuro mejor. Si todo ello es “ensamblado” con el desarrollo de los genuinos poderes locales el resultado puede ser esperanzador.

Finalmente, si la sociedad civil organizada no se queda en el problema electoral solamente y se logran cambiar esas condiciones y sus instituciones, si logra además que la democracia regrese a Venezuela, quizás, entonces, mañana tenga la fuerza y el peso suficiente para defender sus derechos e intereses legítimos y no, como ha sido hasta ahora, replegada a la “sombra del Estado”. Quizás sea mucho pedir, pero si se ha logrado, reiteramos, por primera vez, conformar ese “Gran Frente”, esa gran coalición civil, ¿Por qué no dar un paso más, hacia algo más estratégico, hacia un formato que la preserve para todos los tiempos y no solo para la coyuntura actual? ¿Por qué no?

Las siete plagas de Venezuela

Maxim Ross

A todos nos es fácil recordar y mantener vigentes esas grandes frases que marcan historia, como aquella de las “siete plagas de Egipto”, también conocidas como las “Diez plagas” que llevaron, supuestamente, a la liberación de los judíos de la tiranía del Faraón y no es que desee establecer una analogía con aquel supuesto suceso, porque no tenemos un Moisés que las pida y las provoque, sino porque sirven para identificar las que le han caído a Venezuela y que tanto daño han hecho.

Muchas veces tendemos a explicar la situación venezolana por los hechos o por los síntomas de una enfermedad mayor que no percibimos y que está detrás de aquellos. Por ejemplo, cuando nos preguntamos ¿Cuándo se quebró Venezuela?, lo atribuimos a un suceso histórico o una conducta política, como aquello del “boom petrolero” o el “efecto Tequila”, pero no nos damos cuenta que hay una especie de “ruta de comportamiento” que, precisamente, explica aquellos hechos y no le atribuimos la suficiente fuerza explicativa. Sabemos que se han dicho y repetido, pero esta vez, parece útil ponerlos de conjunto para que no se nos olvide lo que se esconde detrás de lo que nos sucede hoy día.

Son “siete” las plagas que llegaron a Venezuela:

Caudillismo militar

Quizás la primera de todas, porque tiene raíces en nuestros orígenes como país y como Republica. El hecho de que nuestra identidad se formara en y después de la guerra de Independencia cataloga una secuencia de historia y mando militar sobre Venezuela. Digo que es una “plaga” porque, nunca, nunca repito, permitieron la creación de una autentica Republica, tal como esta se entiende modernamente. La controversia entre Bolívar y Miranda ilustra nítidamente este dilema[1], en el cual triunfa la visión militar sobre el primero. La idea del “caudillo”, íntimamente ligada a nuestros primeros tiempos, completa el cuadro de la presencia militarista, con aquello, por ejemplo, del “gendarme necesario” y que a veces se escucha en voces que claman por orden y disciplina.

No hay duda alguna en los efectos y la influencia que tuvo y tiene en la conformación de nuestros poderes públicos, en especial los de hoy día, dirigidos claramente a la consolidación de un poder personal, único y militar. Nada bueno nos ha dejado esa secuela a juzgar por la experiencia y la historia y por el estado en que se encuentra Venezuela.

Presidencialismo

Por si fuera poco, a esta “plaga” le agregamos otra que consolida la primera, la de un poder presidencial casi absoluto, aun con las restricciones que impuso el trazo democrático. Nuestros presidentes reciben tanto poder de sus electores que luego lo ejercen sin control prácticamente alguno y, poco a poco, al irse perdiendo ese hilo democrático va quedando un poder absoluto que se convierte en otra “plaga”. Nada ni nadie puede interferir en sus graves decisiones, inclusive al punto de que ese poder va mutando a uno “personal”, en el cual el presidente comienza a hablar del “yo” que otorga, decide y reparte la Hacienda Pública.

Ejemplos sobran en nuestra historia de como el personalismo los llevo a la derrota y al ostracismo, salvo honrosísimas excepciones que podemos contar con muy pocos dedos, pero ahora ha exacerbado a sus extremos, haciendo que quien ocupa nuestro más alto y solemne cargo representativo va dejando de serlo. Para “colmo de males” esa misma persona maneja completamente el negocio petrolero, como he indicado antes en otros escritos, ya que es la “acción preferida” en la Asamblea de Accionista de PDVSA. Los resultados de esta “plaga” están a la vista.

Estatismo

No es de extrañar, entonces, que otra “plaga” nos aceche: el exagerado e influyente peso del Estado venezolano en todas las áreas de la vida, sean estas económicas, políticas, institucionales y sociales, cuestión que estaría demás difundir en este escrito si no fuese por la importancia decisiva que ha tenido y tiene en el desempeño de toda Venezuela. Ya ha sido llamado por otros “omnipotente y omnipresente”, pero de cuyo peso derivan dos elementos importantes. Por una parte, el hecho de ser el único dueño de la principal industria lo califica, porque de allí deriva que es dueño de las divisas, de allí de todo el aparato productivo y de allí en constituirse en el “gran suplidor” de siempre. Ahora como proveedor de las más básicas necesidades de la sociedad.

Por la otra, el tema nada menos sustantivo de que ese Estado ha inhibido de tal manera el desarrollo de una extensa y profunda sociedad civil, cuyo “oxigeno” es totalmente dependiente de él. Sea en el plano material o en de la defensa de sus más significativos derechos humanos, pues sus instituciones lejos están de actuar en su legítima defensa y muy difícilmente se puede decir que la representan cabalmente.

Populismo

Esta “plaga”, que fácilmente podríamos llamarla la “enfermedad política” o, si se quiere, de los políticos nos ha invadido hasta los cimientos más hondos. La promesa del que puede hacerlo todo cuando esta en campaña, pero ni los cumple o hace lo contrario es regla de oro en nuestro pobre país. Con la ayuda del “caudillismo”, del Presidencialismo, del Estatismo y del petróleo a los políticos venezolanos les ha resultado muy fácil prometer. Unos mas que otros, repito, con honrosas excepciones que marcaron la diferencia porque no prometieron, fueron participes de esa conducta, más todavía de aquel que llenó de promesas el escenario, para luego dejar al país arruinado.

Venezuela esta “herida” de populismo hasta límites, quizás, insalvables porque aquellos que no saben siguen creyendo en los que lo postulan. Muy fácil es ofrecer “villas y castillos” a los que hoy no ganan lo suficiente para mantener la familia. Muy fácil es prometer futuros que no existen y estallan después en la triste realidad que hoy vivimos.

Lamentablemente, esa “plaga” no ha desaparecido y, agrego, tiene “dos caras”. La convencional que es la que se ha descrito, la previa al evento político o electoral y la posterior a este que se concreta en aquella vieja consigna: “pan y circo”, con la cual se mantiene distraído y engañada a la población. La diferencia entre un carnaval divertido y ofertas de “felicidad”, sumados a la bolsa CLAP completan esta de nuevo cuño.

Socialismo

Con esta se va cerrando el círculo. Todos, repito todos los partidos políticos que accedieron al poder en Venezuela están “enfermos” de socialismos, extremos, moderados o “medias tintas” y quien diga que este país ha sido gobernado por todas las ideologías políticas esta equivocado. Desde la perspectiva social cristiana, la socialdemócrata hasta la marxista se ha impuesto el terror al mercado y al capitalismo, sin ninguna duda y por mas que se afanen en repetir lo de “economía mixta” o cualquier otro subterfugio para ocultar pensamiento y procedencia. Aquellos que en todos esos partidos intentaron revisar esas ideas fueron defenestrados y hay testigos vivientes.

Venezuela no tuvo la suerte de tener un Felipe Gonzalez o un Tony Blair que se atrevieron a cuestionar seriamente el socialismo y tampoco los tiene ahora, pues ninguno de los surgidos recientemente se lo plantea seriamente, más allá de di vagancias y generalidades. Una “plaga” que no nos hemos podido quitar de encima y que ahora se agrava miserablemente con esta “cripto revolución” cuyos ancestros vienen de Marx y Jesús. Sumen Uds., estimados lectores, todas ellas para explicar porque estamos donde estamos. Solo agreguemos dos, para no llegar a diez.

Vivir del petróleo

Todo lo dicho y defendido no seria posible sino fuera porque tenemos petróleo, pero no nos equivoquemos, no es nada malo tener esa bendición. Pero si se usa para mantenerse en el poder o, peor, para comprar cuerpos y almas es donde se convierte en dañino y perverso. El punto es que la “plaga” no es tenerlo, sino solo vivir solo de él y Venezuela se acostumbró a esa forma de vida. Hoy en día esta aseveración se nos hace manifiesta y se revela dramáticamente con un progresivo empobrecimiento que no tendría lugar si hubiésemos aprendido a crear y desarrollar otras fuentes de riqueza.

“Vivir del petróleo” alimentó a las demás, porque no cabrían populismos, socialismos, presidencialismos, etc., etc., si esta fuente de ingresos no estuviera allí, facilitándolos sin restricción alguna. Solo, si alguna vez, somos capaces de vivir de otra manera, dependiendo menos de esa gentil riqueza seremos capaces de afrontar todas esas plagas, incluyendo la última.

La revolución bolivariana

Que nos haya caído esta, en pleno Siglo XXI, es lo peor del todo. Una plaga que, como aquellas que invadieron al Egipto de sus tiempos, no pareciera tener contrapartida y defensas, pero con el agravante de que se asienta en los más anacrónicos pensamientos de las ciencias y de la filosofía. Anclada en el siglo V, por sus costumbres monárquicas y feudales y en el XIX por sus orígenes utópicos y marxistas, esta plaga inunda todos los espacios y conductas. La revolución bolivariana con todos sus contenidos épicos, mitológicos, personalistas, llena de promesas incumplidas, con ese completo desfalco que le ha hecho Venezuela no puede ser mejor calificada. Es la suma de todos los males. Es la suma, de todas las plagas con las que hemos vivido durante mucho tiempo.

[1] Excelentemente tratado en el “Miranda y Bolívar. Dos visiones” de Giovanni Meza. Editorial jurídica venezolana, 2015.

El antes y el después de las presidenciales

Maxim Ross

La coordinación política de la oposición democrática está a punto de decidir si se participa o no en estas elecciones presidenciales, aun cuando ya existen suficientes argumentos que inclinan la balanza en favor de no hacerlo, principalmente aquellos que provienen de las manifestaciones de la alianza internacional que viene respaldando a Venezuela. Sin embargo, existen varias opiniones que aun generan dudas en la sociedad civil venezolana que vale la pena considerar y, quizás, la mas importante de ellas es la que pregunta por el “después” de no hacerlo, queriendo indicar que, si esta pregunta no tiene respuesta se objeta no participar en ellas. En estas notas deseo poner el énfasis en ese “después”, aunque primero unas breves consideraciones sobre el “antes”.

Antes de las presidenciales.

Primero: quienes argumentan que el “no” no tiene un después, tampoco, que se conozca, presentan un después claramente delineado, más allá de continuar participando en las restantes elecciones. Quienes opinan que la vía, la única vía, es la electoral dejan el resto de las acciones civiles solo en ese plano: “Seguir votando es la consigna” en condiciones de una evidente ausencia de garantías electorales y políticas.

Lo segundo es el tema del dilema entre votar o no, entre participar o no en ellas, lo cual lleva a un doble problema. Por una parte, de nuevo se coloca a la sociedad civil con la sola opción del voto como expresión política y allí existe un grave enfoque que la mantiene paralizada, porque lleva automática y simplistamente a que única otra opción que queda es la “calle” o la “guarimba” un dilema del que hay que salir.

Por otra parte, está el tema del “falso dilema”, cuando este solo es cierto para las organizaciones políticas y no para la sociedad civil, puesto que aquellas se han quedado solo con la opción del voto para hacerse un lugar en el terreno político. Lo que caracteriza un partido político: doctrina, programa, organización, defensa de la ciudadanía, del país, de la propiedad, en fin, de la Nación y la Republica han desaparecido. Aun con honrosas excepciones esa es la regla general.

Lo tercero es que la sociedad civil no tiene, ni puede tener ese dilema si se acoge a sus intereses legítimos[1], cuales son de principio sus derechos civiles y políticos, esencia de los derechos humanos de la sociedad contemporánea y, muy particularmente preservados en la Constitución de 1999, aún vigente. No hay dilema sobre participar o no en unas elecciones donde esas garantías han sido vulneradas sistemática y expresamente por quien ejerce el poder. El dilema es de los partidos, pero solo si se quedan en el puro y estricto plano del voto y del interés partidista, que no es otro que quedar con “algún número” que los deje posicionados en el campo electoral.

Si la sociedad civil no tiene ese dilema su tarea, antes de las elecciones, es elevar su voz en contra de ese estado de cosas, no si decide participar o no. El desarrollo de una campaña y una o varias consignas en esa dirección es la postura correcta e inobjetable, tal como la han iniciado la Conferencia Episcopal, la Asociación de Rectores y varios gremios empresariales. Desde luego un apoyo masivo es necesario para convencer a la opinión pública, al venezolano común y a la comunidad internacional de lo inconveniente de realizarlas.

Antes y después: Una coalición civil por la democracia.

La sociedad civil tiene que salir en su propia defensa. Su integridad y su vigencia misma están en juego. Varias voces han clamado por este llamado. El sacerdocio, los ciudadanos, los estudiantes, los gremios profesionales y algunas organizaciones políticas y civiles se han pronunciado de manera aislada, pero no termina de cuajar una voz colectiva, lo suficientemente fuerte y masiva para contener el riesgo y evitarle un daño irreparable a la Republica, a Venezuela y a la misma sociedad civil. Solo sus organizaciones institucionales y representativas tienen la capacidad para desarrollar una respuesta de envergadura, que sea acogida y apoyada por los partidos políticos. El mundo militar tiene que reaccionar frente a una propuesta de una sociedad que quiere vivir en democracia y ha de defenderla. Se ha dicho: “La Unión hace la Fuerza”

Si hay un Después.

Y este es, precisamente, el primer tema para el “después” porque obliga a desarrollar una ruta de defensa de esos legítimos intereses y derechos. Al participar, convalidando, esas violaciones, no hay razones para adversarlas luego. Esa “Coalición Civil” que se propone debería mantenerse y superar su “status” defensivo. Ese sería el primer paso para el “después”: constituirse formalmente para mantenerse en el tiempo, como una organización para defender, ahora y siempre, esos derechos.

La Reforma Política.

Se puede comenzar con un riguroso diagnóstico de la ruptura de ese orden y proponer los cambios políticos necesarios para restaurar plenos derechos civiles y democráticos en Venezuela. No solo aquellos referidos al periodo “revolucionario”, sino también los que estructural e institucionalmente entraban la representatividad y la participación de la gente en los intereses generales. Entre ellos la vigencia de un excesivo “presidencialismo”, la manera de elegir al presidente de la Republica, la dotación a la Asamblea Nacional de poderes realmente efectivos, el formato de la representación de la sociedad en los poderes públicos, la reglamentación de las facultades constituyentes. El “rejuvenecimiento”, la democratización y la representatividad de los partidos políticos. Un formato debe ser ideado para garantizar la concordia y la participación política de todos los partidos, independientemente de sus doctrinas e ideologías. La Reforma Política es la primera y principal tarea.

Con “hambre y pobreza” no hay democracia.

La segunda gran tarea de la sociedad civil para el “después” va en dirección de reforzar el peso social que debe tener una autentica democracia, porque, mientras Venezuela arrastre una tasa de pobreza y, ahora de sus secuelas coyunturales de hambre, escasez y precariedad en todo sentido, la democracia corre el riesgo de caer en “manos de cualquiera”. Por consiguiente, un plan sostenible y duradero para atenuar estos dos problemas y superarlos coherentemente debe ser desarrollado por las instituciones de la sociedad civil organizada, en especial aquellas que tienen el poder económico y productivo para ponerlo en práctica. Una tarea que no se puede dejar solo bajo la responsabilidad del Estado venezolano.

El país productivo.

Asombra muchas veces escuchar como los empresarios y los trabajadores están a la espera de una Comisión Tripartita para acometer la tarea de la estabilidad, del crecimiento y el desarrollo productivo, como si los verdaderos responsables de esos actos no son ellos mismos. Un acuerdo del capital y el trabajo para el País Productivo es imprescindible. El Petróleo debe jugar una tarea integradora en concordancia con las vocaciones económicas regionales y con la participación de la sociedad civil. Los ingresos petroleros deber ser convertidos en Fondos de Ahorro e Inversión Productivos.

La sociedad civil y el Estado venezolano.

Una relación que tiene que cambiar y revertirse en favor de los intereses legítimos de la sociedad civil. El Estado al servicio de la sociedad civil y no lo contrario exige una profunda reforma de ese Estado, hiperactivo, preponderante, dueño de todo, expropiador, clientelar, omnipotente y omnipresente en favor de la gente y sus intereses individuales y colectivos.

¿Una utopía?

Hemos nombrado algunas de las tareas que debería asumir esta sociedad y estamos consciente de su complejidad y de los grandes y difíciles obstáculos que tiene por delante, pero si bien parecieran utópicas esas tareas, lo que está en juego, como indicamos antes, es su vida misma y su integridad como tal, por lo que acometerlas se hace indispensable si es que Venezuela ha de mantenerse integrada como una sola Nación o perece en manos de la desintegración. Ya hay rasgos y síntomas lo suficientemente claros como intentar el ensayo.

¿Porque PDVSA llegó hasta allí?

Maxim Ross

La situación de la principal industria venezolana y de su empresa gestora no puede ser más crítica. Es muy posible que no exista un precedente similar en nuestra historia petrolera, incluyendo la excepción de la crisis política del 2003, pues efectivamente hubo momentos en que la empresa dejo declinar la producción sensiblemente, pero nunca se produjeron una serie de acontecimientos parecidos a la situación actual. El hecho de que se presenten, simultáneamente, fallas financieras, operativas, gerenciales y directivas debe llamarnos la atención, porque podría decirse que PDVSA “sufre una crisis sistémica”, aunque prefiero no calificarla de esa manera.

Su situación no es producto de una mezcla de circunstancias atribuibles al mercado petrolero, o a la inercia natural de manejo de ese negocio, sino el resultado de un conjunto de ideas y de políticas expresamente diseñadas[1], que la han llevado a donde se encuentra ahora. Por ello creo erróneo enfocarla desde esta perspectiva porque, como he defendido en un artículo anterior[2], no responde a ese modelo de análisis y, por consecuencia, tampoco las soluciones que se vienen proponiendo.

Sugiero que el tema sea analizado desde dos terrenos diferentes. Por una parte y desde luego, porque es consecuencia de las decisiones adoptadas por la llamada “revolución bolivariana” y, por la otra, por el tipo de ideas y de doctrinas que han privado para manejar nuestra industria petrolera, las cuales, a mi juicio, tienen mucho más importancia que la que le atribuimos. ¡Son esas ideas las que la han llevado hasta allí!

El “enfoque bolivariano”

Si se comienza por decir que “el mérito” no es importante en el manejo de una empresa o de una institución, comience Ud. a preguntarse a que destino puede conducirla. Si a ello le agrega que tiene que estar al servicio del “desarrollo nacional” le pone un apellido de tan alta generalidad que cualquier cosa puede caber dentro de él. Si además, dice, expresamente, que tiene que estar al “servicio del pueblo” cierra el circuito de lo que puede y pudo venir. Si, luego, le atribuye facultades geopolíticas, soluciones “planetarias” y la pone al servicio de la necesidad de mantener un gobierno en el poder, se podrá entender, sin siquiera poner un numero por delante, porque llego hasta allí.

Si luego se dice que es “roja rojita”, se despiden ¡20.000 personas! por un conflicto político que destruye toda la gerencia y el conocimiento acumulado durante años y ahora resulta que sus principales directivos e ideólogos están siendo perseguidos y señalados por actos de corrupción, es fácil entender cómo se encuentra. Si se le añade el apellido que está en la ruta del Socialismo del Siglo XXI, que es una empresa “antiimperialista” y que es una herramienta de cambio del orden internacional no nos puede extrañar la gravedad de su enfermedad.

El “enfoque bolivariano” en números.

Para que no se crea que aquellas “ideas” quedaron en la retórica los números respaldan que se convirtieron en una realidad. Por ejemplo, un expreso, pero no declarado abiertamente, abandono de nuestro principal mercado, el más rentable, casi seguro, cercano, accesible, menos competido y mejor pagador lleva a la situación de caja que enfrenta la empresa. Si se le suma la supuestamente filantrópica política de “petróleo barato y financiado a largo plazo” para el Caribe y otros países, se explica la magnitud del déficit, pero también ¡unos cuantos votos donde se necesiten![3]

Si luego se abandona, también expresamente, la política de conseguir mercados, mediante inversiones fuera de Venezuela, tales que el crudo venezolano se consolide en mercados de alto valor, perdimos regiones consumidoras de gran beneficio. Conquistar el mercado europeo, americano, japonés u otro por esta vía parecía obra del “sentido común”.

Sumemos lo que no se invirtió en mantener la capacidad productiva, fuese en exploración explotación, comercialización o refinación y poner sumas impensables al “servicio del pueblo” al convertir PDVSA en un “Estado paralelo”, haciendo casas, “sembrando el petróleo”, etc., etc. La inmensa cifra de más de US$ 100.000 millones dedicados a “Gastos de Desarrollo Social” da una idea de cómo se transgredieron las normas básicas de su crecimiento. Allí está la explicación de porqué perdimos ¡1.000.000 de barriles diarios en producción! y estemos comprando derivados en el exterior.[4]

Para cerrar la confirmación de estas “ideas” en números véanse los datos financieros y de deuda: De unos US$ 3,5 mil millones de deuda financiera en 1999, esta fue llevada a cerca de US$ 45 mil millones en el 2007, razón por la cual su servicio grava severamente sus resultados financieros y estén afectando tan sensiblemente su situación y la de Venezuela. Atrasos reiterados con sus principales proveedores, cerrar con la política de expropiaciones sucesivas y culminar en demandas internacionales en su contra va diciendo lo que le fue sucediendo.

Ideas que están detrás.

Sin embargo, soy de la opinión de que la situación de PDVSA tiene otros orígenes más profundos y derivados de las ideas y del campo de doctrina que ha dominado el negocio petrolero en Venezuela. Cuando nos colocamos en ellos se originan paradigmas y dilemas irreconciliables que guiaron la industria y que han llevado a posiciones “pendulares”. Saltos de una a otra conducta. El ejemplo de la crítica a la apertura petrolera de mediados de los 90 al “cierre” posterior es muy claro en ese sentido. Examinemos de qué se trata.

¿Cerrar los grifos?

Quizás nos extrañe traer estos conceptos a nuestro tiempo pero, aunque simbólicos se han mantenido hasta hoy. Desde que Perez Alfonzo la puso en boga no hemos dejado de clamar por “controlar la producción” para defender los precios internacionales del crudo. De allí al paradigma OPEP un solo paso, pero tenemos unos 50 años debatiendo si nos vamos o nos quedamos allí. Si bien ha privado la tesis de permanecer dentro de la organización, muchos de los mercados perdidos se deben a la consigna: “Mas producción y vender más” es “regalar nuestro precioso recurso” En ese debate se ha mantenido la industria con el resultado que tenemos hoy.

¡La defensa de los precios!

No se puede negar que, en este mundo de los grandes poderes jugar a ser uno tiene sentido y más si se está coaligado. El dilema de “salirse o no de la OPEP” no es la única opción para defender los precios. Se gana poder de decisión creciendo y ganando posiciones de mercado. Mejor ejemplo que el de Estados Unidos, Rusia y Saudí Arabia no hay. ¡Todos ganan terreno y mercados. Nosotros no! Al unir esta tesis con aquella de no “venderle al imperialismo” completamos el circuito de nuestra “potencia petrolera” Venezuela, pionera de la OPEP, no tiene hoy “ni voz, ni voto” en sus grandes decisiones.

Desde que se creó la OPEP hasta ahora esta ha sido la casi única, por no decir “única” política consistente que hemos sostenido, lo cual podría considerarse un logro si no fuera porque deja a la industria (y al país) totalmente dependientes de los altibajos del mercado internacional y su gran componente geopolítico. Volatilidad en los precios o caídas seculares explican bastante la situación de la empresa. De un barril en US$ 140 a uno en US$ 35 da cuenta del resultado. Detrás de ella: ¡la consistencia de esa política!

Se ha dicho que es una “herejía” refutar la política de defensa de los precios por otra de desarrollo de inversiones y conquista de mercados, pero seguramente estaría PDVSA en otra posición de haber realizado este giro a tiempo. Imagínese la posición de mercado que se habría obtenido. Quizás una opción más equilibrada y menos extrema de estos dos idearios sería un buen corolario para nuestro tiempo.

De la Apertura a Fundapatria.

Si Perez Alfonzo reviviera sentiría la gran satisfacción de “ver su sueño coronado” en esa esclarecida fundación, porque la necesidad nos llevó al otro extremo. La “traición” había sido consumada: regalado el crudo, convenida la “regalía” y la entrega al extranjero de la “preciosa Faja”. Había que revertir plenamente ese modelo y de allí a la PDVSA propietaria, la del 60% en todo el negocio y la salida de las grandes firmas[5]. Nosotros, de nuevo “dueños de nuestro crudo” y de nuestra “renta”.

La raíz del problema: ¿renta petrolera?

Desde hace mucho tiempo venimos repitiendo la aseveración y la leyenda de la “renta y del rentismo” y no nos hemos puesto a pensar cuanta validez tiene esta visión y como puede haber influido en la situación de PDVSA. Hemos dado por sentado que petróleo y renta son “una y la misma cosa” y quedamos entrampados y marcados por esa tesis, tanto que tiene defensores de alto calibre técnico, científico y político.

¿Qué tal si, por un momento nos detenemos a pensar cuanta validez tiene esa tesis? Porque, si no fuera así y el excedente petrolero fuera algo más que renta o, casi todo no renta, la perspectiva sobre el tema cambiaría radicalmente[6]. Si, como cualquier otra actividad económica produce beneficios, salarios y renta, entonces ese edificio pierde su principal fundación. Todo el andamiaje ideológico y político que se ha montado sobre el “reclamo y el reparto de la renta” en Venezuela podría cuestionarse rigurosamente

PDVSA ha sido víctima de él y está en el medio de ese conflicto porque es ella, y solo ella, quien provee los recursos a “reclamar y repartir” y sobre ella recaen todas las presiones para tomar una parte de la “tajada”. Esa “gallina de los huevos de oro” tiene que proveerlo todo porque la “renta” nos pertenece. Hay que “capturarla” en los mercados internacionales, apropiarla y conducirla al mejor destino nacional. Es lo que se ha hecho en todos estos años y allí están los resultados

De allí a la necesidad de defender eso ¡que es nuestro!, que proviene de nuestro suelo soberano y ¿Quién más que el Estado pueda hacerlo?, digno representante de los intereses nacionales. Toda la estructura institucional y constitucional venezolana está montada sobre esta tesis. La extrapolación venezolana fue y ha sido llevada hasta el límite, donde nacionalismo, soberanía, dependencia y todas esas consignas están edificadas en esa tesis. Luego: ¿Quién mejor para defenderla?

“El Estado soy yo”

Todo el circuito de razonamiento que propongo no tiene otra intención que convencer a mis lectores de que el “tema PDVSA” va más allá de los números operativos, financieros y comerciales que, si bien son ciertos, son consecuencia de una visión petrolera que ha marcado la vida y conducta de la industria. Cuando digo lo del título y le atribuyo esta conocida frase, lo que quiero decir es que, detrás de ella, se esconde esa pervertida manera en que se manejó el petróleo en Venezuela. Pervertida por dejar en manos de un solo ente, el monopolio estatal, el destino de toda la sociedad venezolana, sin que esta tenga la más mínima posibilidad de intervenir en su dirección. Si “a ver vamos” este modelo de gestión no parece ser muy exitoso.

PDVSA ha sido y sigue siendo la misma “caja negra” que caracterizó la industria desde sus inicios hasta hoy. De “enclave externo” paso a “enclave interno” y, por más intentos que se han hecho para “democratizarla” siempre queda en manos de quien gane las elecciones presidenciales, porque allí es donde está la perversión.

El hecho de que el Presidente de la Republica que elegimos, cada 4 años, cada 6 o ahora indefinidamente, sea el dueño y señor de la empresa, como único accionista decisivo de una Asamblea que nadie nombro, ni escogió, indica el grado de la aberración a la que se ha llegado. Mientras Venezuela siga pensando el tema petrolero de esta manera, apegada a consignas simplistas y anacrónicas, siempre resueltas en los extremos del “péndulo” a PDVSA le sucederá mañana (si llega) lo mismo que hoy.

No se trata de “sanear” las cuentas, de pagar la deuda, actualizar los equipos, producir más o seguir en el Comité de Monitoreo de la OPEP. Tampoco de colocar un hombre honesto al frente de ella. NO. Es cuestión de evaluar sincera y honestamente las ideas que hemos practicado a lo largo de estos años y revisar el formato de decisiones inmaduras que llevaron a PDVSA hasta allí.

[1] Ciertamente se podría decir que “erróneas políticas conducen a una crisis”, pero ese no es el caso como se verá.

[2] Ver “No estamos en una crisis”

[3] No olvidemos que esa política ya tenía precedentes en el Acuerdo de San Jose, pero con la prudencia necesaria para no comprometer la vida de la empresa.

[4] Puede entenderse que estos loables propósitos sean producto de los objetivos sociales (llamados de responsabilidad social empresarial) que están practicando las firmas privadas y estatales en el mundo de hoy, pero muy seguramente lo están haciendo resguardando, y no poniendo en peligro. la solvencia y la existencia misma de la empresa. PDVSA es un único caso se estas experiencias.

[5] Después, algo después, la realidad condujo a “flexibilizar” la formula y, si mantener ese %, pero entregando la Gerencia, el control de las operaciones y el sistema de servicios conexos.

[6] Al momento de escribir estas notas desarrollo un ensayo sobre el tema que pronto saldrá a publicación.

Elecciones del poder presidencial en Venezuela

Maxim Ross

Un tema poco discutido en Venezuela es la relación entre las elecciones del presidente de la Republica, el poder que este tiene y el que le otorgamos en cada una de ellas. Este año, 2018, se van a realizar quizás las elecciones presidenciales mas importantes de nuestra historia, no solo porque se dirime ese “gran poder”, sino porque en este caso se trata de la escogencia, a través de ellas, del modelo de sociedad que quiere Venezuela, tomando en cuenta el inmenso poder que se acumula en “manos presidenciales”.

La reelección de Nicolás Maduro o la elección de cualquier otro candidato de la revolución bolivariana, lleva esa importante connotación, más todavía si cualquiera puede ser elegido con un mínimo de votos, puede serlo indefinidamente y las condiciones y garantías electorales no están plenamente vigentes. El “dibujo” del peligro resulta lo bastante nítido como para estimular una seria reflexión sobre el tema.

Números que ayudan a pensar.

En los resultados electorales de varias elecciones presidenciales encontramos una pauta de interés. En general en casi todas ellas el presidente fue elegido por la mitad o menos de votos y, en algunos casos, con una minoría significativa. Repito, ello no sería relevante si no tomamos en cuenta el poder que va a tener el escogido, pues no se trata de una elección en Inglaterra, Francia o los Estados Unidos donde está severamente limitado por los restantes poderes públicos. No. En Venezuela se trata de todo lo contrario porque aquí solapa y limita los demás y no se trata solo de ahora. Es un patrón de larga data

Desde que existen elecciones presidenciales el presidente fue elegido con estos votos:[1]

1947 Rómulo Gallegos con el 74%

1958 Rómulo Betancourt con 49%

1963 Raúl Leoni con el 33%

1968 Rafael Caldera con el 29%

1973 Carlos A. Perez con el 49%

1978 Luis Herrera con el 46%

1983 Jaime Lusinchi con el 57%

1988 Carlos A. Perez con el 53%

1993 Rafael Caldera con el 31%

1998 Hugo Chávez con el 56%

Después de estas elecciones ya no podemos decir que se realizaron en condiciones plenamente democráticas, pero allí están los resultados:

2000 Hugo Chávez con el 59%

2006 Hugo Chávez con el 63%

2012 Hugo Chávez con el 55%

2013 Nicolás Maduro con el 50%

¿Qué nos dicen?

1º En las 10 primeras 6 resultaron por debajo de la mitad y 4 por encima,

2º En las 4 siguientes todas, menos una supera la mitad,

3º De un total de 14 elecciones 7 fueron por debajo de la mitad y 7 por encima, pero este es un resultado distorsionado por unas elecciones muy cuestionadas.

Si solo tomamos en cuenta las primeras, observamos que el patrón a que nos referimos se cumple por cuanto el presidente toma el poder con solo la mitad o una minoría de votos. Una encrucijada tan importante como la que se presenta en el 2018 obliga una seria reflexión sobre el tema.

Poder y Presidencia en Venezuela.

Quizás resulte un lugar común invocar esos dos valores porque, en nuestro país todo el mundo sabe que los presidentes siempre han tenido mucho poder, más todavía en un país donde la figura del “líder” o del esperado “Mesías” son tan marcadoras de la vida política, pero no vamos a repetir esa apreciación. Evaluemos su verdadera dimensión.

Primero que nada, detrás, si quizás muy detrás, está la figura legendaria de Libertador, del militar que libera la patria del yugo extranjero, lo cual, ya de si le da el inmenso poder que deriva de la guerra. Si nos vamos a los primeros tiempos en la formación de nuestra nación, esos hechos marcaron la gesta de su vida republicana, con la influencia decisiva del poder militar sobre el civil. No en balde se ha repetido que, en todos esos años, pocos civiles gobernaron Venezuela. Generales y generales vimos hasta 1958.

Luego, en la era democrática los presidentes no dejaron de tener poder e influencia, inclusive mas allá de quienes los eligieron y de sus propios partidos políticos, en especial después de la ruptura del Pacto de Punto Fijo, cuando esa relación se quebró, pero ¿De donde proviene ese super poder?

El Petróleo, el Estado y el Poder.

Si bien antes pudiéramos decir que el poder presidencial provino de la guerra y la sucesión militarista, ahora, en nuestros tiempos tiene otra fuente. La configuración del Estado venezolano, ya en su origen y tradición “centralista”, se fortalece totalmente con la llegada del petróleo pues, en la particular circunstancia de que su explotación original es por firmas extranjeras, se desarrolla una perspectiva “nacionalista” que fomenta el poder del Estado y, con este, el Presidencial. La tesis, amparada en el famoso decreto de Bolívar sobre la explotación de las minas, cierra el capítulo de quien ha de ser el propietario del valioso recurso natural. El Estado único dueño y señor y, con él, quien lo dirige.

Todos los presidentes venezolanos, civiles o militares, contaron con ese recurso para hacer y deshacer con Venezuela. No hubo poder que pudiera contra restarlo y controlarlo. El Estado pudo apropiarse de las principales industrias y así lo hizo. Reiterados “planes quinquenales” fueron la forma de gobernar a Venezuela y, en ellos, el presidente es el autor principal.

El presidente pudo y puede legislar a su antojo, sin contar con más nadie. Basten algunos ejemplos: “…en los últimos tres cuartos de siglo (75 años) vale decir, desde 1940 al 2015, se ha producido un fenómeno, que políticamente podemos calificar como muy inconveniente, de leyes emanadas del Poder Ejecutivo Nacional, las cuales han convertido a éste en el gran legislador durante el mencionado período…. A título meramente ilustrativo, se ha de tener en cuenta que desde 1939 hasta 1961 se dictaron aproximadamente más de cuarenta (40) decretos fundamentados en la restricción de la garantía económica; posteriormente, desde 1961 hasta 1985 se dictaron aproximadamente ciento cuarenta (140) decretos. Bajo la Constitución de 1961 se dictaron siete (7) leyes habilitantes y bajo la Constitución de 1999 se han dictado cinco (5) Leyes Habilitantes y, consecuencialmente, una profusa y amplia legislación delegada que debe ser objeto de reflexión…”[2] .

Como puede constatarse, el poder presidencial en Venezuela rebasa todas las dimensiones, es casi infinito y, podría decirse, que lo ejerce prácticamente con el mismo poder de una “monarquía”, régimen político que, se supone sustituimos por el de una República.

El otro ejemplo, digno de considerar es la actual capacidad del presidente de decretar estados de excepción, sin que ningún nadie tenga la fuerza para limitarlos o evitarlos. Demás estaría decir del que le confiere el manejo de la Hacienda Pública, cuestión desde luego normal para cualquier presidente o Primer Ministro, pero bajo condiciones completamente contrarias al caso venezolano.

Por si no fuera poco.

Un componente peculiar que le añade “algo mas de poder” al presidente de Venezuela, es que tiene la facultad de presidir la Asamblea de Accionistas de PDVSA, esto es él es la acción preferida o, en realidad, la única que maneja el negocio petróleo. De allí su facultad para nombrar y quitar directivos sin la intervención de ninguna otra entidad, menos por supuesto de quienes lo eligieron, los verdaderos propietarios del recurso. La otra facultad está en la elección del presidente del Banco Central, esta vez supuestamente limitada por un voto de la Asamblea Nacional, pero que en realidad no es así. Lo elige su única autoridad. Maneja, entonces, el petróleo y la moneda.

Luego de estas apreciaciones sobre el poder presidencial en Venezuela, cabe la pregunta de ¿qué se puede hacer?. En este sentido elaboramos varias propuestas que recapitulo ahora, pero quizás mas importante sea evaluar estas elecciones presidenciales desde una perspectiva mayor: la conciencia de que es lo que vamos a elegir en el 2018 y si asi debería ser. Estas son las propuestas que hemos sugerido para la discusión.[3]

1º Prohibir bajo toda circunstancia la delegación legislativa de la Asamblea Nacional al Poder Ejecutivo, esto es al presidente,

2º Elegir al presidente en una segunda vuelta que, desde luego, debería ser de mas de un 50% de los votos, pero dado ese poder ¿no sería mejor al menos un 60%?,

3º Suspender indefinidamente la posibilidad de la “reelección indefinida” y limitarla a un máximo de dos periodos consecutivos. Para ambas se propone realizar una Enmienda Constitucional, para la cual esta facultada nuestra Asamblea.

Además de estas dos propuestas se sugiere:

1º Modificar la Ley del Banco Central y, de acuerdo a la Constitución vigente, velar porque su directiva sea efectivamente nombrada por el cuerpo legislativo,

2º Incorporar en la Asamblea de Accionistas de PDVSA, al menos una representación de la Asamblea Nacional o, mejor todavía, darle una capacidad representativa a la sociedad civil a través de sus organizaciones e instituciones, por ejemplo, gremios, universidades, etc. De ello derivaría una Directiva mas representativa de los distintos intereses nacionales.

Posiblemente se consideren estas ideas situadas en el terreno de la “utopía”, en especial porque ni Asamblea Nacional tenemos, ni Banco Central y PDSVA en la “bancarrota”, pero allí quedan para algún momento futuro a conciencia de que esas reformas podrían ayudar a balancear ese inmenso poder que le hemos dado a los presidentes de Venezuela. 2018 puede ser una oportunidad para hacer algo distinto.

[1] Tomados de Wikipedia, Porcentajes redondeados por el autor.

[2] Ver “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela” CEDEV/UMA.2016

[3] Ver doc., previamente señalado