Un arma no tan secreta
Décadas atrás, Friedrich Hayek dijo que la democracia es un sistema intrínsecamente revocable, y con frecuencia se elige a quienes aspiran destruirla por métodos que ella misma establece, lo que descarta juzgar democrático a un mandatario por ser electo según sus reglas, y por medio del voto han accedido múltiples bataclanes, hasta llegar a Daniel Ortega y Nayib Bukele. Da pena repetir que los gobernantes califican como democráticos si provienen del voto y si lo son en su ejercicio. Cuando ganan los revolucionarios comienza un complejo e indefinido proceso, de desenlace no previsible. En el corriente siglo, el radicalismo revolucionario descubrió esto y diseñó una nueva estrategia, ya no el leninismo insurreccional, ni la guerra maoísta, ni golpe de Estado, sino introducirse en todas las ranuras del sistema con el discurso hiperdemocrático “injusticia”, “desigualdad”, “corrupción” y el ungüento de fierabrás: “la constituyente”, la “purificación” desde cero. La oposición venezolana fue incapaz de comprender esta nueva –y exitosa- tendencia y fracasó ridículamente, como sabemos.
De la euforia por la caída del bloque soviético a la fecha surgió la noción de que la democracia está en decadencia, y muchos piensan que difícilmente se recupere. Ante esta paradoja, la opinión simple suele atribuir su debilitamiento a la ineficiencia de los gobiernos, lo que le dice el discurso antisistema, y votan en las urnas contra ella. Esa no es la razón de fondo, ya que autocracias más corruptas, incompetentes y empobrecedoras, sobreviven décadas. Argentina fue brillante, potencia mundial alternativa frente a Estados Unidos y un día los ciudadanos optaron por Juan Domingo Perón, la hundieron en el subdesarrollo y siete décadas y media más tarde no se vislumbra su salida. El socialismo XXI hizo retroceder varios países de la región y luego de décadas, nacen pugnas en su seno para buscar trabajosas alternativas, incluso desde los propios impulsores. Los norteamericanos en su esplendor, eligieron (¿?) a Trump, hoy una mayor amenaza para el futuro inmediato.
Chile hoy decidió pasarse al camino incierto después de alcanzar el más alto nivel de vida del continente. Los ingenuos siempre pretenden “que no pasa nada” (“¡No, vale. ¡Yo no creo!”) y después se estrellan contra el arrepentimiento. Eso se explica porque los revolucionarios toman los aparatos ideológicos del sistema, los órganos de la cultura, universidades, profesorados, magisterio, intelectuales, medios de comunicación y dan la pelea por la conciencia colectiva, mientras los demócratas se burocratizan, se amodorran, abandonan la defensa de las ideas. El filósofo francés Félix Guattarí habló de una rebelión cultural previa a la toma del poder, “la revolución molecular”, llevada a las micro partículas sociales: “conspirar y respirar”. Conspirar tantas veces como se respira, hacer dominante un discurso o “relato” contra la realidad, convencer a pesar de toda evidencia a una sociedad satisfecha y armónica, que se trata de un infierno de injusticia y “desigualdad” regido por ladrones e incompetentes.
Triunfan, y como enseña la experiencia, sus políticas “igualitarias” desangran, arruinan, fracturan, hasta sumergir los países en el caos o la autocracia. ¿Se encamina Chile a desarrollar su democracia o a las turbulencias de un avance autoritario dirigido a lesionar su plenitud y prosperidad? Cabe decir que ningún estudioso serio se pone a adivinar el futuro, asunto más bien de arúspices, pero si a evaluar las tendencias, la orientación de sus líderes y las fuerzas y políticas emergentes, sin perder de vista que pueden tomar caminos imprevistos. El joven presidente Gabriel Boric no es un modelo de político constitucional, respetuoso de la ley y las instituciones, con conocimientos sólidos de los problemas de su país y de la geopolítica mundial. Fue un dirigente estudiantil profesional que nunca se graduó, luego drop up del sistema educativo. En su curriculum destacan el secuestro por 40 días de las autoridades universitarias, los tumultos anarquistas de 2011, el levantamiento de 2019 que hizo perder a Chile cientos de millones de dólares en destrozos y la “asamblea constituyente”. Y las políticas identitarias.
No estimula la intención de ponerle la mano a los 150 mil millones de dólares del sistema de pensiones –como hicieron los Kirchner, para dilapidarlos-, base de la acumulación que introdujo al país en el mundo desarrollado. Desconsuela la ligereza estudiantil de que “el pacto social chileno” se rompió porque “en la pandemia las empresas aumentaron sus capitales” (¿y qué va a ocurrir si se dispara la demanda mundial de vacunas y medicinas?) glosando a Trump contra China. Mueven al optimismo, la moderación de su discurso entre el balotaje, no se sabe si un recurso para sumar electores no radicalizados. También nombrar muchas mujeres en el gabinete y designar a Mario Marcel en el Banco Central; el apoyo de franjas de la Concertación, que lo prefirieron ante José Antonio Kast, por mediación de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet. En el Senado y la Cámara de Diputados están parejos radicales y moderados, lo que promete un intenso debate, pero cuentan con el arma no tan secreta: la “constituyente”, un aberrante poder supraconstitucional. Los militares observan. Apostamos a que todo salga bien para los chilenos.
@CarlosRaulHer