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Maxim Ross

¿Podrán solos los venezolanos?

Maxim Ross

Ha vuelto al terreno de la opinión pública la pregunta de si los venezolanos tienen la capacidad para superar la coyuntura política y económica actual o, si por el contrario, somos apenas “peones del ajedrez mundial” y estamos completamente atados a las decisiones de Washington, Moscú, La Habana y Pekín. La pregunta ha regresado con mayor dureza, gracias a la intensificación del conflicto mundial, originado en la invasión de Rusia a Ucrania, pero no solo por el hecho de que el gobierno tomara partido por Rusia, lo que nos coloca directamente en el medio de la disputa, sino porque revela una tragedia de mayor alcance y profundidad, la del país que fue perdiendo la fortaleza y la habilidad para hacerse un camino menos dependiente del entorno mundial, siempre sujeto a presiones y tensiones y del cual, por supuesto, es imposible desatarse completamente.

Desde luego, la pregunta hecha así tiene un matiz de “blanco o negro” y en realidad debería formularse de una manera relativa, es decir: ¿En qué medida podríamos atenuar o reducir esa relación y que posibilidad real existe de hacernos más autónomos de ese entorno?, sin que por ello pretendamos ningún tipo de autarquía en una sociedad internacional cada vez más intrincada.

Venezuela: ¿Peón del ajedrez mundial?

La respuesta a esta pregunta proviene, creemos, de que seamos capaces de desarrollar unas capacidades que reduzcan, tanto como sea posible, la dependencia y los vínculos que tenemos con el exterior o, en especial con los países claves del concierto mundial. En lo que respecta al ambiente internacional, este podría desarrollarse por dos vías. O se acentúa y recrudece la convulsión actual, poniendo en peligro todo el planeta o se llega a un arreglo. Pensar en lo primero pareciera inconcebible, con lo cual apuesto por el segundo porque la experiencia nos dice que, con toda la agresividad y la violencia que hoy se vive, la humanidad ha sabido regresar al acuerdo y a la civilidad[1]. Existen razones e indicios para creer en que más temprano o más tarde Rusia, Ucrania, China, Estados Unidos y Europa lo alcanzarán, con todo y el dolor causado en pérdidas materiales y humanas. En este caso, si regresamos a un escenario menos conflictivo ¿Podremos resolver solos nuestra dramática situación o seguiremos estando totalmente sujetos al acontecer internacional? Creemos que la respuesta hay que buscarla en nuestra propia experiencia y en dos direcciones. Una, examinar hasta donde pudimos hacerlo en el pasado y, dos tratar de identificar que causas estuvieron detrás de esa conducta.

Mi hipótesis principal, la cual resulta bastante obvia, es que mientras el país viva casi totalmente del ingreso petrolero en divisas esa relación se acrecienta y fomenta y se nos convierte en una “ley de hierro” y es prácticamente inescapable. Como sabemos, en los primeros años de la explotación del crudo, Venezuela dependió casi totalmente de su producción y exportación y, por supuesto, de la situación del mercado y de los precios internacionales, con lo cual el país dependía totalmente de él, para luego reducir su peso en la economía y regresar, en los últimos tiempos, a representar cerca del 90% de los ingresos totales del país. A ello se agrega la total dependencia del fisco venezolano de los tributos y regalías que este genera.

Se puede comprender fácilmente, aunque es obvio también que, mientras esta condición se mantenga, aquel “ajedrez” se impone sobre nosotros, lo que resalta que el formato para evadirlo implica reducir la dependencia del petróleo, a sabiendas de que sigue allí en el subsuelo y continua siendo muy atractivo para los grandes consumidores y que juega un papel crucial en la geopolítica internacional, como lo comprueban los hechos, entonces: ¿De qué depende que podamos cambiar este esquema? Creemos que nuestra propia experiencia no brinda una respuesta y una lección.

Causa detrás de la causa.

La respuesta inmediata está, desde luego, en la creación de una economía mucho menos centrada en el petróleo y más centrada en las fortalezas internas del país, capaz de convertirse, realmente, en su “motor” principal y generar empleos productivos y una senda de bienestar generalizado, pero en realidad el secreto está en que pudimos construir una capacidad aglutinadora, capaz de diseñar y llevar a la practica un proyecto de país de largo aliento, con asideros económicos, políticos, institucionales y sociales.

¿Cuál fue el secreto, cual el acertijo? Los venezolanos nos pusimos de acuerdo. El “milagro” de alcanzar una tregua política que acabó con el conflicto y la exclusión que marcaron nuestros primeros años como Republica, permitió diseñar y elaborar un programa político y económico producto del consenso entre los principales partidos y con una participación importante del empresariado y el sector sindical. El Pacto de Punto Fijo cementó las bases de una visión de largo plazo y de un país sólido y menos dependiente del petróleo. Cuando ese acuerdo fue demolido por las circunstancias políticas y por la avalancha de ingresos que se produjo a mediados de los años setenta, regresamos a “vivir” del petróleo, no del Acuerdo y facilitamos la ruptura de la ruta emprendida y terminamos en el recordado y trágico “Viernes Negro”. De allí en adelante, acentuadas las diferencias políticas repetimos el esquema petrolero y, nosotros mismos, creamos las condiciones para ser “peones” del ajedrez mundial.

Este acertijo: ¿Se puede repetir?

Todo depende de que nos podamos poner de acuerdo otra vez. Primero que nada, ¿es posible repetir un Punto Fijo hoy? Creemos que no, por razones que todos conocen. Un partido único en el poder y los opuestos fragmentados en mil pedazos, de manera que sin partidos ¿Cómo lograrlo? Existen tendencias en la opinión pública que atribuyen esa responsabilidad a los ciudadanos, o a la “ciudadanía” en abstracto, mientras que otros apelan a los “vecinos”. Somos de la opinión de que repetirlo depende de cómo la sociedad civil se organiza y responde a este reto y asume esa tarea, sin que ello signifique obviar a los partidos sino, por el contrario, reforzarlos.

Creemos que esa posibilidad está abierta y pende de su propia habilidad y voluntad de unificar sus voces, de articularse y aglutinarse alrededor del propósito de hablar por Venezuela. Esa sociedad civil son los empresarios organizados, los empleados, las Universidades, los Colegios profesionales, los sindicatos, las comunidades, etc., etc., que podrían mostrar al mundo que no existe una sola voz por Venezuela. Si así fuera, quizás podríamos repetir el acertijo de un gran acuerdo que regrese nuestro a país a una ruta menos dependiente del “ajedrez” mundial pero, para ello se requiere un requisito adicional, pues esa organicidad, esa articulación no se puede levantar de la nada.

Construir Capacidad Nacional

En un escrito reciente[2] defendimos la tesis de que, solo si el país, sus ciudadanos organizados, logran construir una economía menos dependiente del petróleo, sin dejarlo de lado, pero mucho más integrado hacia el país, mas afincada en la fortalezas regionales y locales, en instituciones fuertes y en una verdadera batalla para traer a la vida entera a esos millones de venezolanos que viven en la precariedad y, aun en la miseria, que no tengan que depender de ningún gobierno o de ningún partido para sobrevivir, entonces sería posible aislarnos tanto como posible del “ajedrez” mundial. Decíamos en aquel escrito que había que construir Capacidad Institucional, Capacidad Cívica, Capacidad Productiva, Capacidades Regionales y, ahora más que nunca Capacidad Política. Si logramos construir este espectro de país podríamos empezar a resolver solos nuestros problemas y no depender de la palabra de Moscú, de La Habana, de Washington o de Pekín.

¿Seremos capaces de activar la sociedad civil organizada y ponernos de acuerdo otra vez

[1] Yuval Noah Harari “El futuro de la humanidad depende de lo que pase en Ucrania”. La Vanguardia.16 de febrero 2022

[2] Construir Capacidad Nacional, Mayo de 2021

¿Cómo hacer mas ricos a los pobres?

Maxim Ross

Es mucho lo que se ha escrito sobre el tema de cómo superar la pobreza, aunque parezca que todavía la humanidad no consigue la fórmula para abatirla en los planos nacional e internacional. Desde el punto de vista de las mediciones existen versiones encontradas acerca de si se ha avanzado lo suficiente como para decir que el objetivo se ha logrado. El Banco Mundial ha sido abanderado en esta lucha[1] y en la defensa de que mucho terreno se ha caminado, pero aún se escriben artículos y opiniones que dicen lo contrario [2] La pandemia agravó el problema porque, obviamente, las poblaciones y países más vulnerables sufrieron con mayor rigor su paso por sus vidas. Al momento de escribir esta breve nota puede decirse que estamos en la mitad del trayecto y que el COVID diluyó bastante los avances obtenidos. Intento recapitular a ver si, ayuda.

La experiencia: ¿Qué nos dice?

Diría, en principio que el asunto tiene dos caras. Por un lado, la visión micro, esto es la de los individuos que están en dicha situación, dentro de la cual están dos versiones, la de quienes no se perciben como pobres (hay mucha literatura sobre ella), no se definen como tales y no requieren medidas ni políticas que les alivie y, la otra, de quienes si se adhieren al concepto y exigen un tratamiento del tema, pero en ambos casos subsiste la idea de que se trata más de intentos de superación personal que no demandan acciones de mayor orden. De otro lado está la visión macroeconómica y social, en la que privan las conocidas mediciones de nivel de ingreso y de necesidades básicas insatisfechas, en las que los grandes números muestran avances y retrocesos. La experiencia nos dice que, si se desean obtener resultados importantes y cambios de signo relevantes ambos tratamientos son necesarios.

El crecimiento económico reduce la pobreza.

Una primera constatación nos las ofrecen las mediciones, en especial las del Banco Mundial, institución que un momento dado afirmaba que estábamos frente a un mundo de “clase media”. Quiere decir que había verificado que los niveles de pobreza habían disminuido radicalmente en la década de los noventa y los 2000, con especial énfasis en cómo se había reducido de manera dramática en los países emblemáticos que fueron China y la India, cuyo peso en el índice era muy significativo y donde un crecimiento económico acelerado parecía empujar el índice hacia arriba. Es la era de la globalización y de la creación de una inmensa capacidad productiva en esos países lo que explica el fenómeno, pero luego se produce la crisis de los años 2008/09 revirtiendo los éxitos logrados, lo que pareciera decir que algo tienen que ver altos niveles de producción con menos pobreza, con el hecho de una transformación hacia el capitalismo de aquellos países, cuestión que se ha extendido a mas regiones del mundo, por ejemplo Vietnam, Laos y algunos países africanos que se han ido por ese modelo. Argumento que la ecuación crecimiento económico, creación de capacidades productivas y senda capitalista algo tienen que ver con la solución del problema, pero sabemos que eso no basta: requerimos de un enfoque más micro, más cercano al individuo.

¡El Individuo cuenta!: El aporte de Amartya Sen.[3]

Probablemente uno de los más acabados enfoques del tema, este del economista Sen lo considero digno de atención e interés, no solo porque ofrece una perspectiva ambivalente del problema, pues acepta que se requieren políticas macroeconómica para enfrentar la pobreza, pero a ello añade una visión que, si bien se concentra en la persona, en los individuos, los relaciona de tal manera que, ellos en libertad, tienen la potestad de escoger opciones de desarrollo y superación de sus precarios estadios económicos y sociales. El expediente que utiliza, a mi juicio sobresaliente, vincula el tema de hacerlo en libertad, esto es no depender de actuaciones gubernamentales coercitivas o restrictivas, con el tema de la asociatividad. Dice: es cierto, los individuos solos no pueden e invoca el innovador concepto de la Agencia. El individuo de “paciente”, debe pasar a ser “agente” de su propio destino. La combinación que sugiere, entre buenas políticas macroeconómica, el enfoque en el individuo, la asociatividad dio frutos relevantes en los casos que estudio, en especial en la India.

Parece, pues, que hay ideas y enfoques que pueden hacer más ricos a los pobres y podemos concluir, a manera de invitación y proposición, en que estas notas inspiren a las nuevas generaciones políticas venezolanas, aquellos que, quizás, algún día nos regresen a la normalidad de un país próspero y democrático.

[1] En los últimos años esta institución ha estado, prácticamente, focalizada en esa lucha.

[2] Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty. Banerjee, A & Duflo, E MIT. Public Affairs, 2011

[3] Desarrollo y Libertad. Sen, A. Editorial Planeta, 2000

Adam Smith y las ventajas comparativas

Maxim Ross

Poco se ha escrito sobre este componente de la teoría del mercado en Adam Smith siendo que, en mi juicio, es quizás uno de las más importantes de todo el cuerpo teórico que expuso en la “Riqueza de las Naciones” y, como defiendo ahora, tanto como su tesis de la “mano invisible”, de todas la más difundida y controvertida. Digo esto porque, en realidad, su tesis sobre las ventajas comparativas es verdaderamente el meollo de su crítica al mercantilismo, cual fue el propósito central de su libro.[1]

En efecto, el punto de partida de Smith no es, como se cree, la defensa a ultranza de una teoría del mercado, aun cuando esta resulta como consecuencia de su confrontación con aquel sistema económico en la que expone la conveniencia de que cada país, en su caso como ejemplos Francia e Inglaterra, se especialicen en aquellas actividades productivas en las que posean ventajas comparativas en lugar, como creían los mercantilistas, de que cada país produjera de todo, De allí el famoso ejemplo de que Francia produjera y vendiera los vinos e Inglaterra las telas, como resultado de las ventajas que la una tenía en la agricultura del viñedo y la otra en la manufactura de lana de sus ovejas.

Decía: si ambos países se especializaran en ellas cada uno ganaría más que en elaborarlo todo, dado a Inglaterra le costarían menos los vinos franceses, por mas ser más eficiente su producción y a Francia menos las telas por la misma razón. Ambos ganarían por igual en el intercambio, pero para que esa ecuación funcionaria era indispensable y necesario que desaparecieran todas las intervenciones y coaliciones que eran propias del mercantilismo y se dejase que el mercado funcionara libremente, de allí que esta tesis es consecuencia de la anterior y no lo contrario,

Precisamente, para que el mercado pudiera contribuir con aquel postulado y cada quien (o cada país o región).pudiera desarrollar sus ventajas era imprescindible que el Estado abandonara sus funciones económicas, elevadamente distorsionantes de este principio. No olvidemos que la exposición contraria de Smith al mercantilismo no era solo por su postulado de “producir de todo”, sino que este sistema se fundamentó en una coalición monopolista entre el Estado y las grandes compañías mercantiles de su época, tratase de la de las Indias Orientales u Occidentales. De allí que el alcance de su tesis va mucho más allá que la simple defensa de la “mano invisible del mercado”.

De aquel punto de partida suena lógico que llegara a la conclusión de que cada quien debería especializarse en elaborar aquellos bienes o servicios en las que mayor ventaja tuviese y mayor utilidad o rentabilidad generase, esto es el conocido principio del “profit sake”, donde esa división del trabajo se manifestara libremente, siendo que este seria “el mejor de los mundos”, ya que allí ganarían todos, productores y consumidores, en el supuesto de que que todos fueran iguales[2]. Cuando eso sucediera, la economía de un país o región se orientaría como en una especie de “mano invisible” que fue la frase y la tesis que más se difundió. Nótese que, aun cuando repitamos, esta es consecuencia de la otra.

Sucede, entonces, que Smith es más conocido por ser el “padre de la economía de libre mercado”, lo cual es cierto por aquello de la “mano invisible”, pero poco más que menos, por su tesis fundacional de la división del trabajo, de la especialización y de las ventajas comparativas, cuan fue su controversia fundamental contra el mercantilismo.

Presentamos este punto de vista porque si examinamos todas las críticas que se ha hecho a este último principio lo dan como el fundante, como si precediera al anterior, lo que lo coloca más en terreno ideológico que en el teórico y lo estrictamente correcto esa la secuencia que siguió Smith, pero a ninguno de los adversarios se les ocurre abrir las críticas a los principios realmente fundantes. Pareciera, por decir algo, que es posible un mundo de ventajas comparativas, de especialización internacional y de división del trabajo sin un mercado libre que funcione. Extraña ecuación que no logro comprender.

[1] Véase “Adam Smith y los Mercantilistas” Ross, M.(1990)

[2] En otro momento discutiremos esta versión de Smith.

¿Tiene razón Piketty?

Maxim Ross

Puede decirse, con soberana razón, que el tema de nuestro tiempo es el de la desigualdad y no porque sea más importante que el de la libertad, que también lo es, sino porque logra ocupar todos los espacios de opinión pública y en la agenda de los organismos internacionales, especialmente por el impacto que ha tenido la pandemia en su empeoramiento. Ello sucede, probablemente, por varias razones. Una de ellas es que es más sensible y más cercano a los problemas cotidianos de la gente que aún están pendientes de resolverse a nivel mundial. Carestías, hambrunas, marginalidad, inmigración, etc. etc., siguen ocupando la atención internacional. Otra razón, puede ser, porque evidentemente la desigualdad se defiende con números que son más expresivos y convincentes que los informes y artículos que se publican sobre la libertad y esta es más difícil de conmensurar. En esta dirección los trabajos y el libro principal de Thomas Piketty (El Capital) han contribuido eficazmente a ponerlo en la agenda internacional y a levantar la alarma[1], pero: ¿Tiene razón Piketty?

LOS NUMEROS DE PIKETTY

La tesis principal del autor es que la desigualdad, vista como fenómeno generalizado, está aumentando inexorablemente en el mundo. Los números que respaldan su afirmación provienen de dos fuentes. Por un lado, dice que la proporción de las rentas del capital (utilidades, dividendos, rentas, e intereses) está creciendo más rápido que el crecimiento económico, por lo que todos los beneficios del capital ocupan una parte creciente del ingreso mundial, con lo cual este toma la mayor parte del total y por otro lado, los ingresos del trabajo van en dirección contraria.

Como consecuencia de ello los ricos se hacen más ricos, una muy pequeña parte de la población captura la mayor parte de la riqueza, los más pobres participan cada vez menos en el reparto y, desde luego, aumenta la desigualdad dentro de cada país e inter países. Obviamente, el razonamiento y las conclusiones del autor provienen del uso de los números de distribución del ingreso nacional entre capital y trabajo, reeditando, de alguna manera la visión clásica de la economía política.[2]

¿UN TEMA NUEVO PARA EL MUNDO?

Si realizamos un breve repaso en la historia económica nos encontramos con que su tratamiento ha sido extenso, desde la perspectiva de la economía política que lo ubicó entre los vestigios del colonialismo y sus legados en términos de distribución de la riqueza mundial, hasta su focalización en los argumentos del “centro y la periferia” que dominaron el pensamiento económico por los años sesenta y cerrar, mucho después, con la discusión sobre “convergencia y divergencia”, que estuvo vigente más recientemente, hasta la pregunta de si el subdesarrollo (simil de una distribución inequitativa del ingreso mundial) era producto de una ley “natural e inexorable” que lo perpetuaba eternamente.

Posteriores logros de crecimiento económico y aumentos del bienestar que se dieron después de la segunda guerra convencieron al mundo de una alta tendencia a la convergencia. Países “pobres” salieron del subdesarrollo y se hicieron más ricos. El tema había pasado de moda hasta que llegó el COVID, pandemia que terminó de recolocarlo en la agenda pública con demostraciones fehacientes de su efecto fulminante en los países y sectores de población más pobres y vulnerables. Sin embargo, con todo y ello reitero la pregunta:

¿TIENE RAZON PIKETTY?

Revisando trabajos e investigaciones relacionadas con el tema confirman la opinión que me estoy formando sobre el tema de desigualdad en general y no solo con respecto a la tesis de Piketty al que creo equivocado por la misma razón que voy a exponer. Puede ser cierto, como indica y lo revelan otros estudios de rango similar[3], que exista una mayor concentración del capital en el mundo, evidencia de su distribución inequitativa y también que ese hecho produzca un resultado similar en la composición de los ingresos totales y per cápita, al concentran más recursos en menores manos y en los sectores y países más ricos.

Lo que interrogo desde esta perspectiva es que el fenómeno se observa desde una perspectiva restringida de la actividad económica, esto es dentro del lado de la oferta y de las remuneraciones a los factores productivos, pero no de la ampliación de las actividades productivas que ha producido el capitalismo y tampoco de sus efectos en el campo de la demanda y del consumo, siendo que en esa esfera de la economía también se encuentran rasgos de igualdad o desigualdad.

Mi hipótesis es que, tanto Piketty, como los estudios citados, dejan de lado el profundo y equitativo cambio que produjo el capitalismo, no solo en el terreno de la apertura de las actividades económicas, sino también en la generación del consumo de toda la humanidad y estos elementos, sin duda, tienen que ser ponderados debidamente cuando se trata de medir desigualdad generalizada.

En mi opinión el drástico impacto que el capitalismo produjo en esos componentes, en la multiplicación del consumo y los servicios, inclusive medido por el exponencial crecimiento de estos en lo que va del siglo XVIII hasta ahora, debería ser evaluado a la hora de hablar de desigualdad, lo que implica que la utilización del concepto solo desde de ese lado de la oferta lleva a una caracterización errada del tema. Creo que Piketty comente ese error y no le ha sido cuestionado, al igual del tratamiento que hacen el Banco Mundial y otros seguidores del tema.[4]

LA HIPOTESIS QUE PRESENTO.

Creo que existe un argumento que no he encontrado expuesto y que, obviamente, expongo de manera hipotética y tendría que ser validada por la serie de datos correspondientes[5], pero de lo que no me cabe duda es que el capitalismo haya producido más igualdad en el mundo que cualquier sistema económico previo[6] y aun, en algunos países que han tenido que apelar a él para mejorar el bienestar de su gente y, desde luego, disfrutar de una mayor igualdad.[7]

Aunque la base de mi tesis es principalmente, cualitativa, existen datos relevantes que ilustran lo que defiendo, como por ejemplo que el ingreso y el consumo por habitante se multiplicaron consistentemente a partir de finales del siglo XIX y en todo lo que va del XX al XXI y nada mejor iguala que ese gran salto. La población que estaba concentrada en la agricultura encontró una nueva forma de laboriosidad en la industria y, luego, en los servicios, con lo que el empleo modifico la vida rural a la urbana. La cantidad de personas que tuvieron acceso al trabajo cambió radicalmente y, si bien los salarios no crecieron al igual que las ganancias, tal como defiende nuestro autor, de ese status a la esclavitud hay una distancia considerable.

La competencia, rasgo distintivo del capitalismo, abrió las puertas a millones de nuevos empresarios, cercándolo el paso a la elevada concentración de la riqueza, del ingreso, del poder económico y político del antiguo mercantilismo, igualando las capacidades económicas a un límite nunca visto, a pesar de las tendencias a monopolizar algunas actividades. La competencia, de nuevo, demostró ser el arma más eficaz contra ellos. La globalización, expresión más reciente del auge del comercio y de las inversiones interplanetarias, igualó naciones y áreas productivas nunca preexistentes.

El tema de la desigualdad, planteado solo del lado de la concentración de los ingresos del capital y el trabajo, lo que hace solamente, es reeditar el argumento de Marx, ya fuera de sintonía con el estado actual de la economía teórica, porque ya sabemos que no todo se puede reducir a capital y trabajo como creyeron los clásicos. Mucho menos sancionar la desigualdad con ese solo argumento.

Y ello sin mencionar el poderoso cambio, cuantitativo y cualitativo, que se está produciendo en el mundo con la era cibernética y digital, el cual no solo redefine actividades productivas, sino que termina difuminando las diferencias entre capital y trabajo en el mundo de hoy.

Esta es mi última entrega en el 2021. ! Con los mejores deseos para mi lectores en el 2022!

[1] Recientemente en una entrevista para el El País dijo que estábamos en situación parecida a la que precedió a la Revolución Francesa.

[2] Quizás, por la misma razón, su libro principal se llama El Capital, emulando el mismo título del de Carlos Marx.

[3] World Bank. 2021. “The Changing Wealth of Nations 2021: Managing Assets for the Future.” Summary Booklet. World Bank, Washington, DC.

[4] “Según estimaciones del Credit Suisse Research Institute, la mitad inferior de la población mundial posee menos del 1 por ciento de la riqueza total. Como marcado contraste, el 10 por ciento más rico posee el 88 por ciento de la riqueza mundial, mientras que el 1 por ciento superior por sí solo representa el 50 por ciento de los activos globales”[4] Credit Suisse (2017): Global Wealth Databook

[5] Una oportunidad interesante de investigación para la Academia y los “Think Tanks” especializados en el mundo.

[6][6] Las diferencias de concentración del poder económico y político entre el “ancíen Rėgime” (el medioevo, el mercantilismo y el colonialismo) y el surgimiento de la burguesía capitalista es más que evidente.

[7] De todos ellos el caso más indiscutible es el de la China, aunque, ahora le siguen Vietnam, Laos y otros. También la India puede ser incluida como ejemplo de esta transición al capitalismo.

¡El Estado soy yo!

Maxim Ross

Todos conocemos la famosa frase atribuida a Luis XIV, monarca de la Francia pre-revolucionaria, cuyo contenido revela la reacción de un pueblo ante el poder absoluto de los “Luises”, en la también famosa “Comuna de Paris”, de donde deseo extraer algunas ideas a la luz de acontecimientos de hoy.

¡EL ESTADO SOY YO!

Cuando uno escucha a un Maduro decir, con sobrada arrogancia, que él decidió darle a la UCV $ 48 millones para “recuperarla” o ayer a Chávez obligando al BCV a “darle su millardito”, o a Putin realizar elecciones para re-elegirse indefinidamente, o a Ader separarse de los poderes constituidos, a Ortega, a un Erdogan o a un Bukele, o la irrupción de Trump contra los poderes, uno debería comenzar a preocuparse de si este fenómeno atiende a circunstancias transitorias o a un patrón general. Aun cuando sabemos que dictadores han existido antes, vale la pena examinar el tema porque, esta vez tiene características diferentes.

LO QUE DEJÓ LA REVOLUCION FRANCESA

Apelo a dos legados fundamentales de ese evento para intentar una explicación ligada a nuestros días, más allá de sus conocidos eslogan de ¡Libertad, Igualdad y Fraternidad!, especialmente dos de carácter institucional. En primer lugar, me refiero al rompimiento de la estructura de un solo poder, el monárquico, y su conversión en los tres que conocemos hoy, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y, en segundo lugar, a la consolidación de la búsqueda del poder por los modernos partidos políticos, los que se comenzaron a identificar con las siglas de “izquierdas y derechas”, liberales, socialdemócratas, etc. etc. hasta llegar a lo que tenemos hoy. El punto que quiero resaltar es que puede haber una relación entre este legado y el surgimiento de estos nuevos “Zares”

PARTIDOS y PODERES EN LA SOCIEDAD DE HOY

Es mucho lo que se viene escribiendo sobre una real o aparente crisis de la democracia liberal y, de sus principales representantes los partidos políticos. Innumerables artículos se han escrito sobre los peligros que afrenta la democracia y sobre la pérdida de influencia, representatividad y militancia de los partidos políticos. Sin embargo, cabe preguntarse si ello se debe a situaciones coyunturales o en qué medida estos, y la democracia misma, están en línea con los temas y problemas de la sociedad actual.

Movimientos y demostraciones espontáneas de los ciudadanos, el súper- desarrollo de las redes sociales, la tecnología que hoy pone disposición de todos la protesta, los temas de inequidad y marginalidad y otros de mayor carácter de alguna manera, interroga acerca de si ese legado institucional está en capacidad de entenderlos y resolverlos. Tengo la impresión de que no es así. Las críticas a los Gobiernos, las fallas de los poderes legislativo y judicial y de los partidos políticos en darle respuestas a sus ciudadanos parecieran indicar que no están a la altura de los problemas modernos y que, por esa razón, aquellos personajes mencionados estarían recogiendo los frutos de esa disonancia y ocupando espacios de ese legado.

POPULISMO Y NEOPOPULISMO

También, bastante se ha pensado y escrito sobre estos dos simbolismos, el primero referido al formato de política en que un líder o un gobernante promete todo y de todo, y que nos lleva a los tradicionales líderes de izquierda, en especial en Latinoamérica y, el segundo, a aquellos que parecieran recoger los temas y problemas de la sociedad actual, pero con la diferencia, a mi juicio la más relevante, de que también quieren o logran sobrepasar los tradicionales tres poderes y erigirse en un solo poder, muy similar, por cierto, al que poseyera la monarquía absoluta[1]. El expediente “Constituyente” y el regreso al “poder originario” son pruebas del método. Si estoy en lo cierto, lo que se asemeja a una trama transitoria “neo populista” podría ser un modelo más permanente y ¿única respuesta?

¿NUEVAS INSTITUCIONES?

Sin embargo, si en algo ha sido experta la humanidad es en la creación de instituciones, todas aquellas que han gobernado al mundo desde la antigüedad, hasta modificarlas según los tiempos, los problemas y las circunstancias. La Revolución Francesa, y otras menos mencionadas son ejemplo de ello, por lo que cabe pensar en innovaciones institucionales que se ajusten al hoy y al mañana y se acerquen a la ciudadanía. Ojala se presenten más “pronto que tarde” y ofrezcan una alternativa al “neopopulismo”

[1] Cierto es que el fenómeno no se ha extendido a todo el mundo y aquel legado todavía funciona en muchos países.

¡Tarjeta única!

Maxim Ross

En un artículo anterior discutía la conveniencia de ir o no a elecciones y, sin que en aquel momento concluyera en participar en las de noviembre, hoy me convencen de hacerlo, en particular aquel de que la abstención es la mejor estrategia del gobierno, por lo que lo opuesto tiene que ser la nuestra. A ello se agrega que, con ese componente provocativo, logra llevarnos al terreno de la división, con lo cual, de nuevo, nuestra mejor arma es la UNIDAD, como lo ha demostrado la experiencia.

Luego, si decidimos participar en las próximas, el punto de partida es cerrar las puertas de la abstención y la división y, en este sentido, presento la idea de que, habiendo prácticamente perdido todos los espacios de acción política, tenemos que aprovechar esta oportunidad para recuperar el piso que representan una buena cantidad de Gobernadores y Alcaldes en nuestras manos si, además, agrego que ello tiene el elevado componente de devolverle el poder a la provincia venezolana y retomarlo para la oposición. Creo, que tiene peso suficiente para superar la tesis de la abstención.

¡Tarjeta única!

Desde luego, todo depende de cuanta desventaja descontemos en el evento electoral, aunque creo que la peor de ellas es ir divididos, por lo que una estrategia ganadora tiene que pasar por el superior esfuerzo y sacrificio de muchas aspiraciones personales y lograr hacerlo con una sola tarjeta, en este caso la de la MUD, la que casualmente el gobierno “se dignó” otorgar gratuitamente, porque sabe que con ello despierta, otra vez, la trampa de la división. Si este su objetivo político no queda otra alternativa que participar con una tarjeta única, con lo cual este artículo es un llamado de extrema urgencia y severidad a los dirigentes de la oposición para garantizarnos que iremos con una sola tarjeta. Si lo hacemos, podríamos darle una gran sorpresa a Venezuela y ganar una proporción muy elevada de poder político.

De lo electoral a lo político.

Ahora bien, si queremos ampliar las oportunidades de ganar la campaña debería centrarse en lo político y no en lo electoral. Dejemos esos temas para Picón, Márquez, SUMATE, Observatorio Electoral y todas las organizaciones que están a la defensa de las mejores condiciones de participación, incluyendo el tema de los inhabilitados, pero coloquemos el énfasis en el terreno político. No digo que nuestros candidatos no hablen de eso, por supuesto que deben hacerlo, pero su tarea es otra: concentrarse en el ataque político y este no es otro que destacar y sacar a la luz pública los graves problemas que tiene el gobierno y su partido.

Un gobierno muy malo.

Como consecuencia, no creo que sea muy difícil centrar la campaña de la UNIDAD en todas las cosas malas que hace o no hace este gobierno y que dañan con protuberancia la salud y la vida cotidiana del pueblo y, más precisamente, de aquel que, presuntamente lo respalda, esa mayoría que controla y que supuestamente disfruta.

Basta con decir: la luz se va todos los días, no se consiguen bombonas de gas, el agua está contaminada, la CLAP tiene menos y cuesta más, el Bolívar desapareció y el Dólar no compra nada. Y así otras consignas que divulguen sus grandes debilidades: la destrucción de PDVSA, las promesas incumplidas, etc. etc., tema que dejo a la dirigencia política.

Si además concentramos el esfuerzo político en ganar las Gobernaciones y Alcaldías en donde tenemos claras ventajas, como el Zulia, Lara, Mérida, Táchira, Vargas, Miranda, DC, Nueva Esparta, Aragua, Carabobo y atacar con fuerza aquellas donde el gobierno todavía domina, capaz se pueden conquistar unas 15 o 18 de la totalidad. Podría ser una meta mínima a alcanzar, claro siempre y cuando vayamos con la ¡TARJETA ÚNICA!

No los reconocemos

Quizás se perciba extraño que termine con esta aseveración: nada dice que si vamos a estas elecciones significa reconocer la legitimidad presidencial y la legislativa, pues no solo son temas, sino niveles distintos de lo político. Quienes creen en esas consignas tienen todo el derecho de defenderlas, pero creo que en este momento ganar una significativa cantidad de poder en todo el interior del país, reivindicar la provincia, a sus nuevos líderes tiene mucha más importancia que mantenerse en aquella. Imaginen Uds., el súper soporte político y el empoderamiento que le daríamos a Gerardo Blyde y compañía en las negociaciones. Finalmente, creo que Henrique Capriles, esta vez tiene razón. Que siga recorriendo el país, que se gane la gente y que la ¡TARJETA UNICA!, sea su principal consigna.

Integración Nacional y Prosperidad Económica

Maxim Ross
  1. Prosperidad económica. Significados
  1. Sentido convencional.

Los economistas entendemos por prosperidad cuando se logra que la producción de bienes y servicios aumente a una tasa anual mayor que el incremento de la tasa de población, lo cual quiere decir que cada habitante estaría recibiendo una mayor cantidad de ellos, con respecto a un periodo anterior similar. Los economistas medimos este beneficio al comparar la tasa de aumento del Producto Interno Bruto, el PIB, como se le conoce normalmente, con la de la población. A la vez, este indicador nos da una medida del crecimiento por persona, esto del PIB por habitante o, del PIB per cápita, como se le conoce también.

Sin embargo, no podemos olvidar que el PIB es la sumatoria de todo lo producido en el país, expresado en lo que la sociedad añade de valor cada año, quiere decir la suma de las remuneraciones de los factores productivos utilizados, el trabajo, el capital y la tierra que reciben, respectivamente, salarios, beneficios y renta.

De esa forma, el tema “prosperidad” también debe ser visto desde esta perspectiva, porque revela cuanto más y cuanto mejor la sociedad percibe de lo que ha producido. Desde luego, para que en primer lugar una sociedad pueda “prosperar” tiene que llenar esos dos requisitos. Producir más y mejor y remunerar más y mejor.

Esta versión convencional, como sabemos, se basa en la idea de que basta con lograr con un crecimiento económico positivo, por encima del de la población, para que la sociedad prospere, pero esta condición, si bien es necesaria está demasiado atada a las políticas macroeconómicas de los gobiernos y pueden no repercutir en el bienestar de cada quien.

El caso de Venezuela es emblemático porque, aunque se puede hacer crecer la economía de un todo, por ejemplo, con una expansión del PIB de origen fiscal o monetaria, esta no necesariamente repercute en el bienestar de cada quien, además de que induce un cierto comportamiento pasivo por parte de la sociedad. Necesitamos, entonces, una visión microeconómica, tanto receptiva, como activa.

  1. Prosperidad individual.

Para complementar o, inclusive sustituir en alguna medida el peso de lo macroeconómico en el logro de la prosperidad, queremos rescatar el valor de la acción individual en el doble sentido que le atribuimos de seguidas Prosperar tiene dos significados:[1]

“Mejorar progresivamente de situación, especialmente en el aspecto económico y social” y,

“Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa].”

Obsérvese, que la primera guarda estrecha relación con el concepto convencional que utilizamos, pero le añade una característica que resulta sumamente importante en dos direcciones. La primera, porque registra precisamente esa propiedad de un mejoramiento del individuo, pero con la superposición de la palabra “progresivamente”, lo cual quiere decir que no es suficiente la concepción anterior, de alguna manera pasiva, sino que implica la exigencia de algún tipo de acción humana que le imprime dinamismo al progreso. Acción que conecta, justamente con el segundo significado que se le atribuye, aquel de “Tener éxito o imponerse [una idea, una opinión o una iniciativa]”.

De ahí que, para prosperar, el individuo debe adoptar una posición activa que se contribuye a generarle progresividad. Si entendemos esta idea cabalmente, lo que estamos sugiriendo es entenderla con un juicio más amplio que el convencional, no sujeta al estricto planteamiento macroeconómico, pero que ayuda a encontrar un nuevo vínculo con el concepto de integración.

En esta circunstancia la acción humana, en busca de la prosperidad, en la forma activa de hacerla progresiva, de tomar iniciativas, de perseguir el éxito impone una normativa de conducta que compromete o involucra al individuo en una acción necesariamente completa, integral por consecuencia. Es lo que denomina el economista Amartya Sen el concepto de “agente” y que acogemos en estas notas:[2]

“Estas conexiones empíricas refuerzan las prioridades valorativas. Basándonos en la distinción medieval entre “el paciente” y “el agente”, esta interpretación de la economía y del proceso de desarrollo basada en la libertad es una teoría que se apoya en gran medida en el concepto de agente. Con suficientes oportunidades sociales, los individuos pueden configurar en realidad su propio destino y ayudarse mutuamente. No tienen por qué concebirse como receptores pasivos de las prestaciones de ingeniosos programas de desarrollo.

.En lo que respecta a nuestro propósito de fundamentar la atadura entre la prosperidad y la integración, la tesis de ese individuo activo, de ese “agente” que se desempeña no como un “paciente”, según palabras del autor, la prosperidad no queda sujeta solo a su derivación macroeconómica. Ese individuo, repetimos es quien puede o no ensamblar un proceso de integración social que tiene asidero en su propia existencia y en su propia realidad ontológica, si se nos permite la afirmación. La integración y la prosperidad, diríamos, tienen en él una expresión real y no puramente conceptual o imaginaria.

Habíamos dicho: ¿Qué es prosperar? Ahora podemos darle un contenido mucho más completo y eficaz, al colocar su significado en la capacidad del individuo para hacer, para perseguirla y así desprendernos de la versión pasiva que nos brinda la macroeconomía.

Necesitamos ahora ampliar lo que hemos elaborado a un ámbito mayor que hace, no solo al individuo el sujeto y objeto de las prosperidad, sino llevarlo al terreno de su núcleo de vida más importante, el de la familia.

  1. Prosperidad de la Familia.

En efecto, no hay un componente más importante para estos fines que la conformación de una familia prospera y lo es si se logra que el bienestar económico llegue a todos sus miembros, pero también al reforzamiento del propio valor familiar y, para ello ha de tener un hogar, con lo cual requiere una vivienda, ha de educar a los hijos y, al final, ha de garantizarse el bienestar para el retiro o la jubilación.

Se puede comprender, con la mención de estos requisitos, las capacidades que les son reclamadas a sus integrantes, en especial a padres y madres, dependiendo del tipo de familia que se conforme. Sin embargo, también su prosperidad puede depender de acciones externas, en especial de determinadas políticas del Estado.

Por ejemplo, en lo que respecta a una categoría fundamental para desarrollar una familia, la vivienda y el hogar, el Estado venezolano, en un momento dado, diseñó y puso en práctica una sabia política monetaria que permitió crear un mercado hipotecario[3], capaz de multiplicar la adquisición de viviendas, con lo que se generó un importante sector de “clase media” y se robusteció el valor familia.

También una masiva política educativa contribuyó con ello, multiplicando la secuela de prosperidad de la familia venezolana, en donde conseguimos concordancia entre el propósito del Estado y el de la familia. El posterior abandono de esas políticas hizo que la prosperidad que se había conseguido se perdiera, ratificando lo que aquí identificamos: la familia quedó a la deriva, siguió siendo pasiva y, así casi se podría generalizar a toda la sociedad, quedando a la espera de la magia de la macroeconómica y del Estado que todo provee[4].

Como se puede constatar esta concepción tiene un efecto “desintegrador”, no solo sobre la familia, sino en la sociedad en general, ya que una de sus consecuencias es su secuela de empobrecimiento. Nuestra hipótesis es que la prosperidad es un incentivo muy importante para la integración, pero que no se produce natural y automáticamente, como veremos.

  1. Prosperidad e Integración Nacional
  1. Prosperidad e Integración.

Creemos, por tanto, que existe un estrecho vínculo entre prosperidad e integración, donde cada elemento alimenta al otro. La prosperidad ofrece un ambiente propicio para fomentar la integración entre los individuos y los miembros de la familia, además de los factores históricos y culturales que la han constituido tal como es[5], pero a la vez sostenemos que el componente de prosperidad ha actuado de manera preponderante en la constitución e integridad de la familia. La ausencia de prosperidad, obviamente, independientemente de otras causas, tiende a romper esa unidad o ese núcleo y contribuye con su disociación o desintegración.

Como se puede imaginar la prosperidad no se produce natural y espontáneamente, aunque los economistas clásicos le dieron mucho peso a esa posibilidad[6], porque hoy día las políticas económicas juegan un papel central en lograrlos. Estas pueden actuar en favor o en contra, tal como variadas experiencias históricas lo demuestran.

En un primer plano, el rol de las políticas económicas es clave para cultivar la prosperidad y ello depende de la capacidad que se tenga para armonizar sus distintos frentes (monetaria, productiva, cambiaria, fiscal, etc.), esto es, han de convenir de forma integral en ese objetivo, pues cualquier ruptura o discordancia entre ellas destruye los resultados[7].

Un ejemplo evidente de ello lo constituye la necesidad de la estabilidad monetaria, medida por la menor tasa de inflación posible y por la estabilidad de la tasa de cambio, de forma tal que puedan garantizar que la producción y las remuneraciones respectivas, mantengan su poder adquisitivo en el tiempo. Otra vez, debemos aquí magnificar, el sustantivo valor que, para una sociedad, tiene la estabilidad, sobre todo porque elimina de raíz cualquier efecto empobrecedor y produce, al menos, una condición inicial para que la prosperidad se propague a todo el conjunto social y, por consecuencia, para un mayor grado de integración social.[8]

Un componente adicional aparece como necesidad Integradora: las Instituciones que lo hacen posible pues esas políticas no “nacen de la nada”. La economía teórica ha puesto, a lo largo del tiempo, un énfasis especial entre la conexión institucional y un buen desempeño económico.[9] Acemoglu y Robinson nos brindan el concepto de “instituciones inclusivas”[10] cuya influencia en el grado de integración es decisiva, en tanto que permiten que la prosperidad se derrame hacia toda la sociedad.

  1. Prosperidad, Integración y Desintegración Nacional

Definidos esos parámetros, entramos en el plano nacional y en el caso venezolano. Desde un momento dado fenómenos como la marginalidad, un considerable aumento de los índices de pobreza, y su repercusión en la desigualdad social o, simplemente el empobrecimiento de una parte sustancial de la población, revelan una vertiente de disociación o desintegración social, cuya generalización lo convierte en un problema nacional. Sin embargo, no se puede afirmar que el tema es nuevo, ya que razones históricas no permitieron que Venezuela se integrara plenamente como Nación.

Desde la Guerra de Independencia, la Guerra Federal y las luchas caudillistas por el poder hicieron de Venezuela un país devastado, hasta mediados de los años treinta, cuando comenzó un primer esfuerzo por la integración del territorio, con la construcción de vías de comunicación y los servicios alcanzaron a todo el país. La llegada del petróleo fue el detonante que aceleró un proceso de modernización y centralización que podría calificarse de “integrador”, salvedad de la propia industria que no siempre lo fue[11].

Como se recuerda, y hemos precisado anteriormente, que se produjese o no ese resultado, dependió de que la prosperidad perdurara, pero no fue así, a sabiendas de que la volatilidad de la economía venezolano era lo característico, expuesta como estuvo a “shocks” positivos y negativos no encontró las políticas que le permitieran superar esa conducta.[12]. Es muy difícil defender un proceso de Integración Nacional sin que lo acompañe un rumbo de prosperidad consistente y duradera, lo que implica una cierta garantía de sostenibilidad.

  1. Prosperidad Sostenible e Integración Nacional.

Llegamos aquí a una esfera central de nuestro análisis y nuestra propuesta, porque la interface que se da, o se debe dar entre esas dos categorías, se aleja completamente de la espontaneidad y la automaticidad. Para que un país en particular, y un mejor ejemplo es Venezuela, conquiste una trayectoria de prosperidad de largo alcance, su sociedad, sus dirigentes y su elite tienen que asumir una posición y una conducta activa.

Esa exigencia, que postulamos, supone varias acciones, entre ellas las siguientes:

1º La sociedad civil venezolana debe tomar conciencia y activar iniciativas para promover una senda de prosperidad sostenible, a sabiendas de que la solución de los temas de pobreza e inequidad pasan, necesariamente, por ella,

2º La Sociedad Civil debería proponerse como objetivo asumir la tarea de diseñar y desarrollar un programa autónomo de cooperación económica entre la fuerza laboral y el capital privado venezolanos, a ser presentado a las autoridades gubernamentales y legislativas. Dicho programa se fundamenta en la necesidad de revertir la primacía y el protagonismo estatal en la promoción del desarrollo productivo.

3º La dirigencia del país, en especial los partidos políticos, deben acordar un plan mínimo para garantizar la estabilidad inter temporal de las tasas de inflación y de cambio[13], sumadas al estímulo a la economía privada y a las vocaciones económicas regionales, tal que califiquen como competitivas bajo los estándares internacionales.[14] “Volcar el crecimiento hacia adentro” motoriza un cambio en la disposición espacial de las actividades productivas, con una apreciable consecuencia en revertir la tendencia de desplazamientos migratorios hacia el centro del país.[15]

4º Instituciones apropiadas juegan un papel central para que un plan de sostenibilidad opere exitosamente. Entre ellas destaca, una confiable separación de los poderes públicos y un mayor peso para la función legislativa[16]. Como hemos señalado anteriormente, apelamos al concepto de “instituciones inclusivas” que garanticen la universalidad de los beneficios económicos y sociales. El Estado venezolano, siendo parte de ellas, debe actualizarse en procura de este objetivo.

5º El contexto y las acciones en el espacio de lo político son cruciales en el logro de una prosperidad económica sostenible, especialmente porque supone la ruptura de la trayectoria de conflicto político que ha caracterizado a Venezuela y debería posibilitarse una era de Consenso, tal como Venezuela lo experimentó en un momento dado[17]. Ese solo hecho “abriría las puertas” para una nueva etapa de prosperidad duradera, siempre y cuando ese Consenso no se circunscriba a los problemas de la actual coyuntura y aborde los temas de largo aliento que sugerimos en estas notas.

Recuperamos aquí lo dicho al principio: Un crecimiento sostenible del PIB per cápita, por encima del incremento de la población, estabilidad monetaria y cambiaria, evitar pérdidas generalizadas del poder adquisitivo, remuneración a los factores productivos, acorde con su contribución y participación, protagonismo de la economía privada y del desarrollo regional y local, instituciones que se acoplen a la necesidad de garantizar sostenibilidad y durabilidad, son las tareas y distintivos del modelo de Integración Nacional que proponemos.

  1. Integración Nacional y Democracia.

En el Número anterior de la Revista defendimos la relación entre estas dos esferas desde un punto de vista político e institucional. Ahora corresponde examinarla desde un punto de vista económico. En ese orden de ideas, una era de Prosperidad Sostenible, derivada de un Consenso Político son los ingredientes cardinales para vencer en la lucha contra la pobreza y la inequidad, base fundacional de una auténtica democracia. Sabemos que, para consolidar un modelo democrático exitoso en nuestro país, es absolutamente indispensable resolver los temas de la pobreza y la inequidad. Mientras ese obstáculo no se despeje la democracia será cuestionada y seguirá en peligro.

También sabemos que para ampliar y profundizar el grado de Integración Nacional aquellas condiciones son ineludibles porque, como hemos descrito, no podemos imaginarnos una sociedad venezolana más integrada, si esos dos tópicos no son resueltos.

Finalmente, Venezuela puede franquear los escollos por los que atraviesa actualmente, pero puede hacerlo de dos maneras. Una, repitiendo el “espejismo estatista” de los expedientes fáciles y mágicos, que ya hemos experimentado, “con la mira” en el corto plazo y en la coyuntura que, seguramente, van a repetir un desenlace similar al que tuvimos y el que tenemos.

Otra manera seria intentado una solución sostenible en el tiempo que “ponga la mira” en “blancos” más sustanciales y trascendentes. Nos conformaríamos con que este escrito contribuya a amplificar el enfoque de los problemas venezolanos y trace un abanico de alternativas que dejen en el pasado las que ensayamos sin éxito.

Estamos convencidos de que, si ligamos los temas de una Prosperidad Sostenible, con el de la pobreza y la inequidad y, el de estos, con la necesidad de un Consenso Político en su procura y una participación determinante de la sociedad civil, la democracia venezolana, podría decirse, entraría también en una zona de sostenibilidad.

Artículo publicado en la Revista de Integración Nacional No.2 con la idea de divulgar los conceptos que venimos divulgando en el Centro de Estudios de Integración Nacional (CEINA) de la Universidad Monteávila.

[1] De acuerdo con LEXICO. Oxford Diccionario

[2] Amartya Sen “Desarrollo y Libertad” Edit. Planeta, 2000.

[3] La conocida “Cedula Hipotecaria”, cuya tasa de interés de muy bajo costo permitió un desarrollo importante del mercado hipotecario y, por consecuencia, de la construcción de viviendas de bajo costo.

[4] Obviamente esta condición se ha exacerbado más recientemente con las políticas de reparto que practica el Gobierno

[5] Hacemos referencia a la controversia entre los estudiosos del tema quienes la definen de distinta manera, sea “normal” o “matricentrada” (Alejandro Moreno y José Luis Vethencourt).Citados en “La matricentralidad de la familia venezolana desde una perspectiva histórica” María Susana Campo-Redondo, Jesús Andrade, Gabriel Andrade. Frónesis v.14 n.2 Caracas ago. 2007

[6] Desde las tesis de la frase “Laissez faire, Laissez passerr”, (Dejar, hacer, Dejar pasar) de los tratadistas franceses, hasta la versión más acabada en Adam Smith de libertad de los mercados.

[7] Nuestro país es un buen ejemplo de ello cuando esa “ruptura” ha producido los resultados que conocemos.

[8] Es el efecto de prosperidad que se produjo en la Venezuela de los inicios de la era petrolera, hasta mediados de los setenta, cuando baja inflación, estabilidad cambiaria y una población relativamente reducida lo permitieron.

[9] Douglas North (1990) fue uno de los pioneros de esta tesis, hoy bastante generalizada.

[10] Acemoglu y Robinson. “Porque las naciones fallan” Ariel, 2012.

[11] Recordemos que, en sus inicios, el concepto de “enclave externo” estuvo ligado a su presencia en el país y luego la industria estatizada se percibía separada del resto de las actividades. La idea de una economía petrolera y un no- petrolera ha estado presente en nuestra historia.

[12] Ello sin tomar en cuenta el deterioro de las actividades productivas y de la institucionalidad que se ha producido en los últimos tiempos.

[13] Mientras tanto se puede mantener el actual proceso de dolarización, completando su formalización en todos los mercados e instituciones.

[14] Mayores detalles se pueden revisar en el documento principal a que hemos aludido, pero al momento conviene señalar que, En nuestra opinión la industria petrolera debe integrarse a mayor profundidad con el resto de actividades económicas y ocupar un lugar secundario como protagonista del crecimiento económico

[15] Sabemos que esta propuesta se ha ensayado muchas veces, sin lograr un cambio significativo en la tendencia del campo de venirse a la ciudad, pero ello no descarta sus inmensas ventajas.

[16] Obviamente un poder legislativo más fuerte tiene una considerable influencia en una mayor integración, en especial por aquilatar el valor de los partidos políticos

[17] Ese fue uno de los principales logros del Pacto de Punto Fijo, el cual, a pesar de las críticas recibidas proyectó una economía saludable por un buen periodo.

Viabilidad de un consenso político en Venezuela

Maxim Ross

Escribo esta nota, porque todo apunta a que habrá una negociación, queramos o no. Hay razones para creerlo, entre ellas el giro de 180 grados de Guiado y de la oposición que lo respalda y la respuesta del Gobierno, a lo que se suman los giros, aunque sutiles, de la diplomacia norte americana, el pronunciamiento, aunque disimulado, de la OEA sobre el Acuerdo de Salvación Nacional y un nítido apoyo europeo. Solo hace falta que termine de llegar el grupo de Noruega. Para comenzar creo que, al contrario de lo que alguien dijo, el Gobierno es quien más la necesita porque aparenta fuerza, pero en realidad está más débil. La oposición también la necesita porque no tiene más alternativa.

Quizás algunos criterios podrían ayudarnos a pensar mejor el tema. Unos triviales, unos formales y otros más de fondo. El claro que el Gobierno intente ganar tiempo, como siempre lo ha hecho y, que también “lance mortíferos dardos”, previos a la negociación, inclusive el mayor de todos, la toma de El Nacional. Agrega todo lo que puede, pero a la vez cede en pequeñas cosas. La concesión limitada del CNE da una señal de apertura que favorece el apoyo internacional a una negociación.

Del lado opositor, sucede lo mismo, primero tiene que “abrir una puerta” porque las demás están cerradas. Basta con la disolución del Grupo de Lima y la postura del nuevo gobierno de los Estados Unidos para constatarlo. Quedan apoyos como el de la Unión Europea y luego con los de Colombia, Brasil y Ecuador, países atravesando crisis severas y Chile en plena “Constituyente”. El frente internacional cambió de objetivo. ¿Es posible un consenso político?

En ese sentido, desearía evaluar hasta donde Venezuela pueda repetir su historia y alcanzar un nuevo consenso político que esté enfocado sobre los principales problemas y soluciones de fondo que el país requiere y no solamente sobre los temas que día a día se discuten, si bien estos pueden formar parte de él. Mi observación está orientada a examinar si existen las condiciones para romper la ruta de conflicto y exclusión política que hemos experimentado hasta ahora.[1]

El conflicto y la exclusión política como patrón histórico

La experiencia nos dice que el conflicto y la exclusión política han regido nuestros tiempos modernos. Si examinamos con cierto detenimiento nuestra historia republicana encontramos que este ha sido el patrón de conducta del mundo político. Desde la continua lucha por instalar la democracia contra las dictaduras militares de los Gomez o los Perez Jiménez, hasta los que permitieron y luego destruyeron el único consenso de gran alcance que tuvimos, el Pacto de Punto Fijo, Venezuela ha vivido una intensa secuela de conflictos, cuyos máximos exponentes son la defenestración de una presidencia en ejercicio, la de Carlos Andrés Perez hasta la profunda ruptura que ha creado la revolución bolivariana.

Una comparación del tipo de conflictos que hemos tenido puede ayudar a colocarnos en una perspectiva que ilustre su viabilidad. Desde la profundidad de la lucha por la democracia en los inicios de nuestra era moderna, hasta los menos profundos, aunque con huellas dolorosas dentro del periodo democrático, educan sobre lo que puede pasar, porque no existe, en ninguno de ellos, una grieta tan honda y tan aguda como la que tenemos ahora. Lo que está en juego no es trivial, tal como en los casos anteriores donde persistía el ordenamiento democrático, mientras que ahora esa es la apuesta fundamental. Una situación en la que se juega el “todo por el todo”, pues la principal concesión exigida es, precisamente, el regreso a la democracia, lo que conlleva al mayor sacrificio del Gobierno.

Siendo esta la cuestión esencial a resolver, la pregunta es ¿Qué puede obligarlo a ceder esa sensitiva renuncia? ¿Hasta donde de verdad estaría dispuesto a ceder ese sacrificio mayor? Por una parte, es indispensable acercarse a lo que puede ser la real situación del Gobierno y, por la otra, que acciones pudieran obligarlo a una concesión de esa naturaleza.

Fortalezas y debilidades.

Sabemos que su mayor fortaleza es el apoyo de la Fuerza Armada, el total dominio del poder político y judicial, incluyendo Gobernaciones y Alcaldías, y el control social sobre la población, pero también sabemos que su principal debilidad es la necesidad de conseguir apoyo financiero, ante la insuficiencia de los recursos petroleros para mantener la economía y la sociedad funcionando[2]. Ahora que perdió uno de sus baluartes fundamentales, el monopolio de las divisas, con la insurgencia de un mercado privado, casi equivalente al suyo, el Gobierno quebrantó sustancialmente su poder económico. La economía privada y la pública se han emparejado, más todavía si PDVSA, en la práctica ha colapsado[3].

Nótense, las últimas decisiones gubernamentales y ubiquémonos en los últimos recursos políticos utilizados. Su última arma política defensiva la Asamblea Constituyente no sirvió para nada, en realidad es su fracaso más estrepitoso, por lo que ya no hay, ni habrá más Constituyentes. La Ley Antibloqueo, su única herencia no convence a nadie, menos a sus principales apoyos internacionales. De lo contrario pregúntesele a Rosneff o a CNPC Services Venezuela Ltd, S.A.o a Chevron. La nueva Asamblea Nacional se inició con una aparente cara “conciliatoria” y con el objetivo de modificar la Ley de Hidrocarburos.

Por otro lado, están las iniciativas dentro del mundo petrolero para obtener nuevo capital privado, sea por la vía de la Ley Antibloqueo, por las intenciones de modificar la Ley de Hidrocarburos, o por decisiones menores incorporando a inversionistas locales o externos en el área de los servicios a la industria, con lo que le resta poder y negocios a la fuerza armada[4], cual ha sido el formato para mantenerlas asociadas al poder. El Gobierno sabe que, de ampliar pronto esos recursos le es “cuesta arriba” mantener la revolución. Anótese que no han ingresado nuevos ingresos financieros de apoyo de sus dos principales socios, Rusia y China. Por el contrario las deudas anteriores se han ido cancelando, sin renovaciones sustantivas.

Queda el arma del Poder Comunal, con lo de las Ciudades y el Parlamento, dos amenazas que, por supuesto, hay que tomar en cuenta y evaluar en su capacidad para construir un poder equivalente al de los Gobernadores y Alcaldes, aunque aquellas tienen como contrapartida que estas instituciones se consolidan con las nuevas elecciones.

Queda por evaluar el tema del “control social”, esto es, hasta donde lo puede preservar. Para tales fines habría que reconsiderar sus tres políticas, la de las necesidades, la del miedo y la de la adhesión y estas, sin lugar a dudas mantienen inmovilizada a la mayoría de la población. Sabemos, por experiencia, que la capacidad de movilización de una sociedad no es espontanea, salvo que se produzca un evento excepcional e inesperado, pero que, salvo ese incidente, movilizarla requiere un liderazgo que la impulse y este, sabiamente el Gobierno, lo ha erosionado. Damos por descontado que esta fortaleza gubernamental se va a mantener.

Recapitulando, el Gobierno necesita dinero y esta es, casi, su única debilidad, pero también necesita producir o importar bienes y mejorar el sistema de servicios públicos, especialmente electricidad y agua, por lo que necesita, no solo de dinero, sino de capacidades productivas, por lo que el rol de la economía privada ha cambiado. Obsérvese que ya no se habla de “guerra económica”, que el primer acercamiento de la nueva Asamblea fue hacia Fedecamaras. También que, con el próximo y muy significativo encuentro con la Conferencia Episcopal, quizás la más representativa de la sociedad civil venezolana, fue cuando en realidad, se inició el verdadero “dialogo conciliatorio”.

El campo negociador es ampliado

Lógicamente que, si bien una negociación se plantea, inicialmente con unos partidos políticos muy debilitados, la verdadera habría de ser no solo con ellos, pues quienes han adquirido alguna fuerza (a pesar de la ruina en que están) son la economía privada y la sociedad civil venezolanas, con lo cual nos encontramos con un cuadro en el que quien tiene una fortaleza equivalente a la del Gobierno es el dueto sociedad civil y economía privada, especialmente por el vínculo de esta con el mundo exterior.[5]

En otras palabras, una negociación, circunscrita a los partidos y solo sobre los temas políticos (elecciones, etc.) si no toma en cuenta esa nueva fortaleza corre el riesgo de fracasar pues, si se está hablando de un “Acuerdo de Salvación Nacional”, de carácter Integral y dada la situación de precariedad económica y social que vive Venezuela, muy lejos va estar de “salvar a Venezuela”, si no cuenta con una alianza significativa del componente a que aludo.

Consenso político y prosperidad económica sostenible.

El Pacto de Punto Fijo, por más que criticado y no suscrito por todas las fuerzas políticas venezolanas promovió dos tareas fundamentales. La primera, la consolidación de un periodo democrático de larga duración, hasta que su ruptura inició una nueva era de conflictos y exclusión política y, la segunda, el diseño y desarrollo de primer plan económico de la democracia, el cual, no solo permitió el desarrollo de la planta industrial venezolana, con las políticas de sustitución de importaciones, sino que originó la mejor época de indicadores sociales que hemos disfrutado. La ventaja de un consenso para desarrollar una economía sostenible y duradera y no volátil, cual es la característica fundamental de la nuestra, puede considerarse un logro sustantivo, sobre todo porque el consenso logra romper con las políticas de corto plazo que tanto daño le han hecho a Venezuela.

Dicho esto, queda por decir que si, podemos, llegar a un acuerdo en el campo político que restaure el ordenamiento democrático, y que ello, de si solo es altamente plausible, pero si el acuerdo no logra transformar el modelo petrolero, estatista, centralista y pro – socialista que siempre dominó en Venezuela, en sus expresiones moderadas o extremas, terminaremos en lo mismo. Lo que sería peor, como lo demuestra la experiencia, que los acuerdos terminen en una apertura petrolera para aumentar la producción y las exportaciones que oxigenen al Gobierno actual, producto de una atenuación de las sanciones. En ese caso, no solo estaremos “vendiendo” el futuro de Venezuela como país libre y realmente democrático, sino que estaríamos sacrificando las posibilidades de una recuperación económica, sana, sostenible y duradera.

Apelar, por tanto a un Consenso Político de mayor profundidad que tenga como objetivo deslastrarnos, de una vez por todo, de ese “modelo[6]”, que tanta conmoción y ruina ha causado y que nos ha conducido a esta posición extrema, del “todo por el todo”, no puede ser entendida como una exigencia banal y trivial, en especial porque detrás de ella están todos los daños infringidos a la sociedad venezolana.

Viabilidad de un consenso político.

La profundidad de la crisis a la que ha llegado Venezuela dificulta considerablemente alcanzar un consenso político que la regrese a un status de normalidad, inclusive a uno en el que las fuerzas democráticas ganen condiciones de participación política. Pedir, mas allá de eso, la restitución de un modelo en el cual la economía privada y la sociedad civil tengan una influencia decisiva en el destino de Venezuela resulta, para decir lo más, casi imposible. Sin embargo, la posibilidad de un consenso de esa naturaleza va a depender de la comprensión de los actores oponentes al Gobierno de cuales son realmente los aliados y cuáles son realmente sus propias fuerzas. Del lado del Gobierno están dos opciones o acompaña a Venezuela en una floreciente reivindicación democrática, económica y social o asume la responsabilidad de permitir la consolidación de una sociedad indigente en Venezuela, tal como el caso cubano.

¿Nuestra última carta?

Podría sonar extrema preguntar si esta será la última carta que se juega la Venezuela democrática y allí, el papel que pueda jugar la comunidad internacional y las acciones de persuasión o presión que pueda ejercer son vitales, pero también es indispensable que comprenda quienes son los actores reales de esta contienda, no solo en el campo de los aliados internaciones del Gobierno, Rusia y China, como se sabe, sino de lo representan las fuerzas internas que el país todavía posee. Descuidar esa percepción, creemos, es esencial para saber si nos estamos jugando la ultima carta.

[1] Diferencio aquí conflictos atinentes a los partidos políticos de aquellos de índole social que fueron atenuados por el ingreso petrolero.

[2] Las recientes entrevistas con Blomberg ilustran esta necesidad e indican una señal a los inversionistas de ese país para que presionen sobre allá sobre el tema de las sanciones.

[3] La gasolina y el diésel son todavía armas a favor del Gobierno, pero, “per contra” dificultan el abastecimiento interno que no pueden compensar con importaciones.

[4] Interesante el lugar en que quedaría la empresa CAMIMPEG.

[5] En especial las que tradicionalmente han existido en el terreno petrolero y financiero.

[6] Ni siquiera estamos pidiendo completar la agenda que propusimos en el libro “Necesidad de un Proyecto Integrador para Venezuela” recién publicado.

Construir capacidad nacional

Maxim Ross

El año pasado publiqué este artículo que, creo, tiene plena vigencia, a raíz de las probabilidades de una negociación política sobre nuestro futuro. Ahora lo reitero.

Venezuela está en peligro de que un destino inercial se le imponga, siga siendo presa fácil del ajedrez internacional y termine organizada bajo el “modelo chino”, que sucumba como “modelo ruso”, que termine como Cuba o que la organicen los intereses políticos y de seguridad interna de los Estados Unidos. Ninguno de esos destinos concuerda con el supremo interés de la sociedad venezolana de desarrollarse sobre sus propias fuerzas, por lo que es indispensable y urgente promover una reacción para contrarrestar esa inercia. No se trata de promover la autarquía y nuevos nacionalismos, porque diferenciamos claramente esta inercia de cualquier otra iniciativa de cooperación e integración internacional.

Frente a ese escenario no podemos seguir siendo espectadores pasivos e imagino que esta percepción la comparten muchos venezolanos. Por esa superior razón, invocamos la necesidad de desarrollar una cierta capacidad nacional que tenga como objetivo táctico ofrecer una respuesta independiente frente a ese juego de poderes y, como objetivo estratégico recuperar y consolidar las fortalezas que históricamente han construido la Venezuela que todavía hoy tenemos, a pesar de la masiva destrucción de su economía, de sus instituciones, de su historia, de sus talentos, sus valores y costumbres.

La sociedad civil organizada[1] es la llamada a construir y consolidar sus capacidades, siendo que es ella la que tiene real existencia y revela las verdaderas fuerzas de una sociedad. Sus trabajadores, sus empresarios, sus profesionales, sus maestros, sus médicos, sus medios de comunicación, sus hospitales y escuelas, etc. etc. conforman ese conglomerado que constituye una Nación.

Para lograr el primer objetivo y no quedar sujetos a esos intereses geo – políticos internacionales es imprescindible que ella se exprese y coloque su principal foco de atención en ampliar y profundizar sus capacidades, institucional, cívica, productiva y regionales y locales, tales que sumadas en un todo, consoliden una capacidad nacional que está allí latente y que permitiría una recuperación integral de Venezuela, apoyada por instituciones y gobiernos fundados en principios de auténtica solidaridad internacional y sin necesidad de la tutela de aquellos poderes. Definamos, entonces, cada una de esas capacidades.

Capacidad Institucional.

Solo el hecho de estar la sociedad civil organizada, parcial o totalmente, genera una fuerza que debería ser aprovechada en la dirección que exigimos, pero la pierde y se hace más débil en tanto cada organización se concentra en defender sus intereses legítimos[2], pero que reunidas cada una de ellas en una que las articule reforzaría su poder institucional. Un alegato por sus intereses o necesidades generales, tales como la vigencia de la Constitución, el restablecimiento del orden democrático o del Estado de derecho o, precisamente, si alzara la voz ante la inercia que arrastra a Venezuela, multiplicaría y potenciaría ampliamente su capacidad institucional.

Capacidad Cívica.

Hay derechos preservados en la Constitución y en el Derecho Internacional que pueden servir de base para articular el fortalecimiento de una capacidad de la sociedad civil que, a veces, aparece disgregada y aislada, cuando es solamente tema y referencia de organizaciones especializadas, sea el tema de la salud, de la seguridad social, de los presos políticos o de cualquier otra, que son el objeto de lo que llamamos “Derechos Humanos”, pero que no terminan de vincularse entre sí, pero que si se pudiesen entrelazar y elevarlos a una categoría de mayor calibre estaríamos frente a la creación de un concepto más amplio que podemos llamar “Capacidad Cívica”.

La defensa de las instituciones democráticas forma, obviamente, parte de esta capacidad, pero ella queda vacía y solo en un plano formal, si no va acompañada de la plena incorporación de los sectores marginados o en situación de pobreza en su ejercicio. Democracia y pobreza no son compatibles. Por tanto, un esfuerzo productivo orientado en esa dirección contribuye a afianzar las anteriores capacidades.

Capacidad productiva.

Cuando hablamos de “capacidad nacional” podría entenderse que estamos proponiendo un regreso a los esquemas de “independencia y soberanía económica” que surgieron paralelos a las doctrinas económicas que orientaron los comienzos de la industrialización venezolana, el proteccionismo y la sustitución de importaciones. Nada mas lejos de la realidad actual. Venezuela posee un sin número de ventajas comparativas y competitivas[3] basadas, unas en sus recursos naturales y otras en la creación de ellas, tales que pueden permitir razonablemente consolidar su capacidad productiva.

Ahora que el petróleo no parece ser quien protagonice el crecimiento económico y el Estado pierda un peso equivalente, hay una excelente oportunidad para que la producción, primero se independice tanto como sea posible de aquellos y, segundo, se cimente en el desarrollo de sus propias fuerzas y lo haga fundamentándose en reglas de mercado y en el protagonismo del sector privado venezolano. Venezuela debe pasar del modelo mercantilista que la guio en los últimos aňos a una moderna economía de mercado, integrada externamente y bajo los criterios, las experiencias y actualizaciones teorías y prácticas que el mundo experimenta hoy día.

Si a esa capacidad productiva se le incluyen reglas del juego que modifiquen sustancialmente componentes tradicionales de distribución del ingreso y de la propiedad, entonces sus promotores deben propiciar una nueva alianza entre el capital y el trabajo que al colocar el tema de la pobreza como una alta prioridad para los productores. Si, además, el talento, el conocimiento y la educación deben ser articulados en esta dirección para completar la ecuación productiva. Un último componente cierra este circuito virtuoso: las capacidades regionales y locales.

Capacidades regionales y locales.

Venezuela tiene que volcarse completamente hacia adentro, cerrar el capítulo centralizador y estimular agresivamente el desarrollo de sus regiones y localidades que concuerdan con sus vocaciones económicas. Esta tiene que ser la “columna vertebral” de la capacidad productiva. No se trata, de nuevo, de regresar al modelo “desarrollo hacia adentro”, marcado por el proteccionismo, el populismo y el dirigismo estatal. La coincidencia con las ventajas competitivas que tiene cada región o cada localidad debe garantizar que sean actividades productivas auto suficientes, rentables y sostenibles.

Finalmente, la construcción de una sinergia entre las capacidades institucionales, cívicas, productivas, regionales y locales permitiría que Venezuela construya una capacidad nacional que la aleje del modelo de dependencia del petróleo y de los avatares internacionales que mantuvo a lo largo del tiempo. Venezuela podría convertirse en un como muchos, en un país normal donde las capacidades internas amortigüen perversas influencias internacionales.

[1] Llamo Sociedad Civil Organizada a todas aquellas instituciones que se han constituido formal o informalmente y que tienen la propiedad de ser representativas de sus respectivos miembros. Excluyo expresamente a los partidos políticos como miembros natos de ella, para hacer transparente la definición de sus capacidades propias.

[2] Entendidos por aquellos atinentes a su rol: salarios – trabajadores, libre empresa – empresarios, agricultores, industriales, gremios profesionales, etc., etc.

[3] Hablamos de energía barata, alúmina, turismo, agroindustria, metalurgia, derivados de petróleo y aquellas derivadas de una basta experiencia industrial como lo desarrollado en la zona central del país.

¿Ir a elecciones?

Maxim Ross

Debo comenzar diciendo que sé que me estoy metiendo en un terreno sumamente escabroso y que estoy dispuesto a pagar sus costos de ingenuidad y controversia, pero a la vez creo, que hay que enfrentar esta discusión con alguna sistematización y diciendo algunas verdades. Sin embargo, dada su delicadeza en estos momentos, no me voy a inclinar por ninguna alternativa y solo desearía asomar algunos criterios que, quizás, nos ayuden a encontrar una salida que nos agregue activos políticos.

Inicio con la verdad más polémica y pregunto: ¿Si la ruta hasta ahora escogida no ha dado resultados hasta ahora, no valdría la pena “abrir otra puerta? Me refiero a que, si la ruta “cese de la usurpación… apoyo internacional” no han funcionado convendría replanteársela y asumir que unas elecciones, aunque restringidas, no transparentes. Podrían ser un camino a explorar. ¿Por qué lo digo?

Primero, por una razón que me resulta elemental. La estrategia del gobierno ha sido, con éxito, llevar a la oposición a la abstención, lo cual le ha permitido adueñarse de todos los poderes. Si es así: ¿No se debería evitarla y no hacerle el juego? En otras palabras si mi adversario me lleva a ese resultado, ¿No sería lógico jugar al contrario? Sabemos que su estrategia es cerrar toda posibilidad de transparencia, de inhabilitar y perseguir y, con ello, cerrar todas las vías para ir elecciones. Luego, diría entonces, a toda costa iría a cualquier elección que esté pautada.

Segundo, a pesar de todo lo dicho y defendido en la comunidad internacional para mantener su apoyo, pregunto: ¿Debería ser esto un impedimento, una restricción para cambiar de estrategia? Creo, humildemente, que esta no puede ser una cadena que nos ate para siempre a lo que al principio se dijo. Deben y debemos estar en capacidad de rehacer el camino si encontramos alguna posibilidad de éxito. A ello se agrega, como se sabe, que esa comunidad ha cambiado de lenguaje y se quedó, prácticamente con la idea de “elecciones libres”, lo cual da para mucho. Además, se enfrenta a dos problemas capitales: uno, se ha venido desmoronando políticamente y, dos, pareciera irse acercando, cada vez más, a una solución electoral y pacífica. Los tiempos de “todas las cartas sobre la mesa” ya se fueron. Por consecuencia, su peso en una decisión interna luce menor.

Tercero, pregunto: ¿Cómo hacemos para agregar activos políticos, precisamente, todos aquellos que nos ha hecho perder el gobierno al llevarnos a la abstención? Llamo activos políticos, primero que nada, a recrear una fuerza política interna, capaz de ser un interlocutor válido y representativo ante la comunidad internacional, lo cual implica, en mi modesta opinión, una nueva coalición de los partidos con la sociedad civil organizada en defensa de la Constitución y del ordenamiento democrático, tal que lleven a unas elecciones libres. Luego, una recuperación de la fuerza y presencia de los partidos políticos en los órganos del poder, que, por ahora, son las elecciones de gobernadores y alcaldes. Imaginen Uds., un cuadro político con una significativa presencia de la oposición en ese terreno perdido.

Cuarto. Hace tiempo reina una conseja en política: “Todas las armas son válidas” o también “Hay que caminar con los dos pies”, lo que invoco en esta oportunidad. Como dice Américo en reciente artículo:[1]

Por eso creo que toda confrontación permite ganar espacios que sirvan para a democratización de la sociedad y el Estado. Ninguna lucha es desechable, todas ofrecen posibilidades en el conjunto de una estrategia global.”

Si las elecciones son una oportunidad, sin abandonar otras opciones se deberían aprovechar en todas sus posibilidades. Desde luego presionando para conseguir mejores condiciones como indico en otro lugar. Aunque no dispongo de datos y encuestas del potencial de votos con que pueda contar la oposición hay indicios de puntos a favor. Por ejemplo el señalamiento del sin número de protestas de la gente por la carencia de todo, da idea del descontento y el venezolano, como se ha demostrado, es muy propenso a expresarlo en elecciones. De ser así, valdría la pena que los que dirigentes políticos exploren bien esta opción.

Quinto, por supuesto lo que todos Uds., se están preguntando: ¿Cómo hacemos para resolver los dos siguientes dilemas? Uno, no aceptar las dos elecciones pasadas, a pesar del fraude y la usurpación del poder y, dos, tal vez ir a elecciones con el mismo espectro de inhabilitados, presos y cero transparencia.

Bien, ese es el terreno más álgido a vencer para alguien como todos nosotros que no estamos, ni somos activistas políticos. Ofrezco una primera respuesta. Si no vamos a las próximas elecciones no podemos luchar contra esas restricciones, esto es, nos quedamos en el reclamo y…!nos abstenemos! Vuelvo a punto primero de estas notas. El gobierno nos lleva a su terreno ganador. Puede resultar mejor participar y dar la pelea, con el apoyo internacional de un cambio de reglas. De estas, las indispensables son cero inhabilitaciones, libertad para los presos políticos y minimizar el ventajismo oficial. Por supuesto, un mejor CNE sería bueno, pero no sé si sea la cuestión central. .

Queda por resolver el primer dilema: ¿Cómo ir a estas elecciones, habiendo rechazado las dos anteriores y declararlas invalidas? Este, quizás, es el dilema más complicado a resolver, pero aporto este criterio: Se trata de una batalla entre principios y política, por lo que la pregunta es. ¿Dónde podemos ganar? Si nos quedamos enquistados en aquellos dos principios, ¿Podremos ganar terreno?, pero si aceptamos, ¡aceptamos!, que esa estrategia no consiguió sus objetivos la opción electoral es una oportunidad por aprovechar, sin que ello signifique renunciar al reclamo. Nada nos prohíbe seguir denunciando al régimen en todos los frentes. Mantener la tesis de invalidar las elecciones anteriores ¿es incompatible con ir a las próximas?

Finalmente, un argumento que expuse en mi artículo anterior[2] En este momento se debe producir un “cerrar filas” entre la sociedad civil organizada, especialmente la de los empresarios porque el gobierno, urgido de dinero, inversiones y capacidad privada ha abierto algunas puertas de negociación. Por supuesto, su estrategia es desvincular lo político de lo económico y atomizar la respuesta empresarial y presionar con sus más urgentes necesidades. Si estos otorgan beneficios sin tomar en cuenta que la democracia está en juego perderemos esa ventaja, pero si los empresarios logran, inteligentemente vincular una cosa con la otra, entonces el tema de unas elecciones libres (o más libres) puede entrar en la agenda y, desde luego, esta sería una buena palanca para obtener un apoyo preciso y especifico de la comunidad internacional.

Si se logra esa apertura creo que las posibilidades de una “buena tajada” electoral para la oposición es razonable a juzgar por la conclusión de la encuesta que cito que plasma un gran descontento de la gente, un fuerte rechazo al gobierno y que obligan a una negociación de altura.

Esta fue su conclusión:

“Coctel mortal de condiciones que requieren de atención urgente de diversos actores para superar la desigualdad, la exclusión, la crisis alimentaria, de salud, educación, económica, social, de seguridad personal, de servicios e infraestructura, en un contexto de crisis sanitaria mundial, crisis política nacional y de emergencia humanitaria compleja”[3]

[1] “Guerra y Paz” Américo Martin en dígalo. Digital

[2] Democracia y Libre Empresa en dígalo. Digital

[3]Sistema centinela para el seguimiento de la situación social, agroalimentaria y de salud ante la emergencia en Venezuela. marzo 2021.