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Ignacio Avalos Gutiérrez

El 10 de abril paso por debajo de la mesa

Ignacio Avalos Gutiérrez

Continúa la triste insensatez bélica en tierras ucranianas. Quien sabe cuándo terminará el conflicto y, sobre todo, cuales serán las consecuencias que dejará como huella en todo el planeta. Al respecto hay hipótesis distintas y hasta contradictorias, pero que lamentablemente coinciden en que dejará heridas que tardarán un buen tiempo cicatrizar. Ojalá haya una ventana por la que salga y se pierda este pronóstico y que en un próximo artículo pueda comentar que no pasó lo que se esperaba que pasara.

Con esta esperanza quiero escribir hoy sobre el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología que desde 1982 se celebra cada 10 de abril. Fue establecido por la Conferencia General de la Unesco en honor al nacimiento del Dr. Bernardo Houssay, el primer latinoamericano en ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947.

Maduro lo recuerda en un Twitter

Entre nosotros fue un día que pasó desapercibido. Algunos comunicados provenientes del medio académico, una que otra entrevista, en fin, poca cosa. El Gobierno, por su parte, lo recordó a través de un mensajito del Presidente Maduro, muy en su estilo de interpretar cualquier evento o iniciativa en clave resistencia heroica frente a los enemigos de la Patria, añadiéndole un toque demagógico que tampoco suele faltar. En el mismo decía que “Celebramos el Día Mundial de la Ciencia y la Tecnología, enalteciendo la labor de las mujeres y hombres del saber que resisten la arremetida imperial para garantizar el Bienestar del Pueblo. ¡Felicitaciones Científicas y Científicos!”.

Como en otras áreas, tampoco en esta, la de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (CTI), hay información oficial respecto a casi nada, Si embargo, diversos estudios elaborados por otras organizaciones coinciden en describir una realidad muy precaria, trazada por políticas equivocadas y cambiantes, ideologizadas en el peor sentido de la palabra, por el deterioro de las universidades autónomas, la creación de universidades nuevas que dejan mucho que desear, la mengua de casi todos los centros de investigación, el desaprendizaje tecnológico en el sector productivo, la migración de investigadores, la falta de la generación de relevo y otros aspectos más, todos sellados por el déficit presupuestario, señal de que para el presente gobierno se trata de un asunto que no figura como importante para el país.

Cambio en las reglas en la cancha CTI

Le breve exposición anterior se desdibuja aún más si se la calibra de cara a las circunstancias que se vienen asomando desde finales del siglo pasado y con enorme fuerza durante estas dos primeras décadas del siglo actual, reflejadas en transformaciones tecnocientíficas radicales que redefinen aceleradamente la forma en que los seres humanos se ven a sí mismos, se relacionan unos con otros, se vinculan con la naturaleza y perciben el mundo en el que les está tocando vivir.

No en balde a la sociedad actual se la perfila como la “Sociedad del Conocimiento”, caracterizada, entre otros aspectos, por el amplio marco institucional en donde tienen lugar los procesos de generación, distribución y uso de conocimientos.

En este sentido cabe empezar indicando que la división tradicional entre ciencia y tecnología se ha ido diluyendo, dando paso al término tecnociencia que remarca el carácter híbrido propio de las investigaciones y las innovaciones. Estas se generan a través de redes sociales que integran tanto al sector público, como al privado y dentro de las que actúan empresas diversas, universidades de distinto tipo, laboratorios, entidades financieras, etcétera, generando múltiples interacciones, tanto a nivel local como global, que suponen la combinación de experiencias y conocimientos de diferente naturaleza. Por otro lado, la producción de conocimientos se da bajo el formato de la transdisciplinariedad (que va más allá de la interdisciplinaridad y la multidisciplinariedad), dando origen a procesos que permiten el entrecruzamiento de varias ramas del saber.

Por otra parte, las empresas desempeñan un rol central - en muchos países han superado ostensiblemente el financiamiento del Estado – y son sus fines e intereses los que en gran parte determinan la orientación y la utilización de los resultados tecnocientíficos. A propósito de ello, se reclama mayor participación estatal, no solo en recursos, sino sobre todo en políticas públicas que tracen propósitos y rutas.

Las respuestas se demoran

Los cambios tecnocientíficos son profundos y se precipitan de manera exponencial, como ya dije. Y desde luego, suscitan muchas preguntas respecto a su dirección y a sus efectos, pero las respuestas van muy despacio y dan pie para que la incertidumbre y la perplejidad arropen todos los planos por donde acontece la vida humana a nivel global : el económico, el político, el social, el ético, el ambiental, el cultural, el religioso, el deportivo. La actual es también la Sociedad del Desconocimiento, nos recuerdan los estudiosos del tema.

Debemos, pues, ser capaces de interpretar y comprender la estructura y la dinámica de los procesos tecnocientíficos y, a partir de ahí, estimar los impactos y las consecuencias e intervenir adecuadamente en ellos, aprovechando las oportunidades que asoman y esquivando los riesgos que traen consigo.

Mandato de la época

Estas capacidades se hacen cada vez más imprescindibles si abrimos el horizonte a fin de observar los ideas que emergen desde el Tranhumanismo, un movimiento que tiene como objetivo transformar tecnológicamente la condición humana, y el increíble respaldo financiero con el que cuentan. ¿Cierto Jeff Bezos ?.

Así las cosas, la política CTI debe estar, sin duda, por lo menos cerca del epicentro de la agenda pública nacional. Es un imperativo del tsunami tecnológico planetario.

HARINA DE OTRO COSTAL

(El Jarrón Chino)

Según el diccionario un jarrón es un recipiente en forma de vaso alto, copa o jarro, grande y de función ornamental. Se presenta liso o decorado independientemente de su fábrica (cerámica, vidrio, metal, etcétera).

Leí hace poco que, de acuerdo con Felipe González, los expresidentes son como jarrones chinos en apartamentos pequeños. Todos les suponen un gran valor, pero nadie sabe dónde ponerlos y, secretamente, se espera que un niño les dé un codazo y los rompa.

Algo así ocurre con la ONU, piensan muchos. Es una organización desfasada por los vientos que soplan actualmente, dicho con todo respeto. Su Consejo de Seguridad es un anacronismo, dicho con un poco menos de respeto. La invasión de Ucrania es el más reciente ejemplo de que el nuestro planeta no ha sido capaz de hacerse gobernable.

Miércoles, 15 de abril 2022

A propósito de las granjas de bebes en tiempos de guerra

Ignacio Avalos Gutiérrez

La tragedia ucraniana sigue su curso, registrada en rostros lastimados y tristes que no alcanzan a traslucirse en la frialdad de las estadísticas, pero sí para poner de manifiesto a un planeta desorientado, cuyos habitantes no terminan de entender la urgencia de modificar las pautas que rigen los vínculos que establecen entre sí y con la naturaleza.

Como cabía esperar el conflicto arropa a todo el mundo, cada vez más interdependiente y conectado, pero simultáneamente fragmentado y mapeado por enfrentamientos bélicos y no bélicos, parte de un repertorio que en algún lugar tiene anotada la posibilidad de una tercera guerra mundial, si a alguna de las potencias se le ocurre apretar el famoso “botoncito” que dispara los "misiles nucleares estratégicos”, capaces de reducir al mundo a escombros.

Los niños

Entre las tantas calamidades que sufre Ucrania, imposible dejar de pensar en los niños que tienen frente a sus ojos un escenario aterrador, además de inentendible. Duele pensar que cualquiera sea el resultado de esta guerra, a ellos les tocara sufrir y enfrentar las consecuencias más severas y la tarea más dura para irse librando de ellas, sobre todo, aunque no sólo, de las que les quedan estampadas en la zona de sus emociones.

Diversas organizaciones revelan que la crisis de refugiados motivada por la situación que se está viviendo, en términos de escalada, no tiene precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. El número total de personas que han huido de Ucrania desde el inicio de la invasión rusa, ha superado ya los tres millones de personas, incluyendo entre ellas a quinientos mil niños.

Adicionalmente, un informe de la UNICEF denuncia que los bombardeos dejan a millones de menores en condiciones precarias, ubicados en las zonas más peligrosas del país.

Granjas de bebés

En medio de los casi infinitos desacomodos que trazan la situación de Ucrania, tal vez haya pocas cosas que conmocionen más que los explosivos caídos sobre las llamadas Granjas de Bebes, ocupadas por niños recién nacidos gracias al empleo de las diversas técnicas de reproducción asistida, que, como se sabe, se ofrecen como opción a parejas heterosexuales con problemas de infertilidad, parejas del mismo sexo o mujeres solteras que desean ser madres.

Se da así origen a la llamada “maternidad subrogada”, término que supone un acto legal mediante el que una mujer acuerda, ya sea con fines altruistas o económicos (sobre todos estos últimos), gestar en su útero un embrión, que puede o no tener su material genético. Desde hace mucho tiempo, Ucrania ha legalizado esta práctica (la han acusado de auspiciar “tiendas de bebés en línea”) y es uno de los relativamente pocos países que otorga facilidades para atender a parejas venidas de otros lados en plan de “turismo reproductivo”, según lo califican.

Son obvias las dificultades que se han generado alrededor de estos bebés a raíz de la guerra, con sus padres fuera de Ucrania y sin saber cuándo podrán recogerlos, con las empresas que se ocupan de manejar los acuerdos mercantiles entre las partes, con las madres que los dieron a luz y muchas otras complicaciones similares que, según es fácil imaginar, pasan desapercibidas entre tanto disparo.

Al margen de lo expresado en las líneas de arriba, cabe decir, aunque sea de pasada, que se ha diversificado el concepto tradicional de la “maternidad”, generando un debate en el ámbito científico, bioético, religioso, social y jurídico, que envuelve, incluso, la duda respecto a quien es la madre del bebé. E igualmente resulta pertinente señalar, también en formato de digresión, que hoy en día se están llevando a cabo diversas investigaciones en el ámbito de la genética, orientadas, en medio de grandes polémicas, a descartar el azar que se produce en el momento de la fecundación como parte de un proceso natural.

Así las cosas, pareciera que los escritores de ciencia ficción han pasado a considerarse más bien como escritores costumbristas.

El pacto intergeneracional

El conflicto entre Rusia y Ucrania revela que seguimos pensando y actuando como si no estuviera pasando lo que está pasando. Es una disputa que va en contra de los vientos que soplan en esta época, soslayando las infinitas circunstancias que nos enlazan e ignorando que el planeta tierra no da más de sí.

Desde hace un buen tiempo las alarmas están sonando, cada vez con más ruido, pero los terrícolas se hacen los desentendidos. El mundo se encuentra en aprietos graves que comprometen la vida humana, bajo el pronóstico de que irá progresivamente desmejorando, a partir de una crisis múltiple que afecta en particular a los sectores más pobres, que son los mayoritarios. Hace rato se predica, entonces, la necesidad de un nuevo Contrato Social a nivel mundial, que abarque un pacto intergeneracional

Dicen los que andan en estas cavilaciones, que todos las personas, sin exclusión, pertenecen a la vez a una comunidad política determinada y a una comunidad humana, que trasciende todas las barreras étnicas, lingüísticas, sexuales, religiosas y nacionales, y que no se construye prescindiendo de esas peculiaridades, sino desde ellas. Diversos autores definen así, palabras más, palabra menos, el Cosmopolitismo, describiendo y postulando la exigencia de que los terrícolas nos paremos de otra manera en la cancha de la vida.

Ignacio Avalos Gutiérrez

El Nacional, jueves 31 de marzo de 2022

La civilización empática (a propósito del conflicto entre Rusia y Ucrania)

Ignacio Avalos Gutiérrez

En medio del caos que gobierna mi biblioteca, encontré por pura casualidad un libro que hace unos cuantos años había leído a saltos, brincándome las páginas y hasta algunos capítulos. Por estos días lo examiné completo, sin dejar pasar una sola línea. Me refiero a “La Civilización Empática”, texto que describe “la carrera hacia una conciencia global en un mundo en crisis” y cuyo autor es Jeremy Rifkin, un importante intelectual norteamericano, ya fallecido.

Las neuronas espejo

Allí supe por primera vez de las llamadas “neuronas espejo”, tema del que posteriormente me enteré un poco más, gracias a unos amigos científicos. Fueron descubiertas en la década de los noventa por dos investigadores italianos y constituyen la base biológica que permite a los seres humanos poseer la característica que los hace tales, es decir, su sociabilidad, y como parte de ella, la posibilidad de ver las cosas “desde el punto de vista del otro”, de ahí su nombre. Son las “neuronas de la empatía”, que contradicen el relato histórico dominante, a través del que se ha explicado la existencia de la especie humana, caracterizándola como egoísta, agresiva y predadora, por naturaleza.

Así las cosas, su descubrimiento indica que la moralidad echa las raíces en la biología como consecuencia de los procesos evolutivos del cerebro. En suma, si bien las investigaciones no han tocado fondo y todavía tienen algunas interrogantes pendientes, el origen del comportamiento prosocial, incluidos sentimientos morales como la empatía, anteceden a la evolución de la cultura. O sea, existe una “predisposición biológica a sentir empatía por otros seres”, apunta Rifkin.

Otra forma de mirar al planeta

Desde hace rato Perogrullo ha venido afirmando que el mundo actual se ha vuelto muy complejo y enredado, debido en gran medida, aunque no solo, a las posibilidades que abre la aparición de las nuevas tecnologías. Se ha ido constituyendo como un conjunto de “comunidades solapadas”, según la expresión que escuché en alguna conferencia, sellado por nuevas interdependencias y la transnacionalización de los vínculos políticos y sociales, como efecto de los procesos de globalización.

A propósito de ello, diversos estudios hablan del surgimiento de una Sociedad Cosmopolita armada en torno a una institucionalidad que se pone de manifiesto en distintos niveles (local, nacional, regional y mundial), pero sin implicar la disolución de las identidades locales o de la figura del Estado Nacional, si bien este último tendría que ser rediseñado, pues va quedando cada vez más desfasado en lo que atañe a su capacidad de gobernar ( ha perdido hasta el monopolio de la violencia, valga esto como ejemplo). Conforme a las nuevas investigaciones, solo desde una perspectiva cosmopolita se pueden encarar los aspectos que asoma el mundo de hoy, entre los que cabe citar la generación de un orden económico globalizado, la pobreza y la desigualdad, la violencia, el incremento de las presiones migratorias, la paz y la seguridad, el cambio climático, las transformaciones tecnocientíficas y otros aspectos ya conocidos que alargan la lista, confirmando, además, que nos encontramos en la “Sociedad del Riesgo”, concepto que se le debe a Ulbrich Beck, quien lo empleo con el propósito de describir la distribución “democrática” de las calamidades planetarias, resultado de la propia acción humana, y de plantear, así mismo, la necesidad de adoptar remedios globales. Respecto a esto último vale la pena destacar que se han desarrollado iniciativas importantes que tratan de abordar los asuntos mencionados, entre ellas la Agenda Social Global, seguramente la más significativa, aunque hasta ahora se haya quedado demasiado corta en sus resultados.

¿La Edad de la Empatía?

Dicho lo dicho, el conflicto de Rusia y Ucrania, además de la tragedia que entraña en sí mismo una guerra, representa un acontecimiento que contraría abiertamente las señales que se le están enviando a la humanidad. Más allá de las interpretaciones geopolíticas que intentan determinar sus causas e implicaciones, centradas por lo general en la disputa del poder a nivel mundial, dicho conflicto será una derrota para todos, sea cual sea su resultado. El mundo será peor porque reitera la evidencia de que continúa soslayando los temas que le son cruciales, los que ponen en riesgo la vida de la especie humana y, ojo, no se trata de una exageración. Y, por otro lado, mantiene disputas bélicas y no bélicas que encuentran su justificación en los mapas que dividen el mundo mediante líneas de varios colores, que separan y diferencian los territorios de manera cada vez más ficticia.

Lo que está ocurriendo pareciera indicar que se desactivaron las neuronas espejo y los terrícolas no alcanzan a ponerse en el lugar del otro (a pesar de que todos los lugares se están pareciendo cada vez más). ¡Vaya tragedia!.

Volviendo a Rifkin, él escribió que estábamos ubicados en el inició de la civilización empática, que «la edad de la razón estába siendo eclipsada por la edad de la empatía». Me pregunto, entonces, si no habrá sido, el suyo, un anuncio algo prematuro.

El Nacional, jueves 17 de marzo de 2022

El mundo patas arriba

Ignacio Avalos Gutiérrez

La pandemia parece que nos ha pasado en vano. A pesar del susto inicial y de los discursos épicos que generó, no nos hizo más conscientes de la situación del mundo en el que vivimos, convertido en la metáfora de una enorme crisis, de la que el coronavirus se suponía que funcionaría como alarma para que reparáramos en la necesidad de revisar los parámetros que gobiernan la actual civilización.

El desmadre planetario

El mundo hace agua por todas partes. No hay necesidad de extenderse en la lista, por demás conocida, de los problemas que lo agobian: la contaminación ambiental y el cambio climático, el aumento notable de la pobreza y de la desigualdad, la expansión del terrorismo en sus diversos formatos, el desplazamiento masivo de migrantes en busca de refugio hacia lugares en donde esperan que su cotidianidad pueda fluir de manera más amable, no obstante, los muros (religiosos, raciales, culturales…) que buscan impedirlo. Una lista larga, como dije, a la que habría que añadir, entre otras cosas, los dilemas que se desprenden del surgimiento de un conjunto de tecnologías disruptivas capaces de transformar radicalmente todos los escenarios e igualmente, la existencia de un mundo armado hasta los dientes, gracias a enormes presupuestos que en demasiados casos, rebasan escandalosamente los recursos orientados hacia la educación o la salud.

Estamos hablando, así pues, de asuntos que conciernen a toda la humanidad. El confinamiento al que nos vimos obligados sirvió para que recordáramos que hoy en día lo que ocurre en un lugar del planeta, ocurre en todas partes, consecuencia de la globalización. Sin embargo, aún no salimos de la pandemia y ya volvimos a mirar las cosas desde el ombligo local, como lo muestra a nivel emblemático, el reparto inequitativo de las vacunas.

El mundo se encuentra partido en pedazos de distintos tamaños, bajo la creencia de que las rayas dibujadas en los mapas, los hace ajenos los unos a los otros. La solidaridad y la fraternidad se han convertido en palabras vacías de uso meramente retórico, a pesar de que el planeta manda señales de peligro cada vez más claras, con visos de ultimátum.

La nostalgia de Putin por la URRS

En medio de semejante entorno, hace pocos días y luego de conversaciones que en algún momento insinuaron la esperanza de una negociación, Rusia invadió a Ucrania, mostrando el rostro de un evento que excede el conflicto entre los dos países y despliega su sombra a lo largo y ancho del mundo, en medio de una gran incertidumbre respecto a su alcance e implicaciones y de un gran susto colectivo, recuérdese que hay armas nucleares de por medio, al lado de las cuales la bomba lanzada en Hiroshima semeja, permítaseme la desmesura, la bala disparada por un revolver. Estamos, así pues, frente a un episodio que coloca en segundo plano los peligros que han ido desvertebrando el planeta y la urgencia resolverlos.

Los entendidos indican que durante las varias décadas que cubrieron el período de la Guerra Fría, no faltaron los pleitos bélicos parciales (“conflictos de baja intensidad”, se los calificaba), originados dentro del marco de una bipolaridad trazada por discrepancias ideológicas (Capitalismo vs Comunismo, por decirlo de manera simple), mezclados con los intereses políticos y económicos de las naciones más fuertes.

Sin necesidad de consultar su decisión con nadie, pues para eso es un dictador que se ha mantenido en el poder alrededor de dos décadas y tiene experiencia de varios años como jefe de la KGB, además de ser cinta negra en judo, Putin, preso de su nostalgia por la antigua URRS, declaró que “a cualquiera que considere intervenir desde afuera, enfrentará consecuencias más grandes que las que haya enfrentado en la historia. Todas las decisiones relevantes ya se tomaron. Espero me hayan escuchado”. Y, para que no hubiera duda alguna respecto a sus propósitos, remató afirmando que “No habrá ganadores y ustedes serán arrastrados a un conflicto contra su voluntad. No tendrán tiempo ni de pestañear”.

Vista la gravedad de las precedentes declaraciones, resulta justo decir que el escenario anterior también es producto de los desatinos cometidos desde de organismos y países occidentales. En este capítulo bélico nadie está libre de culpa, ni puede lanzar la primera piedra, aun cuando, sin duda, la responsabilidad en lo que en lo que esta ocurriendo en estos días, cae sobre todo del lado de Putin.

Así las cosas, no es absurdo imaginar que pudiéramos estar ante la posibilidad de una guerra mundial, la primera interconectada gracias a los diversos dispositivos tecnológicos hoy en día disponibles. El asalto ruso a territorio ucraniano ha involucrado directamente a la Unión Europea y a los Estados Unidos, al igual que a China, aunque esta última que lo hace con cierta discreción, manteniendo un equilibrio con el fin de preservar su rol como una de las tres grandes potencias mundiales y cuidando de paso, sus vínculos comerciales con Ucrania, más fuertes que los que tiene con Rusia. Todos los países han fijado posición, la mayor parte repudiando los intentos de ocupación. Por otra parte, hace pocos días, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condeno a los rusos y la Asamblea General decidió discutir lo ocurrido, cosa que aún no ha hecho al momento de escribir estas líneas.

El desgobierno de la globalización

Como apunte antes, el mundo se ha globalizado. Expresado en pocas palabras, las relaciones internacionales se han multiplicado; hay una mayor interdependencia entre los Estados; se han acortado las distancias físicas; los espacios se han vuelto comunes; la economía no tiene fronteras y emerge una nueva división internacional del trabajo; la comunicación es inmediata y está generando patrones comunes de conducta que perfilan una suerte de identidad global.

Dentro de este cuadro el Estado-Nación demuestra cada vez más sus limitaciones y debilidades para mantener los requisitos básicos a fin de asegurar la convivencia y la seguridad, de allí que tome impulso la idea de repensar el siglo XXI, en una perspectiva que incluya las “lógicas transnacionales”, que dicho en cristiano implica concebir la institucionalidad apropiada para enfrentar los problemas globales, mediante soluciones globales. Supone, por tanto, tejer una red de intereses comunes que fundamenten la elaboración y cumplimiento de una agenda pública compartida. “No hay mejor prueba del progreso de la civilización que el progreso del poder de la cooperación”, escribió John Stuart Mill antes de que el mundo fuera el que es hoy en día.

Ciertamente se han creado nuevas instituciones internacionales, se han ideado nuevos esquemas para cooperación internacional y hay sin duda un conjunto de iniciativas relevantes, pero quedan cortas ante las complejidades envueltas en la gobernanza del planeta. El conflicto entre rusos y ucranianos lo ha hecho claramente visible. En efecto, varios días marcados por daños de diversa índole, por migraciones y por muertos cuya muerte no pareciera doler, no han tenido respuesta.

Toda guerra es una estupidez, señaló el escritor uruguayo Eduardo Galeano. La de estos días también, claro, pero más que ninguna otra, porque en su despliegue podría enrollar a todo el mundo.

Especie en extinción

Así se refiere a los humanos Jeremy Rifkin, reconocido sociólogo norteamericano, asesor en el tema del cambio climático de la Unión Europea y varios países.

¿No será la humana también una especie “autosuicida”? Quiero pensar que no. Supongo que todavía quedan grandes reservas de cordura, sentido común y compasión entre los terrícolas. Ojalá la disputa entre rusos y ucranianos, se resuelva mediante la política que, como predica el filósofo vasco Daniel Innenarity, a quien cito con frecuencia, es la manera de hacer cosas con la palabra.

El Nacional, miércoles 2 de marzo de 202

La pandemia autoritaria y la izquierda perezosa

Ignacio Avalos Gutiérrez

Vamos ya, los humanos, para casi dos años en medio de la pandemia desatada por ese bichito, el así llamado Coronavirus, sin que en verdad se hayan despejado todas las interrogantes sobre su origen ni respecto a su evolución a partir de su último disfraz como Omicron.

La normalidad como nostalgia

Cualquiera recuerda los discursos que se dieron, llamando a la solidaridad mundial para que nadie se quedara sin vacunas, que se flexibilizaran las normas de propiedad intelectual, que los hospitales aumentaran su disponibilidad, en fin. Sin necesidad de entrar en mayores detalles, los diversos informes que dan cuenta de la situación a estas alturas de la pandemia revelan, por ejemplo, que el 80 por ciento de las vacunas ha ido a parar a diez países, que las medicinas han crecido considerablemente como negocio y los ricos se han vuelto notablemente más ricos y los pobres trágicamente más pobres. La idea la “Casa Común” nos sigue siendo ajena a los terrícolas, la fraternidad es un bien muy escaso.

Muchos pensaron que de esta suerte de paréntesis global al que nos sometió el microscópico animalito, nos daríamos a la tarea de repensar y cambiar la ruta que la humanidad ha venido transitando hace ya bastante tiempo. Que el encierro, nos haría conscientes de una crisis que ha tocado todos los ámbitos a lo largo y ancho del planeta, haciéndose patente en la desigualdad social, los desajustes ambientales, las disputas geopolíticas, la violación de los derechos humanos, el desgobierno de la globalización, así como otros muchos aspectos que han venido empañando, por decir lo menos, la vida de una gran parte de la población.

Sin embargo, el resultado no ha sido el que se esperaba. De a poco la nostalgia por la vida anterior se ha vuelto nuestra esperanza. La vuelta a la normalidad asoma como nuestro mejor horizonte, retocado hasta cierto punto por la mano de las tecnologías digitales que supuestamente nos abrirán nuevos cauces, en ciertas áreas. Se prefirió torear, así pues, el hecho de que fueron los vientos de esa normalidad los que trajeron estos lodos que desde hace rato, nos entraban el camino de cada día.

La humanidad en aprietos

Además de lo anterior, el mundo se está transformando de pies a cabeza. Nos encontramos con una fuerte aceleración en la mundialización de la economía, al paso que aumenta extremadamente la desigualdad social; una crisis ecológica que los científicos asocian a un patrón de crecimiento económico que, no obstante los parches, sigue orientándose por el engordamiento del PIB; la recomposición del mapa del poder mundial que muestra a China como la segunda potencia del planeta, nuevos conflictos regionales alimentados por motivos de distinta índole y algunos aspectos más dentro de un nuevo (des) orden internacional que aún no dispone de los las instituciones y mecanismos apropiados para procurar su gobernabilidad; el surgimiento de grandes movimientos migratorios, convertidos en un factor importante en el debilitamientos de la cohesión social en diversas partes, al lado de temas como el racismo y el género. Súmese a la lista el impacto radical que están produciendo un conjunto de tecnologías disruptivas que modifican de manera profunda todos los espacios de la vida humana, asomando desafíos para los que aún no se tienen respuesta.

Este nuevo contexto, visto apenas a través de estas pocas líneas, ha sido identificado como una “crisis civilizatoria”. Y en medio de ella se nos desapareció la política, con toda su caja de herramientas, indispensables para bregar la concordia social y asumir conjuntamente los cambios que se precisen.

Otra epidemia recorre el mundo: el autoritarismo

Distintos informes coinciden en reseñar el deterioro de la democracia a lo largo y ancho del mundo. América Latina es la región del mundo que reportó el mayor descenso en el Índice de Democracia 2021 de The Economist. Su encuesta anual, que califica el estado de la democracia en 167 países sobre la base de cinco medidas (proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política democrática y libertades civiles) encuentra que más de un tercio de la población mundial vive bajo un gobierno autoritario, mientras que solo el 6,4% disfruta de una democracia plena.

El autoritarismo viene dentro de un formato caracterizado generalmente por la emergencia de una figura mesiánica, que se comunica permanentemente y sin intermediarios con “su” pueblo, a través de un discurso que reinterpreta la historia y resignifica el lenguaje al mejor estilo orweliano y compra, vía el asistencialismo, la fidelidad política de la gente. Adicionalmente, polariza a la población (patriotas y antipatriotas, por ejemplo), constantemente esgrime la presencia de un enemigo externo como responsable de las calamidades nacionales, domestíca a las instituciones y diseña las leyes a su medida, a la vez que cuenta con el apoyo las fuerzas armadas y grupos paramilitares.

La política ha desaparecido en esta situación enmarañada a tal grado, que le viene bien la metáfora de un caballo desbocado. Tiene enfrente un muro que se levanta imposibilitando los necesarios acuerdos que hacen posible la convivencia dentro de cada sociedad y que hoy en día también muestra ribetes mundiales. En suma, los consensos cayeron en desuso, mientras los problemas continúan agravándose.

La posverdad y la vigilancia

Recuerdo haber leído hace unos cuantos años “El conocimiento inútil”, una obra de Jean Francois Revel, intelectual francés, varios de cuyos capítulos se vertebraban en torno a la idea de que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”, haciendo particular referencia a la política.

En este sentido, la descripción del sistema autoritario quedaría incompleta si se pasa por alto el término posverdad, como uno de sus elementos. Se trata de una expresión propia de la sociedad actual, permeada por la circulación permanente de información, en la que internet y las redes sociales aportan a los usuarios información que confirma lo que ya piensan o sienten, en detrimento de hechos contrastados y verificables, apelando más a las emociones que a la razón, a los prejuicios que a la objetividad, generando, así, decisiones basadas en creencias, y no en hechos reales Al final de cuentas, y en términos menos académicos, es una palabra que pone de manifiesto cómo se juega con la realidad, y se la desconoce, se la cambia, se la mutila o se la versiona para que no se parezca a ella misma. Así las cosas, se le ha dado otra energía a la mentira política, haciéndola más extendida y eficaz. Por otra parte, habrá que sumar el aumento de la vigilancia social, que se lleva a cabo a través de distintos dispositivos tecnológicos que violan la privacidad de las personas, a la vez elevan su capacidad para anticipar y modelar su conducta.

Dentro del saco autoritario caben figuras muy disímiles de la política mundial, no importa que se califiquen de izquierda o de derecha. Los emparenta la manera como llegan al poder, el tiempo que lo conservan y sobre todo la forma como lo ejercen, sin rayas amarillas que le fijen límites. Así pues, caben en el mismo saco Trump, Maduro, Orbán, Bolsonaro, Bukele, López Obrador y otros cuantos, quienes han convertido a la política en un chicle, maleable al punto de que, en Venezuela, por citar un ejemplo, se ha pasado del Socialismo del Siglo XXI al llamado Capitalismo de Bodegones, sin siquiera intentar una explicación que disimulara semejante salto cuántico.

La izquierda perezosa

Cabe esperar que desde los lados de la política, aparezca una alternativa que represente un cambio de paradigma. Hay actualmente numerosas iniciativas con esa orientación, ordenada en torno a la equidad y la libertad de los seres humanos. En otras palabras, alrededor de la articulación entre la justicia social y la democracia de cara a este nuevo mundo delineado por condiciones que, perdóneseme la reiteración, ponen de manifiesto una crisis en el modo como los terrícolas nos plantamos y organizamos para vivir en el planeta.

Uno piensa, como lo ha señalado en numerosas ocasiones la reconocida economista Marianna Mazzucato, que la izquierda debe reflexionar y repensarse con el propósito de convertirse en opción política, pero, advierte, “se ha vuelto perezosa”. Sin embargo, ella misma es un ejemplo de que están teniendo lugar esfuerzos importantes con el propósito de armar una alternativa política, a partir de las claves que rigen la actualidad.

El Nacional, miércoles 16 de febrero de 2022

El Qatargate

Ignacio Avalos Gutiérrez

El deporte es un fenómeno social que se perfila con cada vez más fuerza en la vida humana. Entre sus diferentes disciplinas se destaca el futbol como el más global, el más practicado y el que cuenta con mayor audiencia. Además, y, sobre todo, es el más importante desde el punto de vista comercial, origen de distintos negocios que suelen ocurrir de maneras no muy santas.

Para alguien como yo, que desde los cuatro años ha transitado la vida con un balón a su lado y que por estos días hasta le prende velitas al entrenador José Peckerman para que haga un milagro con la Vinotinto, resulta difícil y hasta desagradable, ponerse el sombrero de sociólogo para meterle la uña y analizar los aspectos que degradan al balompié.

El gobierno del fútbol

Creada en París, año 1904, la longeva Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA por sus iniciales en inglés) es el organismo que rige el balompié a nivel mundial, en todas sus categorías y niveles, además de que vigila el cumplimiento de las reglas con las que se debe jugar, una suerte de catecismo que ha tenido pocos cambios y todos contando siempre con su sagrada bendición.

Históricamente, la corrupción en sus distintos formatos ha caracterizado su desempeño, replicado también en todos sus organismos subalternos. Me viene a la memoria el que hace unos pocos años destapo el FBI y que comenzó siendo una investigación sobre la evasión de impuestos y el blanqueo de dinero de procedencia incierta y terminó revelando una gran escándalo a propósito de asuntos tales como elecciones manoseadas y tramposas, sobornos en la designación de la distintas sedes para eventos internacionales, manejos turbios en la firma de patrocinios con grandes corporaciones, sospechas en la contratación de los derechos comerciales para la televisión y como éstas, otras cuantas menudencias, que por cierto ocurren en una institución que lleva el ropaje inocente de una ONG sin fines de lucro (?), cuando en realidad es una multinacional que actúa casi a sus anchas en todo el globo terráqueo.

El Qatargate

Un informe publicado hace algún tiempo, reveló que en 2010 tuvo lugar una conversación en el Palacio del Eliseo entre el Presidente Sarkozy, el príncipe heredero de Qatar, el entonces presidente de la UEFA, Michel Platini y Sebastián Bazin, propietario del París Saint Germain (PSG). En la reunión se acordó que Platini votaría a favor de Qatar y que a cambio de ello su gobierno ayudaría a superar la grave crisis financiera que sufría el club francés. Dicho y hecho, el país árabe alcanzo la sede para el Mundial 2022 y pocas semanas después, el fondo Qatar Investment Authority adquirió el 70% de las acciones del PSG. Se ratificó, así, una práctica que viene dándose desde hace casi una eternidad, como lo ejemplifica Benito Mousolini, quien logró el apoyo el mundial de 1934 con el fin de legitimar su dictadura militar en Italia. Es éste, reitero, apenas un caso de una lista muy extensa.

Qatar no es, ni mucho menos, una potencia en el escenario del balompié internacional, aunque tiene algunos pergaminos, por ejemplo, el haber ganado en 2016 la Copa de Asia. Sin embargo, ha cobrado una enorme influencia en el futbol, dada su riqueza natural (cuenta con el ingreso per cápita más alto del planeta), consecuencia, sobre todo, de la exportación del gas, lo que le ha permitido ser un actor muy importante en el espacio deportivo, en especial en el del balompié.

Se entiende, entonces, que en 2010 Qatar haya sido designado por la FIFA, como el país sede del próximo Campeonato Mundial, a celebrarse este año. Sus grandes recursos le han permitido echar la casa por la ventana y no me refiero sólo a los imponentes estadios, sino a la mejora notable de Doha, su capital, mediante la construcción de hoteles y edificios y la renovación de buena parte de su red de transporte, incluida la construcción de un nuevo sistema ferroviario de metro.

La doble moral de la FIFA

Me parece que desde cuando en 2016, Giovanni Infantino asumió su presidencia como sucesor de Joseph Blatter, la FIFA ha subrayado como parte de su discurso oficial, el respeto a los Derechos Humanos, lo que no alcanzó a impedir que se optara por Qatar como sede del Mundial. Se trata de una nación gobernada por una Monarquía Parlamentaria, en la que no hay democracia ni libertad de expresión ni de pensamiento ni de culto, las mujeres no son enteramente libres y existe la esclavitud. Se ha llamado la atención particularmente sobre las muy precarias condiciones de trabajo de miles de obreros, en su inmensa mayoría migrantes, que han participado en las labores de construcción emprendidas con motivo del evento, habiendo muerto alrededor de 6.000 de ellos, de acuerdo a estimaciones que algunos estiman conservadoras.

En suma, la lista de abusos no es corta, a pesar de ciertas reformas más o menos recientes y que sirven para barnizar en cierta medida la situación del país. Human Rights Watch ha declarado al respecto en un informe reciente, que “… los flujos del deporte globalizado vinculan a atletas, fanáticos, instituciones deportivas, órganos de gobierno, medios y financiamiento a través de las fronteras, sin que importen los mapas morales que se dibujan desde los Derechos Humanos, permitiendo que sus violadores remodelen su imagen como anfitriones deportivos glamorosos”,

El poder blando

Se sabe, por obvio, que el concepto de poder es fundamental en las relaciones internacionales. En el marco de la politología se formuló, en los años noventa, una distinción entre “poder duro” y “poder blando”. El primero supone el uso de medios económicos y militares por parte de un país, para hacer que otros hagan lo que él quiere, en tanto que el segundo, opinan los especialistas, radica en conseguir el mismo resultado “ … mediante un efecto de atracción, de influencia y de persuasión, la imagen positiva, un papel que durante décadas lo ocupó la cultura, por ejemplo, a través de Hollywood y de canciones. Ahora es más el deporte y especialmente el fútbol".

En efecto, últimamente el fútbol ha cobrado fuerza y aumentado un espacio como herramienta política. Nuevos actores y nuevas estrategias han puesto el tema sobre el tapete, sobresaliendo en esa tarea, aunque no son los únicos, ni mucho menos, los Estados autoritarios de Oriente Medio –sobre todo Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí– a los que ya no les basta con organizar grandes eventos deportivos, sino que están comprando equipos de fútbol en las mejores ligas del mundo, sobre todo en la europea.

El futbol más allá del Qatargate

Fuera de la cancha ocurre todo lo que he descrito y más. Pero ya sobre la grama verde, es otra cosa. El balón es redondo y rueda libremente sin más interferencia que las piernas de los jugadores, las de los hábiles y las de los no tanto. El fútbol se vuelve, entonces, una metáfora de la vida durante noventa minutos, aún si se lo mira en una pantalla.

En ningún sitio aprendía tanto de mi y de los demás como en una cancha, señalo Jorge Valdano. Aprendí todo en la vida con una pelota en los pies, ha repetido mil veces Ronaldinho. En lo personal siento que poner un pie sobre el terreno de juego o sentarse frente al televisor equivale a la recuperación semanal de la infancia, según lo escribió el novelista español, Javier Marías.

HARINA DE OTRO COSTAL

La semana pasada Nicolás Maduro, haciéndose eco del club de presidentes latinoamericanos que se califican de progresistas (?), se sumó al reclamo que varios de ellos han formulado contra los españoles, haciéndolos responsables de una lista larga y variada de crímenes contra nuestra población indígena. Luego de haber transcurrido quinientos años pienso que semejante demanda de justicia, luce ilógica, por decir lo menos, y que, con buena suerte y viento a favor dará lugar a un breve memorándum en el que algún funcionario del gobierno de España pedirá perdón, sin entrar en mayores detalles, dando por terminado el asunto.

Ojalá que Maduro y los que lo asesoran en el tema, observen lo que está ocurriendo durante los últimos años en algunas zonas de nuestro país. Que vean las condiciones de vida por las que pasan los indígenas venezolanos, tanto niños como mujeres y hombres. Que observen como son violados sus derechos y reparen en sus frecuentes protestas contra la destrucción del ambiente. Que imaginen lo que pueden esperar del futuro. Y que se pregunten, por no dejar, si alivia las cosas el hecho de que le cambien el nombre a una autopista de Caracas.

Ojalá que encaren, así pues, un problema seguramente menos épico que el litigio con los conquistadores españoles, pero cuya solución es urgente y necesaria. Cuestión de justicia, sobre todo.

El NACIONAL, miércoles 2 de febrero de 2022

El metaverso de Maduro

Ignacio Avalos Gutiérrez

Hugo Chávez acaparó el último tramo de la historia venezolana. Su figura ocupó, sin duda, el epicentro político y en más de un sentido puede afirmarse que se extendió a todos los ámbitos de nuestra sociedad. Su interpretación del país, difundida permanentemente por su agobiadora presencia en los medios de comunicación, se convirtió en la referencia sobre cualquier asunto, desde la geopolítica hasta la crisis del capitalismo mundial, pasando por el beisbol, a cuenta de que fue pícher, y por la música, a cuenta de que tenía buena voz. No pareciera exagerado señalar, por otro lado, que el chavismo represento una manera de ser en la tarima política, que incluso contagió de alguna medida a no pocos de los que lo adversaban.

Chávez: el poder simbólico de la nostalgia.

A Chávez la duda no le acompaño nunca. Su interpretación sobre nuestra sociedad, su pasado, su presente y su futuro, se convirtió en el libreto que progresivamente trazó el rumbo del país. Asumió el rol de caudillo, al principio con cierto disimulo, luego más abiertamente, incluso dejando ver su talante autoritario. Empezó por propiciar la redacción de una nueva Constitución, “la mejor del mundo”, y asomó el “socialismo del Siglo XXI como proyecto para Venezuela, sin que hubiera, salvo algunos amagos, ninguna consulta al respecto.

En efecto, durante su gobierno fueron mínimos los espacios para el diálogo y las demás herramientas propias de la democracia, esenciales para la construcción de los consensos básicos que requiere la convivencia social. En suma, desapareció la política y surgió un país extremadamente dividido y poco cohesionado, atravesado de un lado a otro por la desconfianza, situación en la que, es bueno decirlo, también tuvo responsabilidad, aunque en grado menor, la propia oposición.

Así, durante casi dos décadas, Chávez condujo al país con algunos aciertos, pero sobre todo en medio de grandes errores y omisiones que, sin embargo, alcanzaron a disimularse porque su gobierno tuvo la bendición de un boom petrolero (2008 – 2014) y le permitió transitar un buen tiempo y sin mayores aprietos, el irónicamente denominado camino del “socialismo rentista”, armado en torno a un amplio repertorio de políticas asistencialistas que, temporal y parcialmente, mejoraron la vida de la gente, mientras la Venezuela Potencia cobraba el formato de un espejismo, que cada año se anunciaba como el gran objetivo estratégico de la nación. En síntesis, la obra que dejó tuvo poco que ver con los enormes recursos financieros de los que dispuso durante buena parte de su gestión.

Los desacomodos actuales del país se venían observando, así pues, durante el final del período de Chávez. Desde entonces, el “proceso” empezó a mostrar desviaciones y señales de agotamiento, dejándose ver como una ruta equivocada e inviable, no obstante lo cual en la memoria colectiva ha permanecido como la figura política mejor valorada de la actualidad. Chávez se convertido en nostalgia política, son muchos losvenezolanos convencidos de que si estuviera vivo no pasaría lo que esta pasando.

La realidad paralela

Nuestros problemas se han agravado considerablemente durante la administración de Nicolas Maduro, designado como sucesor en la presidencia por el propio caudillo, poco antes de morir. Aparte de su falta de tino en el abordaje de los temas nacionales más medulares, el nuevo mandatario tuvo que lidiar con muchas dificultades a poco de ocupar el cargo, consecuencia de que la mano invisible del mercado internacional bajó los precios del oro negro.

El nuestro es hoy en día un país roto, esto es, mal cosido, desarticulado, anómico, violento además de fragmentado desde el punto de vista territorial. Un país con lunares notables en todos sus ámbitos (económico, social, educativo, ambiental y paremos de contar), cada vez más autocrático y en el que sus habitantes parecieran “no tener derecho a tener derechos”, según la expresaría Hanna Arent. Un país, dicho en pocas palabras que es todo lo contrario del que nos relató Maduro, durante su mensaje anual a la Asamblea Nacional, en un discurso presumido en el que los hechos fueron abiertamente desconocidos por afirmaciones y estadísticas fantasiosas, dibujando una suerte de realidad paralela, si se me permite el símil, que recuerda el metaverso del que habla Zuckerberg.

Evidentemente, no faltó en su arenga cierta retórica que buscaba barnizar la transición del proyecto del Socialismo del Siglo XXI hacia el actual Capitalismo de Bodegones, nombre este último que desde luego ayuda a su descripción, aunque deja por fuera algunos de sus atributos (dolarización, importaciones libres sin ton ni son, extractivismo salvaje, precariedad laboral, exclusión social, en fin). Cabe imaginar que se trata de un formato impuesto por los hechos, a contramano de las pretensiones revolucionarias, referido por ciertos economistas como el “modelo ecuatoriano”, no en balde uno de los asesores principales del gobierno se desempeñó como Ministro de Hacienda en la época del Presidente Correa.

En su alocución a los diputados, Maduro anunció que gobernaría hasta el 2030 con el propósito de preservar un futuro para los venezolanos, iniciado el año 2021 con pasos firmes y auspiciosos. Sin embargo, no es ser mal pensado creer que en la mente del liderazgo oficialista no hay otra idea que la de gobernar para seguir gobernando, de sobrevivir manteniendo el poder por razones que no son propiamente ideológicas ni doctrinarias, sino grabadas, no sólo, pero en grado nada despreciable, por la corrupción.

Chao al “proceso”, pues.

Replay electoral en Barinas

Como se sabe, el pasado 9 de enero se repitió en Barinas la elección del gobernador efectuada el 21 de noviembre del 2021, en la que había triunfado el candidato opositor. Sin embargo, bastaron y sobraron dos sentencias que se sacó de la manga el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), para ordenar la repetición del evento comicial.

Se trató de una contienda claramente inclinada a favorecer al oficialismo, puesta de manifiesto en las inhabilitaciones exprés de dos candidatos opositores y un disidente del chavismo, la inadmisión de adhesiones de dos tarjetas a postulaciones opositoras, el ventajismo oficial en el acceso a medios de comunicación públicos y la disposición de funcionarios, bienes y recursos del patrimonio público con fines electorales, conformando, así, un elenco de abusos nunca vistos en semejante grado en procesos anteriores. (Para mayores detalles se consultar, entre otras, la página del Observatorio Electoral Venezolano, OEV).

Se corroboró, pues, que el fair play en la cancha electoral no depende solo del CNE, cuya actuación en este último episodio regional fue, sin duda, la más equilibrada de los últimos tiempos, sino que puede ser invadida otros organismos públicos con decisiones que no les corresponden y que atienden peticiones que provienen del alto gobierno.

No obstante lo anterior Sergio Garrido, candidato opositor, logró la victoria sobre el excanciller Arreaza, presentado por el oficialismo, confirmando así la idea de que los votos, cuando se convierten en alud, imponen una verdad que es difícil desmentir, lo que ya se había constatado en las elecciones parlamentarias del 2015.

Obviamente, la elección efectuada en Barinas fue, sin duda, un hecho muy importante desde el punto de vista político, entre otros motivos porque ocurrió nada menos que en el terreno más chavista del chavismo y por tanto su impacto simbólico no puede dejarse de lado. En torno a ella se han tejido varias explicaciones. En el seno de la misma oposición, algunos sectores entrevén en lo ocurrido una ruta para resolver la crisis política, mientras que otros alertan sobre una jugarreta oficial. Por su parte, Maduro reclama el episodio, como una prueba de que en Venezuela hay una verdadera democracia, soslayando las referidas circunstancias en las que tuvieron lugar estas votaciones y en las que con seguridad tuvo algo que ver.

Cambian las coordenadas políticas del país

En el contexto general descrito al comienzo de estas líneas y teniendo como detonante los recientes eventos, tanto el del 21 de diciembre como el del 9 de enero, no es aventurado anticipar que se modifica el escenario político nacional.

En este sentido, habrá que empezar indicando que en ambos episodios la asistencia a las urnas fue importante, lo mismo que la votación opositora, mayor que la del gobierno, aunque en las elecciones de diciembre no se reflejara en los cargos obtenidos, debido a sus discrepancias domésticas. Por otra parte, algunos sondeos preliminares elaborados después de las votaciones de Barinas muestran el aumento de la confianza en la vía electoral como condición (necesaria aunque no suficiente, cabría agregar) para resolver nuestra crisis política.

Como se observa, el oficialismo no salió bien librado en ninguna de los dos procesos. Resultó difícil ocultar las desavenencias que perturban sus filas, que a primera vista sugieren distanciamientos de no poca monta entre el chavismo y el madurismo.

Es forzoso referirse, por supuesto, a la espinosa tarea que afrontan las distintas parcelas opositoras. La lista de asuntos pendientes es larga y comienza por encarar la revisión a fondo los partidos, la división entre unos y otros, así como en el seno de cada uno de ellos, la renovación de sus dirigencia, la necesidad de conformar alianzas con otras organizaciones de la sociedad civil, revisar sus maneras de abordar el apoyo internacional, de elaborar un mensaje común capaz de descifrar e interpretar adecuadamente la situación nacional, reparando en el hecho de que más del 70% de los ciudadanos desea un cambio político, pero no avizora ninguna opción. Debe también, me parece, hacer esfuerzos por abandonar la polarización con el propósito de explorar la posibilidad de negociaciones en diversos aspectos, vitales para el país, asumiendo que el asunto que se tiene entre manos no pasa por el terreno de las leyes, sino por las dinámicas de la política, cosa que, por cierto, Sergio Garrido ha entendido perfectamente. Y debería evaluar con cuidado la apresurada solicitud hecha al CNE para la llevar a cabo, de un referéndum presidencial, teniendo presente que la misma no fue tramitada de manera unitaria, sino a través de dos o tres organizaciones y que las experiencias no han sido exitosas (2004 y 2016), amén de que, en la opinión de los entendidos, su realización tiene complicaciones nada menores.

Sumado a lo anterior, lo más relevante es reconocer las diversas aristas que dibujan la complejidad del conflicto político nacional y las implicaciones que tiene para el trabajo político opositor. Aludo a la necesidad de calibrar el interés que despierta el país desde la perspectiva geopolítica (ojo, los rusos sí juegan), así como a la nueva fisonomía del chavismo-madurismo, embarcado hoy en día en un modelo que del “proceso” apenas conserva su autoritarismo, habiendo modificado la naturaleza y alcance de sus apoyos sociales, así como la orientación de las políticas públicas en los distintos espacios.

Conclusión: no es soplar y hacer botellas

Hay que ser optimista, pero no iluso. Las elecciones recientes son importantes, pero no cambian el status quo del país, si bien amplían las rendijas políticas y trazan el borrador de algunos caminos que antes no aparecían. Sería imperdonable que no se exploraran, entendiendo que no es responsabilidad exclusiva de los políticos y de sus partidos, sino de todos los sectores que forman la sociedad venezolana, cada uno desde sus posibilidades. Nadie queda fuera de la tarea, a todos nos concierne. El trabajo no es fácil, es verdad, pero se trata de abrirle el porvenir al país. Sacarnos de encima, lo repito cada vez que tengo la oportunidad, esa sensación horrible de que la vida venezolana transcurre en una calle ciega.

El Nacional, 21 de enero de 202

2022: repoblar la política

Ignacio Avalos Gutiérrez

A comienzos de año es costumbre que las personas asuman una actitud reflexiva, se pongan en tono de borrón y cuenta nueva y se den a la tarea de imaginar algunos cambios en su vida, anotándolos en una listica y asumiéndolos como un compromiso: que si voy a adelgazar, aprender un idioma, buscar un nuevo trabajo y cosas por el estilo para que nos sirvan de brújula. Yo, por supuesto, hice la mía, con pocas variantes con respecto a la de comienzos del año anterior, pues hice demagogia conmigo mismo y no honré casi ninguno de mis propósitos. En consecuencia, pareció más útil dedicarme a mirar el país e imaginar cómo podría durante el año 2022 ir saliendo del atolladero que lo abruma desde hace tanto tiempo, que se ha vuelto parte del paisaje de cada quien.

La “Venezuela Invertebrada”

A comienzos del siglo pasado Unamuno publicó un libro que dejaba ver sus impresiones sobre España. Me copio el título, España Invertebrada, mas no el diagnóstico, referido a otra sociedad ubicada en un momento histórico muy lejano y por ende muy distinto. Describía allí el filósofo vasco una sociedad “disociada”.

Creo que, guardando las enormes distancias con su texto, la sensación que a uno le deja nuestro país es la de una “Venezuela Invertebrada”, vale decir rota, mal cosida, desarticulada, anómica, así como la fragmentación del poder desde el punto de vista territorial, hecho que lesiona gravemente su condición como nación.

Por otro lado, no es necesario apelar a estudios y estadísticas para enterarnos de la dimensión de nuestros problemas, puesto que la fotografía la tenemos a la mano y nos la sabemos de memoria, además de que es un tatuaje que nos va quedando en la piel. Más allá de la pandemia y de las consecuencias que ha traído consigo a lo largo de casi dos años, las difíciles circunstancias por las que atraviesa hoy en día nuestra sociedad no son, ni de lejos, su principal causa y por tanto no desaparecerán cuando el microscópico patógeno deje a un lado la manía de disfrazarse con una nueva cepa y desaparezca. Lo que sí ha hecho el animalito es ubicar en la vitrina una crisis que no deja un hueso sano en ninguno de los ámbitos de nuestra sociedad, volviéndola intranquila, angustiosa, incierta, acalorada y cuya causa fundamental es un conflicto político que deriva precisamente, del abandono de la política.

Apelar a la política

Escribió el citado Unamuno que lo que define una nación es un proyecto sugestivo de vida en común; los grupos nacionales, añade, «no conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo». En el marco de esta concepción podría decirse que se trata de tener conciencia de un propósito acordado colectivamente y del esfuerzo diario de todos para transitar una ruta que permita alcanzarlo.

En Venezuela soplan vientos adversos para las conversas sosegadas, para las reflexiones sensatas que abran el espacio a la construcción de una convivencia pacífica. La polarización extrema exacerba las diferencias e imposibilita la discusión razonada y de buena fe. Nuestros líderes, con pocas excepciones, piensan desde el obligo de sus intereses. Y desde allí no se puede hablar para proyectar una agenda a partir de la gente, de sus problemas, de sus aspiraciones, de sus derechos y que le dé sentido a su realidad, dentro del marco de la humanización de la política. Hay, pues, que recuperar la palabra, extraviada desde hace demasiado tiempo. El diálogo debiera marcar el temperamento de nuestra sociedad.

La urgente necesidad de acudir a la política se debe, también, a las transformaciones que tejen la época actual, hasta ahora comprensiblemente soslayadas en Venezuela por los apremios que emergen de la cotidianidad nacional. En efecto, el futuro empieza a dejarse ver de la mano de cambios tecnológicos que están transformando radicalmente todos los escenarios de la vida humana, sin que aún contemos con los códigos necesarios para entenderlos y regularlos. En suma, aún no contamos con nuevas maneras para pensar lo nuevo.

El político es un ámbito que hay que repensar y repoblar. La inteligencia artificial, los algoritmos, la robótica y los datos amenazan con despolitizar la política. Algunos textos despuntan la existencia del Ciberleviatán. De ello hablaré en una próxima ocasión, así como de las importantes iniciativas que se están tomando con el fin de cerrarle el paso.

8 de enero 2022

El Nacional

https://www.elnacional.com/opinion/2022-repoblar-la-politica/

2021: reflexiones de un terrícola de a pie

Ignacio Avalos Gutiérrez

Al poco rato de pisar diciembre, últimos días del año, uno sucumbe a la tentación de ensimismarse. Es una suerte de costumbre emocional que opera como reflejo condicionado y dispara la necesidad de reflexionar para ver cómo nos ubicamos en el marco de esta actualidad tan complicada, tan incierta.

Desde el murciélago hasta Bill Gates

Resulta imposible, así ´pues, discurrir por estos días sin aludir a ese animalito microscópico (el SARS-COV-2, como lo llaman los científicos), que ha bordado nuestra vida con una pandemia que poco a poco se nos va haciendo eterna. Inevitable, igualmente, hablar, de la confusión respecto a su origen, puesta en evidencia dentro un menú de explicaciones que van desde los cambios ecológicos hasta el castigo divino, pasando por un fulano murciélago, un ataque terrorista, la creación en un laboratorio, el nacimiento en un mercado chino y hasta la intervención, con quien sabe cuáles intenciones, de Bill Gates, el “filántropo perverso”, como algunos lo identifican. Todo ello ocurre a pesar de que diversos organismos internacionales (también el Gobierno de Biden), aseguran que no cejarán en su esfuerzo hasta identificar cómo y donde surgió el patógeno letal, pregonando a cada rato a que están a punto de hallar la respuesta.

En medio del panorama anterior, las dudas se extienden hasta los medios de protección recomendados, bien sean las vacunas (en sus distintas versiones), otros tipos de medicamentos (la cloroquina, por ejemplo), la mascarilla o incluso hasta la propia estrategia del confinamiento

La sociedad de la información muestra, así, algunas de sus ¿paradojas?, generando un exceso de datos, opiniones y noticias que a la postre deja muchas preguntas en el aire y alimentan nuestro enredo respecto a lo que ocurre y a lo que va a ocurrir. A propósito de ello, ante el surgimiento de la última versión del virus, algunos psicólogos indican que las alarmas han dejado de asustarnos, que la gente se está descuidando. Es, señalan, como si estuviéramos desarrollando “anticuerpos contra el miedo”, justo en el momento en que el Informe de Riesgos Globales, publicado este año por el Foro Económico Mundial (FEM), advierte que las enfermedades infecciosas a escala mundial ocupan ahora el primer puesto.

El síndrome del estadio vacío

La pandemia nos ha cambiado el rostro del tiempo. Los relojes apenas sirven, casi no importa que sean las dos o las cuatro de la tarde. Nuestra existencia es ahora digital y transcurre principalmente en las redes sociales, conforme a nuevos y muy distintos patrones, generando, por supuesto, perfiles diferentes de inequidad social que traslucen las disparidades de la “realidad real”.

La vida es “una locuacidad permanente”, como escribió Javier Marías. Uno echa de menos la época analógica, a la par que eleva el susto por el metaverso de Zuckerberg y otras ideas parecidas que asoman en el horizonte una suerte de realidad paralela, en donde, según los expertos, va a deslizarse la mayor parte de nuestras vidas, ojalá sea esto una exageración, ruega uno.

Afirma Menotti, gran entrenador argentino, que el mundo del fútbol gira alrededor de la relación del futbolista con la gente. Si no hay gente en un estadio, el futbolista no es futbolista. Algo parecido, creo, ocurre con nuestra vida en medio de la pandemia. Experimentamos, digámoslo así, el síndrome del estadio vacío.

La Casa ¿Común?

Desde principios del año 2020, cuando surgió la pandemia, el discurso dominante sobre su gravedad subrayaba la aparición de un problema cuya solución comprometía a toda la humanidad, que nos curábamos todos o que no se curaba nadie, dado que habitamos en una “Casa Común”, conforme a la expresión que popularizo el Papa Francisco. Pero, tal como lo predijeron algunos escépticos, las palabras no brincaron a los hechos, a pesar de que han cobrado forma algunas iniciativas importantes, representando sin duda una señal de esperanza.

En este planeta vertebrado por la desigualdad social, en el que el 10% de la población mundial con mayores ingresos concentra el 52% de la renta global y la mitad de la gente apenas recibe el 8%. Adicionalmente, las reglas que pautan el comportamiento de la economía han permitido que el minúsculo patógeno haya vuelto más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.

No debe extrañar, entonces, que diez países concentren el 80% de las vacunas y que en África escasamente el 3% de la población haya recibido su dosis Cada país ha ido, entonces, resolviendo las cosas según va pudiendo, visto que los terrícolas no acabamos de entender la solidaridad, más que como una virtud, como una necesidad. Su “convivencia” se encuentra signada por el tribalismo, el sectarismo, la polarización, prueba de que no todos vamos en la misma lancha, remando en la misma dirección. En muchos lugares, demasiados, la política ha dejado de entenderse como un medio que hace posible que vivamos juntos. Se ha debilitado cada vez más el compromiso con lo común y la falta de los consensos básicos nos enfrenta unos a otros. El mundo continúa dibujado, en trazos muy fuertes, por conflictos que, a estas alturas, en este contexto, son un absurdo histórico.

Protección a cambio de vigilancia

Distintos estudios muestran que alrededor de dos tercios de la humanidad vive en países cuyo gobierno actúa en formato autoritario, el cual empieza a observarse también, en grado variable, en naciones que venían siendo identificadas como democráticas. En efecto, bajo el comprensible propósito de proteger a la población mediante las medidas requeridas para prevenir y curar, éstas han servido adicionalmente para reforzar un sistema de vigilancia social orientado controlar y manipular la vida de los ciudadanos, recogiendo y almacenando datos que permiten saber no solo adónde va y con quién se encuentra una persona, sino también para observar qué pasa en el interior de su cuerpo (su presión sanguínea, pulso del corazón, actividad cerebral). En esta dirección, el dictamen de Naciones Unidas y de otros organismos es muy claro respecto a la violación de los derechos humanos mediante el uso indebido de los dispositivos biométricos.

Conclusión: un jalón de orejas

La vida en el planeta azul venia revelando sus costuras desde tiempo. Numerosas advertencias que en algún momento sonaron alarmistas, son hoy en día difíciles de negar, salvo por algunos grupos de empecinados que sostiene que en lo del cambio climático, por ejemplo, hay mucha alharaca.

La pandemia ha colmado el vaso, aunque algunos añoran el regreso a la “normalidad”, ignorando que esta fue la que nos trajo hasta donde nos encontramos ahora. En efecto, el crecimiento eterno, en contextos sociales inequitativos, ha orientado el paso del desarrollo durante un tramo largo de nuestra historia en todas las sociedades, se califiquen de derecha, de izquierda o de centro. La pandemia es un jalón de orejas para los terrícolas, un llamado a que reinventen sus modos de vida como especie, conciliando lo local con lo global (“glocalización”, según los entendidos). La reinvención debe tener lugar en medio de los cambios tecnológicos que empiezan a moldear la sociedad desde otras posibilidades que aún no desciframos del todo.

Ante todo lo anterior, y como lo leí en Nexos, una revista mexicana, “Sólo hay una pregunta: ¿Cambiará la humanidad debido a los destrozos provocados por Covid-19?. Sólo debería haber una respuesta.”

El Nacional, miércoles 22 de diciembre de 2021

Dia del Profesor Universitario ¿celebración?

Ignacio Avalos Gutiérrez

El pasado 5 de diciembre se celebró el Día del Profesor Universitario, aunque lo de celebrar suena un poco forzado, vistas las duras condiciones dentro de las que transcurre la vida de los docentes. Baste señalar en este sentido, que, de acuerdo a una encuesta realizada hace poco, la mayoría de ellos obtiene una remuneración que apenas bordea el costo de la canasta familiar. Y mejor no hablemos de otras cosas porque el paisaje desconsuela.

La digitalización forzosa (o la nostalgia de un profesor analógico)

Ciertamente no fué, así pues, un día para festejar, doy testimonio personal de ello. En efecto, soy profesor universitario, aunque de pura casualidad. Nunca me paso por la cabeza serlo. Un día, al poco tiempo de graduado, fui llamado por las autoridades de la Escuela de Sociología para hacerle la suplencia a una profesora que, por razones de salud, tuvo que abandonar las clases a mitad del semestre. A la semana del aviso me vi, para mi propio asombro, parado en la tarimita de un aula del piso 7 de la Facultad de Economía, a cargo de una materia que, aquí entre nos, se encontraba fuera del menú de mis principales intereses y curiosidades intelectuales. Posteriormente, gracias a una inercia bendita, ingresé formalmente y hasta el sol de hoy, aunque no he hecho lo que se llama una carrera académica y nunca me he ganado la vida a través de la docencia, me refiero en el sentido económico, porque en el literal, vaya que me la gané. Apenas me asomo un día a la semana por los pasillos ucevistas y hace casi dos años que no paso por allá, culpa de un animalito microscópico, origen de la pandemia que los terrícolas no hemos sido capaces de encarar.

En consecuencia, me encuentro condenado al zoom, lo digo literalmente sin exagerar. La universidad se encuentra cerrada, por no decir confinada. Los hechos, han impuesto un modo virtual, imprescindible para que lleve a cabo sus actividades, aunque semejante tarea encuentre diversas limitaciones y complicaciones. Es una vía que, desde luego, ha resultado muy útil, que tiene evidentes ventajas y que desde hace rato pareciera dibujar futuro auspicioso.

Pero también es cierto, dicho sea de paso, que carece de los encantos de la vida analógica. No en balde abundan cada vez más los estudios que sostienen que, “lo físico contraataca”. Toma cuerpo una suerte de revancha de lo analógico, instando a comprender que la experiencia humana necesita de ambos mundos –el físico y el digital– si se trata de llevar la vida como debe ser.

Entre tanto, el Siglo XXI hace de las suyas

Al margen de lo anterior, y volviendo al asunto que concierne al artículo, en esta época las universidades dan tristeza, sobre todo las públicas autónomas. Su situación es el resultado de la aplicación de un manual oficial que contiene las instrucciones establecidas que, con pequeñas variantes, lleva más de dos décadas de vigencia. Su propósito es terminar con su autonomía y abrirle la rendija a una línea “académica” cuya finalidad es, palabras más, palabras menos, formar los profesionales que necesita la revolución, una amplia fórmula verbal que da pie para cualquier cosa dado el galimatías ideológico que caracteriza al gobierno de estos últimos tiempos, capaz de hacer compatibles en el marco del socialismo a lo siglo XXI, a los bodegones , el arco minero y las comunas.

En suma, se trata de una iniciativa que va a contramano del concepto de universidad y frente a la cual la resistencia interna, hay que señalarlo con franqueza, no ha sido ni suficiente ni adecuada ni unitaria.

Hay, entonces, que entender la situación que padecen nuestras universidades, pero desde el futuro. Soló desde allí es como puede calibrarse su actual crisis y bosquejar el camino que debe seguir en su transformación. En este sentido, diversas investigaciones han coincidido en señalar una tendencia general hacia la masificación, la diferenciación, la virtualización, la internacionalización, la multiplicidad y diversidad de los actores académicos, la multi e interdisciplinariedad y otros temas que perfilan un mapa distinto en el que no todo es color de rosa, por cierto, obligando a acomodar la brújula para orientar los cambios que haya que hacer.

HARINA DE OTRO COSTAL

No quiero llover sobre mojado. Han sobrado las opiniones, como era natural. Han sido numerosas, distintas y hasta contradictorias. Y lamentablemente, a muchos nos queda la sensación de que el evento del domingo 21 de noviembre no sirvió para lo que debería haber servido, esto es, para empezar a desenredar nuestro conflicto político, ese que nos agobia desde hace tiempo y que nos deja a todos la impresión de que la vida venezolana ocurre en una calle ciega, sin que ni los tirios ni los troyanos que se mueven en la escena política, parecieran darse cuenta de ello.

Ojalá, pues, que éste no sea el saldo que nos dejan las recientes elecciones y que lo que escribo no sea sino el efecto de un parpadeo emocional que tomó por sorpresa a mi optimismo.

El Nacional, 8 de diciembre de 2021