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Carlos Raúl Hernández

Cancelar a Aristóteles ¡YA!

Carlos Raúl Hernández

No se pueden negar los esfuerzos para desenterrar el movimiento contracultural de los setentas, que después de décadas oscurecido reaparece en el esplendor de su imbecilidad, para cancelar autores e impedir ediciones. Ha trabajado, pero les falta empuje para eliminar figuras del pensamiento que hacen mucho daño a “la causa”. Roto el cántaro de Pandora, que nunca fue una caja, aparece la bandera de reingreso a la locura perdida, pero falta empuje para revolucionar las inasibles reglas del arte, “la esperanza de la razón y el corazón”, para hacerlo instrumento de lucha.

Para la cultura políticamente correcta, sobrevivirían muy pocas obras. La importancia simbólica del corazón en la cultura, la inagotable variedad de noblezas asociadas con él, voluntad, coraje, carácter, esfuerzo, amor, bondad, se hace tan grande porque para Aristóteles ahí radica el aparato pneumático, encargado de recoger las sensaciones de los cinco sentidos y trasmitirlas al alma.

Ese es un paso gigante en la evolución del conocimiento, una primera respuesta a cómo se conectan el mundo sensible y las ideas, que supera la oposición absoluta entre ambos concebida por su maestro Platón. En el cardios se unen los dos componentes del hombre, que no tienen otro punto de contacto, y sin él, el espíritu pasaría a través del cuerpo sin tocarlo, lo traspasaría como en Ghost. El corazón es el gozne que articula la fuerza vital inmaterial con el cuerpo, el alma con el cuerpo, que sin ella es inerte, está muerto. Como la trasmisión de un vehículo, conecta la aceleración del motor con las ruedas. Transfiere vida a la carne, capacidad de movimiento por medio de la circulación sanguínea, y en proceso inverso el alma percibe, siente el mundo material que se trasmite por la piel, los ojos, los oídos.

En el alma, las sensaciones se transforman en pensamientos a los que Aristóteles llama fantasmas o fantasías. y ahí comienza el sabio a ganarse a pulso la cancelación de sus obras para que dejen de publicarse y leerse. La atracción ocurría porque cuando una mujer con la regla se miraba al espejo, dejaba en él una película invisible de mínimas gotas de sangre que penetraban por los ojos, llegaban al músculo cardíaco de un varón y formaban un fantasma que se apoderaba de él. La víctima se debilitaba y podía morir de melancolía negra, enfermedad también llamada hereos, (un tipo de demonio) que daba nombre al mundo femenino. Al aquejado de ese mal lo domina el fantasma que lo había seducido. Semejante poder de la mujer sobre el hombre, causaba odio, miedo y rabia.

En la Edad Media la melancolía de los varones tuvo fascinantes y terribles implicaciones antifemeninas, asociada a maleficios, magia negra, pacto con el Diablo y otros crímenes. El hereos o despecho trae “omisión del sueño, de la comida y de la bebida, todo el cuerpo se debilita salvo los ojos… Sin tratamiento, los enfermos se hacen maniácos y mueren”. Deambulan con el pulso alterado, pierden capacidad de atención y para actuar. El médico heteropatriarcal recomienda relaciones con varias mujeres, viajes, excursiones, consumir alcohol, hacer ejercicio. Si no mejora, se contratará una vieja harpía para que consiga un trapo lleno de sangre menstrual y se lo restriegue en la cara al paciente mientras grita “ella es esto, suciedad, es una asquerosa como todas” en el entendido que las mujeres son “un mal de la naturaleza” como reza el más insigne manual de cacería y tortura de brujas, el Malleus Maleficarum.

Si después de eso no se curaba, entonces no estaba poseído por el fantasma de la amada sino por el demonio en persona. El enfermo de melancolía negra o hereos, se debilitaba, pero no sus ojos. La malignidad los requería para entrar por ellos y a través del nervio óptico tomaba el cerebro y derribaba su autoestima. El espíritu obsedido necesitaba los ojos para buscar o mantener contacto angustioso con su dominadora. Un poeta del primer Renacimiento se preguntaba “¿cómo esa mujer tan grande puede entrar por mis ojos, tan pequeños?” y los médicos respondían que no era ella directamente la que imperaba en el infeliz, sino su fantasma y el efecto de algunas piezas que él le quitaba con autorización o subrepticiamente.

Él atesoraba pañuelos, relicarios, mechones de pelo y otras prendas. En la magnífica y terrible leyenda artúrica, el valiente e invencible Lancelot colapsó ante un peine con los dorados risos de Ginebra, “la sombra blanca” y, mujer al fin, causante de la aniquilación del reino de Camelot.

Ellas siempre eran culpables de desgracias y los hombres víctimas inocentes o en todo caso propiciatorias, por lo menos hasta la aparición del arquetipo de Don Juan. El enamorado obsesivo era víctima de una brujería o de la posesión del fantasma destructivo de una mujer, pero Don Juan, el burlador, será la antítesis.

En otra rama de la pasión medieval, que la literatura llamó amor cortés o cortesano, a ellas son tiranas, despectivas, sádicas con los pobres caballeros que sucumbían a su embrujo. Se trataba de embelesos masculinos adúlteros y no correspondidos por mujeres casadas, y hasta un hombre tan serio como Petrarca, se hace la víctima: “Quien me tiene en prisión, ni abre ni cierra/ni me retiene ni me suelta el lazo/ y no me mata amor ni me deshierra/ ni me quiere ni quita mi embarazo”.

@CarlosRaulHer

Totalitarismo, mesías, violencia

Carlos Raúl Hernández

El totalitarismo moderno tiene tres elementos constitutivos esenciales que provienen de lo más profundo del inconsciente: llegará la hora, el día de la ira, en el que los que sufrieron vejámenes e injusticias, se vengarán por las manos de un caudillo duro pero benefactor y justiciero, el mesías que creará un mundo feliz donde los hombres serán buenos. Esa yerba viene desde las raíces de la cultura y es indestructible pese a que utopía signifique “en ningún lugar” y la tríada con el mesianismo y el hombre nuevo haya demostrado su horror. Esos tres factores componen la esencia del sistema totalitario moderno. Los judíos sufrieron siglos y siglos de opresión, colonización, secuestro por Egipto, Babilonia, Asiria, Roma, y afirmaron la esperanza de que, con un mesías, un ungido “de brazo fuerte y tenso” vendría “el día de la ira”, la reivindicación de los oprimidos, y se les devolvería su patria y su libertad (“haré comer a tus opresores su propia carne/con su propia sangre se embriagarán como si fuera vino”).
Viene a castigar el egoísmo y la maldad, a instaurar la justicia, y a crear un mundo con “ríos de leche y miel”. Luego del escarmiento, su herencia será alegría y abundancia, la Tierra Prometida, arrebatada, y la esperanza mesiánica se convirtió en el báculo moral para soportar la opresión, sostener sus vidas ante la adversidad. Nos espera la “…tierra de trigo y de cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares, de aceite y de miel, donde el pan que comas no será racionado y no careceréis de nada…”. “Bendito serás en la ciudad y el campo/ bendito será el fruto de tus entrañas, el producto de tu suelo. El fruto de tu ganado. El parto de tus vacas y la cría de tus ovejas”. De allí proliferan demagogos, déspotas que vinieron a demoler la sociedad y construir una nueva y que usará la violencia para trasformar la condición humana y crear un hombre sin egoísmos ni falsas necesidades.
Los cinco o más mesías de la historia hebrea fueron caudillos militares, mientras el arma del Mesías con mayúsculas, es la palabra, el bien y el amor a los demás, que lejos de hacer que los malvados se comieran entre sí, dejó en la comunión su propia sangre y carne. Mientras el cristianismo habla del paraíso en la vida eterna, la utopía consiste en crearlo sobre la tierra. Que los hombres serán ajenos a la escasez, e incluso a la muerte nace en el Antiguo Testamento, fundamento óseo y poderoso de la civilización occidental, de sus valores fundacionales. El milenario sueño utópico lo inicia la serpiente, a la que injustificadamente confunden con el Demonio, que incita a la pareja del año a probar el fruto prohibido “y seréis como dioses”. Ese acto de insubordinación les hizo salir del Edén, que Hegel compara con “un corral de animales”, procrear, hacerse dueños del mundo.
El costo fue muy alto porque Yahvé como castigo los convirtió en mortales, les hizo presa de la negra nada de la muerte (“maldita sea la tierra por tu causa… Con el sudor ganarás el pan… y polvo eres y al polvo regresarás”). Después los hombres cometen el segundo crimen: Caín asesina a Abel por envidia, y Yahvé decide revocar su obra, exterminar al hombre con el Diluvio, porque criatura tan vil no merecía existir, aunque la mediación de Noé salvó las especies. Decíamos que la esperanza mesiánica viene con su complemento directo, el día de la ira en el que el pueblo tomará venganza de los oprobios y humillaciones, el día de la revolución (“Día de ira, el día aquel/ día de angustia y ahogo/ de devastación y desolación/ de tinieblas y oscuridad…”. Tal vez el texto más obscuro, tormentoso, insondable, esta vez del Nuevo testamento es el Apocalipsis. Después de las borrascosas narraciones del Anticristo, la Bestia, los Jinetes, se establece el Reinado de Cristo de los mil años, el corazón de la Utopía.
Pero la Iglesia, con su poderosa mano izquierda que le hizo triunfar en tantas batallas, generalizó la versión de Dante muy lejana de la creencia utópica que refirió la felicidad y la perfección al Cielo en la otra vida y no a algún futuro sobre la tierra. Por eso hablamos del “otro mundo”. No hay duda de que la noción que predomina desde el siglo XIII es la Divina Comedia. A pesar de esa “sustitución”, al decir de Aristóteles seguido por Lacan, todos esos fantasmas son indestructibles porque tienen raíces en lo más profundo de la cultura, es decir, del alma, el Ello donde nace los mitos. Un rasgo esencial de los movimientos totalitarios es que desparraman el inconsciente y en los más recónditos entresijos del espíritu reaparecen los fantasmas que hicieron retroceder la humanidad a etapas furiosas y turbias, ligadas al caudillo mesiánico, el ejercicio de la ira justiciera colectiva y la construcción de paraísos humanos. El mesianismo moderno trata de hacer creer que los desarreglos del mundo se deben a la maldad ínsita de los poderosos, a su deseo, y no a la falibilidad humana pese a la profundidad y exactitud de frase de Holderlin: “quienes hacen el mundo infernal son los que quieren convertirlo en el paraíso”. Nos persigue la pesadilla utópica de un mundo feliz donde todos seamos iguales y felices, el socialismo o el Reich de los mil años. Fidel o Hitler debían tener el poder absoluto para acabar con el mal.

@CarlosRaulHer

El comunismo en EEUU

Carlos Raúl Hernández

EEUU es una de las pocas naciones que eludió el totalitarismo, la dictadura compleja llamada “estabularia”, y también la tradicional. Los intentos de Trump y antes de Roosevelt demostraron que su estructura política federal, requeriría no de uno sino de cincuenta golpes de Estado para doblegar otras tantas formaciones judiciales, fuerzas armadas y policiales regionales. En el plano simbólico esta sociedad es un misterio. Para Jean Baudrillard y Slavov Zizek no existe nada específicamente norteamericano sino un ente culturófago que se traga todo y digiere las cosas buenas y malas de cualquier parte. “Lo que no se consigue en NY es porque no existe”, dicen los newyorkers con razón. Por eso resulta difícil en la actualidad concebir que desde los peregrinos del Mayflower, las más variadas sectas religiosas fanáticas sembraron profundas raíces comunistas y anarquistas, y otras practicaban una incipiente economía del mercado.

De acuerdo con el apasionante libro Historia de las sociedades comunistas norteamericanas, de Charles Nordhoff, convivieron sectas, hermandades e iglesias extrañas, zoaritas, amanitas, luteranos, auroritas, bethelianos, calvinistas, católicos, vanguardia de la conquista territorial del norte del continente, seguida por los pasajeros en las diligencias de las películas de John Wayne. No fue así en Latinoamérica donde únicamente imperaron la Inquisición y la Compañía de Jesús. Desde 1620 de la colonización de Massachusets, la iglesia pietista, con el gobernador Willian Bradford a la cabeza, y un poco después los cuáqueros o amish, fomentaron una economía abierta. Eso arrancó de la miseria extrema la primera colonia británica en Norteamérica, y conflictos políticos en la metrópoli fortalecieron esa tendencia. Por ejemplo, el monarca británico Carlos II tenía un grave problema con su amigo William Penn, un poderoso aristócrata hereje, cuáquero, al que no podía tocar pero necesitaba quitarse de encima. Le hace una propuesta que no podía rechazar.

Le otorgó 120 mil Kms. de territorio en la colonia hoy Pennsilvania, capital Filadelfia, la primera república democrática del mundo en 1682. Penn elabora una constitución, Marco de gobierno, el sufragio y los derechos individuales, que cien años después inspira la Constitución de Estados Unidos que George Washington hace aprobar ahí mismo. A un extremo, la secta de la Segunda Aparición de Cristo o shakers, era encratista y prohibía las relaciones sexuales e incluso el matrimonio. En otro, los perfeccionistas, practicaban el amor libre. El ideólogo socialista europeo Robert Owen a una secta llamada los economitas, compra la próspera comunidad de Armonía dedicada a la, impresión, destilación, carpintería, fundición, y muchas otras actividades altamente productivas.

E inicia el primer experimento comunista moderno que no es en Rusia de 1917, sino en Estados Unidos durante el siglo XIX. Inicia los malos pasos y colectiviza la economía con su Constitución de Igualdad para pasar de la competencia a la solidaridad. Declara que “libraré a la Humanidad de sus tres males más monstruosos: la propiedad privada, la religión irracional y el matrimonio…”. Y en poco tiempo una comunidad exitosa modelo se convirtió en abandono, decadencia, caos. Sus miembros entran en conflictos judiciales por pago de deudas, peleas, conflictos y Owen se rinde y regresa a Europa vencido el primer proyecto socialista, quebrado al perder cuatro quintas parte de su fortuna en el experimento. El hombre nuevo resultó estafador. En apenas dos años, el socialismo convirtió aquel emporio en un antro de pleitos y escasez.

Otro de los grandes socialistas europeos es el francés Etienne Cabet, ya famoso por sus obras Viaje… a Icaria y El verdadero cristianismo… en las que reivindica los modelos utópicos de Thomas Moro y Campanella. Compromete a que acepten su condición de dictador por una década a mil quinientos peregrinos que embarca desde Francia a EEUU en 1848 y establece Icaria en Navoo-Illinois, también una próspera comunidad entonces más grande y rica que Chicago. “Nuestro programa es el comunismo racional democrático: aumento de la producción, reparto equitativo, supresión de la miseria…”. Cabet elimina el derecho al voto de todos e incluso el de voz las mujeres, con una sentencia apabullante… “el pueblo debe estar protegido de la tentación de buscar la verdad por el contraste de opiniones”.

Se repite la historia. Al poco tiempo Icaria está en el caos y la pobreza y las arbitrariedades del dictador. Las familias vivían en casas iguales, con cuartos iguales, el mismo mobiliario y los padres delegaban la educación de sus hijos en la comunidad. Esta entra en conflicto, se divide y gran parte de los integrantes huyen para fundar una nueva colonia. El hombre nuevo que se proponía alumbrar, termina en reyertas, pleitos judiciales, infidelidades, traiciones y estafas. Todas las versiones del colectivismo conducen a lo mismo, hasta el deslave de 1989: pobreza, dictadura, sufrimiento. La sociedad norteamericana, conforme a la idea de Zizek y Baudrillard, logró tragarlo y asimilarlo, como seguramente hará con cualquier otro peligro.

@CarlosRaulHer

La soledad del corredor de fondo

Carlos Raúl Hernández

Nunca avancé mucho en ese libro de Alan Sillitoe, (la película tampoco me sedujo) tenido por importante en la narrativa británica de los 50 y 60 pero hay memorables monólogos interiores del protagonista que describen el profundo trance de los long distance runners. Los primeros veinte minutos de carrera son el infierno, asfixia, sed, piernas de plomo, dolores de pantorrilla, espalda, hasta que el organismo responde con emisión de endorfinas (morfina interior) que apaga los padecimientos y te hace sentir Superman por media hora, en la que el ciclo se repite. Hay una “narcodependencia” de los corredores, que aturden a los demás contando sus carreras, que ocurre porque les queda grabada la sensación producto de las hormonas felices segregadas. La mayoría de los fondistas compiten consigo mismos, tratan de mejorar sus marcas o simplemente llegar a la meta, el “pelotón”, veinte o treinta mil en NY, por ejemplo, demoran cuatro horas en recorrer los 42, 195 km y muchos cruzan la meta caminando penosamente, o a gatas.
El ganador, -el récord lo tiene Eliud Kipchoge de Kenia, desde 2019, con 2:1.59-, compite con cuatro o cinco que tienen chance. Cuando el pelotón iba por la mitad del recorrido, ya Eliud y sus pares habían llegado a la meta con mínimas diferencias. Los demás venían trabajosamente. Un solitario corredor de fondo oye los latidos de su corazón en medio de una suerte de iluminación taoísta, cuando la relajación de su espíritu lo separa de distractores y lo concentra en sí mismo. La bioquímica convierte la carrera una eternidad fugaz, un estado de introspección, ego trip, meditación, en la que se debilita el nexo con lo externo, por el buceo en intensas sensaciones, y el viaje interior devela a su mente claves, entornos latentes y decisiones necesarias. Relajado, Arquímedes en la bañera grita “eureka”, Newton echado al pie de un manzano entiende la gravedad, Heisenberg recibe el fogonazo del principio de incertidumbre mientras espera el tranvía. Con la mente hacia dentro se aclara lo que parecía irresoluble.
Después es necesario examinar con personas de juicio las debilidades y fortalezas de la intuición. Y una vez tomado el camino, no temer al debate ni a los rechazos, y tomarlos más bien como útiles evidencias que confirman o debilitan la tesis que sostenemos. No despreciar ni siquiera las invectivas porque quien te niega radicalmente, te da una perspectiva a la que no puedes acceder por ti mismo. Examinar los resultados del proceso polémico, y si soportan, hay que ir a fondo, siempre atento a los datos de la realidad para rectificar y prevenir una eventual catástrofe. Saber que las opiniones pesan y valen, pero no pesan ni valen lo mismo porque la mayoría de ellas son doxa sin conocimiento, nociones elementales, prejuicios o emociones. Quien conduce un carro sabe dónde va, pero viaja atento a la carretera, las señales de tránsito, los demás conductores y los ruidos del motor.
El valor de la opinión pública no es conceptual sino sintomático, aunque sea mayoritario, porque la mayoría es caja de resonancia de ideas poderosas, pero con frecuencia simples o equivocadas. Hay que llevarles un pulso amable pero tenso, explicar a cabalidad con los mejores argumentos, y aun así es un esfuerzo titánico ganarla. Hay que atender a las semi ilustradas, que pueden hacerse mayoritarias. A sus portadores Hayek los denomina “difusores de ideas de segunda mano”, minorías ruidosas que toman saber por un barniz informativo apariencias, antipatías, retazos culturales e ideologías, aunque tener cierta información no se parece a un intelecto forjado. Lo que define el liderazgo es la capacidad de tomar el camino correcto, convencer y mantenerlo pese a la tentación de ser espejo servil de la opinión pública o de ceder a la algarabía, la encuestomanía. El corredor de fondo debe desafiarla lo equivocado, cuando puede torcer el destino. Se debió enfrentar el radicalismo con más fuerza.
Nada tan patético como un aspirante a líder que sacrifica su deber por el miedo a perder las nalgas. Kautsky y Berstein se deslindan del marxismo revolucionario, lo que costó al primero recibir la andanada odiante- Lenin lo consagró como “el renegado Kautsky-”, pero creó la socialdemocracia que dominó en Europa. Lenin desgarra el espíritu de unidad nacional con las tesis de abril, y rompe meses después la historia. Betancourt en 1941 funda un partido reformista en un entorno de oposición revolucionaria, se convirtió en el muñeco de bruja de la izquierda, pero la derrotó, y construye la Venezuela moderna. Felipe González, electo por la convención del PSOE secretario general, exigió dramáticamente que se eliminara la definición marxista del partido y ante la resistencia de los delegados, se retiró del evento y renunció al cargo.
La convención quitó el fardo, fue a buscarlo y lo aclamó. Gobernador con fama de faldero de un pequeño estado norteamericano, Clinton se atrevió a lanzarse ante el pánico de los barones de su partido que daban triunfador a Bush padre. Lula enfrentó persecución y cárcel no tan injustificadas, y hoy los factores de poder lo liberan para que gane las elecciones en Brasil. Chávez con 3% en las encuestas, se lanzó a la presidencia en 1998 y le partió el espinazo al sistema. No evalúo aquí sí fueron malas o buenas sus herencias. Solo que la alquimia entre voluntad, valor moral y físico y sentido de la realidad del que hablaba Berlín, los hizo corredores de fondo. Otros corren al basurero de la historia.

@CarlosRaulHer

Pequeños errores

Carlos Raúl Hernández

En la ciencia ficción de Marx, las revoluciones corresponden a la “ley histórica”, estadio final de las naciones avanzadas antes del comunismo y la felicidad. La historia humana según él, es una secuencia en orden, comunidad primitiva, esclavismo, feudalismo, capitalismo, comunismo. El detalle es que África, Asia, ni América vivieron esas etapas, y ni siquiera toda Europa. “La rueda de la historia” la mueven fuerzas motrices desatadas, incontrolables, que hacen de los hombres briznas de paja en el huracán. La revolución sería un resultado inevitable de condiciones materiales objetivas (la industrialización convierte al proletariado y sus familias en mayoría social, la “depauperación absoluta y relativa”, pobreza, explotación, tiranía, injusticia, desencadenan la lucha de clases, indetenible según su ciencia de la historia.
Durante los 35 años que vivió en Londres, mantenido por Engels, descubrió con amargura una clase obrera con alto standard de vida, la “aristocracia obrera” que no era revolucionaria. Los crímenes de la Comuna de París de 1870 que tanto lo entusiasmaron, tenía menos que ver con obreros que con manadas de terroristas y lumpen que trataron incendiar el Louvre y la Notre Dame (la habían embadurnado de petróleo para darle candela a ese “símbolo de la opresión”) y se salvó porque los ciudadanos de París protagonizaron batallas en defensa de ambos. Al final no hubo revolución comunista en Europa sino en países que carecían de las condiciones supuestas por Marx, ni proletariado mayoritario, ni gran industria. Las revoluciones venían a castigar la crueldad del “capitalismo, pero la “etapa superior de la historia” fue una pesadilla desde 1793, hasta el socialismo XXI.
Pone el asunto en orden analítico la estasiología que estudia los partidos políticos y su relación con revueltas, jackeries, turbas, golpes de Estado, guerras civiles. Diferencia enfáticamente los desórdenes de las revoluciones propiamente dichas, que quebrantan la propiedad, la familia, las relaciones de poder y el derecho a la vida, con el fin de crear la nueva sociedad. Esta perspectiva permite varias conclusiones. Por ejemplo, que la relación de las revoluciones con la pobreza se limita a dos aspectos: la demagogia de los pretendientes a dictadores y el futuro que espera a los países que sucumben. No estallan en la miseria, sino por el contrario, en sociedades de riqueza creciente, pues seres postrados de hambre se concentran en buscar proteínas para sus hijos. Es por eso que asedios económicos no promueven cambios sino los dificultan.
Los gobiernos cercados actúan con síndrome de Stalingrado, la desesperación del cul de sac, lo que analizan autores paradigmáticos del tema, Crane Brinton, Gordon Tullock, Samuel Huntington, Chalmers Johnson. Ellos desmontan los mitos de la pobretología política, el “mientras peor mejor” de Marx. Por ejemplo, Rusia pre revolucionaria vivía una incipiente modernización y rápido proceso industrial por impacto de la producción petrolera de Bakú. El comité central de los bolcheviques no tenía que ver con proletarios reales y era de caballeros ideólogos, que vivían de remesas de sus familias, amigos (a Lenin lo mantuvo 30 años su mamá) y tenían simbólicamente un solo obrero, Tomsky. Esos fueron los jefes de la pequeña minoría que asaltó el poder, dirigidos por Trotsky (quien si trabajaba y era rico) sin un tiro ante adversarios inútiles.
Francia en 1789 era próspera por años de crecimiento, pero tuvo el invierno más rudo del siglo, perdió el trigo, y el gobierno ese año padecía un alto déficit fiscal por haber financiado la independencia norteamericana. El régimen cae en 1793 por las torpezas de los defensores conjugada con el talento político de los revolucionarios. Perdura la mentira de la “miseria” del pueblo francés a través de la imagen romántica y falsa de Jean Valjean de Víctor Hugo, preso y perseguido toda su vida por “por robar un pan”. Cuba en 1958 era un edén turístico y de negocios con altos niveles de vida, pero los ideólogos impusieron el ícono lastimero del “guajirito”, mientras los negros, y todo el mundo, ascendían meteóricamente con el boom de música afrocubana y la industria turística. Es común que se confundan acciones de calle impulsadas por activistas, con “el pueblo”.
Según Tullock en la modernización surgen resentimientos por lo que llama “privación relativa”, gaps de ingresos entre sectores medios. Profesionales de punta y empresarios ganan más que otros menos calificados, y líderes e intelectuales convencen a parte sustancial de las élites y clases medias de que la situación es desastrosa, para resquebrajar así el bloque de poder que mantiene el orden. Ocurrió en Venezuela cuando la democracia corregía sus errores en un período de renacimiento, con descentralización, reforma municipal, reforma del Estado, desempleo mínimo y crecimiento económico más alto del mundo, 10%, igual que China. Lo que si parece una ley histórica es la memez de quienes impulsaron sanciones económicas contra Venezuela para producir un levantamiento popular y un golpe de Estado. Pagaron los pobres y las clases medias.
@CarlosRaulHer

Maravillas turísticas de México

Carlos Raúl Hernández

Varios puntos borrosos sobre la reunión gobierno-oposiciones en México, que cuando se publique esto podría ya haberse realizado. A la fecha que escribo no sé sí participará la oposición parlamentaria o solo los abstencionistas. No son previsibles frutos inmediatos de ese evento, en apariencia extemporáneo luego de que el gobierno ya hiciera concesiones de envergadura: nuevo Consejo Nacional Electoral (CNE), salida de los “protectores”, liberación de presos, cotillón de partidos, tarjetas electorales, rehabilitaciones como cotufas, y decidió convivir con Fedecámaras. A cambio, el radicalismo va al encuentro “en la inopia”, al perder la mayoría parlamentaria y la opinión pública, jugando ruletas que se prolongan porque valen dólares. Después de la cadena de palizas recibidas, plantean juegos infantiles: “que Maduro se vaya”, repetir las parlamentarias y posponer las próximas regionales de noviembre. Había que negociar con la sartén por el mango, en 2016 ó 2019.
Tiene poca concentración de oxígeno el encuentro, por debajo de 85. El gobierno demostró, como muchos otros, que puede vivir con sanciones, y reta: de no levantarlas, no hay nada que discutir, mientras Ortega le hace mofa a Estados Unidos. Celebrarán en México el no cumpleaños, como la reina del País de las Maravillas, el no acuerdo. Van sin querer queriendo a no negociar nada, además para el gobierno tiene poco sentido hacerlo antes de que sus adversarios se cuenten este noviembre, se sepa cuántos son, cuál es su fuerza y, muy importante, quiénes no participaron. Un poquito de por favor, una neurona insurrecta, un mínimo sentido de la realidad, impondría a los cabecillas del todo o nada alargarse los pantalones, aterrizar en que la elección presidencial será sine qua non en 2024 gracias a la abstención.
Podría ser una fecha crucial, -o no- porque depende de reconocer errores y concebir un amplio propósito de rectificación, como refieren que expresó el padre Luis Ugalde con decencia intelectual. Esto obligaría a actuar seriamente, olvidar revocatorios, constituyentes, repeticiones, suspensiones, niños muertos y alfombras voladoras. Un despropósito de consecuencias fue juntar elecciones estatales y municipales, las “megaelecciones”, otra rueda de camión de las que nos tragamos con frecuencia cuando creemos comulgar, tan patógena y equivocada como la abstención y de efectos parecidos. El PSUV tiene 200 troneras en alcaldías que fracasaron y que la oposición podría ganar, pero la mega será el portaviones perfecto. Hay otros dislates.
Los antes abstencionistas que se devolvieron, no han logrado hasta ahora cohesionarse entre ellos y menos con la oposición parlamentaria. No les interesa ganar, volver a 2015, sino hacer perder a Laidy Gómez en Táchira, Henri Falcón en Lara, David Uzcátegui en Miranda y ayudarán a que el gobierno gane gobernaciones que tendría perdidas. Muy grave el ventajismo del sistema electoral, que violenta monotonía y no perversidad: tantos votos tantos escaños, norma técnica esencial de acuerdo a correlaciones aritméticas constantes. Los sistemas electorales democráticos se fundan en dos valores contradictorios. La nominalidad anglosajona, cuyo principio es que el elector mantenga una relación lo más cercana posible con el representante, por lo que se elige en distritos pequeños. Gana la mayoría y la minoría queda sin representante en ese circuito.

El sistema proporcional de varios países europeos, cada porción del electorado conquiste un número de escaños equivalente a la fuerza que representa, nadie se queda sin representación y no se basa en la cercanía entre elector y representante. Son dos valores contradictorios, pero en el curso de dos siglos surgió en Alemania la representación proporcional personalizada, el llamado método mixto alemán, que se asumió exitosamente en Venezuela en 1989. Concilia los dos principios a través en una fórmula standard y las anomalías empíricas del sistema que pueden alterar la proporcionalidad, se corrigen con los diputados adicionales por cociente nacional.

Pero a gobierno y oposición les dio por inventar –o aceptar- fórmulas ventajistas, privilegiando mayorías circunstanciales con ornitorrincos, morochas, lista nacional y demás criaturas aberrantes. El gobierno lo disfrutó mientras ganó, la oposición en 2015, el gobierno de nuevo en 2020, y sorprende que este año no se abriera un debate para corregir semejante engendro que lesionará los resultados de noviembre como ocurrió en las parlamentarias pasadas, a las que la oposición acudió en listas separadas porque alguien los convenció de que el sistema electoral favorecía ese esquema. Una proyección estática indica que los votos obtenidos por la oposición el 6D, extrapolados, no le darían ni una alcaldía ni menos una gobernación. Creo que no se cumplirá en noviembre próximo pero los dirigentes estaban compelidos a reaccionar frente a la amenaza. No había ni hay disposición para corregir el entuerto que desnaturaliza la distribución de cargos y favorecer espuriamente a la mayoría. Y eso se pagará.

@CarlosRaulHer

El triunfo de las mujeres

Carlos Raúl Hernández

Yulimar es…

​… grandiosa y expresa un cambio social que llega hasta Merkel, mujeres que han demostrado con trabajo, voluntad y capacidad, que el mundo les pertenece. Asistimos al “fin de la historia” de ellas, su triunfo, el triunfo de la razón. Inundaron el mercado de trabajo, las posiciones de dirección política, intelectual y empresarial, dominan varias áreas de la actividad social y la curva es ascendente. La reivindicación femenina ha sido corriente esencial para el desarrollo de la democracia, como el sindicalismo, el periodismo, los partidos políticos, el pluralismo, el antirracismo, las luchas de los homosexuales y el parlamentarismo. Hombro a hombro con reformistas socialdemócratas, socialistas y demócrata cristianos, doblegaron la reacción conservadora escandalizada por los cambios, y a la ultraizquierda, que históricamente desfigura las luchas para ponerlas al servicio de su “revolución”.
El feminismo democrático nace con una gran filósofa política británica, Mary Wollstonecraft, quien produjo su primera obra teórica, Vindicación de los derechos de la mujer (1792), un terremoto que se burla del tótem, Rousseau, amante brutal y vividor, quien excluía las mujeres de la vida pública (p.127). Lo ridiculiza al equiparar el “derecho divino de los reyes y el derecho divino de los maridos”. La genialidad la hereda su hija Mary, mujer del gran poeta romántico Shelley, quien a los 18 años escribió nada menos que Frankenstein, en competencia con amigos durante el veraneo en un castillo ginebrino. Wollstonecraft plantea que las facultades humanas se desarrollan sin distinción de clase, raza o sexo cuando hay libertad e igualdad.
“Débil”, “oscuro objeto de deseo” (frase inmortalizada por Buñuel), fueron estereotipos mientras vivió sometida a oficios domésticos, el “confinamiento en jaulas” en las que “aprendían un ideal femenino” falso. “Un constructo social”, frente al que Wollstonecraft vindica otro en el que “no exista coerción” para que “los sexos ocupen su lugar adecuado… ellas puedan ser médicos igual que enfermeras… y participar directamente en debates del gobierno” (p.252) Uno de los soportes intelectuales de la democracia, John Stuart Mill, en Ensayo sobre la igualdad sexual (1869) afirma que a las mujeres las inferiorizan las instituciones, pero cuando la represión cesa, despliegan el mismo potencial que los hombres. Presentó en el Parlamento un proyecto de ley para el voto femenino que rechazaron. La segunda ola histórica feminista viene con el sufragismo entre los siglos XIX y XX, de Hubertine Auclert, Emmeline Pankhurst, sus hijas Cristabel y Sylvia; Milicent Fawcet, sus seguidoras en Gran Bretaña y muchos otros países.
Encarceladas se declaraban en huelga de hambre y el gobierno las hacía comer a la fuerza, pero ganaron. Finalmente, Nueva Zelanda les otorgó el voto (1893), Australia (1902), Finlandia (1906), y en 1996 cedió el último rincón oscurantista, el cantón suizo de Vaud. La tercera ola arranca en los años 60 con la revolución sexual de la píldora anticonceptiva, la minifalda de Mary Quant, el triunfo del rock, cuando a Elvis y Jagger les lanzaban pantaletas. El mayo francés fusiló la virginidad como virtud femenina: “mientras más hago la revolución, más ganas me dan de hacer el amor… mientras más hago el amor, más ganas me dan de hacer la revolución”. Las universidades se llenan de ellas, igual que los puestos de comando en las empresas y el Estado. En los 2000 Latinoamérica tuvo cuatro mujeres al mando: Bachelet, Chinchilla, Rousseff y Kirchner, pero retoña la enfermedad totalitaria, antisistema y antihumanista de la ultraizquierda. Esta desprecia los cambios “dentro del sistema” y se propone una revolución. El ascenso femenino, su salto a la igualdad real, es reformismo burgués y a cambio propugnan el odio y el disparate. Otro mito socorrido, la diferencia salarial por sexo, la echó por tierra Google en un estudio global que comenzó por sus propios empleados y se extendió a mil empresas.
Wollstonecraft demuestra que sociedades anteriores crearon el arquetipo de la inferioridad femenina, pero la ultra pretende el disparate de que “el constructo” es el sexo mismo, que no es más que género, una abstracción creada. No importa que los humanos desde la infancia sientan atracción instintiva. Si se educa y viste niños como niñas y viceversa, “cambiaría su constructo sexual”, pero las experiencias terminaron en tragedia. Por eso combatir la homofobia y defender el derecho a que cada quien viva su sexualidad libremente, cualquiera sea, es un paño caliente reformista. La ultra declara guerra “al patriarcado” en sociedades que dejaron de tenerlo gracias a las tres oleadas feministas y al movimiento de la dignidad gay. Una conferencista española ultrosa pidió a los varones que oyeran el foro tres horas de pie para demostrar “vergüenza y empatía” con las mujeres. Declaró que cuando un hombre y una mujer se acuestan juntos, se repite la humillación histórica del patriarcado, el machismo y el capitalismo. Una joven le respondió: “señora… puedo vivir con eso”. Parece que hay cosas peores.
@CarlosRaulHer

Atrapados sin salida

Carlos Raúl Hernández

En torno a la inutilidad de las movilizaciones de masas, Francis Fukuyama escribió hace más de una década que solo creaban identidad y simpatía entre los asistentes, o sea, nada. Luego trató ese tópico Carlos Alberto Montaner. Balanceaban las protestas contra Chávez que, según se dice, entraron al libro Guinnes. La oposición venezolana de entonces abusó de la lucha de calle en esfuerzos ilusorios, la “quemó” y demostró al mundo, y en especial a los autócratas, que lo mejor era darle suficiente cuerda a la calle para que se ahorcara sola.

Así hicieron en adelante y por eso preocupa que el desastroso cabecilla de la debacle vuelva con la manía, una perturbación emocional que muchos sospechan.

Con la comedia de 2019, Operación libertad, surge un nuevo aprendizaje: “el apoyo de casi 60 países” (nunca se supo el número, por alguna razón arcana o cabalística) tampoco sirve con una oposición interna inútil. La “enseñanza” le vino al dedillo a Daniel Ortega, dictador genético, para hacer lo que da la gana en las barbas de EEUU. Son dos aportes de nuestros radicales al mundo, y hay un tercero: si eres lo suficientemente cabeza de ñema, puedes perder elecciones, aunque tu intención de voto favorable sea de 8 a 2. Basta tener talentos políticos que persuadan a la mayoría de no ser “fundamentalistas del voto”, que vas a una “chapuza” y que vendrán una invasión extranjera” o una “intervención militar democrática”.

De paso liquidaron el mágico instrumento, el “misterio moderno” que asombró a Marx: votar. Después se cambian y aparecen gorditos, bañaditos, grandilocuentes, tan enfáticos y frívolos ahora como eran en la anterior, no posición sino postura.

El sanedrín opositor prefirió el triunfo del PSUV antes que llevar un mestizo la Presidencia en 2018. Hoy el gobierno fortalecido por sus enemigos, pone en práctica las experiencias y arresta sin parpadear a unos activistas radicales ante los ojos de “los casi 60” y especialmente de Noruega, de visita por aquí. Las revoluciones de colores y la primavera árabe terminaron de demostrar que el valor de calle-calle-calle es un logaritmo si no forma parte de un dispositivo electoral o, por cierto, militar. Cada quien llama pueblo a sus mesnadas y las santifica, como si éste no hubiera sido históricamente autor de tantas cochinaditas, saqueos, linchamientos, asesinatos. Los derechosos y la mayoría silenciosa, piensan que masas en las calles solo son riesgos y molestias.


Una parte de la doxa (opiniones inexpertas e ideológicas) se siente atrapada en una discordia que les rompe las galletas, por la idea a priori de que lo que hagan las “masas” es bendito, sin examinar los casos. Hay movimientos de calle de fines contrarios a las necesidades de las mayorías y que obedecen a objetivos políticos no democráticos, como los de Hitler, Mussolini, Perón, Vargas, Bolsonaro. Para los izquierdosos toda movilización es buena “porque la hace el pueblo” y particularmente si es contra “el capitalismo” como las protestas de clases medias ricas que pretendieron abatir la imagen exitosa de Chile -como buscaron con Parasit y Surcorea-, un misterioso país “neoliberal”, extrañamente dirigido durante 30 años por socialistas y socialcristianos y cuyo nivel de vida es comparable a España.


A lo Savonarola, hacían piras luego de saquear tiendas de alta tecnología, quemar automercados, farmacias, el Metro, correr desnudos por las calles “contra la dictadura sexual”, e introducirse objetos. Con el estímulo y el apoyo izquierdoso global pedían agónicamente “¡No más Iva a los libros¡”. Este reflejo se invierte cuando la protesta es contra un gobierno progre y aparece la garra del imperialismo, como las manifestaciones “reaccionarias” en Cuba, aunque a diferencia de los tumultos de personas pudientes chilenas, sean producto de la desesperación, seis décadas con vidas miserables, infrahumanas, sin alimentos y menos esos plásticos vibrátiles. A gente identificable históricamente en la ultra, el fidelismo, como Silvio Rodríguez, se le presentó una crisis de conciencia con el riot y no estuvieron de lado de la represión revolucionaria, un comportamiento honesto y digno de elogio.

Como nota de color, un descabezado opositor venezolano mayamero escribió, con aspiraciones de ironía, que muy pronto recomendarían a los cubanos la vía electoral. Elecciones en Cuba serían un milagro como la estatua de la virgen que lloró sangre. Seguramente él recomendaría a los cubanos que se abstuvieran en espera de la invasión o del “quiebre”. Otros ven la inminente caída de Diáz-Canel por el pueblo en la calle. Ni las manifestaciones hacen eso ni las sanciones afectan a la nomenklatura, sino a esas turbas desesperadas. Un liderazgo latinoamericano decente, promovería un movimiento para atender la crisis alimentaria y promover el diálogo, en remembranza del Grupo de Contadora. Es devastador que los cubanos estén acorralados doblemente. Por la represión y porque no hay alternativa política. Mientras, los héroes en Goya, Brickell y Andrés Carne de res, llaman “a la calle” en Venezuela para seguir contribuyendo a cubanizar al país.

@CarlosRaulHer

El genio y el patán

Carlos Raúl Hernández

Nos acostumbraron a imaginar los grandes autores del pensamiento y la literatura como si en vida hubieran sido lo que son hoy, espíritus puros, fantasmas benevolentes (o terribles), ilustraciones sin carne ni sangre. Enseñamos de ellos pensamientos secos, descontextualizados, sin conexión con la vida real, y tienen tanta que palpitan en nuestros días y por eso son clásicos. Goethe escribió, refiriéndose a Sófocles, que dramas y pasiones humanos son siempre los mismos: amor, odio, violencia, celos, nostalgia, traición, envidia, y todo autor es hijo de sus sacudidas. Hoy mismo los siquiatras denominan “síndrome de Odiseo” casos de melancolía profunda. Durante el sitio a Troya, el héroe pasaba días enteros en la playa con la mirada en dirección a su querida y remota Itaca, mientras allá Penélope tejía y destejía.

En el siglo IV a. C no existía el término populismo, que surge en los finales de la Rusia zarista, pero Platón, Aristóteles, Aristófanes y otros crearon “demagogo”, que significa adulante del populacho. En fechas recientes hay un enredo con la noción de populismo por falta de rigor al elaborarla y su uso para cualquier cosa, hasta vaciarla de contenido. Conocemos las imágenes de Evita, rodeada de cientos de miles de trabajadores ante la Casa Rosada, decretando asuetos por el Día de San Perón y aumentos de salarios gigantes que lanzaron Argentina a la miseria. Al populista tipo, en cualquier país del mundo, no le preocupan los efectos de su irresponsabilidad, sino pulsar las cuerdas más primitivas de la ciudadanía enfebrecida para arrancar ovaciones. Su discurso trasuda xenofobia, patrioterismo, resentimiento social, odio a blancos, negros o latinos, la Iglesia cómplice, las clases medias, los explotadores.


Sorprende la actualidad de Platón en La República sobre el personaje: “su única enseñanza es devolver a las masas las opiniones de la masa misma, que se manifiestan cuando se reúne colectivamente… Los demagogos actúan exactamente como quienes crían una bestia vigorosa, y aprenden sus instintos y deseos para poder acercársele y acariciarla. Aprenden los secretos de su ferocidad y astucia, los sonidos que emite en diversas circunstancias, y aún más, los ruidos necesarios para calmarla o alterarla. Sabido esto por experiencia y una larga costumbre, lo convierten en técnica sistemática, en materia de enseñanza, e ignoran todo lo de bello y de feo, de bueno y malo, de justo e injusto que pueda haber. Así para el demagogo, el bien es lo que agrada a la bestia, y el mal lo que la molesta […]”.


En la cultura griega el epítome del demagogo es Cleón que nos recuerda a varios patanes contemporáneos y, solo por su estilo de relación comunicacional, entre otros a Trump, Pinochet, Velasco y Fidel Castro. Aristóteles lo presenta “él, primero, explota en alaridos e insultos desde la tribuna, y se dirige al pueblo (demos) vistiendo un delantal, mientras que todos los demás oradores se comportaban respetuosamente”. Hemos visto muchos como él, cuyo atuendo es deliberado para evidenciar su menosprecio por la dignidad de las instituciones. Platón y Aristóteles eran desafectos al régimen político de su tiempo y aquél cuestiona lo que hoy llamamos la antipolítica, con argumentos que reaparecen en el siglo XX en Walter Lippman y Joseph Schumpeter. La antipolítica no considera la política como un saber específico sino un oficio residual, refugio de los que no dominan otros más complejos y útiles, y por eso “el líder somos todos”. Cualquier persona educada puede gobernar mejor que los políticos.


Pero Platón dice que “un niño de quince años puede ser un gran matemático, pero no un buen político” (porque) la política es un “saber práctico” producto de la experiencia, como la medicina y otras. En otro diálogo contra el facilismo de los demagogos interroga sobre a quién preferiría un grupo de niños: al médico que le causa dolor para curarlos o al pastelero que les da golosinas. Solo durante el siglo XX a medias –no olvidemos precisamente a la antipolítica- se ha conceptualizado la relación demos-polis-politeia, y el líder en esa ecuación. Líder no es cualquier político, sino el estratego, el que ve más que los demás, prevé las consecuencias y corre riesgos para corregir la marcha. Paradójicamente esa relación aparece clara en el siglo VIII a.C en La Ilíada, muy anterior a Platón y Aristóteles.

El máximo jefe de los ejércitos griegos es Agamenón pero Odiseo, apodado “el de los múltiples senderos” era quién señalaba cuál seguir, como el ardid del Caballo de madera que decidió la guerra. Agamenón comete la torpeza de decir en la asamblea que pronto regresarían a casa y los guerreros se abalanzan a los barcos. Odiseo se dirige a cada uno de los jefes “con palabras amables” pero enérgicas para convencerlos, tranquilizarlos y exponer el plan. Luego habló a la asamblea en un tono duro increpando al tumulto. Odiseo ahí el antidemagogo, el líder que siempre desafía la estupidez colectiva y hace prevalecer la razón, el interés general de todos cuando no lo ven. No le interesan los aplausos inmediatos sino ganar. Cleón se hunde, Odiseo triunfa.

@CarlosRaulHer

Como les dé la gana

Carlos Raúl Hernández

¿Las mujeres pueden vestirse con preciosismo, perfumarse, pintarse, o esos son hábitos de la dominación heteropatriarcal? Suena descabellado en la posmodernidad, el reino de las estéticas paralelas, en las que cada quien es libre de vestirse y desvestirse conforme le salga del timo, pero lo planteó James Cameron al embestir a La mujer maravilla de Patty Jenkins, encarnada por la mega-ultra diva, Gal Gadot. Y decreta que es “un paso atrás” con respecto a Sarah Connors, madre de John el héroe de la saga Terminator. Dice que “Sarah no fue un ícono de belleza. Era fuerte, angustiada, una madre terrible… y se ganó el respeto por tener agallas… toda esta felicitación de Hollywood con la Mujer maravilla –decreta- es equivocada. Ella es un objeto sexual”. Gadot, en la vida real es instructora de combate del ejército de su país, Sarah Connors “de ha de veras”.
El planteamiento está claro: no ser terrible ni estar angustiado y ser bello, está mal visto (“a poco Ud. abusa de ser tan bonita cuando yo soy tan feo” dijo Cantinflas), pero otros acusaron a Terminator de “violencia fascista”. Nadie es perfecto ¿Las mujeres deberían andar como Sarah, como Gal, o como les dé gana? Cameron debe saber que sus actrices se calzan en la mañana un jean roto y por la noche un diseño de Yves Saint Laurent o No. Ghesquiere, y el ataque se debe más bien a que Wonder woman ese año desplazó a Titanic y Terminator del top histórico de taquilla. Spielberg hizo exactamente lo mismo en su momento contra Cameron, cuando Titanic se comió al Tiburón. ¿Tiene algo de malo ser objeto de deseo en una sociedad polimorfamente sexualizada desde Michellangelo, después que luchó más de mil años de medioevo para volver a ser como los romanos y los griegos?
Las ideologías revolucionarias, desde comienzos del siglo XX hasta los hippies y el transhumanismo, el superhumanismo y el “género”, rechazan la libertad de la sociedad democrática y aspiran imponer “una nueva civilización” totalitaria surgida de un grupo de pacientes clínicos no extranjeros, como piensa Macrón, sino muy consumidores de Camenbert y Reblochon. Demoniza la belleza y las “mujeres objeto” del molde kapitalista, enajenadas de su esencia y convertidas en cosas, instrumentos de dominación por diabólicas marcas Chanel, Revlon, Ange ou Demon, La vie est belle, Lanvin, Cartier, Crytal Noir, Armani. Durante los noventa, un filósofo polaco francés, Gilles Lipovetsky, escribió El imperio de lo efímero para bienvalorar todas esas pequeñas y efímeras satisfacciones, que endulzan la pequeña y efímera vida humana.
El sexo-amor es una de las pulsiones instintivas más poderosas y la literatura y el arte son sus archivos. Pero Judit Butler define las relaciones hetero “la última forma de opresión” y se deduce que todas las que el marxismo encasquetaba a la democracia, terminaron (dicho por una revolucionaria, el propio éxito kapitalista). Y ante el documento de 150 intelectuales contra los desvaríos de Me too, develó su verdadero crimen: “es un documento liberal, no de izquierda”. He ahí la clave del metooísmo. El epítome de esa cruel tiranía del Eros es la humillante penetración en la que se conjugan el patriarcalismo, el kapitalismo, la dominación, para deshumanizar a la mujer, pero Butler reconoce decepcionada que las humanas masivamente la desean y no parecen dispuestas a cambiar. El enamoramiento es una alienación, los participantes pierden la racionalidad y entran en una fase de cretinismo biunívoco.
Y tiene razón: ¿qué es esa cochinada de pasarse tragos de vino y caramelos de boca a boca sino acciones propias de chimpancés? ¿Cómo se le ocurre a alguien la falta de seriedad de agarrar discretamente las nalgas de otro con cruce de risitas? ¿Un revolucionario cabal y circunspecto lo haría? ¿Se imagina Ud. a Stalin y Beria en eso? (aunque Mao debía ser el santo patrón posmoderno, por su hobby de dormir con niños de ambos sexos desnudos) Lo “políticamente correcto” hace el ridículo, como en la Alemania del siglo XVII cuando la gente “distinguida” traducía su nombre al latín. También farsesco, hipócrita, tartufo. En los noventa, cuando despuntaba la corrección, fue un éxito aquella película Acoso sexual en la que Michael Douglas, con una respetable barriguita de señor, es objeto de la inexplicable concupiscencia de su jefa y ex novia la sideral Demi Moore.
Rechazó muy digno el asedio de actos repulsivos, invitaciones a tomar bordeaux en su cómoda oficina ya idos los empleados o detestables y abusivos cruces de pierna frente a él. Quería triunfar por sus méritos y no por palanca. En estos años los organismos multilaterales inician la apoteosis cursilógena y de erosión del lenguaje que podría llevarnos a cancelar o cambiar los títulos a obras que se llamarían en adelante así: Blancanieves y las siete personas con discapacidad de estatura. También Individuo con discapacidad distorsionante cervical de Nuestra señora de París. En vez de Cantar de ciegos, Cantar de personas con discapacidad visual absoluta. Y La cantante afectada de alopecia. Nos obligarán por ley a hablar todes como cretinos. Esperemos.
@CarlosRaulHer