Aquí se enseña a explotar la tierra, no al hombre
El título de este artículo aparecía inscrito en la entrada del edificio central de la Facultad de Agronomía de la UCV, cuando acudimos allí a formalizar nuestra inscripción en la sección de Control de Estudios, que se ubicaba en la misma construcción. Esta frase originalmente formaba parte de un mural elaborado por Diego Rivera, el cual se encontraba ubicado a la entrada de la Escuela Nacional de Agricultura (ENA) de México, que forma actualmente parte de la Universidad de Chapingo.
La frase citada, no tiene sentido en los mentideros profesionales en que me desenvuelvo. En las bases fundacionales de la economía hay un consenso según el cual, todos los factores que intervienen en el proceso de producción aportan valor y en contraprestación reciben una remuneración. La tierra contribuye a la generación de riqueza y por ello recibe una renta. El trabajador contribuye y en consecuencia recibe un salario. Por último, el empresario aporta valor y recibe un beneficio. La economía desde sus inicios se deslindó de este concepto de explotación, el cual es de origen marxista.
Para Marx, el único factor que crea valor es el trabajo. En consecuencia, el beneficio que obtiene el empresario equivale a una fracción del valor, generado por el obrero, que el capitalista se apropia. Surge así la figura de la explotación del trabajador por los dueños del capital, sobre la cual se funda la riqueza generada en las sociedades capitalistas. En el mundo del absurdo creado por Marx, los grandes empresarios innovadores que crearon las bases tecnológicas de la sociedad moderna, son vulgares parásitos explotadores. En esta categoría entrarían innovadores como Benjamin Franklin, Henry Ford y más recientemente Steve Job fundador de Apple y Bill Gates el creador de Microsoft.
Sin embargo, para Diego Rivera, la frase en cuestión está preñada de significado, ya que el famoso pintor era un fanático comunista, como lo eran buena parte de los muralistas y artistas mexicanos, los cuales, en los tiempos de ocio que le permitía su actividad artística, se dedicaban a militar en las brigadas de propaganda del Partido Comunista (PC) mexicano, que con el pasar del tiempo se convertirían en bandas armadas al servicio del déspota que dirigiera el régimen soviético. En ese momento los PCs, desperdigados alrededor del mundo, eran agencias de propagandas del régimen policiaco soviético, dirigido por Lenin, que luego derivaría en el régimen de terror encabezado por el pistolero georgiano Josepth Stalin, quien utilizaría estas organizaciones no solo para recabar información sobre sus enemigos, sino que también apelaría a ellas para liquidarlos físicamente. Los creadores y artistas mexicanos, que formaban parte de la periferia del PC mexicano, se convertirían en los perros de presa que Stalin utilizaría para esta labor. En honor a la verdad, Rivera se resistió a convertirse en uno de estos canes, por lo cual fue expulsado del PC mexicano.
A la entrada de la ENA mexicana, Rivera pinta varios murales en los cuales se observan bellas y exuberantes mujeres como imagen de la fecunda madre tierra, la cual está en el centro de una lucha entre una alianza revolucionara compuesta por obreros y campesinos, que el artista pinta en el fresco que encabeza la frase citada, donde se observa a un campesino estrechando la mano de un obrero. En otros frescos anexos se presenta a la alianza contra revolucionaria dominante representados por una alianza del capitalismo, el militarismo y el clero donde ubica a los propietarios de la tierra. El mural refleja un agrarismo primitivo, donde la tierra aparece disociada de la actividad financiera y empresarial, en contraposición a la realidad de la agricultura moderna, donde todos estos elementos aparecen integrados bajo la dirección del agricultor. Como expresión de su fanatismo, el pintor mexicano además de presentar a los personajes señalados, inserta en uno de los frescos las imágenes de la hoz y el martillo, así como una estrella roja, todos símbolos de la revolución rusa.
En consecuencia, la frase que nos recibe en la entrada del edificio central de la Facultad de Agronomía de la UCV, a inicios de la década de 1960, era originalmente parte de un “pasticho” formado por imágenes propias del agrarismo mexicano y la lucha por la tierra, que fue un elemento fundamental de la Revolución Mexicana, mezclado con la simbología característica del PC ruso, que en ese momento representaba los intereses del régimen policiaco soviético.
Si bien no fue explícito en muchos profesores, este “pasticho” agrarista estaba en el trasfondo de la enseñanza que recibíamos, donde el dinero y la actividad empresarial se veían como algo con connotaciones negativas, contrapuestos a la explotación de la tierra. En la medida, que los gobiernos de AD y COPEI implementaron la Reforma Agraria, esa formación académica no tuvo mayores inconvenientes, pues como fue evidente en los congresos de la disciplina de Administración de Empresas Agrícolas de ese momento, los agrónomos egresados de las universidades públicas deberían estar al servicio del campesinado y no de los empresarios privados. Se consolidaba así una visión de la formación de los agrónomos como servidores públicos, al servicio de las prioridades establecidas por el Estado Venezolano.
Mientras tanto, en la acera de enfrente, los médicos veterinarios eran formados con una mentalidad más abierta hacia la actividad privada, los negocios y el dinero. Por un lado, uno de los campos profesionales de los veterinarios era la clínica, que abarcaba un amplio espectro que incluía mascotas, costosos caballos de carreras o de paso, ganadería especializada y otro tipo de animales. Buena parte de esta actividad era privada y se remuneraba con el vil y odiado billete que nuestros estimados vecinos apreciaban con fervor. Por otro lado los veterinarios presionaron por diseñar instrumentos legales que establecieron restricciones en la realización de algunas actividades las cuales quedaron resguardadas como un campo exclusivo de su profesión. Desde su ingreso a la Facultad, el estudiante observaba como algo natural el ejercicio privado de la misma, pues los profesores que les impartían clases se desempeñaban en este tipo de actividades, que comenzaron a convertirse en referentes profesionales para los iniciados.
Una vez que la cultura del “pasticho” izquierdista, presente en los murales de Rivera, se entroniza en la Facultad de Agronomía de la UCV, la vida administrativa y académica de esta queda progresivamente en manos de grupos de izquierda, los cuales en un inicio constituían un grupo muy heterogéneo donde predominaban los sectores más tolerantes de tendencia democrática, cuya visión de la agricultura aceptaba la convivencia de las formas de producción campesinas, desarrolladas por la Reforma Agraria y las unidades de producción empresariales, tal como aparece en la propia Ley de Reforma Agraria de inicios de la década de 1960.
Progresivamente, la hegemonía de la izquierda recayó en sectores primitivos e intolerantes que profesaban un abierto rechazo a la actividad empresarial y a la tecnología moderna, llegando al extremo de plantear como su paradigma tecnológico el conuco, una especie de agricultura de subsistencia. Se retomó de nuevo a la visión agrarista primitiva de Rivera donde la tierra aparece disociada de la actividad empresarial y es objeto de un conflicto entre los sectores campesinos y los agricultores empresariales. Cuando surge el chavismo como fenómeno político y Chávez llega al poder, estos grupos rápidamente se movilizan para abrevar en esta corriente y se unen en forma entusiasta a la cacería de brujas contra los empresarios agrícolas que emprendió Chávez y su camarilla. En esta actividad destacó la Ley de Tierras, la cual ayudaron a justificar, contribuyendo a su aprobación e implementación, buscando así la liquidación de la clase media empresarial del campo venezolano. En la medida que estos sectores medios son los que generan la casi totalidad de la producción agrícola interna, este acoso derivó a la larga en un colapso de la producción que contribuyó a la crisis de abastecimiento que hoy padecemos.
Profesor UCV