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Alberto Hernández

Los negocios de la revolución

Alberto Hernández

¿Cómo reaccionarán Rusia, China, Irán, España, entre otros proveedores que le vendieron a Chávez y Maduro armas, alimentos, ropa, medicinas y todo tipo de baratijas sin pasar por la Asamblea Nacional? ¿Cómo reaccionarán cuando toda esta locura termine? Porque un gobierno serio no reconocerá una deuda que no tiene asidero legal, que no tuvo la votación de debida de los representantes del pueblo.

Los mencionados vendedores de armas, trapos y repuestos de mala calidad, como los elaborados en China, tendrán que quedarse con las ganas de cobrar, porque como dicen por ahí, “la realidad alcanza a todo el mundo” y la realidad del chavo/madurismo encontró su límite.

Lo países chulos, los países cuña, todo ellos, cómplices de lo que nos ocurre también deberán pasar por el estrado.

España le vende armas para controlar manifestaciones. Es decir, el gobierno de España, al lado de los asesores Monedero, Errejón y compañía, son parte de este tinglado criminal. De esa misma manera, Rusia, tan gris como siempre. Tan gris como zarista, tanto como soviética y ahora como repulsivo régimen mafioso de manos de Putin. También la fanática Irán, quien ha introducido elementos terroristas con armas en nuestro país. Vehículos de mala calidad y toda suerte de productos que nunca han sido aprobados por la AN. China, tan cabrona como sus políticas invasivas.

Y por allí anda la arruinada Cuba, quien con dinero venezolano ha revendido y recomprado. La isla chula del Caribe. Y Nicaragua, ese pobre país dirigido por dos delincuentes. Y otros que han vivido a costillas de nuestra economía, hoy totalmente destrozada por las políticas de Chávez y Maduro.

Los negocios de la revolución nos llevaron a la miseria, al hambre, al dolor de ver a nuestros niños morir por falta de medicamentos, así como a todos los pacientes que sufren distintas patologías.

No hay conclusión aún. La justicia tendrá que llegar y atrapar a los delincuentes rojos que acabaron con el país. Todos esos negocios están consignados. De modo que las pruebas están frente a todo el mundo.

Los violentos

Alberto Hernández

I

Los violentos siempre salen derrotados. Los violentos siempre pierden. Los violentos siempre mienten. Los violentos se inventan como víctimas. Los violentos no ganan una porque matar no trae ganancias. Los violentos generalmente se olvidan de que han sido engendrados por la paz. Los violentos se creen más valientes que los demás, porque atacan en grupo, lo que no los enaltece. Los violentos no saben luchar. Los violentos son sólo una pequeña sombra del país. Los violentos apoyados por el poder son instrumento de los que se llevan las riquezas del poder. Los violentos piensan en blanco y negro, no matizan. No ven en colores y se ahogan en su propio odio. Los violentos son tan insignificantes que cuando desaparecen no hacen falta. Los violentos lanzan piedras con la cara cubierta: cuando se la descubren lloran, pujan y corren. Los violentos no son dueños de nada, carecen de lugar y sólo defienden el arma que cargan en la mano. Los violentos se castigan al disparar, por eso huyen. Los violentos comen las migajas que les da el miserable. Los violentos jamás son felices, se conforman con odiarse a sí mismos. Los violentos son una gangrena, se pudren. Los violentos no saben llorar a solas, lo hacen en público para ocultar su cobardía. Los violentos no ríen, se comen sus propias entrañas. Los violentos celebran el festín de las hienas, envidian el eructo sobre la carroña. Los violentos son parte de nuestros temores, pero también de la osadía de enfrentarlos y someterlos a la ley, cuando ésta existe. La violencia no tiene color de piel, sorbe sombras interiores. Los violentos sostenidos por el poder son más tontos de lo que parecen. Los violentos sólo sirven para olvidarlos. Los violentos no hablan: farfullan, gritan, se ahogan.

II

“Matar en presente indicativo: Yo mato, tú matas, él mata, nosotros matamos, vosotros matáis, ellos matan. El Hombre Salvaje alegrándose: ¡Cuando os hayáis matado todos, entonces me volveré doméstico”, mensaje de Giovanni Papini y Domenico Giuliotti para los dueños del poder, sobre todo para aquellos que participan de la teoría del caos con la ayuda de tira piedras encapuchados y parlamentarios enloquecidos por su propia pesadilla.

Los violentos no hacen la digestión, eructan. Los violentos no aman, golpean. Los violentos no enamoran a nadie, asustan. Los violentos no acarician, rasguñan. Los violentos no llegan al gobierno, lo asaltan. Los violentos envidian los restos de comida que consume el perro. Los violentos se quedan solos. Los violentos añoran la cárcel y el cementerio. Los violentos no sueñan, tienen pesadillas. Los violentos no eyaculan, sufren. Los violentos jamás ven el cielo, arrastran sus balbuceos. Los violentos al ver el mar se molestan. Los violentos son tan cobardes que desconocen a Dios cuando se orinan. Los violentos, en el fondo, no son nada, sólo una mano armada. Los violentos aman la huida. Los violentos son un montón de despojos. No hay violento que valga.

III

Cosa amorfa, los violentos se desintegran. Los violentos caminan de espalda, reculan para ver a la víctima caer y así cerciorarse de que ellos también están en su propia lista, porque siempre existe uno más violento que ellos. Para ir a la guerra no es necesario ser violento, se precisa de agallas y de algo de seso. Los violentos no merecen una guerra: no saben batallar. Un violento muerto es una lástima, pero muchos celebran. Un violento vivo tiene la esperanza de esconderse de él mismo. Muerto, es sólo eso, un muerto cubierto de monte. Cuando un violento se inicia, si es inteligente, regresa al lugar donde comenzó su problema hormonal. Los violentos se comen su propio cuerpo. Los violentos no viven, vomitan. Todo violento, de alguna manera, recibe una paga. Los violentos saben de tarifas, también de muertos. Los violentos –harto sabido- suelen teorizar desde su cobardía. Los violentos, cuando sueñan que vuelan, se descubren zamuros en picada hacia la podredumbre. Los violentos tienen en la fealdad su lista de ilusiones. Los violentos se resienten de todo, hasta de su aliento. Los violentos echan plumas, cacarean y dejan los huevos abandonados. Los violentos duermen vigilados por sus fantasmas. Los violentos que reencarnan no se reconocen ni en el espejo. Los violentos se drogan con sus maldiciones. Los violentos mueren y no se enteran. Los violentos narran sus miserias y leen las moscas de sus propios despojos. Los violentos rumian y regurgitan, con el perdón de las vacas. Los violentos celebran el eructo de otro violento porque ellos fueron expulsados por la boca que alaban. Los violentos atacan las faldas porque no saben despertar el hombre que exageran. Los violentos que ostentan el poder no tienen vida para contar su obra. Los violentos mueren de tristeza o a balazos.

La derrota de los violentos es la fiesta de la inocencia. ¿Cuántos violentos quedan tomados de la mano del poder en este país? El violento mayor espera el turno del olvido.

VENEZUELA: “1984”

Alberto Hernández

Ya los ojos se apagaron, pero seguimos en una película, la película emergida de una novela titulada “1984”, cuyo autor, George Orwell, se elevó por encima de todas las maniobras para dar a conocer la médula del totalitarismo.

La Venezuela de hoy es la de ese “1984”, la de la granja donde un cerdo domina la conciencia de un país. Venezuela se ha convertido en un chiquero vigilado por un muerto, por los ojos legañosos de un muerto que reposa en un cuartel que ya es el olvido del otro país que lo albergaba.

Hoy, cuando los hilos de la falsa primavera roja se cruzan ante el abuso del TSJ, la ciudadanía, la calle, los que nos asumimos como habitantes casi obligados de este territorio, debemos soltar las amarras y salir a protestar ante la dictadura.

Los bigotes de bagre de Stalin asoman por las ventanas de Miraflores. La calva de un enano con un mazo en las manos vierte su sudor frío contra la poca decencia que queda en este mapa. Las manos llenas de mugre de unos magistrados corrompen la credibilidad que se le tenía a lagunas miradas. Los pies podridos de funcionarios militares y civiles invaden el país que antes creíamos invulnerable.

Los ojos de un muerto se borran con el tiempo. En instituciones y esquinas ya no quedan párpados ni pestañas. “Aquí no se habla mal de…”. Ahora se habla más, peor, mucho peor del susodicho. Sus ojos se apagan y 1984 es de dominio público. Pese al borrón de la mirada, se establece en Venezuela la coyunda de una dictadura judicial que hundirá más el barco de este régimen anormal.

La política para quienes mandan dejó de ser una práctica del pensamiento. El chiquero ideológico se eleva por encima de sus propias cabezas.

Mientras tanto, nos suena en los oídos la fecha, el título de la novela, y no dejamos de pensar que los párpados se cierran. Ya llegará la hora.

Y luego, a hacer política. A poner en práctica la inteligencia, la voz de la polis, el ejercicio ciudadano. Y que los militares vuelvan a su redil. A sus cuarteles, de donde no deben salir jamás. Y cuando lo hagan que sean vestidos de civil, como ciudadanos.

Ya llegará la hora.

El pesimismo o la vida es una enfermedad mortal

Alberto Hernández

1.-

Una incierta luminosidad alberga el hombre en el escondite del pensamiento. No es un hombre cualquiera. Usa un perfil ostentoso, bigotes pronunciados, barba rala. El brillo en los ojos dispersa la sesgada intención de quien lo mira. Reticente, sonríe de lado y de soslayo describe a quien lo nombra. Descose el espíritu y reniega a veces de la inactividad. Comienza el pesimismo a abordarlo: “El hombre no es solitario, pero el pensar lo es”, dice Gottfried Benn en uno de sus Ensayos escogidos.

La descripción, hecha sólo para fijar el lugar y el acento de un desconocido, forma parte de la puesta en marcha del sombrío tránsito de quien piensa. El ensayo de Benn hace referencia al hombre blanco. Diríamos que se trata de una revelación racista de quien ve desde lejos las aglomeraciones de culturas distintas, que piensan –escribe- desde el anónimo colectivo. “En lo que se refiere a la raza blanca, no sé si su vida es feliz, pero su pensamiento ciertamente es pesimista” (una a favor). Esta afirmación del poeta de habla alemana suscita muchas dudas, pero a la vez nos permite pensar a propósito de su yerro. Pero no nos vamos a adentrar en esta excusa. Más nos interesa saber del pesimismo de todas las pieles. Blancos, negros, cobrizos, amarillos, todos, sufren de este síntoma, porque se trata de eso, del anuncio de algo que es más hondo.

Para el pesimista (los verdaderos, porque la mayoría que lo expresa sólo juega a la ruleta rusa, pero sin balas) la muerte es un regalo para “la bestia ridícula”, como Schelling define a quien como él usa dos piernas y fuma, por decir.

2.-

Un sujeto de peluquín ronda una calle, se pasea desalentado, hasta que consigue un sitio y se sienta a cavilar. Se trata del mismo tipo que ha servido de modelo para guiarnos por este cuestionario sin preguntas. Con aliento nihilista descorre el perfil de Nietzsche, aunque reserva una sonrisa destinada a Byron: “Maldito aquel que ha creado la vida”. Si esto no es pesimismo, podría llegar a ajustarle cuentas a un cepo, o amolar con exagerado encanto la hoja de la guillotina.

En estos días de invasiones, fusilamientos morales, revelaciones palaciegas nos mostramos más pesimistas, pese a que solemos escoger tiempo para el relajo, es decir, para dejar a un lado la tragedia. El juego de malabares es un espejo frente al rostro de un cadáver. Quien lo coloca disfruta. No sabemos qué lo impulsa a tal cosa, pero disfruta. Sabe que él será blanco de este mismo ejercicio: probar que la muerte tiene su encanto, saber que desde el lejano silencio, allá donde se anuncian las alimañas, la carroña, existe un espacio donde se tiene conciencia del vacío, un hueco cínico. La muerte no define nada. Es una enfermedad, aunque también se trate de la cura absoluta de la vida. Y si vivir es una enfermedad mortal, morir es un depurativo eterno.

Sufrir la existencia misma, como ha dicho el eremita Shkyamuni, citado por Benn. Y así vamos, a pie o a caballo sin dejar marcas, que para nada hacen falta, canta el anónimo.

3.-

Este severo, pero a la vez divertido estanco de extraños comentarios, sólo sirve para distraernos de ácaros y falsos políticos. Precisemos: el mundo ciertamente flota con nosotros encima, pero no responde por nuestro extravío, por las irrazonadas e irrazonables imprevisiones de quienes creen haber conquistado la trascendencia, ese tábano incalificable, abultado por el veneno de la angustia.

Casualidad, causalidad. Nada de eso. Seguimos: nadie escapa del pesimismo. Sea negro, blanco, amarillo, cobrizo o morcilla de la historia. Y si bien el cristianismo ha servido para garantizar el paraíso, la reconquista de la infancia, para muchos el suicidio es la angostura para no acceder a la eternidad, para lo que le importa al desesperado. De modo que la vida es un asunto demasiado serio para no reírse, para no relajarse y amanecer de bala, entre resaca y resaca, aunque también el pesimismo también intente formar parte del potasio.

A punto de alcanzar el conocimiento, el pesimismo –colega de tantos de quienes hablamos de él o tratamos de acariciar, sin caer en el pistoletazo- sigue su camino en medio de los ojos, entre las cejas. Y así, no importa el grado o nivel de descreimiento, una canita al aire.

De la catástrofe

Alberto Hernández

Crónicas del Olvido

I
El derrumbe de la conciencia ciudadana, la depresión causada por algún desastre en el corazón de una democracia, son motivos para que los pueblos aborten su tranquilidad y le abran las puertas a la violencia. Muchos han sido los ensayos escritos acerca de asuntos donde los extremismos logran encontrarse en la misma trinchera.
George Steiner llegó a preguntarse sobre esa tragedia llamada nazismo y que Gelman cita desde su dolor argentino: “¿Por qué las tradiciones humanistas y los modelos de conducta (se refería a Europa) resultaron una barrera tan frágil contra la bestialidad política? En realidad, ¿eran una barrera? ¿O es más realista percibir en la cultura humanística expresas solicitaciones de gobiernos autoritarios y crueldad?”. Sin querer rozar las comparaciones, la vista es clara cuando hablamos de esta América Latina sumida en los desencuentros, más cuando se trata de deslaves anímicos fundados en la venganza. Nuestro continente no ha logrado despojarse de dos fijaciones: 1) La cuenta por cobrar a Europa, que aún libera adrenalina en alguna sociopatía degenerativa, y 2) La factura que Estados Unidos no ha logrado arreglar con su patio trasero.
Es decir, mientras Europa dejó la semilla de una herencia, Estados Unidos recoge los frutos de las riquezas que los españoles o portugueses no supieron mantener para ellos. La segunda parte de la historia es un determinismo tan superficial que nos aleja de lo que podríamos calificar como progreso. Siempre les añadimos nuestras culpas a otros. Estos dos frentes conforman la permanente angustia histórica que hoy, en esta Venezuela dislocada por el pasado, verifica la redención nunca bien vista por la lógica de cierta sociología. Somos un problema: la catástrofe siempre está a punto de tocar a nuestra puerta.
II
La pregunta de Steiner entra en la “bestialidad política” que asoma a cada vuelta de reloj en nuestros fundados miedos. Al parecer, a la hora de cometerse abusos, los pueblos son de la misma nacionalidad. El rasero del horror nos coloca al lado de las mentes más perversas. La irracionalidad toma cuerpo en medio del almuerzo. Responder a estos aquelarres es tarea difícil. Para el poder no existe la dificultad en el adobo de justificaciones. Somos historia, hueso y músculo de los antojos de quienes se consideran salvadores de sociedades que aspiran a resarcirse del pasado. Con ese sólo deseo, hacen de una nación una catarsis: la catástrofe como retórica sienta su reino en la conciencia colectiva.
¿Cuántas preguntas son necesarias para olvidar, por ejemplo, la tragedia de Chile o las muchas matanzas que han quedado marcadas en la memoria de un continente cuya independencia sigue siendo una pesadilla?
Mientras sigamos instalados en esta premisa, seremos esclavos de nosotros mismos, del atavismo más radical. Del sufragio de la desesperanza.
En esta América que sigue siendo sueño de pertenencia, la imagen de la catástrofe es un fenómeno cultural. En nuestros genes habita cómodamente. Si dejamos que esta “costumbre” siga arraigándose sin control, seremos terreno fértil para que los profetas y carismáticos escriban otra historia. La historia del dolor.

El retorno (de los brujos) de un mito

Alberto Hernández

Crónicas del Olvido

1.-

Los mitos “ideológicos” nunca desaparecen, por eso regresan. Se mantienen ocultos, como animales al acecho de un descuido de la víctima. Los engendrados por el imaginario popular forman parte de la vida diaria de un país. De mitos y leyendas están hechas las culturas de los pueblos. Los creados por conveniencia son distintos a los que no han sido macerados por el tiempo, por la sangre y las ideas de un grupo o comunidad que ha recorrido el ritmo de la historia.

Ninguna ideología hace cultura. Ninguna forma parte del imaginario. Es decir, las ideologías no tienen asidero axiológico. No son valores. Los mitos creados por la gente sí se revelan como símbolos de la cultura. Por ejemplo, ni Mao ni Fidel son cultura. Forman parte de la larga lista de personajes mitificados que obligan a la invención de la contracultura, de los movimientos undergrounds, favorecedores de la rebelión de las masas.

Precisemos, como afirma Paramio, cercano a Gillo Dorfles, “el mito es algo presente en la cultura contemporánea. Así, la tesis de que simultáneo al proceso de obsolescencia de los mitos tradicionales aparece entre nosotros un proceso de mitificación, casi siempre inconsciente e irracional, y del que serán consecuencia una nueva serie de mitos y símbolos”.

2.-

Si como dice Mircea Eliade, el mito cuenta una historia sagrada, que ha tenido lugar en el tiempo fabuloso de los comienzos, los de hoy son propuestas que obedecen a la necesidad de justificar la presencia de un poder. De allí que el poder político se valga de mitemas, que son unidades simbólicas de una cierta complejidad, que supera el de los monemas lingüísticos.

En cristiano, un mito, pese a ser propios de la lengua, van más allá de ésta y se insertan en el inconsciente colectivo para crear toda una mitología. Como sistema de comunicación, como mensaje, los mitos representan la esencia de la cultura.

Contrario a lo anterior, los símbolos mitologizados por la ideología conforman todo un esquema de manipulaciones. Estos símbolos penetran la sensibilidad y los sentimientos de los pueblos y los hacen obedientes sufragadores de ideas que no le pertenecen. Una “cultura” que desdeña la historia y favorece lo que el marxismo llama falsa conciencia.

En estos días venezolanos en los que la imagen de Cristo viaja al lado de una gandola de gasolina, somos testigos de impertinencias en las que la positividad, negatividad y ambigüedad mitológicas revelan la pérdida de la personalidad individual. Es decir, el sujeto afecto a esa imagen es un factor de comunicación atado al contenido de un discurso falso.

Es decir, a través del discurso ideológico se puede desdibujar la cultura de todo un pueblo para conveniencia del poder político. Los mitos tradicionales pasan a ser instrumentos de opresión, de aplastamiento. Bolívar, por ejemplo, es un personaje de la historia. Sus ideas no abrevan en un planteamiento ideológico, ciertamente, pero para lograrlo es preciso transformarlo en un mito.

Despojado del imaginario primigenio, el Bolívar que ahora recibimos arropa todas las acciones ejecutadas por el régimen. Digamos, ya no es Bolívar, es una herramienta. Deja de ser personaje para hacerse mensaje decodificado ideológico. Bolívar articulado con la intención de borrar la memoria de la cultura. El Bolívar que pronuncia el poder, es otro Bolívar: se trata de un mito-mensaje de “mecanismo iterativo”. Bolívar es una repetición verbal. No es espontáneo, no es la linealidad histórica, no es sincrónico.

3.-

En lenguaje llano, lo que está sucediendo en Venezuela es la ruptura de la memoria. La suplantación de una imagen pero sin contenido histórico. Sólo interesa “presentizar” para lograr el objetivo inmediato.

Se trata entonces de un Bolívar divino, capaz de re-crear el mundo, de inventar de nuevo el universo, olvidando sus gestores que el “Padre de la Patria” era capaz de ir al baño y hacer el amor con Manuelita Sáenz. O de que ésta le pusiera los cuernos.

El sistema de comunicación del poder se vale de los mitos, hasta que el mismo usuario de ellos se convierte en mito. Por eso, el tratamiento que los seguidores de Chávez (ahora de Maduro) le dan se aproxima a la idolatría. Santón, salvador de la patria de los pobres, respiramos el aire de Robin Hood, el de los Tres Mosqueteros, pero también el de Raskolnikov, porque es un mito vengador, armado de un arma que decapitará la historia, la cultura, la memoria.

El mito encarnado por Carlos Andrés Pérez estuvo vigente en la Gran Venezuela, en la captación del interés de una América políticamente lúdica. El de Chávez es el vengador con ansias continentales. Es decir, Bolívar hecho en Chávez. Un regreso que pesa demasiado, porque podríamos retornar también al “Decreto de Guerra a Muerte”.

Las raíces de un proyecto que se revisa en dos mitos más: Simón Rodríguez y Zamora. De allí a la mitomanía, sólo un brinquito glorioso. Dios y la Constitución, como para colocarlo en el Escudo nacional. Mito y Güere.

Y así, para el final de la película, el silbido de Maduro, un simple silbido, tan dañino con las zancadas de su padre mitológico.

El amor en revolución

Alberto Hernández

Crónicas del Olvido

1.-

Hitler también hizo su revolución. Como Mao, Stalin, Fidel. Igual Mussolini. Todos hicieron cambios: mataron, persiguieron, encarcelaron, odiaron, mofaron, torturaron, estrujaron, parasitaron, flojearon. Y acabaron con los partidos políticos. Todos fueron grandes revolucionarios.

Como decir, grandes carajos.

Una de las cosas que mejor define a una revolución es el amor. Esa cosa rara que domina las gónadas, el aparato sexual de los animales, el escroto de la historia, la vagina de la dialéctica. Claro, son procesos revolucionarios con distintas máscaras, pero en el fondo son lo mismo, hasta en el discurso se parecen. Por ejemplo, nadie puede negar que Francisco Franco hizo una revolución en España, porque logró cambios: también mató, persiguió, torturó, odió, etc. Y mire que la hizo por la “Gracia de Dios”, como decía Lina Ron del mismo Chávez: “¡Gloria a mi Comandante, Presidente de Venezuela por la gracia de Dios y de este pueblo¡”. Sí, el mismo pueblo que luego se le volteó a los arriba nombrados. El mismo pueblo que luego linchó la locura de Mussolini, del mismo suicida Hitler, tan amado por sus ministros, una pandilla de delincuentes, consumidores de droga y brujos malandros.

Del amor, mucho, hasta un poema. Y mire que en nuestro país, donde la revolución ha escalado valores incuestionables, como aquello de ser Cristo el responsable de la llegada de Chávez a Miraflores. Evangélicos y católicos, signados por un cristianismo de cartón, navegan en el discurso bíblico tomado por los pelos por quienes se dicen dueños del país.

Un plato de lentejas habrá de ser suficiente para entender El Capital.

2.-

Cuando Goebbels dijo amar a Hitler por su grandeza y sencillez, no nos aleja de las manifestaciones de Cariño (con mayúscula) de hombres y mujeres que no encuentran qué hacer con sus floripondios. Son sujetos y sujetas (la neolengua obliga) que se divorciaron de la familia para entregarse en alma a quien tienen como un Mesías, según muchos y muchas (one more time), que no terminan de desenfundar el pistolón con la gracia del amor revolucionario.

Hitler, como Ho Chi Ming, hizo una revolución. Es más, primero amasó la guerra para luego alcanzar el clímax de la máxima felicidad que el Partido Nacional-Socialista impuso a los judíos, a quienes les creó un paraíso muy particular. Y así lo hizo Fidel con los homosexuales, poetas, artistas, obreros rebeldes, científicos, humanistas y periodistas que lo encararon.

Con sus huesos a la cárcel, con mucho amor.

En nombre del amor pierdes el patio de tu casa. En nombre del amor pierdes tu identidad en favor del colectivismo. Pierdes la paz en nombre de un amor que habla con un fusil en la mano, como hacen los muy amorosos comandantes y soldados de las FARC y el mismo Maduro encaramado en una tarima rodante. Imaginemos a Sendero Luminoso declamando un poema de Jaime Sabines. El pobre John Lennon, por pendejo, siempre lo supo: No le gustaba la revolución de Mao, y terminó asesinado por un demente consumista, más amoroso que el Monje Loco.

Y así, entre querencias, llegamos a sostenernos con las piernas del amor revolucionario. Por ejemplo, el Che hablaba de sembrar el odio para lograr conquistar el amor. Habló de crear un Vietnam continental para alcanzar la gloria de la revolución en nuestra América. Es un amor raro, siempre termina miserable, muerto de hambre, con los ojos abiertos, opacos por la muerte, y no por despecho o exceso de romanticismo. No; se trata de un amor inútil, onanista, bobo, gafo, pues. Porque la gente dice te amo, pero después recibe indiferencia, discursos, manotazos en el aire, malas palabras, regaños, coscorrones y carcelazos. Bueno: puro amor.

3.-

Amar no es fácil. Es como trabajar, agotador. Poner a funcionar el corazón (dicen que allí anida el amor, que allí nace todo) es además muy peligroso: los infartos están a la orden del día y con estos calorones y sobresaltos ideológicos, peor. El amor está sólo reservado a quienes lo manifiestan en público, lloran y hasta se convierten en multitud: “¡Gloria a mi Comandante Hugo Chávez, Presidente de Venezuela por la gracia de Dios y de este pueblo¡”, como dijo la otra. Qué pueblo tan bueno, pero ¿quién lo ama a él? Bueno, Maduro dice que se siente muy amado, tanto que jura arrasar en unas elecciones en el país de donde realmente proviene: Colombia. No sé si el Tarek Vice dirá lo mismo del país de donde viene su sangre: Siria. No creo que el sátrapa de allá se lo permita. Al menos podría disfrutar de un alambicado puesto en una bodeguita solidaria donde venderá incienso y otros productos del desierto.

Escuché una vez a una venezolana gritar frente a una pantalla de TV: “Somos las mujeres de los presos de este país. ¿Por qué no sale la jefa del TSJ, es que tenemos lepra? No sale porque venimos del cerro, porque somos pobres”. El amor de la señora de toga y birrete es muy grande, hasta bíblico, como el amor desmedido del Ministro de la Defensa, también cristero, evangélico, babalawo o astronauta trasnochado.

Cuando suenen las trompetas del Apocalipsis entenderemos ese amor. Tan tierno como el del otrora general Acosta Carles. Y tan bien pronunciado como el de Rafael Ramírez. O sin ir muy lejos, el de Trucutú Cabello.

Amar, qué cosa, ¿no? La confesión de Goebbels, el ministro de propaganda de don Adolfo, tan querido que se quedó solo en su bunker, rodeado de los amorosos soldados del Ejército Rojo soviético.

Todo tiene su final, como dice la filosofía salsera, con bongó y todo.

El amor anda por allí dando saltos, desnudo, picado de zancudos, armado de paciencia para no caer en la trampa de estos Cupidos de última generación, del Siglo XXI, pues.

Hay amores tan mayores que se mueren.

El culto a la personalidad

Alberto Hernández

Crónicas del Olvido

El “padrecito Stalin” se mesaba los bigotes cuando, al asomarse a la ventana de su suite en el Kremlin, veía su rostro repetido en todas las plazas y esquinas, en los retratos de las oficinas públicas, en las tapas de los fastidiosísimos libros que enmarcaban las grises librerías de aquella Unión Soviética cuya más preclara imaginación dio en llamarse “realismo socialista”, porque dibujaba el mundo sin ningún atisbo estético que fuese más allá de las bondades del régimen y los crímenes del materialismo crematístico, como si él y sus perros de presa no hubiesen usufructuado las inmensas riquezas del otrora poderoso imperio de los soviets.

Por allí corremos sobre el lomo de la memoria: Mao, en su terrible librito rojo, alabado por la estupidez de un colectivo uniformado. Elevado en estatuas, sus ojitos veían todo cuando acontecía en la gigantesca topografía china. Kim Il Sung, mejor “Kill the sun”, revelado en las más insólitas imágenes que hicieron de Corea del Norte, hasta ahora con su mítico hijo, uno de los infiernos más pavorosos de la tierra. Y así, en Irak, donde Saddam era más fotogénico que Naomi Campbell, más simpático que Pluto y mucho más inteligente que Omar Khayyam. Y chorreando, para no llenar esta crónica de insolencias, Fidel, el más cercano y conspicuo de los panas, a quien ayudamos en nuestra adolescencia fetal y supina y es necesario hoy pedirle que cambie de retrato, rescate y le pida perdón –aunque sea por Internet- a las barbas de Camilo Cienfuegos. (A esta altura es difícil: el caballo acaba de morirse sin pena ni gloria de parte de quienes llevaron fusilazos y palos).

Estos descendientes directos de Javé abruman a mucha gente desde que en el Génesis el verbo se hizo carne y la Comuna de París descubrió que en Nôtre Dame vivía un jorobado tan miserable como las pobres cabezas que la guillotina empujaba hacia una cesta de mimbre. Y así, tan campantes, siguen apareciendo salvadores, mesías que asombran a los hermanitos Lumière con sus poses y uniformes militares. Por supuesto, Jesús es sólo un crucifijo detrás de la silla, como el desdibujado héroe patrio.

Tan terribles especímenes oscurecen el genio de Tolstoi y Dostoievski, Confucio y Li Po, Naguid Mahfuz, Balzac, Rimbaud y Baudelaire juntos. Es decir, el poder como culto a la personalidad. Algo así como la “Consagración de la Primavera” dedicada al degollamiento de un ángel bizco. La “Summa theologicae” escrita con la zurda por Santo Tomás de Aquino bajo la sombra de un samán.

Sucede entonces que nuestras calles y casas se han llenado de un nombre que de tanto repetirlo, más para mal que para bien, se ha convertido en una imagen religiosa, ponderada por monjes y laicos, diáconos sincréticos, ateos y herejes y pregonada a los cuatro puntos cardinales del país en una suerte de erupción catastrófica. Pero más de redivivo cuadro en distintos trajes donde prevalece el bélico y poco el civilista, porque en realidad se trataba de un “castrensem” abigarrado, tropical de añadido verbo incendiario y amenazas bíblicas. El Apocalipsis según las sabaneras inundaciones del invierno ideológico, algo así, para no ahondar en esta obligada fascinación. Revelación del héroe homérico: la Ilíada y la Odisea, una fotografía de las quimeras

Nuestro poema épico ha estado signado por el presidencialismo, pero más por los presentimientos. Dirán algunos que la democracia sucumbe a la idea de multiplicar los favores recibidos (por eso los presentimientos). Ahora, en este tejido donde la imagen de un hombre ha enredado cualquier propuesta lúcida, su imagen supera la de Dante en la puerta del Purgatorio. Trátase de un culto en el que Dios es un convidado de piedra, usado como muletilla para escalar otra nube, traspasar el turbión y conquistar los sueños de todo un país, un continente, el hemisferio y hasta la tierra misma, y un poco más allá de ser posible.

Aquí no se trata de conseguir la felicidad colectiva: la tragedia individual viene en papel de envolver. En todo caso, de hacer que el imán atraiga a los que –soñadores y resentidos pertinaces- abjuraron toda la vida de la posibilidad de progreso. El culto a un sujeto bloquea todo avance social, lo que se traduce, en nuestro caso particular, en la celebración a la pobreza, que no a los pobres, toda vez que sólo son instrumentos para que el régimen alcance sus metas.

Desde esa propuesta, superada por la historia y los miles de ejemplos bastan para señalar su fracaso, conquistar parte del mundo para enfrentar un enemigo que, a todas luces, como lo deletrean ciertos marxistas, se ha convertido en un mal al que se le puede sacar provecho dentro de sus propias contradicciones, y no atropellar los postulados que a la larga traerán consigo una caída de pronóstico reservado, profusa en rasguños y fracturas.

La respuesta de quienes no se ven en ese espejo, de los que no enmarcan el cuadro del santón, conduce hacia salidas democráticas, en las que los métodos son variados. Es decir, la imaginación no enajenada le sale al paso al pensamiento único, enfermizo, ciego y oportunista. Háblase de una “oligarquía del gobierno”, porque se ha apropiado de todos los recursos, hasta de los del pensamiento individual.

El daño es profundo, por eso la cura debe sustentarse sobre la base de la civilidad, que es el factor más sólido de la democracia, y que se entienda que la política es el instrumento de las ideas, no la base de la fuerza.

De “la primavera de Praga” y “el socialismo como problema” a “persona non grata” de Jorge Edwars

Alberto Hernández

Crónicas del Olvido

1

Muchos fueron los eventos que se desprendieron de aquel ya lejano 21 de agosto de 1968. Muchos fueron los acontecimientos que cimbraron el mundo y lo colocaron en una suerte de balanza, en una especie de cálculo vital en procura de un equilibrio que tardaría unos años más para despejar el camino hacia las libertades públicas e individuales, secuestradas por el “socialismo real” impuesto por Stalin y sus perros rabiosos instalados en el Pacto de Varsovia.

Todos estos hechos del 68 incidieron en nuestros golpeados pueblos de América Latina, hundidos en dictaduras, unos, y otros en la línea de flotación de frágiles procesos democráticos, los cuales se fundieron con la molestia provocada por las tropas rusas cuando penetraron en la hermosa ciudad de Praga, envuelta en la “Primavera” creada por el primer ministro Dubček y celebrada por todo el mundo civilizado.

Venezuela no fue la excepción. Ese año —y el que le siguió— destacaron en una efemérides, que recuerda el nacimiento del libro “Checoslovaquia. El socialismo como problema”, editado por el sello “Domingo Fuentes” en una Caracas aún respirable, con aires campechanos y muchos de los techos rojos que la hacían la Sultana del Ávila.

En efecto, el libro de Teodoro Petkoff iluminó el campo minado de la política venezolana, toda vez que se encargó de vitalizar la discusión en el campo de la izquierda nacional. Petkoff, militante del Partido Comunista de Venezuela, abrió las espitas para que se hablara de un “socialismo con rostro humano”. De esa experiencia, de ese ensayo, nació posteriormente la organización bautizada con el nombre de Movimiento al Socialismo. Pero antes sucedieron muchas cosas que aún resuenan en nuestros oídos.

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200 mil soldados y 5 mil tanques del Pacto de Varsovia invadieron el país. La emoción provocada por los cambios que Alexander Dubček había impulsado desde el 5 de enero de 1968 quedó grabada en las mentes de los jóvenes que voceaban las consignas contra la represión. En ese marco nace “Checoslovaquia. El socialismo como problema”, del economista, y militante comunista para la época, Teodoro Petkoff, quien abrió una discusión cuyo punto de origen estuvo en esa remota ciudad europea, agredida por los partidos comunistas, con la excepción del de Rumania. La buscada independencia de los checos y eslovacos fue duramente golpeada por los líderes soviéticos, quienes —sin querer— anunciaron que la Guerra Fría también podía ser arrasada por las fuerzas antes apagadas por la propaganda oficial. Se anunciaba, entonces, un “socialismo con rostro humano”, fondo también del libro de Petkoff, quien dividió las opiniones de la izquierda venezolana y partió por la mitad la poca argumentación de un PCV desleído. Así, nace el MAS y una nueva manera de ver el mundo.

En el prólogo para la edición de Monte Ávila Editores de 1991, Petkoff afirmó: “Personas de distintas franjas del espectro político nacional, buena parte contemporáneos del autor, pero también muchos jóvenes curiosos, aprovechan cada episodio de los que vertiginosamente se producen en el mundo comunista, para recordar la que alguno de ellos denominara ‘esa notable anticipación’, y para inquirir por la posibilidad de una reedición”.

Esa “notable anticipación” es lo que hace relevante el libro del político y pensador venezolano. Precisamente porque rompe el claustro de aquella izquierda anquilosada, vieja, anacrónica, repetitiva, aduladora y convencida de que en Moscú estaba el paraíso, como otros aún “creen” que se halla en Cuba.

Venezuela fue un verdadero revuelo de ideas. Petkoff se llevó parte de la juventud mejor dotada. Crea una organización y favorece la discusión para la invención de una izquierda democrática, sí, “con rostro humano”. Es decir, “la idea de un proyecto socialista alternativo al burocrático policial y totalitario que desde la URSS se había extendido a todo el llamado “campo socialista” —que luego comenzó a ser denominado “socialismo real” y que para el ciudadano común era, simple y llanamente, “el comunismo”.

No en vano el autor de Checoslovaquia. El socialismo como problema (*) llegó a decir que “la tragedia checoslovaca constituye un hito miliar en la larga historia de la teoría y la práctica del socialismo y del cambio revolucionario”.

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Mientras tanto, Cuba insistía en la locura soviética. Pocos años antes, la crisis de los misiles la había convertido en protagonista de la misma estupidez llevada adelante por el Comité Central del PCUS. Nada, la isla de Fidel Castro estaba sometida a los designios de los dinosaurios de Moscú, razón por la cual —atendiendo a los rigores de la Guerra Fría— intentaba extender por Suramérica y parte de África una experiencia a todas luces fracasada, una dictadura que se había quedado sola en el concierto de las naciones. Mientras tanto, volvemos, en Venezuela la mayoría de la militancia comunista tomaba otros rumbos. En ese interregno, dos años después, se dieron los hechos de los intelectuales cubanos, la llegada al poder de Salvador Allende y el arribo del escritor y diplomático Jorge Edwards a la isla como embajador de Chile en esa desportillada nación caribeña. Comenzaría otra experiencia con claro origen “checo”, toda vez que los protagonistas no podían despegarse de las esperanzas creadas por Dubček y por aquellos jóvenes cuya primavera aún resuena, pasados cuarenta años, en los oídos del mundo.

“Persona non grata” es un claro ejemplo de aquellos movimientos que despertaron la política latinoamericana. Jorge Edwards, a raíz de los acontecimientos internos con los escritores de la isla, encarcelados unos, silenciados otros por el aparato policial del régimen. En este clima, donde Fidel, Allende, Neruda, Lezama Lima, entre otros, resaltan en la acción no ficticia, conforman este libro que —sin la menor duda— es hijo de aquellos acontecimientos de Praga que se sembraron en América Latina y el resto del mundo.

El libro fue iniciado en los primeros días de abril de 1971, cuando Heberto Padilla continuaba preso, en lo que parecía el comienzo de una represión en mayor escala contra los medios intelectuales cubanos, y yo, sin que hubiera existido una declaración formal de persona non grata, pero considerado, sí, por primera vez en mi carrera, como persona poco grata e incómoda, acababa de salir de Cuba e iniciaba mi trabajo de ministro consejero en París...”

Estas líneas, tomadas de Persona non grata (Barral Editores, Barcelona, España, 1973), revelan eventos que estaban concatenados: los intelectuales cubanos estaban conectados con los sucesos de Praga y con los de París. El llamado Mayo Francés también había provocado en este lado del mundo un pequeño incendio que se convertiría con los años en un gran incendio ideológico.

A un ya largo trecho de aquellos eventos, en Venezuela se sienten las palabras escritas por Teodoro Petkoff en su ensayo*:

Desde ese momento mismo se abrió un debate que aún no cesa. Las aguas se dividieron entre quienes rescataron, para sí y para el movimiento mundial que contribuyeron a crear, el antiguo nombre de “comunistas”, que alguna vez Marx mismo había utilizado durante un breve período y con el cual había apellidado a su famoso “Manifiesto”, y quienes permanecieron fieles a la tradición evolutiva y electoral de la socialdemocracia occidental...”

La Doctrina Brezhnev dio pie, con la invasión a Checoslovaquia y el atentado criminal contra la Primavera de Praga, a la Doctrina Sinatra, liderada por Mijaíl Gorbachov en los años 80, que cerraría —con la ayuda también de muchos dirigentes políticos y del Vaticano— las puertas del Pacto de Varsovia y el régimen comunista entronizado en parte de Europa. No en vano, el polvo levantado por la caída del Muro de Berlín también tuvo su impulso en aquellos sucesos de agosto de 1968.

(*) Este ensayo de Petkoff fue publicado posteriormente en el tomo “El socialismo irreal”, Editorial Alfa, Caracas, 2007.

(Texto traducido al checo en agosto de 2008 y publicado en Praga, a propósito del 40º aniversario de este hecho que conmovió al mundo).

Vida “imaginaria” de los poetas de la revolución

Alberto Hernández

\Crónicas del olvido

“Me duelo ahora sin explicaciones”

-César Vallejo-

I

Aún nadie se lo explica. Nadie que haya vivido un poco puede aceptarlo. Nadie que se crea parte de una tradición, de un criterio nacional puede caer en la ilusión de regresar a las catacumbas, de someterse a los designios de unos fantasmas que se debaten entre suicidarse o matar, como en vida hicieron para sentirse parte de la historia patria.

-De eso hemos vivido siempre -, Henry.

-¿De qué nos quejamos?-, Luis.

-¿Qué puede costarle a un burócrata que escribe poesía como si viviese en un cuento de Onetti sentirse apuntado con el dedo mientras su fascismo personal es una fotografía en la solapa de un libro mediocre?-, Roberto.

-Para nadie es un secreto que hay poetas que le soplan en el oído al totalitarismo, siempre y cuando les den la oportunidad de sobrevivir -, Lesbia.

-Pero, ¿por qué guardan silencio? Si ellos consideran que es ético navegar con la brutalidad, allá ellos. Que se muestren, que den la cara -, López.

-No obstante, pareciera cuento en un país donde existe un poeta de la iluminación y otros intentan desarrollar teorías clandestinas, agazapadas, sobre las bonanzas del proceso de Kafka. Son Rimbaud al revés. Benedetti come helado en un ghetto de Praga. La moral no existe, es un relámpago. Con la ceguera del momento, el olvido es menos peligroso -, Roberto.

II

-Los poetas de la revolución, bien comidos, bien bebidos, bien alabados por la dictadura de la informalidad formal, por la destreza que el poder le imprime a la adulancia. ¿O es que acaso no es una delicia sentirse el poeta de la revolución? -, Lesbia.

La voz de la mujer destaca cerca de la ventana. Un poco más allá, donde la geometría es un pequeño paso hacia el precipicio, Henry sonríe con los ojos cerrados. Una mueca de resignación aparece sin aviso alguno:

-¿Qué carajo somos en medio de esta locura? ¿No queríamos la anarquía? Pues, aquí la tenemos. ¿No queríamos asaltar el cielo? Bueno, aquí estamos, asaltados nosotros por una pandilla de efebos en busca de la santidad. Es decir, nos ahogamos entre el discurso de unas pavitas engreídas que nos quieren cambiar, que nos ofrecen una revolución que nadie entiende -, López.

-Y si hablamos de no quejarnos, ¿por qué entonces teorizamos tanto? ¿Por qué le damos tanta importancia a esos conspiradores que llegaron al poder y ahora viven aterrorizados porque ven sus propios fantasmas en el espejo de verse los demonios? Son unos cobardes, unos proxenetas enriquecidos de la noche a la mañana gracias al efecto democrático del voto. Nosotros pusimos a esos poetas allí. ¿Hasta cuando nos los calamos? -, Luis.

-El día que terminen sus obras maestras -, Lesbia.

-¡Qué vaina¡ ¿Es que acaso no pueden existir poetas del poder, que amen las mieles de la altura, que los alaben en el palacio de gobierno, se maquillen y vean por encima del hombro, como si los ahogara una metáfora? También es ético babearse por un caudillo-, Lesbia.

-Esos son unos marsupiales de mierda -, Luis.

-Guarda tus poemas eróticos, que dañas el folklore –, Henry.

III

-Pero es cierto, la realidad es dolorosa, como dice Vallejo. “Yo no sufro este dolor como César Vallejo...”. Claro que no, qué carajo les puede importar a los poetas de la revolución que a Vallejo se le haya reventado un furúnculo, o que haya pescado una tuberculosis en París, mientras llovía...Ustedes hablan muchas pendejadas, ojalá a mí me llamaran de Mirajardín para celebrarme un poemita. La maldita envidia -, López.

-Deja quieto a Vallejo, ese no se merece esta imprecación. El martirologio es para los hombres, no para los funcionarios. El pobre cholito supo lo que era el hambre. Ese sí que es de los nuestros. De la sociedad de los poetas muertos de hambre, no de los que respiran los aires de la Lagunita Country Club -, carcajada de Luis.

-Ser funcionario no es malo. Lo malo es cuando el poeta se cree funcionario y ejerce con la dignidad de un perfecto hijo de puta -, Lesbia.

-Bien dicho, dramaturga, el lesbianismo es un acierto -, Henry.

-¿Por dónde empezó esta conversación? -, Luis.

-Por la punta del ovillo revolucionario, que jamás ha existido -, López.

-Yo sólo digo: el poeta que caiga en brazos de la burocracia oficial no es más que un adorno -, Lesbia.

-Claro, por eso los nombran insignias de la revolución, para que adornen. Son la farándula del poder. ¿Es que no te habías dado cuenta? -, Henry.

-Bueno, cerremos este capítulo antes de que nos allane un poema oficial. Además, las cervezas se acabaron y tengo el sueño parejo -, Luis.